Universo Chillida: buceamos en su archivo personal para dar la dimensión del intelectual en su centenario

El 10 de enero se cumplen 100 años del nacimiento en San Sebastián de Eduardo Chillida, uno de los grandes de la escultura mundial y creador imprescindible en el arte español del siglo XX. Sus cartas, fotografías y manuscritos son testimonio de su amistad con los grandes artistas y pensadores europeos

Eduardo Chillida, retratado en 1972 por Alberto Schommer.©Fundación Alberto Schommer, VEGAP, Madrid, 2024

Dejando atrás la playa de Ondarreta y enfilando la esquina última de San Sebastián, tras cruzarse con lotes invariables de surferos, ciclistas, paseantes y korrikalaris, uno se planta en las rocas donde se incrustan los tres hierros gigantes que conforman el Peine del viento. A Eduardo Chillida siempre le gustó decir que su obra más importante por lo colosal, lo complejo y lo enigmático era el Elogio del horizonte (1990), que corona el cerro de Santa Catalina, en Gijón, 500 toneladas de hormigón as...

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Dejando atrás la playa de Ondarreta y enfilando la esquina última de San Sebastián, tras cruzarse con lotes invariables de surferos, ciclistas, paseantes y korrikalaris, uno se planta en las rocas donde se incrustan los tres hierros gigantes que conforman el Peine del viento. A Eduardo Chillida siempre le gustó decir que su obra más importante por lo colosal, lo complejo y lo enigmático era el Elogio del horizonte (1990), que corona el cerro de Santa Catalina, en Gijón, 500 toneladas de hormigón asomadas al acantilado cantábrico. Al menos, mientras esperaba la resolución del que era y hoy sigue siendo su gran proyecto nunca realizado: el vaciado de la montaña sagrada de Tindaya, en Fuerteventura, para instalar allí dentro una suerte de catedral pagana en forma de cubo de 50 metros de alto por 50 de ancho. Proyecto maldito debido al papeleo burocrático y sobre todo al rechazo de movimientos ecologistas de la isla. Aunque los designios del señor y de la política son, como es sabido, inescrutables, así que no se descarta un “continuará”.

Pero volvamos a ese universo conceptual y creativo que habla del espacio, el tiempo, el silencio, el horizonte, el límite, la materia y la gravedad que es el Peine, escultura marina a la vez recóndita y cercana. Y que, según su autor, es “la solución a una ecuación que en lugar de números tiene elementos: el mar, el viento, los acantilados, el horizonte y la luz”. Chillida empezó a pensarla en 1951 y la instaló en aquellas rocas en 1977. Un artista sin prisas. Ha pasado casi medio siglo y ya hace tiempo que aquí el hierro se confunde con la piedra gracias al óxido resbalando por las moles pétreas bajo el constante azote del oleaje. El escenario nunca dejó de cambiar, siempre fue otro, y sigue siéndolo cada día, en lo que es la demostración perfecta de uno de los mensajes preferidos de su autor: “Yo no represento, pregunto”. La materia como devenir. O, dicho de otro modo: “Más vale ciento volando que pájaro en mano”.

Eduardo Chillida, retratado por el fotógrafo italiano Franco Cianetti, en su taller de Villa Paz.Franco Cianetti (Chillida Leku)

