Frente de Liberación Chus Lampreave

Seguiré metiéndome donde no me llaman. Ya me gustaría a mí no hacerlo, pero no puedo: es lo malo de ser escritor

Chus Lampreave en la película de Nacho G. Velilla, 'Fuera de carta' (2008).

Me lo han dicho mil veces: ¿por qué no te callas? ¿Quién te manda meterte donde no te llaman? ¿No fue lo primero que le oíste decir a tu madre: “Javi, tú no te signifiques”? ¿Por qué carajo tienes que hablar de política? ¿Por qué no te limitas a hablar de Borges y de John Ford, que es de lo que sabes? Y no me vengas con el rollo patatero de que política viene de polis, que significa ciudad y la ciudad es de todos, o con lo de que democracia significa poder del pueblo y el pueblo somos todos; dime la verdad: ¿no te da vergüenza pasarte el día haciendo el indio, a tus años? ¿No estás hart...

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Me lo han dicho mil veces: ¿por qué no te callas? ¿Quién te manda meterte donde no te llaman? ¿No fue lo primero que le oíste decir a tu madre: “Javi, tú no te signifiques”? ¿Por qué carajo tienes que hablar de política? ¿Por qué no te limitas a hablar de Borges y de John Ford, que es de lo que sabes? Y no me vengas con el rollo patatero de que política viene de polis, que significa ciudad y la ciudad es de todos, o con lo de que democracia significa poder del pueblo y el pueblo somos todos; dime la verdad: ¿no te da vergüenza pasarte el día haciendo el indio, a tus años? ¿No estás harto de que te partan la cara? ¿Quién te has creído que eres? ¿El capitán Trueno? ¿Tú eres gilipollas o qué? La mejor respuesta a estas preguntas la dio Sergi Pàmies en un artículo publicado en La Vanguardia: según él, la culpa de todo la tiene “un compromiso de estilo, que es lo que de verdad define a un escritor, incluso cuando, contra el consejo de familiares y amigos, decide meterse en trincheras públicas”.

Podríamos llamarlo el síndrome Chus Lampreave. En Mujeres al borde de un ataque de nervios, Fernando Guillén le pide a Lampreave, la portera de su examante Carmen Maura, que no le diga a ésta que le ha visto. “Lo siento, señorito”, le contesta Lampreave. “Pero yo soy testigo de Jehová y mi religión me impide mentir (…) Ya me gustaría a mí mentir, pero es lo malo de las testigas: que no podemos. Si no, iba a estar yo aquí, ¡ja!”. Al final, Guillén se marcha y Lampreave se queda cantando con música de Julio Iglesias: “Me va, me va, me va, me va, me vaaaaaaaaaaaaa. / Me va el sonido de las trompetas del juicio finaaaaaaaal”. Eso es exactamente lo que nos ocurre a los escritores. Por ejemplo, a mí, que soy ateo y anticlerical y pienso que la II República llevaba razón, me encantaría decir que, durante la Guerra Civil, todos los republicanos sin excepción eran gente estupenda; pero me acuerdo de quienes asesinaron a sangre fría a casi 7.000 curas y monjas y no puedo decirlo. A mí, que pienso que el franquismo fue una calamidad, me encantaría decir que en aquella época todos o casi todos los españoles fueron antifranquistas; pero no puedo. A mí, que soy catalán (y a mucha honra), me encantaría decir que el secesionismo catalán no es un movimiento reac­cionario e insolidario, o que Junts×Cat, cuyo único presidente de la Generalitat llamó “bestias con forma humana” a los catalanes que no hablan catalán, no es un partido supremacista y xenófobo; pero no puedo. Y a mí, que estoy infinitamente a favor de la concordia y la reconciliación entre catalanes y he votado a este Gobierno, me encantaría decir que sus miembros no nos engañaron cuando dijeron una y otra vez que no habría amnistía, porque era una medida nociva, injusta e inconstitucional (es decir, contraria a la concordia y la reconciliación) o cuando aseguraban que los catalanes no secesionistas existimos, que es lo contrario de lo que significa el espeluznante acuerdo de investidura que el PSOE firmó con Junts×Cat; me encantaría decirlo —ya me gustaría a mí—, pero no puedo. Y no puedo porque, como soy escritor, he contraído “un compromiso de estilo” y estoy obligado a decir la verdad o lo que entiendo que es la verdad. Igual que Chus Lampreave.

Así que seguiré metiéndome donde no me llaman, continuaré significándome, mamá. Ya me gustaría a mí no hacerlo, pero no puedo: es lo malo de ser escritor; si no, iba a estar yo aquí, ¡ja! Más aún: les comunico solemnemente que acabo de fundar el Frente de Liberación Chus Lampreave. Este panfleto es su acta fundacional. ¡Únete a la lucha, compañero! No hace falta ser testigo de Jehová, ni siquiera escritor (de hecho, casi es mejor no serlo): basta con saber hacer el indio. No tenemos himno, porque todos los himnos dan risa (o miedo) y tampoco bandera, porque, como escribió Flaubert, todas las banderas están llenas de mierda y de sangre. Sobra decir que nuestro líder carismático es Chus Lampreave, que en el cielo esté, cantando a Julio Iglesias. Nuestro lema inevitable es evangélico: “La verdad os hará libres”. Nos encaminamos al frente. Si me quieres escribir, ya sabes mi paradero.

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