La misión de Sara García Alonso (en la Tierra)

La bióloga molecular e investigadora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas es, también, la primera astronauta española de la historia designada por la Agencia Espacial Europea. Pero mientras se prepara para viajar al espacio ya ha empezado su labor de divulgación científica entre niños y adolescentes

Sara García Alonso, bióloga molecular y candidata​ a astronauta española.Caterina Barjau

—¡Cinco, cuatro, tres, dos, uno!

La sala del teatro permanece a oscuras, solo iluminada por los focos de varias cámaras de televisión. Los gritos comienzan de nuevo:

—¡Cinco, cuatro, tres, dos, uno!

De fondo, unos tambores que recuerdan a la banda sonora de 2001: Una odisea del espacio.

—¿Y si viene volando? —pregunta un niño de 12 años a otro.

En el patio de butacas, alguien ha vuelto a empezar una cuenta atrás. De pronto, se enciende un foco. Por las paredes del teatro sube un chillido ensordecedor. Un chillido propio de un concierto de Taylor Swift o de Bellingham posando después de un partido. Más de 600 gargantas de entre 5 y 18 años gritando mientras se abre la puerta de la sala y entra una mujer treintañera con el pelo en llamas que choca todas y cada una de las manos infantiles que se le tienden como tienden los creyentes los brazos a la Virgen.

La sala comienza a corear: ¡Sara, Sara, Sara! Ella, que ya ha llegado al escenario, manda besos al aire con las manos. Desde la primera fila, una clase entera de astronautas de un metro de altura con gorros de papel albal en la cabeza y mochilas forradas con el logo de la ESA, la Agencia Espacial Europea, la mira con veneración. Una niña lleva su foto impresa en un papel para pedirle después un autógrafo. Otra, con un conejito amarillo de peluche bajo el brazo, agarra una libreta con la imagen de Sara en la portada. En la contraportada, una frase de la propia Sara: “La curiosidad es un combustible que nos aproxima a destinos lejanos”. Firmado: Sara García Alonso. Sara la científica, la bióloga molecular, investigadora del cáncer. Sara, la que rompió los límites. Sara, la primera astronauta española de la historia. Astro Sara. Pocas veces ha tenido la ciencia española una estrella tan brillante.

Todo comenzó el 23 de noviembre de 2022. En realidad, todo comenzó mucho antes, pero fue el 23 de noviembre de 2022 cuando Sara temblaba detrás de una pesada cortina mientras al otro lado los ministros de Ciencias de toda la Unión Europea y un centenar de medios esperaban. Unos días antes recibió una llamada. “Hola, Sara. Soy Josef Aschbacher, ¿me recuerdas?”, dijo la voz del director ejecutivo de la Agencia Espacial Europea. Eran las nueve de la mañana y Sara caminaba a su puesto de trabajo de investigadora en el CNIO, el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, cuando la voz que llamaba con prefijo francés le dijo que había sido seleccionada como astronauta de la promoción de la ESA de 2022. “En los próximos días, recibirás instrucciones para viajar a París. Debes mantener el secreto. No se lo cuentes a nadie. Bueno, se lo puedes contar a tu marido ya que has hablado tanto de él en las entrevistas…”, dijo la voz con una risita. Sara le mandó un wasap a Mario, su marido, y entró al laboratorio donde estuvo hasta las 17.30 enfocada en moléculas y fármacos contra el cáncer sin permitirse pensar en que estaba a punto de hacer historia.

Astronautas de primaria abrazan a Sara García Alonso en un acto dedicado a su figura.Caterina Barjau
Sara contempla los trabajos de niños de primaria.Caterina Barjau

Pero días después, ya en París y aguardando junto con Pablo Álvarez Fernández y 15 compañeros astronautas de otros países europeos a que la cortina se levantara, el peso de la historia se derrumbó sobre ella. “En la sala de espera, antes de salir al escenario, empecé a sentirme mal. Me puse muy muy nerviosa. Sentía ansiedad. Alguien me preguntó si estaba bien porque me puse muy blanca. Yo no dejaba de pensar: ¿es esto lo que quiero? Porque sabía que en cuanto se levantara la cortina, mi vida cambiaría para siempre. Y estaba a punto de suceder. La mujer de recursos humanos de la ESA nos dijo en ese momento: “Si alguien no se siente seguro de dar este paso, este es el momento de abandonar”. Me miraba a mí cuando lo decía. Y me di cuenta de que sí, iba a tener el valor de dar ese paso. Cambiarlo todo. Y allí me dije: si te quedas, ya no tiene sentido que te pongas nerviosa ni que dudes. Ahora esta es tu vida y debes dar lo mejor de ti”.