Las sensaciones que provoca la contemplación del conjunto escultórico-arquitectónico que ejecutaron al unísono Chillida y el arquitecto donostiarra Luis Peña Ganchegui y, si elevamos un poco la mirada, la visión también de Intz-Enea —la casa familiar de los Chillida en la falda del monte Igueldo—, o un paseo bajo la lluvia por el parque de esculturas al aire libre de Chillida-Leku en Hernani, o el repaso histórico a las monografías y catálogos que muestran sus moles de hormigón, acero y granito desperdigadas por ciudades de medio mundo, o la visión intimista de sus obras de reducido formato, de sus lurras (tierras), de sus gravitaciones en papel, de sus alabastros, de sus pequeños hierros o de sus dibujos, sirven ahora a modo de celebración. La del centenario de Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924-2002), que se cumple el 10 de enero y que supondrá todo un despliegue de novedades editoriales, exposiciones, películas, homenajes y actos académicos. Entre los primeros figuran en primer lugar una nueva edición de los Escritos del escultor, así como la cuarta entrega del catálogo razonado de su obra, proyecto monumental de 2.000 páginas en cinco volúmenes a cargo de su hijo Ignacio y de Alberto Cobo, editado el pasado mes de marzo como prolegómeno del centenario (Editorial Nerea). En cuanto a las exposiciones, 2024 y 2025 vivirán una auténtica fiebre de Chillida, con 14 muestras en lugares como San Sebastián, Valladolid, Avilés, Bilbao, Mahón, Getaria, Santiago de Chile, Künzelsau (Alemania) y San Diego (EE UU).

Chillida se dirige a ETA en 1996 pidiendo la liberación del empresario José María Aldaya, secuestrado por la banda criminal: “Demostrad que sois capaces de una buena acción. Liberad a Aldaia”.Sofía Moro

Otra posibilidad de conmemorar al creador donostiarra, uno de los artistas esenciales en el panorama escultórico del siglo XX en el ámbito mundial, es bucear en su archivo personal. Y acceder a su correspondencia con los artistas, los escritores y los filósofos que lo acompañaron, y a sus dedicatorias de amistad escritas en esas mayúsculas suyas personales e intransferibles, diseñadas y maquetadas como si fueran pequeñas joyas bibliográficas; y a sus fotografías con familiares, colegas, galeristas y amigos.

Eduardo Chillida, durante la instalación del 'Peine del viento' en San Sebastián en 1977.César Lucas (VEGAP Madrid 2024)

El conjunto de documentos se encuentra depositado en las dependencias de Chillida-Leku y constituye un testimonio inestimable no solo de las relaciones personales del escultor y dibujante, sino también —y sobre todo— de cómo estas influyeron en su concepción de la obra de arte, siempre cambiante merced a un permanente culto al asombro, la curiosidad, el inconformismo y la duda como profesiones de fe. Y a la espiritualidad, ya que hablamos de fe: “Creo en Dios. Tengo fe. Dios me la dio. La razón quiso quitármela en muchas ocasiones, pero no lo consiguió (…) Hay espacios a los que la razón no llega. Estos espacios son solo accesibles para la percepción, la intuición y la fe, esa hermosa e inexplicable locura” (Eduardo Chillida. Escritos. Editorial La Fábrica).

El capítulo fotográfico del archivo constituye una auténtica galería iconográfica de la cultura del siglo XX. Por ella desfilan, junto al artista, grandes personalidades a las que frecuentó con asiduidad, pensadores como Heidegger o Cioran, poetas como Jorge Guillén o Clara Janés, coleccionistas y galeristas de postín como su amigo Aimé ­Maeght, artistas como Calder, Chagall, Braque, Giacometti, Miró, Wifredo Lam, Jorge Oteiza…, incluida la fotografía del célebre abrazo de reconciliación entre los dos artistas en presencia de la esposa de Chillida, Pilar Belzunce, tras años de enemistad personal y creativa (conocido como el abrazo de Zabalaga, en 1997).

Carpetas del Archivo Chillida.Sofía Moro

Y hablando de Pilar Belzunce, su compañera de viaje durante 60 años: una de las cartas quizá más comprometidas y decisivas que escribió nunca Eduardo Chillida, y que forma parte del archivo, se la envió a ella desde Madrid en noviembre de 1945. Decía así: “Mi queridísima Pili: antes de nada, te advierto que leas esta carta con detenimiento y pensando bien en lo que en ella te digo, ya que es de suma importancia para ambos. Ya sabes, pues hemos hablado alguna vez de ello, que la carrera que sigo no me gusta o mejor dicho que no siento vocación por ella; sabes asimismo la gran afición que siento por las artes plásticas, afición que se ha acrecentado enormemente en los últimos meses; todo esto te lo digo para que comprendas por qué he decidido abandonar la carrera de Arquitectura y dedicarme al arte. No pienses que obro precipitadamente, o que no he pensado en el alcance que tiene lo que voy a hacer; todo lo prefiero a pasarme la vida entera lamentándome de haber equivocado mi camino, y sufriendo al pensar por qué no seguí mi vocación (…) Siguiendo el camino del arte, raro será que tenga nunca dos reales; esto ya sabes que no es problema para mí, que estoy convencido de que el dinero no lo es todo”.

