Miren Arzalluz forja el nuevo Guggenheim: “Hay mucho que desacralizar en los museos”
Compartimos jornada de trabajo con la nueva responsable del centro de arte bilbaíno y exdirectora de Colecciones en el Museo Balenciaga y del Museo de la Moda de París
Ni los encuentros con la prensa ni mucho menos las sesiones de fotos parecen precisamente los formatos favoritos de Miren Arzalluz para pasar el día. “Vengo abrumada con esto de que estéis aquí”, suelta en un castellano recio teñido de un acento euskaldún imposible de esconder. Pero acto seguido ya está prestándose al juego: un día entero a su vera en ...
Ni los encuentros con la prensa ni mucho menos las sesiones de fotos parecen precisamente los formatos favoritos de Miren Arzalluz para pasar el día. “Vengo abrumada con esto de que estéis aquí”, suelta en un castellano recio teñido de un acento euskaldún imposible de esconder. Pero acto seguido ya está prestándose al juego: un día entero a su vera en el Guggenheim Bilbao, una jornada de trabajo completa en el museo que dirige desde que en abril sustituyó al anterior (y, desde 1997, único) director, Juan Ignacio Vidarte.
Arzalluz viene de lejos. Dirigió el área de Colección y Exposiciones en el Museo Balenciaga de Getaria (2006-2013), el Instituto Vasco Etxepare (2016-2017) y el Palais Galliera-Museo de la Moda de París (2018-2025), nombramiento este que supuso un auténtico bombazo en el hipercompetitivo microcosmos de los grandes museos: una persona no francesa dirigiendo una institución de alta relevancia en París, y dedicada al mundo de la moda, para más inri. Y sin hablar francés (lo aprendería después). Sacrilegio.
Hija de Xabier Arzalluz, el expresidente del Euskadi Buru Batzar del Partido Nacionalista Vasco fallecido en 2019, y de María Begoña Loroño, esta bilbaína de 47 años es una de las mayores expertas mundiales en la obra del modista Cristóbal Balenciaga y autora del libro Cristóbal Balenciaga. La forja del Maestro (1895-1936). Licenciada en Historia y Humanidades por la Universidad de Deusto y autora de la tesis doctoral Moda, ocio y sociabilidad en la Côte Basque (1854-1939), su querencia por el mundo del arte y de la moda vienen, pues, de sus años mozos.
Aunque también le tiraba la política —como para no, habiendo en casa lo que había. Así que en 2002 decidió marcharse a Londres, una ciudad que le fascinaba y le fascina, para cursar un máster en Política Comparada en la muy prestigiosa London School of Economics. No contenta con ello, al terminarlo cambió de tercio y cursó otro, esta vez sobre Historia del Arte —especialidad Historia del Traje en el no menos prestigioso The Courtauld Institute of Art—. Sus profesores de la London School of Economics, que habían visto su potencial, le preguntaron si estaba loca. El tiempo parece haber demostrado que no.
9.30
Puente de Zubizuri
Paseo entre el río y la ‘niebla’
Son las 9.30 en Bilbao, y un sol de esos blancos que no se sabe si traerán día radiante o aguacero salpica de destellos la superficie metálica del Guggenheim, la imponente y siempre nueva mole de titanio del recién fallecido arquitecto Frank Gehry. Hace nada jarreaba y ahora la mitad del cielo es plomo y la otra mitad, azul. Euskadi es un enigma en muchas cosas, pero lo del tiempo ya es de nota. La ría está marrón, el Campo Volantín está verde y Miren Arzalluz viene de negro, como siempre: abrigo y camisa de Balenciaga; pantalones de cuero, y botas camperas con detalles grises. “Los quimonos y las botas camperas son mi perdición desde que me fui a vivir a Londres; las compraba en los mercadillos”, confiesa nada más llegar esta mujer de andar suave, gesto poderoso y hablar pausado.
Durante toda la jornada, una personal e intransferible mezcla de fortaleza y fragilidad se antojará como rasgo de personalidad en Miren Arzalluz. “Nunca me curaré de esa especie de vulnerabilidad, de hipersensibilidad, de esa sensación de que alguien te va a hacer daño. Eso no se cura. E igual mejor que no se cure, porque si no a lo mejor sería una soberbia”.
