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Por qué el precio del café se ha disparado: desde las plantaciones de Brasil a las cafeterías de especialidad españolas

El cambio climático, el aumento y sofisticación de la demanda y la conversión del café en objeto de especulación en la Bolsa de Nueva York han aumentado el valor y la incertidumbre alrededor de uno de los productos más de moda en todo el planeta

Uno cree que ha hecho el negocio de su vida y resulta que podría haber sido incluso mejor. Y a ciertas edades esas emociones fuertes resultan peligrosas, como atestigua Mauri Oliveira, brasileño, de 66 años, productor de café. Propietario de la hacienda Campestre, habla con deleite del ritual que cada noche de luna llena comparte con otros fazendeiros. Cenan en una de las fincas antes de emprender una cabalgada nocturna por los senderos de estas lomas. Desde que la cotización del grano empezó a dispararse hasta niveles inimaginables para los más veteranos, sus causas y sus efectos monopolizan las conversaciones. Los vaivenes son de tal calibre que, relata, uno de sus compañeros de cabalgada tuvo que ser hospitalizado por el susto que le dio el corazón. Resulta que vendió toda su cosecha un día con jugosos beneficios para descubrir, 24 horas después, que si hubiera esperado habría multiplicado la ganancia.

Algunas características permanecen inmutables en el mundo del café. Quien lo disfruta no lo cambia por nada. Y quienes lo cultivan viven, desde hace siglos, sometidos a las inclemencias del tiempo. Pero los últimos años han traído cambios de calado. El sector vive una coyuntura extraordinaria con precios inimaginables hace nada. ¿La causa? Tres años de malas cosechas hundieron los stocks y la oferta mundial a duras penas pudo satisfacer la demanda en 2024. A los estragos causados por el tiempo —olas de calor, sequías y heladas cada vez más frecuentes— se unen la guerra arancelaria de Trump y los caprichos de los fondos de inversión, que han colocado su mirada en este grano cuya demanda ha sufrido altibajos a lo largo de la historia, pero nunca ha dejado de aumentar. Porque da lo mismo si se toma con o sin leche, con o sin azúcar, de filtro o de cafetera, la historia prueba que nadie huye del café por el precio. Beberá menos o de peor calidad.

La larga cadena que lleva el café hasta usted —cultivo, selección de granos, exportación/importación, transporte, tueste, comercialización— empieza en una finca como la de los Oliveira, en el corazón cafetalero de Brasil. Las manos fuertes y rugosas de Mauri Oliveira, de 72 años, y el rostro marcado por el sol reflejan toda una vida volcada en cultivar el grano en la hacienda Campestre, que heredó de su madre y gestiona con sus hijas. Aunque la cotización del grano en la Bolsa de Nueva York está en niveles inéditos (la saca de 60 kilos llegó en mayo a 445 dólares, el doble que un año antes, para moderarse luego a 390 dólares), el ambiente aquí no es de euforia, ni mucho menos. Los actuales precios les preocupan. “Preferiríamos no haber perdido el 40% de la cosecha [por la sequía] y que los precios no estuvieran tan altos. Mejor tener un mercado estable con la saca a 2.000 reales [340 dólares], que ya es un buen beneficio, que tenerla a 3.000 y no tener café para cosechar”, apunta la hija mayor, Noemia Oliveira, de 36 años. Enamorada de los cafetales desde que de muy niña acompañaba a su abuelo, es agrónoma. Amplió en la universidad lo aprendido en la finca.

Este lunes nublado de mayo, la familia Oliveira, como todos los cafetaleros de Brasil, ultima los detalles para el gran momento del año, la cosecha. Miles de plantas, más altas que un adulto, se alzan en serpenteantes filas por suaves colinas que abarcan 150 hectáreas. La familia quería empezar esta mañana la recogida manual, para luego dar paso a las máquinas, pero la lluvia de anoche ha arruinado el plan. Deciden esperar a que la tierra se seque para evitar que los granos que caen al suelo se humedezcan. De media producen 5.000 sacas al año.

