La historia no te absolverá
Cuba aprueba el matrimonio gay, un avance que no borra la antigua represión castrista de la diversidad, cada vez mejor documentada.
Cuba legalizó en septiembre el matrimonio igualitario. Además de como un avance en derechos, se podría leer como un hecho de justicia histórica dentro de un régimen que en sus primeros tiempos llegó a confinar a los homosexuales. Pero los tr...
Cuba legalizó en septiembre el matrimonio igualitario. Además de como un avance en derechos, se podría leer como un hecho de justicia histórica dentro de un régimen que en sus primeros tiempos llegó a confinar a los homosexuales. Pero los traumas históricos no se curan solo interviniendo en la estructura jurídica. El lugar del trauma está en la memoria y hacia ahí no ha mirado el Estado cubano. Este trauma es el de los campos de trabajo forzado, que funcionaron en los años sesenta y setenta, y cuyas víctimas no fueron solo quienes deseaban a personas de su mismo sexo, sino quienes, entre varios otros pecados, amaban a Jesús o deseaban bailar el twist.
Mirar hacia donde la narrativa oficial no mira es el objeto de la historiografía crítica. Gracias a ello, este mismo año, a la vez que se puede ver con satisfacción la ley aprobada en Cuba, se puede ahondar en lo que pasó leyendo El cuerpo nunca olvida (Rialta), un estudio de Abel Sierra Madero que analiza con ambición el asunto de los campos de trabajo, muy tocado pero poco investigado. Este académico cubano concibe la memoria también como espacio de la justicia y considera urgente trabajar en ella frente a la “estrategia” institucional que promueve “una transición amnésica, el lavado de la memoria nacional y la reescritura de la historia”.
Ocurrió, expone, que en 1959 los revolucionarios tomaron el poder y se pusieron a construir el Hombre Nuevo. En 1965 el Che escribía que había que crear “un conjunto armónico de canales, escalones, represas, aparatos bien aceitados que permitan […] la selección natural de los destinados a caminar en la vanguardia y que adjudiquen el premio y el castigo a los que cumplan o atenten contra la sociedad en construcción”. Los experimentos de reclusión habían empezado ya con el cambio de régimen, pero fue justo 1965, cuando así discurría Guevara, el año en que se instituyeron las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), su versión “más dura”, según afirma Sierra Madero desde Estados Unidos, donde vive. Por ellas pasaron unas 30.000 personas y servían como centros productivos y de corrección política. De entre las diferentes formas y distintos grados del fenómeno concentracionario del siglo XX, el historiador compara el caso de Cuba con el de la España franquista: roja y parda, mas primas hermanas.
Iban a parar a las UMAP, bajo pretexto del servicio militar obligatorio, diversos tipos de “elementos antisociales”. Predominaron los homosexuales y los religiosos. Dice el autor que la revolución era también “un proyecto de masculinización nacional”. Hubo unidades para gais. La imagen que ilustra este artículo —furtiva, pues estaba prohibido tomar fotografías— corresponde a una sesión de hormonoterapia. Se la aportó al autor una psicóloga que trabajó allí; una de sus tantas otras fuentes, como por ejemplo un evangélico que recuerda cómo los torturaban con “simulaciones de fusilamiento”.
Las UMAP se clausuraron en 1968 ante las denuncias puntuales que llegaban del extranjero. Tras visitar la isla en 1966, Graham Greene escribió que estas siglas sonaban “como algo de ciencia ficción, como si la humanidad fuera enterrada en ella”. Otros observadores de la revolución no habían madurado aún su sentido crítico, como los jóvenes Mario Vargas Llosa y Susan Sontag; ella, en un artículo de 1969, decía de los represaliados: “Desde hace mucho han sido devueltos a casa”.
Otros modelos de trabajo forzado y corrección sucedieron a las UMAP durante los años setenta, pero las UMAP han quedado como paradigma de una etapa represiva que según el historiador ha sido sometida a un proceso de borrado. Sierra Madero urge a hacer memoria ahora para que la Cuba actual y futura pueda llegar a entenderse a sí misma, y cita a William Faulkner: “El pasado no ha muerto, ni siquiera es pasado”.