A la denominación oficial de puente de Zubizuri se le suele añadir, según la idiosincrasia local, la de “puente de Calatrava”, aunque los más malos del lugar prefieren “puente de las hostias”, en alusión al carácter resbaladizo de esta obra del arquitecto Santiago Calatrava inaugurada en 1997 y que hubo de sufrir diversas modificaciones tras sucesivas caídas de usuarios. Hace tiempo que el puente ya no resbala gracias a la instalación de unas feas aunque eficaces alfombras antideslizantes, así que Miren Arzalluz lo cruza tranquilamente todos los días para desplazarse desde su domicilio, en el paseo del Campo del Volantín (popularmente conocido como Campo Volantín), hasta el edificio de Frank Gehry. Este antiguo barrio de palacetes y villas señoriales del siglo XIX —el palacio Olabarri es prácticamente el único superviviente de aquella época— junto a la ría del Nervión es donde ella nació y se crio. De manera provisional vive en la casa de su madre, mientras se ultiman las obras en el piso que compró en el mismo edificio, donde también vive su hermana Usoa (su hermano Asier vive en la localidad de Galdakao, cercana a Bilbao).
El fotógrafo le pide que suba las escaleras que unen Zubizuri con las colosales torres de 23 plantas del japonés Arata Isozaki, y después la sigue con su cámara por la Alameda de Mazarredo, en el borde de la margen izquierda de la ría. De pronto, ya junto al museo, una niebla repentina empieza a envolver la parte baja del edificio. Ahora es ella quien saca la cámara (del móvil) y se pone a disparar. No es niebla espontánea ni natural, sino la que protagoniza Escultura de niebla nº 08025 (F.O.G.), obra de la artista japonesa Fujiko Nakaya, regalo del fallecido artista estadounidense Robert Rauschenberg al Guggenheim. Miren Arzalluz se guarda el móvil, reemprende la marcha y entra en el edificio. Empieza su jornada de trabajo.
10.45
Sala de reuniones
A la caza del visitante 29 millones
La directora se reúne cada miércoles con su comité de dirección. Hoy asisten a la cita el responsable de Desarrollo, Xabier Pérez-Gaubeka; la directora de Comunicación e Imagen, Alicia Martínez; la directora de Recursos Humanos y Calidad, Garbiñe Urrutikoetxea, y la curator (conservadora) Lekha Hileman. Falta quien hasta hace poco fue director de Exposiciones y Conservación, Daniel Vega, que dejó la nave Guggenheim en septiembre tras ser fichado por la Fundación Banco Santander para dirigir el proyecto Faro Santander, un gran centro cultural en el centro de la capital cántabra cuya apertura está prevista para mediados de 2026. Su relevo aún no ha sido decidido.
El escenario es una amplia y clara sala de reuniones desde cuyos ventanales se contemplan las placas de titanio que van a dar a la ría. En las paredes cuelgan dos grandes tintas sobre papel de Richard Serra, el padre de la que quizá es la obra más icónica del museo, Snake (La serpiente), una colosal escultura ondulante en acero cortén que atraviesa la sala más grande del Guggenheim.
Miren Arzalluz revisa y contrasta datos en su portátil mientras Xabier Pérez-Gaubeka va desgranando las cifras de visitas en el acumulado de 2025: 1.233.000 visitantes hasta el día de esta reunión, un 1% por encima de 2024 y un 1% por debajo de 2023, el mejor año en los 28 de vida del museo en lo que a número de visitantes se refiere. En cuanto a la procedencia de las visitas, un 67% son extranjeros y un 33%, españoles, de los cuales un 10% procede del País Vasco. El director de Desarrollo aporta una noticia: el Guggenheim Bilbao alcanzará con toda probabilidad en el primer trimestre de 2026 el visitante número 29 millones desde su inauguración, en 1997.
Finalizada la reunión, la directora se dispone a posar de nuevo para varios retratos. De frente… y sobre todo de perfil, que parece ser su versión preferida de sí misma. No sin razón: un perfil bien potente el de Miren Arzalluz, una efigie donde el cabello rubio rubísimo y la tez pálida contrastan con el rojo pasión del lápiz de labios y el esmalte de uñas. Es alguien que desprende la sensación de tenerlo todo perfectamente aparcado en su cabeza en todo momento, cada coche en su plaza, y eso desde que se marchó a estudiar y luego a trabajar en el extranjero, y también de tener bastante claro el acierto personal y profesional que ha supuesto volver a su casa, a Bilbao. “Esto me pilló en un momento profesional muy interesante”, explica, “imagínate, estar al frente del Museo de la Moda en una plaza tan competitiva como París… Y la verdad es que no tenía pensado volver ahora a Bilbao, pero entonces hubo un cúmulo de factores, profesionales y no profesionales, también personales y… ni siquiera lo hubiera podido llegar a imaginar. Pero en la vida las oportunidades pasan cuando pasan, y no cuando te viene bien a ti”.
12.15
Salas de exposiciones del museo
Formar, debatir… ¿entretener?