Los flujos de la historia. El café ya era una bebida apreciada en 1727, cuando Brasil envió a un espía, el sargento Francisco Palheta, a la Guyana Francesa con la misión secreta de robar un esqueje. Resultó una apuesta redonda porque se convirtió en la primera potencia cafetera del mundo, posición que ostenta hace siglo y medio. Hoy suministra un tercio de la oferta mundial. Junto a Vietnam, aportan la mitad de la producción planetaria. Con la cotización por las nubes, las expectativas son enormes para la actual cosecha.

Tradicionalmente, el café da una buena cosecha y, al año siguiente, una menor. Este 2025 toca una floja. El precio se ha disparado porque los stocks mundiales están hundidos en mínimos históricos a causa de la falta o el exceso de lluvias, de frío y calor. La sequía ha mermado la oferta de Brasil y de Vietnam en 10 millones de sacas (equivalente al 6% del consumo mundial), un problema acuciante cuando la oferta supera por poco la demanda.

El mercado, ya volátil, recibió otra fuerte sacudida en agosto. Estados Unidos, primer destino del café brasileño, impuso unos aranceles salvajes (50%) y, en un abrir y cerrar de ojos, las exportaciones allí se desplomaron a la mitad mientras Alemania despega como alternativa. Cualquier sacudida reverbera en toda la cadena de producción. Desde la finca de los Oliveira hasta las cafeterías de Madrid, Malmö o Kioto.

Mauri Oliveira se crio en esta finca, en Varginhas, la ciudad brasileña que más café exporta, famosa por el avistamiento de un supuesto extraterrestre en los noventa. El brasileño más universal, Pelé, nació cerca, en el sur del Estado de Minas Gerais, que ofrece hace décadas condiciones privilegiadas para el café: 900-1.100 metros de altitud, temperatura media de 23 grados y unos 1.200 milímetros de lluvia anuales.

Pero el tiempo se ha vuelto impredecible. Los Oliveira y sus vecinos van de sobresalto en sobresalto porque la planta de café es extremadamente sensible a alteraciones climáticas bruscas. Los estragos no la matan, pero deja de producir. Cada fase del desarrollo requiere una determinada combinación de lluvia, frío y calor, en un calendario climático que ya no se cumple como antes. “Antes llovía en el momento adecuado, a partir de agosto. Ahora la lluvia llega más tarde y el sol calienta demasiado. Como tuvimos 15 años sin heladas, la gente pensó que no habría más, se confió y empezó a plantar en tierras más bajas. Y en 2021 cayó una helada que arruinó a muchos”, explica el patriarca.

Todos en el sector recuerdan la cosecha 2020-2021, la más abundante de la historia, con 63 millones de sacas. Desde entonces, los estragos climáticos marcan el paso al negocio en Brasil. Tres años de disgustos en forma de sequías, olas de calor, heladas. Los Oliveira recuerdan que en 2024 estuvieron más de 100 días sin precipitaciones. Los 20 días sin una gota el último enero han sido la puntilla. ¿Resultado? Esperaban cosechar 90 sacas por hectárea, pero tendrán que contentarse con 65. La concatenación de problemas se traduce en menos granos, de menor calidad y menos peso. Ese es uno de los factores por los que los productores de estas tierras no se han hecho ricos con estos precios extraordinarios.

Con precios tan altos cunde la inseguridad. Como los relatos sobre robos de café en las fincas se multiplican, los agricultores envían los lotes rápidamente a las cooperativas para que estén cubiertos por el seguro.

Los productores que trabajan con menos margen se quedaron sin los mejores beneficios de esta fiebre cafetera porque en el pico de precios, febrero de 2025, ya habían vendido la cosecha. Necesitaban dinero fresco para pagar créditos y demás. “Quienes hacen mucho dinero son quienes trabajan con los papeles en la Bolsa”, dice Naiara Oliveira, la hija menor, de 33 años, la señora de los números en la hacienda Campestre. Si su hermana y su padre viven pendientes del cielo, ella no suelta el móvil, sea para vender un lote, ver la cotización del día en Nueva York o las ofertas de las cooperativas. Acaba de hacer un cursillo para entender mejor las oscilaciones de los precios internacionales y sacar partido del potencial exportador. Anota cada gasto e ingreso en hojas de Excel.

