La casa del artista Carlos Garaicoa, un pedacito de La Habana en Madrid

El creador cubanoespañol y su esposa, la música Mahé Marty, han convertido este piso rehabilitado por el arquitecto Juan Herreros en un vibrante punto de encuentro para creadores locales y latinoamericanos

Mahé Marty y Carlos Garaicoa, frente a una pieza reciente del artista, realizada con la ayuda de un carpintero y un pintor de coches de Carabanchel.Yago Castromil

Quien entra en la casa de Carlos Garaicoa (La Habana, 57 años) enseguida se entera de qué va el asunto. “Cambio”, dice una pieza de terrazo que el artista cubanoespañol hizo incrustar en el suelo del recibidor cuando reformó su espacioso piso en el centro de Madrid, cerca de Ópera. Una casa a la que constantemente afluye gente, y en la que Garaicoa; su esposa, la música Mahé Marty, y los hijos de ambos se instalaron tras más de una década viviendo en España. Además de su fu...

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Quien entra en la casa de Carlos Garaicoa (La Habana, 57 años) enseguida se entera de qué va el asunto. “Cambio”, dice una pieza de terrazo que el artista cubanoespañol hizo incrustar en el suelo del recibidor cuando reformó su espacioso piso en el centro de Madrid, cerca de Ópera. Una casa a la que constantemente afluye gente, y en la que Garaicoa; su esposa, la música Mahé Marty, y los hijos de ambos se instalaron tras más de una década viviendo en España. Además de su función descriptiva, el letrero ofrece una carga emocional. “Es un pedacito de La Habana porque se inspira en los terrazos que solían ponerse en las entradas de sus tiendas”, informa Garaicoa. “También es parte de una obra que hice hace tiempo, un tapiz que decía ‘Revuelta, Batalla, Cambio’. Acá nos quedamos con el cambio”.

La palabra posee especial significado para un artista conceptual que no parece interesado en dar con un estilo reconocible y repetir fórmulas de éxito. Ha realizado pinturas, vídeos, esculturas e instalaciones, siempre tan cuidadas como diversas en lo formal. Varias piezas diseminadas por la casa dan prueba de ello. Una alfombra con el mensaje “La lucha es de todos. De todos es la lucha”, una escultura con dos figuras de cristal de Murano unidas por un tubo metálico, o una pintura tridimensional que representa dos cúpulas geodésicas, de reciente producción, se dirían creaciones de artistas distintos, pero todas están firmadas por Garaicoa. Junto a ellas, obra de otros autores a los que admira o conoce.

El salón, decorado con muebles de diseño del siglo XX y la icónica mesa de Isamu Noguchi. La alfombra y la escultura de cristal son del propio Garaicoa, parte de la instalación Jardin Fragile, que realizó para la Bienal de Venecia de 2019.Yago Castromil

Todo ello se integra, junto con una esmerada selección de muebles de diseño del siglo XX y armarios hechos a medida, en lo que fue una residencia de estudiantes, de cuya transformación en vivienda familiar se encargó el arquitecto Juan Herreros, autor experimentado en el ámbito artístico, con proyectos como el Museo Munch de Oslo. “Planteamos la reforma como un diálogo a tres entre Juan, Mahé y yo”, cuenta Garaicoa. “Él entiende como pocos las necesidades del arte, y tiene una mirada nórdica y racional que se complementa con la nuestra. El resultado es una casa no de lujo, sino lujosa, por cómo cubre nuestras necesidades”.

El próximo 24 de febrero se inaugura π=3,1416, su cuarta exposición individual en la galería madrileña Elba Benítez, donde presentará otros híbridos de pintura y escultura en los que ha estado trabajando últimamente, producidos con la colaboración de un carpintero y un pintor de coches vecinos a su estudio del barrio de Carabanchel, y una maqueta encapsulada en una urna de cristal. Mientras, participa en la Bienal de Cuenca (Ecuador) con una gran instalación. Y en verano abrirá el festival de música clásica de Lerici (Italia) con Abismo, un vídeo sobre cuyas imágenes Mahé Marty tocará en directo una pieza de clarinete de Olivier Messiaen. “A mi edad, quiero darme el placer de hacer cosas que me gustan”, explica. En mayo le espera una retrospectiva en el CAAM de Gran Canaria que reflejará esta trayectoria mutable y gozosa.

'Cambio', la instalación de terrazo de Garaicoa incrustada en el suelo de la entrada de su casa. Detrás, una obra del artista islandés Hreinn Fridfinnsson y otra del cubano Gustavo Pérez Monzón.Yago Castromil

Lo que comparten todos estos trabajos es un interés por lo político, y también por la arquitectura y la ciencia. “El arte como mero objeto no me interesa, así que mi obra está atravesada por la matemática, la geometría, la composición y el ritmo”, explica. “Ahí está la influencia de las vanguardias rusas: Rodchenko, Tatlin. Pero también del minimal y el conceptual del siglo XX, con Morris, Ko­suth, Broodthaers”.

