Cómo y por qué liberarnos del poderoso deseo de comprar

Salirse del círculo consumista genera grandes beneficios no solo en nuestro impacto medioambiental, sino también en el bienestar psicológico

Diego Mir

Comprar da placer. Nuestras hormonas se despiertan cuando encontramos ese chollo irresistible en las rebajas. O cuando indagamos para adquirir aquella prenda de la que nos hemos enamorado. Siguiendo esta dinámica, poco a poco, vamos acumulando cosas que no disfrutamos. Estamos movidos por un consumismo, muchas veces silencioso, que nos controla, que nos hace sentirnos bien si compramos algo, aunque quede muerto en un cajón. Evangelina Himitian y Soledad M. Vallejos, dos periodistas argentinas del diario ...

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Comprar da placer. Nuestras hormonas se despiertan cuando encontramos ese chollo irresistible en las rebajas. O cuando indagamos para adquirir aquella prenda de la que nos hemos enamorado. Siguiendo esta dinámica, poco a poco, vamos acumulando cosas que no disfrutamos. Estamos movidos por un consumismo, muchas veces silencioso, que nos controla, que nos hace sentirnos bien si compramos algo, aunque quede muerto en un cajón. Evangelina Himitian y Soledad M. Vallejos, dos periodistas argentinas del diario La Nación, exploraron la relación que tenían con las cosas. Se comprometieron a no adquirir nada durante un año. Pusieron excepciones lógicas: la comida y los productos necesarios para el aseo. El resto lo evitarían, incluso la peluquería. No aceptarían ningún regalo material y serían austeras con los gastos en restaurantes o en viajes. La idea no era ahorrar dinero, sino desvincularse del mecanismo del consumo que nos atrapa. Lo que comenzó con una apuesta de dos amigas, se convirtió en un fenómeno viral que unió a centenares de personas a vivir al margen del consumo. Conquistaron el desafío y publicaron un libro: Deseo consumido (Penguin Random House, 2017). Aquella experiencia las transformó y, siete años después, el cambio sigue vigente en sus vidas.

Sabemos que no es muy recomendable ir de compras cuando hemos tenido un mal día, ni acudir al supermercado cuando tenemos hambre. Los estados emocionales condicionan nuestras decisiones. Los índices de oxitocina, la llamada hormona del placer, descienden cuando algo no ha salido como esperábamos. De manera inconsciente, intentamos recuperar la oxitocina perdida concediéndonos algo a cambio: un capricho, una bebida o una compra. Así compensamos, aunque no sea lo más recomendable ni para nuestro bolsillo ni para nuestra salud. La testosterona también entra en juego en el proceso de compra. Si adquirimos ciertos bienes, nos sentimos más poderosos y nuestros índices de testosterona se elevan. Este proceso sucede mucho antes de que nos demos cuenta.

El mecanismo se activa antes de que podamos, incluso, acariciar lo que tanto deseamos adquirir: el mayor pico de placer en nuestro cerebro no ocurre cuando estrenamos esa chaqueta. Sucede mucho antes: cuando el objeto aparece en nuestra mente, cuando lo deseamos, lo buscamos o, sencillamente, lo observamos en un escaparate. Dicho mecanismo es independiente del género: tanto hombres como mujeres sucumbimos a su encanto. Para no caer en sus brazos y decidir de una manera más sensata, necesitamos identificarlo en nosotros y activar nuestra mente consciente. Antes de pagar, podemos darnos unos segundos y hacernos una pregunta: ¿lo estoy comprando porque realmente lo necesito o porque es parte de esta rueda de bienestar?

El objetivo no consiste en dejar de comprar o entregarse a una vida minimalista. No es necesario. El desafío es cambiar nuestra percepción del consumo. Aprovechar mejor lo que ya tenemos en casa. Desarrollar cadenas de intercambio entre amigos o vecinos. Aprender a ser más creativos con lo que ya existe. Y, sobre todo, ser conscientes de lo que hay detrás del consumo desmedido y del precio que pagamos como sociedad. Como mencionaron las autoras en nuestra reciente conversación: “Una camiseta de algodón requiere 300 litros de agua y hay gente que no tiene ni tan siquiera ese recurso básico”.

Cuando dejamos de sucumbir al mecanismo del placer, conseguimos modificarlo. El camino es más fácil si tenemos aliados. Podemos embarcarnos en este proyecto con alguien, compartiendo el desafío y celebrando los éxitos de cada semana sin necesidad de gastar un euro. Así, poco a poco, se comienza a disfrutar de las cosas sencillas y de las experiencias intangibles. No somos tan vulnerables a las rebajas o a las promociones. Nuestros cajones y armarios ganan más oxígeno, menos carga. Y al final de todo, aprendemos a vivir sin tantas cosas, sin tantas complicaciones. Somos más libres y tenemos espacio para disfrutar de lo que es realmente importante, que, como bien sabemos, no se compra con dinero.

La técnica del “adiós 10″ o cómo desprenderse de aquello que no nos da felicidad

Para quedarnos con lo esencial, Himitian y Vallejos proponen que nos desprendamos diariamente de 10 objetos de casa. Puede ser algo pequeño, como un adorno que no nos ha terminado de gustar o esa prenda que no nos sienta tan bien. Así diariamente. Si convivimos con alguien, supone un trabajo colectivo, donde incluso se define la jurisdicción de los objetos y cuál es la mejor manera de soltarnos. Cuando se convierte en un hábito, revisamos hasta el último cajón donde almacenamos las cosas olvidadas.

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