La entrada de las hijas garantiza la continuidad del negocio familiar. Y ha supuesto una pequeña revolución. Primero, porque son mujeres. Su abuela tuvo que esperar a casarse para ser la dueña de la hacienda. Con las nietas ha llegado la innovación a esta propiedad de tamaño medio para los estándares de Brasil, un país con 300.000 fincas cafetaleras que van de minúsculas parcelas familiares a latifundios de corporaciones empresariales.

A la mecanización y otros cambios para mejorar la productividad, la agrónoma Noemia ha incorporado prácticas novedosas para mitigar el impacto del clima, una de sus grandes preocupaciones. “Cuando llegamos, quisimos salir de lo obvio, de lo tradicional. Ahora sabemos que este cóctel de plantas que intercalamos [entre las filas de cafetos] nos ayudan a contener el viento, a evitar heridas en las hojas por las que entran las plagas. Y que a más diversidad, menos riesgo de enfermedad”, explica. Aplican lo último en agricultura regenerativa para reducir el impacto medioambiental. Apuestan por más abonos naturales y menos pesticidas, por intercalar plantas que aportan nitrógeno, capturan dióxido de carbono, por técnicas para reducir la evaporación del agua que exuda el cafetal, para reducir la erosión del suelo…

En lo que atañe a la finca, la última palabra la tiene siempre Mauri Oliveira en este equipo intergeneracional que ha dado un fuerte impulso a la producción. Una de las estrategias para persuadir a su padre es probar en una hectárea. Si funciona, amplían. Aquí, a diferencia del norte, pocas fincas están irrigadas. Resultaba innecesario, pero los Oliveira ya sopesan invertir en riego porque eso eliminaría uno de tantos factores impredecibles con los que lidian a diario.

El más veterano de sus empleados, Antonio Davanzo, de 73 años, que lleva aquí cuatro décadas, vence la timidez para elogiar la mecanización. “Antes, todo el trabajo era brazal, y ahora es mucho menos duro”, musita este agricultor que, junto a su esposa, Filomena, y sus hijos, compone una de las varias familias de colonos que viven en coquetas casitas con huerto. Los trabajadores fijos como estos de la hacienda Campestre son ya una rareza, un tesoro en unos tiempos en los que la falta de mano de obra es uno de los grandes lastres del sector.

Los Oliveira venden el grueso del café a una cooperativa y el resto —el de más calidad, 84 puntos— lo exportan directamente al Reino Unido, donde se vende como café gourmet con “sabor a manzana roja y chocolate oscuro”.

Especulación a granel. Sin el grano que sedujo a los europeos y fue descubierto en Etiopía en el siglo I, la principal potencia latinoamericana no sería lo que es. El café financió la industrialización. Los barones cafetaleros dieron el impulso que convirtió a São Paulo en la mayor metrópoli del sur global, sus mansiones flanqueaban la principal avenida. Patrocinaron las artes. La familia de Tarsila do Amaral (1886-1973), la pintora más internacional, cultivaba café y con la bonanza pudo enviarla a estudiar dibujo a París. El crash de 1929 arrastró al mercado del café, arruinó a los Amaral y la catástrofe cambió la obra de Tarsila. Abandonó los bucólicos paisajes rurales por una pintura urbana, sombría.

Las descomunales naves de la cooperativa Cocatrel (con 9.000 socios, exporta a 40 países) lucen absolutamente desangeladas. En 2024 movió 2,3 millones de sacas, pero ahora el stock se ha desplomado por las malas cosechas y porque el mercado incentiva la venta veloz.

Chico Pereira, de 58 años, gerente de comercialización, recuerda los tiempos amargos cuando el agricultor lloraba al oír el precio. “Vendían por necesidad, aguantaban con la expectativa de que el precio subiera. Pero ha habido un cambio, ahora también venden por oportunidad”. La cooperativa recibe el grano en una vasta red de almacenes para, primero, evaluar tamaño y calidad. En 24 horas, el agricultor tendrá en una aplicación del móvil un dictamen de calidad y el precio estimado de la carga. Él decide cuánto, cuándo y a quién vender. “Tenemos un compromiso de liquidez. Trabajamos mucho para vender hoy porque mañana puede caer mil puntos”, dice Pereira.

Hace un par de años el mercado dio la vuelta, y las ventas a futuro (pactar un plazo y un precio para entregar la mercancía más adelante) empezaron a ofrecer peores precios que vender de inmediato. Eso ha dinamitado los stocks y ha llevado a muchas exportadoras a la ruina.