Fotografía de 1942 con Eduardo Chillida como portero de la Real Sociedad (de pie, derecha). Al fondo, las tierras campas del Museo Chillida-Leku, en Hernani.Sofía Moro

Uno de los pequeños tesoros de este conjunto documental son las imágenes de 1969 en San Galo (Suiza) en compañía de Martin Heidegger durante la sesión de firma del libro que publicaron de forma conjunta, El arte y el espacio, un texto del pensador alemán ilustrado por Chillida con siete litocollages. Sentado ante un gran ventanal que va a dar a las tierras campas de Zabalaga (la finca que Eduardo Chillida y Pilar Belzunce compraron en 1983 y donde inaugurarían el Museo Chillida-Leku en 2000), Ignacio Chillida, hijo del artista y viejo colaborador suyo en el taller de grabado, rememora así el encuentro de su padre con el autor de El ser y el tiempo: “La cosa no vino de aita, sino de Heidegger, fue él quien dijo que quería hacer algo en colaboración con Chillida. Los editores de Erker-Presse querían un libro grande, de esos espectaculares, pero mi padre les dijo: ‘Bueno, vamos a hablar con Heidegger y le vamos a preguntar en qué formato suele escribir él sus textos. Y Heidegger les contestó que en papeles tamaño cuartilla. Y mi padre les dijo a los editores: ‘Pues aquí no hay discusión’. Y se tuvieron que conformar”.

1. El artista donostiarra con el filósofo alemán Martin Heidegger, en 1969 en Suiza, firman ejemplares del libro 'El arte y el espacio'. 2. Junto al gran artista francés Georges Braque, en 1961, en la galería Maeght de París. 3. Chillida y su amigo el poeta Jorge Guillén, en 1973. 4. Con Alexander Calder, en 1970 en Saint-Paul-de-Vence (Francia). 5. En compañía del pensador rumano Emil Cioran. París, 1983.Sofía Moro

Su colaboración con el filósofo alemán no sería, por supuesto, la única de este estilo. Cuatro años después, en 1973, Chillida ejecutará 16 xilografías para ilustrar Más allá, poema integrado en el libro Cántico, obra cumbre del que fuera otra de sus grandes amistades, el poeta Jorge Guillén, a quien había conocido en Harvard en 1971. Su verso “Lo profundo es el aire” daría lugar a una serie de esculturas en alabastro por parte de Chillida, especialmente la que se instaló en 1982 en Valladolid, Lo profundo es el aire. Homenaje a Jorge Guillén, como tributo a su amigo. El poeta José Ángel Valente sería otro de los escritores que unirían sus textos a las ilustraciones del artista, y viceversa.

Una de las tres esculturas de hierro del 'Peine del viento', una de sus grandes obras. El proyecto germinó en 1951 y se ultimó en 1977.Sofía Moro

Especialmente estrecha fue la relación de Eduardo Chillida con el filósofo Emil Cioran. En una de las cartas que le dirige el autor de Breviario de los vencidos, este le invita a comer en su casa de la calle l’Odéon de París: “Le aviso, será un almuerzo ascético, excepto el vino, que está aquí esperándole desde hace años”. En otra, el pensador rumano afincado en la capital francesa le comenta su reciente viaje a San Sebastián, lamentando no haber tenido tiempo para visitarle: “Había quedado con mi amigo Savater y con unos amigos suyos… y ya no pude ir, pero sí fui a admirar tu combate con el viento y el mar y tu forma de provocar el infinito” (se refiere al Peine del viento).

