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Una exposición en Nueva York vincula la ropa al subconsciente: “La moda mueve millones porque es importante”

Para Valerie Steele, directora del Museo del Fashion Institute of Technology, las prendas son más que pura apariencia: su nueva muestra explora su vinculación con el diván

Cuando Suzy Menkes le dedicó un perfil en The New York Times y lo tituló ‘La Freud de la moda’, poco sabía que 13 años y medio después orquestaría la primera exposición dispuesta a explorar de forma directa la relación entre el psicoanálisis y el vestidor. Dress, Dreams and Desire, la ha llamado. Apuntaba maneras. ...

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Cuando Suzy Menkes le dedicó un perfil en The New York Times y lo tituló ‘La Freud de la moda’, poco sabía que 13 años y medio después orquestaría la primera exposición dispuesta a explorar de forma directa la relación entre el psicoanálisis y el vestidor. Dress, Dreams and Desire, la ha llamado. Apuntaba maneras. Comisaria en jefe del Museo del Fashion Institute of Technology de Nueva York desde 1997, y directora desde 2003, Valerie Steele (Boston, Massachusetts, 70 años) es la decana de la intelectualización de los “trapos”. Muy a su pesar. “A la moda se la desdeña. Es frívola, fútil, banal, estúpida, materialista, burguesa. Todas las cosas con las que los intelectuales no quieren que se les relacione”, espeta desde un despacho lleno de libros y flores. Los primeros son fuerza de hábito —es frecuente encontrarla los domingos en The Strand o en la biblioteca pública—. Las segundas, la resaca del día anterior: la tarde previa a nuestro encuentro telemático se inauguró la muestra, y las felicitaciones llegaban con buqué. “Parece un jardín”, dice con una sonrisa genuina.

El tópico de la moda como algo banal —resultado, en parte, de que durante el último par de siglos se la haya asociado principalmente con la mujer y el hombre gay, “que es otra forma de denigrarla”— es algo con lo que ha tenido que bregar desde que empezó a estudiar el asunto. Aún recuerda a ese colega de posgrado que zanjó la conversación dándose media vuelta cuando, preguntada por el tema de sus tesis, Steele respondió “moda”. “Al parecer no tenía nada que hablar con alguien dedicado a tan absurdo asunto”, rememora riendo. “Siempre me ha intrigado la hostilidad que suscita”. No es que sea un impedimento. Mientras los eruditos levantan cejas escépticas, ella ha escrito más de 30 libros y comisariado otras tantas exposiciones que sacan la moda del vaniloquio en el que se la suele arrinconar. Ahí están The Corset: Fashioning the Body (2000), Love & War: The Weaponized Woman (2006), A Queer History of Fashion (2013), Denim: Fashion’s Frontier (2016). Todos ellos estudios interdisciplinares que refutan el cliché. “La moda es enormemente relevante”, defiende. Y no porque sea un negocio mastodóntico. “No importa porque genere miles de millones. Genera miles de millones porque importa. Porque tiene ramificaciones sociológicas, culturales y psicológicas”, dice. Son esas las que le fascinan. Y a las que lleva décadas dedicada.

Doctorada en Historia Cultural e Intelectual de la Europa Moderna por Yale, a Steele siempre le ha interesado el vestir. Pero no vio la posibilidad de estudiarlo desde algo más que la superficie estética hasta la universidad. El primer trimestre allí, les mandaron leer dos artículos de revista académica. Ella leyó sobre la Revolución Francesa. Su amiga Judy, sobre el corsé victoriano: uno lo abordaba como instrumento de opresión y el otro como sexualmente liberador. Fue una epifanía. “Comprendí que la moda formaba parte de la cultura y podía estudiarla”, recuerda. Fue una pionera en su campo por orientar su enfoque académico hacia la vestimenta.