Los fondos de inversión han irrumpido en el café como una bomba atómica. Sus movimientos distorsionan un mercado que se regulaba por la oferta, la demanda y los stocks. La incertidumbre es colosal, enfatiza Pereira, meses antes de que Trump irrumpiera con la guerra arancelaria. “Nadie en el mundo sabe qué pasará en los próximos meses, ni hoy. Mañana los grandes fondos podrían ver que otra materia da mejor resultado e irse a comprar oro, petróleo o cualquier otra cosa. Eso causaría una caída muy pronunciada”.

De vuelta a lo tangible, los catadores evalúan las muestras. Observan el grano para luego probar la bebida con gestos rápidos, mecánicos. Sorben ruidosamente de un vasito de cristal, saborean y escupen inmediatamente. Ninguna máquina sustituye al paladar. Pero sí otras muchas tareas. Aquellas filas de 1.500 camiones que, en el pico de la cosecha, esperaban tres días para entregar la carga pasaron a la historia. La mecanización ha agilizado y multiplicado el negocio, que busca nuevos mercados.

La clientela europea demanda cafés especiales, producidos de manera sostenible (para el medio ambiente y los empleados) y por mujeres. Tchaikovski Amaral, de 32 años, encargado del café sostenible en la cooperativa Cocatrel, explica que obtener la etiqueta exige cumplir unas normas sobre pesticidas, trazabilidad y condiciones dignas para los jornaleros. Acaban de diseñar un plan para mitigar riesgos ante la entrada en vigor, en 2026, de una ley de la Unión Europea que vetará el café (y otras materias primas) procedente de áreas deforestadas después de 2020.

Oliveira, de la finca Campestre, agradecería también que se implementara un precio mínimo. En 1906, cuando la sobreproducción hundió el mercado cafetero, Brasil alumbró el plan de estabilización de los precios. Intervino en el mercado. Los Estados cafeteros compraron excedente, restringieron la apertura de nuevos cultivos y regularon la exportación. Tuvo éxito.

Innovación y desarrollo. El café resulta tan vital para la economía que, desde tiempos imperiales, las autoridades invierten en ciencia para mejorar la producción. Este laboratorio de Varginha ha alumbrado gracias a la clonación 40 nuevas variedades de plantas más longevas, que producen más, más resistentes a los hongos, que responden mejor a la poda o dan frutos más carnosos.

Ahora están muy atentos al calor. “Buscamos variedades que soporten mejor el estrés térmico”, explica el ingeniero agrónomo Carlos Henrique de Carvalho, de 69 años, de Embrapa, la agencia pública de investigación agropecuaria. Pero admite que, “cuando llega a 38 grados, no hay nada que hacer”. Las técnicas que los Oliveira usan para mitigar el impacto del cambio climático fueron creadas por científicos como De Carvalho, repartidos por todas las regiones cafeteras. Incluso Starbucks tiene un laboratorio de investigación en la ciudad. De Carvalho bromea con que los locales están poco familiarizados con la poderosa franquicia: “Para la gente de aquí es una cafetería de aeropuerto”.

En estas tierras, que en las últimas presidenciales votaron a Bolsonaro, nadie niega que el clima anda errático. Constatan el drástico cambio del clima sin adentrarse en las causas. Hablar de calentamiento global o del efecto de la acción humana es terreno resbaladizo.

André Casotti Brito, de 31 años, es el dueño de la hacienda Pinheiros, un escaparate de técnicas vanguardistas desde que su padre, ingeniero mecánico, viajaba a Japón para aprender. Aquí la cosecha ya está a todo vapor gracias al riego y a una especie de hormonas usadas para inducirla. Una cosechadora avanza entre las plantas, recogiendo veloz los frutos maduros. Sustituye a 50 braceros. Tres turnos mantienen la máquina funcionando las 24 horas. Solo descansan el domingo.

Casotti Brito luce con orgullo sus certificaciones. Fabrica su propio abono biológico, con la cáscara del café hace compost. Gracias a los paneles solares son autosuficientes y tienen su propia estación meteorológica. “El futuro es la sostenibilidad y hay que estar en la vanguardia”, enfatiza. Pero este es un negocio al aire libre, de modo que el clima se impone a cualquier tecnología punta. El fazendeiro muestra las modernas instalaciones cuando súbitamente caen unas gotas de lluvia. Brito ordena de inmediato “una operación de guerra”: movilización general para poner a cubierto todo el grano.