A Juan Carlos I (1977): “Los presos políticos vascos que quedan en la cárcel son considerados por una gran mayoría de nuestro pueblo como hombres que han luchado contra una opresión intolerable ejercida por el Estado. Sería de gran importancia que V. M. pudiera ver con ojos de vasco el problema de la amnistía total”.Sofía Moro

Kosme de Barañano es uno de los mayores expertos en la obra de Eduardo Chillida, además de amigo suyo, autor de numerosos textos sobre él y comisario de alguna de sus grandes exposiciones. Explica así el cruce de caminos conceptuales entre el pensamiento y la creación artística dentro de la trayectoria de Chillida: “Es un escultor, no un filósofo, pero el arte es una forma de pensamiento, y es cierto que él transmite mensajes que son captados por los filósofos, en primer lugar por el gran pensador francés de los años cincuenta Gaston Bachelard. Él se da cuenta de que el mensaje que está escribiendo sobre el espacio se encuentra directamente en la obra de Chillida. Y ya en los sesenta es el Heidegger que escribe El arte y el espacio quien le pide a su editor suizo que la obra que acompañe a sus escritos sea la de Chillida. Es decir, lo que hay es como una modulación de frecuencia entre grandes pensadores y un gran artista en un momento determinado”.

Paradigma del guipuzcoano universal en la desigual estirpe de los Juan Sebastián Elcano, Cristóbal Balenciaga. Juan Mari Arzak o Xabi Alonso, Eduardo Chillida le confesó a su hija Susana en el libro Conversaciones: “Donosti es mi sitio en el mundo”. La inclusión de Alonso viene a cuento porque, como él, Chillida fue cocinero antes que fraile, queremos decir futbolista antes que artista. El autor de Yunque de sueños iba para portero de élite en las filas de la Real Sociedad, donde en los primeros años cuarenta protagonizó una trayectoria tan exitosa como corta: una lesión en la rodilla durante un partido en Valladolid lo apartó del fútbol. Luego vendrían los estudios de Arquitectura y, finalmente, el arte como camino elegido. “Del terreno de juego y de la portería de fútbol, único elemento tridimensional del campo, aprendí mucho en cuanto a nociones de espacio”, explicaría el escultor. En la imagen, 'Buscando la luz I' (acero, 1997), una de las obras de mayores dimensiones del Museo Chillida-LekuSofía Moro
No son el imprescindible Peine del viento ni el parque de esculturas al aire libre de Chillida-Leku (y el imponente caserío de piedra que acoge sus obras de pequeño formato) los únicos mojones en la cartografía donostiarra del escultor y dibujante. Arrancando desde el Peine y tras escuchar el viento traspasando los agujeros en el granito, recibir el salitre en la cara y dar un paseo por sus aledaños (el proyecto arquitectónico de Peña Ganchegui está sin duda a la altura de los solitarios hierros oxidados de Chillida), el paseante dejará atrás la playa de Ondarreta y se encontrará con el Pico del Loro, un pequeño promontorio de roca que separa Ondarreta de La Concha. Sobre él, mirando a la bahía, se encuentra Abrazo, la escultura en acero que Chillida ejecutó en 1994 como homenaje a su amigo el pintor donostiarra Rafael Ruiz Balerdi, fallecido dos años antes. Ruiz Balerdi había integrado en 1966, junto a Chillida, Oteiza, Sistiaga, Mendiburu, Zumeta, Arias y Basterretxea, el grupo artístico Gaur, uno de los símbolos culturales de oposición al franquismo en el País Vasco. Apenas 200 metros después, ya en un amplio balcón que se abre al mar en pleno paseo de Miraconcha, surge el Homenaje a Fleming, escultura en granito de 1955. Chillida la realizó tras aceptar el encargo del Ayuntamiento de San Sebastián. La obra fue instalada originalmente en los jardines del paseo de Ategorrieta, para después ser trasladada, primero, a las inmediaciones del monte Urgull y, después, a los jardines del Hospital del Tórax. Finalmente quedó instalada en su emplazamiento actual de La Concha en el verano de 1991. En la imagen, Homenaje a Fleming (granito, 1955), situada ante la playa de La Concha.Sofía Moro