Sara se quedó y, en ese preciso momento en el que tomó la determinación y los focos la alumbraron por primera vez como astronauta de reserva española, nació Astro Sara. “Aquí no cabe la Sara de siempre, esa que se pone nerviosa o que duda o que tiene pánico a hablar. Estoy en mi papel y defiendo a la ciencia y a España y para eso no me sirve Sara. Astro Sara no puede permitirse estar con ansiedad porque su labor es demasiado importante”, confiesa después de una mañana de charlas en dos institutos de Murcia distintos en los que ha explicado con una dicción perfecta y calma absoluta la importancia de los experimentos científicos en el espacio.

Antes de la última charla, la figura de Astro Sara se impone como una celebridad cuya presencia está lista para ser exprimida. El alcalde quiere la foto para subirla a redes sociales; la concejala quiere la foto; la hija de la concejala también; la directora del colegio; la guía del museo; los profesores y los alumnos. Sara posa con una sonrisa perfecta, la espalda recta, la expresión impasible. Les da la foto. “Este es mi papel cuando estoy en un evento”, cuenta, y prosigue: “Cuando entro en casa vuelvo a ser Sara y no me acuerdo de Astro Sara ni hablo de ella”.

—Podría haber seguido siendo alguien que está fuera del foco aun después del anuncio.

—Sí, pero me pareció importante. Vi que tenía tirón en medios y quise aprovecharlo.

—¿Aprovecharlo para qué?

—Para poder divulgar la ciencia.

—Pero nadie se lo pidió. Ni el CNIO ni la ESA.

—No, es una iniciativa completamente mía.

—¿Y no es un peso muy grande para usted sola?

—Sí que lo es. A veces es un peso enorme estar constantemente en el foco cuando no te gusta estar en el foco. Pero cuando veo a los niños gritar “¡Sara, Sara!” o a las niñas que se me acercan y me dicen que quieren ser científicas…, merece la pena el esfuerzo. En realidad, lo mejor que le podría haber pasado a España y a nosotros es que Pablo sea astronauta titular y yo reserva. A mí se me da bien divulgar y muy mal cumplir órdenes arbitrarias que nadie me explica.

Y ahí, entre las costuras de un traje de superheroína que ella misma se ha cosido para hablar en el nombre de la ciencia y de todo un país, se distingue la piel de la otra Sara, difícil de ver como un animal en estado salvaje. Alguien que solo le rinde pleitesía a sí misma, a su familia y a los valores que ha aprendido en casa.

Esther Alonso y Marino García se enamoraron en León a los 16 años y empezaron a vivir juntos casi enseguida huyendo de sus casas. Diez años después, en 1989, y por sorpresa porque su situación económica no les permitía plantearse la idea de tener hijos, nació Sara. Marino trabajaba entonces de delineante en una imprenta, trabajo que dejó para abrir una ebanistería con sus hermanos que fue arrasada por la crisis de 2008. Ester se colocó como dependienta en una tienda de retales y, cuando su marido quedó en paro por la crisis, empezó a trabajar limpiando para una empresa en la que ahora es administrativa. Marino, después del descalabro, no ha podido encontrar trabajo. “No terminaron el instituto y, aunque venían también de familias sin estudios, descubrieron por sí mismos lo que son las penurias de no tener una formación mínima que te permita acceder a ciertos trabajos, tener que ir sobreviviendo con lo que encuentres, mal pagado y haciendo muchísimas horas”, relata su hija.