Desde entonces ha analizado las costuras del corsé, las huellas del tacón y los muchos matices del rosa. “Pero la mayoría de los estudios se han centrado en lo sociológico y lo histórico. Es complicado hablar de moda y psicología, probar nada empíricamente”. Ni siquiera Freud se atrevió a meterse en el jardín del psicoanálisis. “En los 24 volúmenes de su obra, puede que dedicara tres páginas en total a la moda”, señala Steele. Y eso que el austríaco era lo que hoy llamaríamos un fashion victim de manual. En las cartas que escribía a su prometida, Martha Bernays, hablaba constantemente de moda. Del abrigo que necesitaba. Del reloj de plata sin el que no se sentía un ser humano civilizado. De los flamantes vestidos que le compraría cuando fuera rico y famoso. “Era un tema emocional para él. Y ambivalente”. Hasta llegó tarde al funeral de su padre por ir al barbero, recuenta Steele. “Le daba importancia a la imagen”. Mucho hay de ella en su superyó.

De las pertenencias de Freud se conserva poco. Algunas gafas y un abrigo que atesora su museo. Pero el traje vienés de 1900 con el que la exposición arranca —“el tipo hacia el que gravitaría: sastrería de estilo inglés, buenos materiales, corte impecable. Lo más caro que pudiera permitirse. Pagaba en cuotas para asegurarse de que tenía lo mejor”, cuenta la historiadora— es una forma de darle la vuelta a la tortilla y psicoanalizar al padre del psicoanálisis.

Del centenar de piezas que dan forma a la muestra, Steele tiene sus favoritas. Está el vestido sirena de Mugler de 1989, un espectáculo de lurex y poliéster plata que explora la idea de la feminidad como condición de disfraz; la mascarada de la que hablaba la psicoanalista Joan Riviere. El famoso diseño con imperdibles de Versace que llevó Elizabeth Hurley en 1994, una materialización sartorial de la fantasía, y el de aperturas vertiginosas que lució Jennifer Lopez en 2000, demostración cuasiperfecta del fetichismo, la mujer fálica y el erotismo espoleado por el juego de lo que se ve y de lo que escribía Genevieve Morel. Dos looks de la colección Freud or Fetish de Galliano para Dior. Un Gaultier de pechos cónicos. El abrigo con pinchos del invierno 2020 de Viktor & Rolf, una colección creada en plena pandemia que jugaba con el armario como proyección del estado de ánimo. Y, posiblemente la niña bonita de la muestra, la chaqueta de terciopelo con espejos de la colección Zodiac de Schiaparelli. Cesión de Francesca Galloway —dueña de tan imponente colección de moda que le han hecho un libro—, indaga en la relación con los espejos y su papel en la construcción de la identidad. La de Elsa, a quien su madre le dijo desde pequeña que era fea, fue ambivalente. Tendía a evitarlos. “A Schiap la conozco de oídas. Solo la he visto en un espejo. Para mí, es una especie de quinta dimensión”, escribió la diseñadora en sus memorias.

Materializar Dress, Dreams and Desire ha llevado cinco años. Normalmente no pasa de dos. “Solo he hecho una exposición con tanta investigación, y fue la del corsé, hace 25 años”, apunta la comisaria. Si hubo retos a la hora de orquestarla, el primero fue entender a Jacques Lacan. “Es muy enrevesado”, dice, medio en broma. El segundo, explicar conceptos del psicoanálisis a una audiencia interesada sobre todo en la moda. “Cuando le enseñé a mi marido, que siempre es mi primer lector, las 80 páginas iniciales del borrador, me dijo: ‘Esto es aburridísimo”. Ni persuadir a patrocinadores y filántropos para recaudar los fondos, ni deliberar con un comité asesor y un grupo internacional de psicoanalistas el contenido, ni hacerse con las ciento y pico piezas. Navegar por conceptos como el inconsciente, el yo-piel o el estadio del espejo de Lacan sin que flaquee la atención es, sin duda, la parte más difícil.

Desestimar el montaje cronológico habitual e hilar la exposición como un viaje por el subconsciente —con pasillos laberínticos, espejos, pequeñas ventanas que dejan entrever— fue intencionado. Desde que vio la puesta en escena que Judith Clark hizo para Malign Muses en Amberes, Steele ha hecho de la escenografía un caballo de batalla. Y de todas las muestras que ha urdido hasta la fecha, “esta es la mejor en términos de experiencia visual”, asegura. “Quiero que el público entre en el mundo nocturno de su propio inconsciente”.

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