Antes de dedicarse profesionalmente al arte, Garaicoa cursó una formación profesional en termodinámica. En 1984, cuando tenía 17 años, presenció la primera Bienal de arte de La Habana, y allí descubrió al pintor chileno Roberto Matta, cuyo trabajo le decidió a seguir por esa senda. Estudió en el Instituto Superior de Arte de los 21 a los 24 años, coincidiendo con una época decisiva para la escena cubana: “A finales de los ochenta hubo una revolución de las artes, y yo entré en contacto con ese contexto con mucho entusiasmo, así que para cuando terminé los estudios ya estaba haciendo carrera internacional”.

'La lucha', una alfombra-trampantojo de falso terrazo, obra de Garaicoa.Yago Castromil

Después de viajar a otros países —Suiza, Estados Unidos— y de una residencia en Brasil, en 2007 se asentó en Madrid con Mahé y su primer hijo, Rodrigo, nacido en Argentina por motivos prácticos. “Para nosotros habían sido traumáticas las dificultades de viajar siendo cubanos, y queríamos facilitarle las cosas”, cuenta. “Santiago, el segundo, nació acá. Es cien por cien madrileño”.

Para entonces, ya era un artista internacionalmente reconocido. Había participado en la Documenta de Kassel o las bienales de Venecia, São Paulo y Liverpool, y expuesto en el MoMA neoyorquino. Compró un piso y un estudio en el barrio de Malasaña, pero no perdió la relación con Cuba a través de su anterior estudio, que seguía en activo. Sin embargo, estaba tan descontento con la situación política y social de la isla que al principio no se planteaba volver. La esperanza de la apertura que se atisbaba con las relaciones entre Barack Obama y Raúl Castro le hizo cambiar de opinión: “Regresé en 2009 para fundar, junto a Mahé, Artista por Artista, una residencia donde dimos becas a artistas cubanos y de otros países. Aquello duró seis años. Por desgracia, hemos vuelto a un momento de retroceso, con el autoritarismo agudizado y muchos artistas perseguidos y encarcelados. Hay poco espacio para el pensamiento y para fundar un país sobre el diálogo y la cultura. Pero mantengo un gran afecto por Cuba. Creo en el arte que se hace allí. Y sigo pensando que es mejor hacer cosas que no hacerlas, así que me gustaría retomar el proyecto”.

La cocina, donde está una de las piezas más apreciadas: cerámica del pintor sevillano Miki Leal.Yago Castromil

Entre tanto, su actual casa, donde vive desde hace tres años, y su estudio funcionan como puntos de encuentro para una comunidad de creativos españoles, cubanos y de otros países latinoamericanos. “Siempre he pensado que, cuando uno logra algo de éxito, tiene la obligación de compartirlo”, afirma. “A Mahé y a mí nos gusta tener personas alrededor, hacer cenas, fiestas y reuniones para crear comunidad, fortaleciendo la escena. Primero en La Habana, y luego en Madrid”. Hace ya dos años que trasladó el estudio —también reformado por Juan Herreros— a Carabanchel, barrio obrero que en los últimos tiempos está viviendo un apogeo artístico gracias a los creadores y galeristas que abren espacios, lo que ha provocado debates sobre el difícil equilibrio entre el florecimiento cultural y las tensiones gentrificadoras. “Ahora es cuando por fin veo que Carabanchel está despegando, y tratamos de contribuir a ello”, dice Garaicoa. “Como tengo fama de hacer buenas fiestas, se me ocurrió la idea de organizar unas charlas con paella para atraer a la gente. El último evento se montó alrededor de una exposición de Héctor Onel, joven pintor cubano que es mi ayudante en el estudio”. Mientras, su anterior estudio, en la calle de la Puebla, lo cedió al galerista Christian Gundín para que abriera en Madrid una sede de su sala El Apartamento (originalmente ubicada en La Habana), donde expone obra de otros artistas cubanos, como Yaima Carrazana o Levi Horta.

Otros artistas latinoamericanos de su generación, como la mexicana Teresa Margolles, el chileno Patrick Hamilton o el venezolano Alexander Apóstol, también residen en España y, como él, han contribuido a la riqueza de su escena cultural. Sus carreras y sus vidas llevan décadas entrecruzándose antes de confluir en el mismo país. “Es curioso que somos colegas desde hace 30 años y todos vinimos a vivir acá por el mismo tiempo”, prosigue Carlos. “España ha sido muy positiva para nosotros. Pero este tránsito cultural entre continentes también ha beneficiado a España, porque sus artistas más internacionales ahora mismo son latinoamericanos. Sin embargo, siguen sin considerarnos españoles, sino de nuestros países de origen. Yo llevo 15 años pagando impuestos en España, mis hijos son españoles y tengo pasaporte español, y apenas vivo 20 días al año en Cuba, pero a todos los efectos sigo siendo un artista cubano. Por primera vez, una artista originaria de un país fuera de España como Sandra Gamarra va a representar a España en la Bienal de Venecia, algo que ya tocaba. ¡Sandra lleva en España más años que yo, y es más española que cualquiera! En las universidades se nos debería estudiar como artistas españoles. Mis problemas son los mismos que tiene España. Mi único problema en Cuba es la nostalgia”.

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