Niños de primaria en Almendralejo (Badajoz) vestidos de astronautas en honor a Sara.Caterina Barjau
"Cuando las niñas se me acercan y me dicen que quieren ser científicas... merece la pena el esfuerzo", confiesa Sara sobre su compromiso divulgativo.Caterina Barjau

A pesar de que ninguno de los dos ha tenido nada que ver jamás con la biología, el espacio ni la ciencia, Sara terminó el bachillerato con matrícula de honor, se licenció en Biotecnología con matrícula de honor y se doctoró en Biología Molecular del Cáncer cum laude obteniendo el Premio Extraordinario de Doctorado a la mejor tesis doctoral en Medicina de la Universidad de Salamanca. Todo en universidades públicas y a golpe de becas. “Lo que me inculcaron fue que si me comprometía con algo o si empezaba algo, debía terminarlo. Debía cumplir mi palabra y también asumir la responsabilidad de mis actos. En mi casa nunca había pasta, básicamente llegábamos a fin de mes de milagro, y me transmitieron la cultura del esfuerzo, porque al no haber tenido nunca ayuda económica ni amigos que te conecten o te faciliten la vida, siempre nos ha tocado currar un montón”.

—¿Cree en la meritocracia?

Se produce un largo silencio. Sara enfoca la vista en la carretera. Conduce el coche de su tía mientras vamos a un nuevo evento, esta vez en Almendralejo, Badajoz, donde la han elegido como figura por el Día Internacional de las Mujeres y las Niñas en la Ciencia.

—A ver, no. No creo que la meritocracia exista porque todo está construido de una forma en la que solo acabas en un buen sitio por enchufe, pero, al mismo tiempo, me doy cuenta de que lo mío es meritocracia de manual, así que es contradictorio que yo no crea en la meritocracia pero vea que en mi caso hay meritocracia. Pero podemos pensar al mismo tiempo una cosa y la contraria, ¿no? El mundo es como una radiografía, no hay blancos o negros. En realidad, son todo grises.

Se levanta a las seis de la mañana. Hace cardio, fuerza, pesas y comba en el salón de su casa mientras su marido duerme. Hay días en los que sale a correr. Otros, hace vinyasa yoga avanzado. Entrena hasta las ocho de la mañana y luego desayuna leyendo el periódico. Tostadas integrales con jamón york y tomate. Un poco de queso. Un café con leche muy muy caliente. Luego otro. A lo largo del día toma unos cuatro cafés, siempre con leche hirviendo. A las 9.30 ya ha salido de casa para ir caminando al CNIO. Las horas en el laboratorio las exprime al máximo. Solo está para la investigación y para resolver las dudas de los tres estudiantes de doctorado a los que está dirigiendo la tesis. A mediodía, parará 20 minutos para comer. Comerá de un táper que ella misma se prepara a diario con unos palillos chinos en la mano que le hacen comer más despacio. Comerá sola, primero porque de niña pasaba tanto tiempo sola que acabó haciéndose solitaria y segundo porque no le gusta esperar a que los demás terminen de comer. “Me gusta gestionar mi tiempo porque para mí es lo más valioso que existe”, justifica.

Sara García Alonso y el preparador de astronautas y atleta Guillermo Rojo, en un entrenamiento en Mérida.Caterina Barjau
Sara García Alonso, con uno de los estudiantes de doctorado en el CNIO.Caterina Barjau

A las 17.30 saldrá del trabajo y volverá caminando a casa, donde o recogerá el apartamento o pondrá una lavadora o preparará la comida del día siguiente. También gestionará su nueva vida: contestar correos, preparar viajes. El año pasado, entre conferencias y entrevistas, asistió a 403 eventos. En total, desde que la nombraron astronauta y al cierre de esta edición, lleva 1.640 invitaciones.

Si tiene tiempo libre para ella, hará puzles o muñequitos de croché, uno de sus mayores hobbies. En el móvil guarda una carpeta con las fotos de todos los muñecos que lleva tejidos. “Este es del que más orgullosa me siento”, dice mostrando un Charmander de ganchillo perfecto. “Hago yo misma los patrones con progresiones matemáticas. En realidad, son espirales que son múltiplos de seis y teniendo esto en cuenta vas abriendo o cerrando la espiral”. Después cenará con su marido, en lo que defiende que es su momento favorito del día, y se irá a dormir. “Es una rutina bastante anodina”, dice. Una rutina que cumple desde hace ocho años, el momento en el que decidió construirse la vida que la ha llevado hasta aquí.