Varginha es una de esas ciudades del interior de Brasil en las que se palpa la fuerza del agro. Exporta más que ningún municipio en Brasil. En los almacenes generales del Puerto Seco hacen las mezclas —el blend— que piden los exportadores y almacenan cargamentos mientras los importadores europeos o asiáticos buscan compradores. El sistema reduce desplazamientos y se paga en reales, que sale más a cuenta. Aunque con el desplome de los stocks la demanda por sus colosales almacenes ha disminuido, Paiva confía en el futuro: “Necesitamos una o dos buenas cosechas, si no pasa nada malo, para estabilizar el suministro para la exportación y el mercado interno”. Entretanto, todos viven pendientes del cielo, del termómetro, de la Bolsa neoyorquina y de Trump, que ha sugerido que quizá alivie los aranceles al café en vista de lo caro que se ha puesto para sus compatriotas. Y cada luna llena, Mauri Oliveira y sus amigos disfrutarán la tradicional cabalgada nocturna.

España: la redención del café. Al otro lado del Atlántico, por ejemplo en España, el café se vive de otra manera. El azúcar, sin tocar. Esa es para Marisa Baqué, catadora, tostadora y propietaria de BB’s Café, la señal definitiva de que la gente está aprendiendo a disfrutar de un buen café. “Hasta hace poco era una bebida amarga que se enmascaraba con azúcar y leche, pero mucho de ese amargor viene de las malas elaboraciones y los tuestes excesivos”. Dice que más del 90% de su clientela ha aprendido a descubrir las notas y matices de un café sin azúcar. “Tenemos una materia prima excelente”, confirma. La caída del consumo de azúcar como síntoma de la redención que vive el café en España. Una bebida que ha ganado en prestigio, en especialización, en rituales y también, y de qué manera, en precios.

Marisa empezó a formarse como catadora en 1988 y, tras pasar por grandes marcas, acabó por abrir una pequeña empresa, BB’s Café, con sede en Bizkaia. Ella misma compra el grano, lo tuesta y lo cata. Ha sido testigo de la sofisticación de una parte de los consumidores, en su mayoría muy jóvenes. Ahora en sus catas se interesan por la fermentación del café verde. “Estamos en una etapa de descubrimiento, pero ya hay gente que empieza a preguntar si el café se ha fermentado con o sin oxígeno, durante 24 o 48 horas”, explica. Antes la preocupación era que le sirvieran el café en taza o en vaso. Más liturgia alrededor del continente que del contenido.

No hay mesa libre un jueves de otoño en el Toma Café, uno de los primeros cafés de especialidad de Madrid (abrió sus puertas en 2011 cuando aún ni se los conocía por ese nombre) y donde primero entró una máquina Marzocco, la cafetera italiana de referencia en los cafés de especialidad. Las mesas están ocupadas por personas con su café, su móvil o su ordenador. Hay silencio. Nos hemos citado aquí con uno de ellos, Marcos Zoya, que nos cuenta que en este local en pleno barrio de Malasaña empezó en Madrid el movimiento del café de la tercera ola, un término acuñado en 1999 asociado al consumo de un grano de calidad, con preparación artesana y respeto por los productores. En 2011 Zoya vivía en Dublín, justo en el momento en que explotaba la ola. Su primer café de especialidad fue uno de Etiopía de tueste natural. “Lo probé y pensé, pero qué mierda es esto”.

Marcos nunca ejerció su profesión, ingeniero de sonido, en cambio se dedicó en cuerpo y alma al café, empezó a formar baristas en 2015 y calcula que por sus cursos habrán pasado unos 700 profesionales. Le ha tomado más de una década considerarse un experto en la materia. Si le preguntan ahora cómo es un buen café, responde: “Uno que esté libre de defectos, rico y que me dé gustito, nada más”. Hace 10 años se hubiera explayado mucho más, pero reconoce que “ya se le ha quitado la tontería”.