“Ahora nos toca salas, ¿no?”. En efecto, Arzalluz se dispone a visitar y supervisar el montaje de la exposición que está a punto de abrir sus puertas, Artes de la Tierra. Recorre en compañía del comisario Manuel Cirauqui las galerías donde se despliega la muestra, mientras conversa con algunos de los artistas presentes en el montaje, como la colombiana Delcy Morelos —autora de una impresionante instalación de inspiración chamánica titulada Sorgin (bruja, en euskera), un enorme campo de tierra oscura con olor a ceniza y tabaco— o el ghanés Frederick Ebenezer Okai. El conjunto incluye trabajos de más de 40 artistas, con nombres como Giovanni Anselmo, Joseph Beuys, Hans Haacke, Agustín Ibarrola, Richard Long, Ana Mendieta, Fina Miralles, Asier Mendizabal, Mar de Dios o Héctor Zamora. La exposición es todo un cruce de caminos entre el arte contemporáneo y el activismo medioambiental. Según Manuel Cirauqui, se trata de “documentar seis décadas de transformación de las prácticas artísticas a la luz de un cambio climático que se declaró hace mucho pero que seguimos ignorando”.
Pinturas, esculturas, instalaciones, plantas, árboles… Artes de la Tierra parece un ejemplo más de la capacidad intacta de este museo de sorprender a sus visitantes, y se inscribe en la línea de grandes exposiciones que en su día provocaron una auténtica conmoción, como la dedicada en 2016 a Louise Bourgeois y sus celdas o la que en 2017 inundó el museo con los inquietantes vídeos de Bill Viola.
Sorprender al visitante de museo. Se dice fácil.
Miren Arzalluz no cree en los museos “de autor”. Y argumenta: “Hay una tensión entre hacer lo que tú crees que es interesante y estimulante y lo que crees que la gente pide, y busca, y le angustia, y le entretiene. Y esa es una tensión por la que hay que transitar”.
—¿Entretener? Menuda palabra. Desde luego, maldita para algunos cuando se habla de cultura…
—Pues sí, entretener… sí, eso que hasta hace poco parecía tabú. Pero hay que desacralizar tantas cosas… y en los museos hay tanto que desacralizar… Todo es posible en un museo: el miedo, la angustia, la curiosidad intelectual, la sonrisa, el entretenimiento… todo. No tenemos que poner límites a lo que se puede sentir en un museo. Nadie nos tiene que decir lo que tenemos y lo que no tenemos que sentir ante una obra de arte.
13.15
Despacho de la directora
¿Sería hoy posible un Guggenheim Bilbao?
La mujer que tomó en abril las riendas del Guggenheim Bilbao entra en su despacho con vistas a los tejados de titanio y, más allá, a la ría. Preguntada por la “aventura” de 28 años de un centro de arte como este, y más concretamente preguntada sobre si cree que hoy sería posible o no levantar un Guggenheim en Bilbao —incluida toda la gama de consensos, acuerdos y cesiones políticas e institucionales necesaria para ello—, Miren Arzalluz contesta con un sucinto “Quiero creer que sí”. En febrero de 2022 lanzamos la misma pregunta al entonces director Juan Ignacio Vidarte, y su respuesta fue: “No, políticamente hoy no sería posible”. Matiza Arzalluz: “Ahora mucha gente cree que aquello fue fácil, pero fue muy difícil. Se dio una complicada conjunción de intereses entre una fundación de arte privada y extranjera y unas instituciones públicas de aquí, y las dos coincidieron en la esperanza en la cultura como herramienta de cambio. Pero hubo gente que asumió muchos riesgos; este proyecto tenía muy mala prensa, incluido el mundo del arte”.
Asuntos como la diversidad, la inclusión, el feminismo, el antirracismo, la descolonización, la ecología y toda una diversidad de ajustes de cuentas con la historia sobrevuelan hoy la vida de los museos, donde los relatos son ya, como poco, tan importantes como las obras. Le preguntamos en qué lugar exacto de ese debate está el museo que dirige: “Es un foro. ¿En qué momento estamos? En el que tenemos que estar siempre, que es no dejar de cuestionarnos”.
Uno de los pilares de la estrategia global de la Fundación Solomon R. Guggenheim desde su creación en 1937 radica en los planes de ampliación a escala internacional. Planes que —es lo menos que puede decirse— no están saliendo como se esperaba. “La constelación internacional de museos Guggenheim incluye el Solomon R. Guggenheim, Nueva York; la Colección Peggy Guggenheim, Venecia; el Museo Guggenheim Bilbao, y el futuro Guggenheim Abu Dabi”, reza la web de la Fundación. Una lista de la que ya se cayeron el Guggenheim Helsinki, proyecto que nunca llegó a ver la luz tras rechazar su financiación pública el Gobierno finlandés y el Ayuntamiento de Helsinki en 2016; el Deutsche Guggenheim de Berlín, que cerró sus puertas en 2012 tras 15 años de actividad; el Guggenheim Las Vegas (2001-2003), y el malogrado proyecto del Guggenheim Guadalajara, en México. La apertura del Guggenheim Abu Dabi, que lleva sufriendo diversos retrasos, está prevista, según Arzalluz, “entre 2026 y 2027”. El edificio, concebido por Gehry en la isla de Saadiyat de la capital de Emiratos Árabes Unidos, albergará en sus 40.000 metros cuadrados una colosal colección de arte contemporáneo de Oriente Próximo.