Si 2022 fue el año del nacimiento de Astro Sara, 2016 fue, en sus propias palabras, el año de la revelación. Al mismo tiempo que estaba preparando su tesis, empezó a reconfigurarse por dentro y por fuera. El primer paso fue teñirse su pelo castaño claro natural al rojo 8RR, un tono cercano al color de la superficie de Marte y que ahora es ya seña de su identidad. Después, empezó a hacerse los tatuajes que llevaba tiempo deseando, el primero un gran dragón en las costillas cuya cola se bifurca en una espiral del ADN. Después vino el átomo del antebrazo izquierdo, los nueve planetas del sistema solar (“incluí a Plutón porque lo aprendí así en el cole”), una astronauta biónica, la simplificación gráfica de la portada de The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd, y la representación en ondas de su propia voz pronunciando Shine on You Crazy Diamond, nombre de una canción del mismo grupo.

Cuenta que se obligó a sí misma a ser menos tímida, a mirar a la gente a los ojos, a hablar en público. Y también que cambió su dieta y empezó a hacer dos horas de ejercicio al día. “Tengo la disciplina de un soldado”, justifica, y prosigue: “Yo he tenido ciertas características de niña y cuando he sido consciente de esos, digamos, defectos, de esas partes de mi personalidad que no me gustaban, he hecho todo lo posible por mejorarlo”. También aprendió a decir no, sobre todo, a compromisos sociales que sentía que no le aportaban. Obstinada, sin permitirse fallos ni perezas, en todo ese proceso, ganó autoconfianza. Aunque asegura que aun después de haber sido elegida una de los 17 astronautas en un proceso al que se presentaron 23.000 personas, sigue sintiendo el síndrome de la impostora. “Soy una persona que se exige mucho, pero en el momento en el que consigue algo, inmediatamente piensa que no era tan difícil”. Solo el 0,074% de todos los que se presentaron fueron elegidos como astronautas.

Sara, con la actriz Vicky Luengo; la presidenta del Congreso, Francina Armengol, y la empresaria Mireia Badía.Caterina Barjau
Sara García Alonso, en las instalaciones de los laboratorios del CNIO.Caterina Barjau

En Instagram, donde a veces enseña sus rutinas de ejercicios y retos como el de combinar flexiones y levantamiento de mancuernas, se suceden los comentarios de asombro. “Es como la versión real de Capitana Marvel”, dice uno. Otro: “Esta chica es perfecta”. Otro: “Sara, ¡tú ya eres de otro planeta!”. “El deporte pasó de quiero tener un cuerpo bonito y estético a quiero tener resistencia, quiero tener fuerza, agilidad, movilidad. Quiero ser una máquina humana que funcione perfectamente”, confiesa ella. Esa máquina humana de 1,70 metros de altura y 61 kilos que funciona perfectamente y cuyo corazón late a 40 pulsaciones por minuto en reposo es también una de las razones por las que fue seleccionada para volar fuera de la Tierra. En su currículo presentado a la ESA, Sara contó que tiene el título de submarinismo y practica krav magá y paracaidismo. También que la primera vez que saltó en paracaídas, este no se abrió. Estaba mal plegado y, después de tirar de él, se dio cuenta de que estaba enredado. Con sangre fría, se puso a dar patadas en el aire y a girar hasta que lo desenredó y aterrizó en un lugar muy alejado del punto marcado, pero viva. “En realidad, el nivel de preparación física de Sara está muy por encima del necesario para un astronauta”, reconoce Guillermo Rojo, preparador de astronautas, atleta y campeón paralímpico como guía, y después dice: “La ESA lo que busca es gente que esté sana. Completamente sana”. De hecho, una de las pruebas fue pasar cinco días en un hospital francés en el que les hicieron toda clase de exámenes médicos.