La elevación del café ha venido acompañada de una subida de precios. Según los datos del INE de septiembre, el café es la bebida que más se ha encarecido en España en 2025, concretamente un 15% entre enero y julio. En los bares ya no se encuentra un café por poco más de un euro, y ni siquiera escapan los que prefieren tomarlo en casa, pues los supermercados, además de la inflación, enfrentan otro fenómeno llamado reduflación, cuando el fabricante reduce el tamaño de los paquetes y mantiene el precio, o incluso lo eleva. A pesar de todo, en España se bebe más café que nunca. Cada persona consume, como promedio, 550 tazas al año, dos diarias, según el informe sectorial del café en España (2023-2024). De cada 100 tazas consumidas, 66 se beben en casa y 34 en bares y cafeterías.

Los precios disparados se achacan a eventos climáticos extremos en los principales países productores. Además, se dice que en China, donde el té era imbatible, han descubierto el café y eso ha multiplicado la demanda. Según el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, China ya es el sexto bebedor de café del planeta. Los números confirman que en los mercados de futuros, el café ha subido más de un 50% en 2025. Mateo Martínez, fundador de Xorxios, una empresa exportadora e importadora de café verde de especialidad que opera en los principales mercados mundiales, confirma que el precio de referencia de la libra de café es más alto que nunca, 4,15 dólares. Sin embargo, él apunta, como los brasileños, a otro sitio, la Bolsa de Nueva York, donde se especula con el café como con el oro y el petróleo. “Los precios están en máximos históricos y eso somete a un gran estrés a los productores, pero si hablas con los etíopes o con los colombianos, cada uno tiene su versión de los hechos. Tradicionalmente la Bolsa era un reflejo de la oferta y la demanda, y ya no es así, no hay una justificación técnica para estas subidas”. Mateo tiene contratado un bróker para operar en el mercado de futuros. “Es la persona más cercana que tengo en ese mundo y sé que hay fondos de inversión metiendo mucho dinero en el café y distorsionando los precios”. A este experto el resto de los factores, incluidos los eventos climáticos y la demanda asiática, no le parecen tan relevantes.

En opinión de Mateo, hasta ahora la industria ha asumido casi todo el sobrecoste del café, pero la crisis está siendo muy larga y quizá no pueda evitarse que las subidas acaben afectando aún más al consumidor. “La cuestión es si hay capacidad para seguir pagando más por un café de calidad. El sentido común me dice que estamos ya en una línea de tensión”. Por esa razón cree que algunos cafés de especialidad se enfocan más en turistas y expatriados, un sector de mayor poder adquisitivo que el nacional. Su pronóstico es que en dos o tres años los precios habrán bajado. “Hay que resistir y adaptarse porque esto pasará”, aconseja.

Aunque parezca que estamos rodeados de cafés de especialidad y tostadores artesanales, en España el negocio del café sigue estando en manos de dos gigantes: Nestlé (Nescafé, Nespresso), que controla un 29,6% del mercado; y JDE (Jacobs Douwe Egberts), con un 9,5%, con marcas como Saimaza y Marcilla. El segmento de café de especialidad creció en 2023 un 15% y se estima que lo seguirá haciendo a un ritmo anual de un 10%. Otra forma de consumo que crece en España a razón de un 3,7% anual es el café ready-to-drink (listo para beber) en todas las variedades imaginables: sin azúcar, con proteínas, descafeinado, sin gluten o sin lactosa. Y la gente compra cada vez más su café personalizado online directamente a tostadores que le garantizan una trazabilidad completa de la materia prima, con sabores y notas muy específicas. En 2023 estas ventas crecieron un 20% y la tendencia ha seguido al alza en 2024 y 2025.

En Toma Café cada uno sigue a lo suyo. Nadie se habla y, si lo hacen, es, pantalla mediante, con alguien que no está allí. “Esto no es culpa del café”, insiste Zoya, y argumenta que en los locales con mesas compartidas existe la misma desolación. “Un café debe ser un lugar de encuentro, y mi lucha es que un local de especialidad tenga la misma vida que un bar”. Quizás haya que empezar por confiscar los teléfonos al tiempo que se pide uno de Etiopía Guji, con mucho cuerpo y notas afrutadas.

Especial Gastro de ‘El País Semanal’

Este reportaje forma parte del Especial Gastro elaborado por ‘El País Semanal’ y EL PAÍS Gastro.

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