La última pata de lo que se antoja como una balbuceante estrategia de expansión internacional por parte de la Solomon R. Foundation es el fracaso del proyecto de ampliación Guggenheim Urdaibai. Esta iniciativa, que se remontaba a 2009 y contemplaba la creación de un gran centro artístico-medioambiental en la ría de Urdaibai (Bizkaia), reserva de la biosfera, fue definitivamente desechada el día 16 por el Patronato del Guggenheim Bilbao.
“Es un proyecto muy complejo para el que hace falta tejer una red de complicidades institucionales que garantice la viabilidad, y la verdad es que hasta ahora no hemos sido capaces de tejerla”, admitía a El País Semanal en 2022 el entonces director del Guggenheim Bilbao, Juan Ignacio Vidarte. La fuerte contestación social al proyecto desde hace años -sobre todo encarnada en las acciones de la plataforma Guggenheim Urdaibai Stop- y una evidente falta de capacidad para tejer esa red de complicidades institucionales ha acabado de echar por tierra el proyecto.
En un comunicado oficial, el Guggenheim Bilbao informó de que la decisión de no seguir adelante con el proyecto se debía a “los condicionantes y las limitaciones territoriales, urbanísticas y medioambientales” y que, tras ese fracaso, el patronato había decidido “en su lugar abordar el reto de explorar nuevas alternativas para elaborar una propuesta que responda a su objetivo de crecer para seguir siendo una institución cultural líder en el ámbito internacional y motor de la escena cultural, económica y social del País Vasco”. Se dio la circunstancia de que, el mismo día en que el Patronato daba el “no” definitivo a Urdaibai, el Gobierno concedía a Miren Arzalluz una de las 35 Medallas del Mérito en Bellas Artes a personalidades del mundo de la cultura.
14.30
Restaurante Bistró del museo
Hora de comer, hora de confesiones
Miren Arzalluz ataca unas endivias, una merluza y un vaso de kombucha. De repente, al fotógrafo le ha gustado el fondo rojo de los sillones del restaurante. Hay que posar otra vez, señora directora. Resignación. “Resignación” es una palabra que parece conocer bien. Y la exhibe ante lo que considera una injusticia personal, pero que se toma con deportividad: ser considerada “la hija de”.
—Pero eso de tener que justificarse ya se acabó, ¿no?
—¡Qué va! Eso no se acaba nunca. Mejor dicho, se acaba cuando tú quieres. Lo cierras tú cuando lo decides. A veces parece que lo tienes superado, y otras no, te vuelve, entre otras cosas porque algunos hacen todo lo posible para que dudes.
—¿Por ejemplo?
—Cuando llegué a París como directora, tuve que oír unas cosas que me dije: “Pero bueno, ¿todavía estamos en estas películas?”.
—¿Y ahora en Bilbao?
—No, en Bilbao no. Estoy emocionada por cómo me han recibido. Volver siempre es difícil y yo sabía con qué tipo de comentarios me iba a encontrar, no soy una naíf. Pero estoy acostumbrada. Yo crecí así.
—¿Cómo?
—Pues con esa mirada externa que siempre te juzga, escuchando las mismas críticas siempre, desde que iba a la ikastola de pequeña hasta hoy. Y pensé que ahora, con esta vuelta, iba a ser muy difícil, pero no lo ha sido.
17.30
Atrio del Guggenheim Bilbao
El hombre que se metió en la arcilla
El atrio del museo está lleno de gente. El bailarín, performer y experto en técnicas zen Jon Munduate sale de pronto de entre el público y avanza lentamente hacia una enorme tinaja de tierra chamota. Durante cosa de media hora, este artista donostiarra rodea, roza, toca, seduce y al final agujerea con su cuerpo el gran objeto inanimado, hasta penetrar por completo en él. Al fondo de la sala, los dedos índice y pulgar cogiéndose la barbilla, Miren Arzalluz asiste ensimismada a la performance obra del artista mexicano Héctor Zamora y relacionada con la exposición Artes de la Tierra. Al final, 400 kilos de arcilla caen sobre las espaldas del hombre. La gente se queda tiesa. Jon Munduate está ileso. La directora desaparece. Le ha entrado una llamada. Luego la espera un grupo de Amigos del Museo para una visita privada. Con eso habrá terminado su jornada. Otro día en la oficina. Bilbao-Londres-Getaria-París-Bilbao. Se cierra el círculo. Miren Arzalluz ha vuelto a casa.