Antes de eso, Sara se convirtió en el número ­38-MP-49 y se enfrentó a un proceso de selección que venía determinado primero por el currículo y la carta de motivación. Después tuvo que pasar pruebas de memoria, conocimientos y aptitudes. Un día estuvo 11 horas con test de inteligencia; otro, con evaluaciones psicológicas, ejercicios que ponían a prueba sus nervios y su capacidad de decisión en situaciones límite. “Había una prueba que recuerdo en la que una voz empezaba a decirte cadenas numéricas a distinta velocidad y diferente entonación y no sabías si iban a ser 6 números o 40 y entonces se paraba y tenías que reproducir todos los números a la inversa”. El proceso de selección duró 18 meses y el único requisito era aprobar todas las pruebas para poder ser seleccionado. “Fue un proceso ciego. Sentí por primera vez que me valoraban por lo que podía demostrar. Me tenían en cuenta no por ser amigo de o por haber estudiado en, valoraban mis capacidades. En las pruebas había gente brutal, con una memoria prodigiosa o máquinas en física o matemáticas. Pero el truco era sacar un 6 en absolutamente todo”, cuenta. Y después confiesa:

—El 95% de la gente que se presentó al proceso sabía que existía la ESA.

—¿Usted no lo sabía?

—Había oído hablar de una agencia, pero para mí el espacio era algo superlejano. Todos los que se presentan dicen que soñaron con ser astronautas desde niños. Yo no.

—¿Le sorprendió su decisión de presentarse a astronauta?

—No me lo esperaba, pero tampoco me sorprendió. Antes de que se presentase, le había hecho la broma de que debía trabajar en el CNI.

—¿En el CNI por qué?

—Porque es increíblemente inteligente.

El que habla es Mario, el marido de Sara. La ha acompañado a un viaje a Mallorca en el que Sara, invitada por la presidenta del Congreso, Francina Armengol, participa en una mesa redonda con mujeres presidentas de los países de la Unión Europea sobre liderazgo femenino. Mario la acompaña como una sombra. Está a su lado pero no la eclipsa. Huye del brillo de la fama que ahora rodea a su esposa. De hecho, es imposible encontrar una sola foto de los dos juntos en internet o en redes sociales. Al igual que a Ester y Marino, Sara protege a Mario con un celo inquebrantable: solo los que mejor la conocen saben que él existe y que es, con su presencia tranquila, su mayor apoyo. “Mario es el hilo que me ata a la vida, a la realidad. Es mucho más sociable que yo. Cuando él no está, puedo pasarme días encerrada, sola, sin hablar con nadie. Me pongo a hacer proyectos y me voy convirtiendo en un ser muy cíborg que desconecta de la realidad. Y Mario está allí y hace que vea la luz del mundo. Me mantiene humana”, confiesa Sara. Se conocieron cuando ella tenía 16 años y él 15 en la Escuela de Idiomas de León. “Yo entonces era gótica y vi a un chico con una camiseta de Led Zeppelin y dije: ‘Esta es la mía”, recuerda ella. Se casaron el año pasado, en una boda íntima en el Ayuntamiento de León. Ella fue con un vestido rojo. Él, con botas de vaquero.

Más de 600 niños se reunieron en Almendralejo (Badajoz) para celebrar la figura de Sara por el día de la mujer en la ciencia.Caterina Barjau
Sara García Alonso.Caterina Barjau

Fue Mario el que estuvo al lado de Sara cuando ella se quebró. En 2018, justo después de haber obtenido el cum laude por su tesis, vivió los peores meses de su vida. “Siempre tomo decisiones muy racionales, nunca impulsivas porque no quiero tener nada de lo que arrepentirme. Pero esto, esto es de lo único de lo que me arrepiento. Me obsesioné con una sola idea y eso me consumió”. Después de una carrera académica brillante, no encontraba un camino profesional que la motivara lo suficiente y se obsesionó con la idea de entrar a trabajar en Genentech, una corporación biotecnológica de San Francisco. “No dormía por las noches, mandaba e-mails que nadie me contestaba y entré en un círculo vicioso de ansiedad y depresión e insomnio. Estaba siempre cansada, no tenía motivos ni para levantarme del sofá”, recuerda ahora. Fue Mario el que le dijo que probase a contactar con otros laboratorios. Haciéndole caso escribió a uno en Bélgica y al de Mariano Barbacid, en el CNIO. Le contestaron de los dos ofreciéndole trabajo. Decidió quedarse en Madrid y entrar en el equipo de Barbacid, donde ahora dirige un proyecto sobre la proteína RAF1, una diana terapéutica contra cánceres como el de páncreas o el de pulmón. Tres años después de trabajar en la poyata del laboratorio, la ascendieron a investigadora. Unos meses después, anunciaron que también sería astronauta.

“Al espacio se va a hacer ciencia”, cuenta Sara en una sala con más de 100 adolescentes que permanecen en un silencio reverencial. “Que nadie os diga que hay carreras de chicos o de chicas. Que nadie os diga que no sois buenos para las matemáticas”, dice en otro momento. Convertir a la causa de la ciencia al mayor número de niños, pero, sobre todo, de niñas por su histórica ausencia en las carreras de ciencias en España —las mujeres representan actualmente solo el 30% de los graduados en carreras STEM, según el estudio de Esade Mujeres en STEM—, es la misión que cumple en la Tierra a la espera de ser enviada a la Estación Espacial Internacional. Por el momento, al ser astronauta de reserva, no tiene una fecha asignada para su misión. Solo sabe que será una misión corta, de unas dos semanas, y que irá a hacer un experimento científico mientras ella misma se convierte en una cobaya de laboratorio: ir al espacio supone una pérdida muscular y ósea acelerada, un envejecimiento prematuro que es estudiado mientras están fuera de la Tierra y cuando vuelven. También es la profesión con mayor índice de mortalidad de todas las existentes.

—¿Merece la pena pasar por algo así?

—Sí. Es ver hasta dónde puede llegar el ser humano. Cuál es el límite. Y el límite se va expandiendo a medida que vamos cada vez más lejos.

—¿Qué pasará cuando supere este límite?

—No lo sé y por primera vez me encanta. Saber que conseguí que se volviera a hablar de ciencia, de exploración espacial, que fui la primera mujer astronauta española, que probablemente inspire a más astronautas o científicas, y que después de 30 años España volviera a tener presencia en el sector aeroespacial, con eso ya me vale. ¿Qué pasará después? A lo mejor lo dejo todo y me pongo a viajar por el mundo. No tengo ni idea.

“Persigo la perfección sabiendo que no existe y que nunca la alcanzaré”, dice, y añade: “Es uno de mis mantras”. El sentido del deber, el compromiso con la ciencia, la ha llevado después a no saber parar, a que todo le pareciera necesario e importante. Al menos al principio. Ahora ya se ha adaptado a una agenda agotadora y a que la paren por la calle y que le pidan selfis a diario. Hasta Casio ha sacado una calculadora con su cara. Aun así, debajo del traje de Astro Sara, sigue viviendo la hija única y sin primos que se sentía rara, incomprendida, y odiaba el colegio. “Me aburría muchísimo”, confiesa. “Siempre fui la niña gordita. De adolescente, la amiga de la chica guapa. Y llegó un momento en el que me empezó a dar igual y dejé de necesitar la validación de los demás. Odio las competiciones, no me gusta medirme con nadie. En realidad, todo esto lo hago por un deseo egoísta, el de demostrarme que puedo ir más allá”. “A veces me gustaría tener más anonimato”, confiesa después de encadenar semanas de viajes, pero, vayamos a donde vayamos, es como si llevara a todas partes un foco justo encima que la ilumina destacándola. Puede haber 30 personas y mirarás a Sara. Puede haber 600 y seguirás con los ojos pegados a Sara. Su persona es un punto de fuga inevitable. Esa transmutación de la materia que convierte lo raro en excepcional.

Son más de las once de la noche y paseamos entre la luz ambarina de la enésima ciudad que Sara visita esa semana. Mañana tiene un acto con estudiantes. Unos días después, una conferencia con científicos. Se ha confundido varias veces de camino de vuelta al hotel y confiesa que tiene muy mala orientación. “Por suerte, ahora que los astronautas deben ser científicos y no pilotos, la orientación es lo de menos”, ríe. De pronto, en la acera de enfrente y en mitad de la noche, alguien dice en voz alta:

—Esa…, ¿esa no es la astronauta?

Sara García Alonso, científica. Caterina Barjau

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