En pleno centro de la ciudad, y enla portada de la catedral neogótica del Buen Pastor, se encuentra una de las principales obras de pequeño formato de Eduardo Chillida: la Cruz de la paz, en alabastro, pieza de 1997. “Me encargaron un símbolo de la paz y yo no conozco otro mejor que la cruz”, explicaría el artista al criminólogo y jesuita Antonio Beristain en el libro Conversaciones. Chillida instaló esta cruz justo encima de la puerta principal de la catedral, mirando al otro gran templo donostiarra, la basílica de Santa María del Coro, ya en la Parte Vieja. Se trata de un juego de miradas no casual, ya que en el interior de Santa María se encuentra otra pequeña cruz de alabastro obra del escultor guipuzcoano, cuyo funeral se celebró aquí en 2002. En la imagen, cruz de alabastro en la basílica de Santa María del Coro. Sofía Moro
Tras atravesar la Parte Vieja por la calle 31 de Agosto se llega al Museo de San Telmo, antiguo convento dominico del siglo XVI. En el jardín de su claustro se halla la escultura Estela de Gernika II, una de las 69 realizadas por Chillida, situada en un lugar emblemático del edificio y en sintonía con la colección de estelas funerarias vascas que atesora San Telmo. La obra, realizada en acero en 1987, es propiedad de la galería CarrerasMugica y permanece en el museo en depósito desde 2018. Si nos quedan fuerzas, subiremos al monte Urgull para contemplar entre la maleza el Torso homenaje a Pedro Arana, bronce de 1948 dedicado al que fuera gran amigo. En la imagen, 'Cruz de la paz' (alabastro, 1997), en la catedral del Buen Pastor.Sofía Moro
El itinerario se cerrará, como no podía ser de otro modo, con un paseo lento y silencioso —si es bajo el sirimiri todo resultará perfecto— por las tierras campas de Zabalaga, en Hernani, a 15 minutos en coche desde el centro de San Sebastián. Buscando la luz, Elogio del hierro, Lo profundo es el aire, Arco de la libertad… El Museo Chillida-Leku: principio y fin en la obra de un artista donostiarra y universal. En la imagen, 'Torso homenaje a Pedro Arana', en el monte Urgull (bronce, 1948). Sofía Moro

De Barañano considera la obra del autor de Rumor de límites como uno de los grandes corpus artísticos del siglo XX: “En ese siglo hay una nueva escultura que abre Brancusi, con la que la obra vuelve a la tierra, a crecer desde la tierra, como ocurre con los monolitos de piedra. Hay otra que vuelve al aire, la de Calder y sus móviles. Hay un tercer tipo de escultura que es la de Giacometti, que la reduce al trazo más mínimo. Y hay una cuarta, que vuelve a la forma clásica pero desde una nueva concepción espacial y matemática, que es la de Chillida”. Y, al mismo tiempo, lamenta el trato que se le ha dado tradicionalmente a su trayectoria: “No se le ha hecho justicia, hemos tenido en casa a uno de los grandes y por desgracia no ha sido reconocido. La primera retrospectiva que se le dedica en su ciudad natal la hago yo en 1992 en el palacio de Miramar de San Sebastián… y la primera retrospectiva que se le había hecho en el mundo había sido 26 años antes, en el Museo de Houston en 1966. Veintiséis años de retraso”.

Cientos de cartas, notas, apuntes, dedicatorias y documentos de todo tipo descansan en las carpetas del Archivo Chillida. A menudo el autor del Peine del viento acompañaba sus misivas de dibujos, croquis y reflexiones gráficas. Casi siempre escribía en letras mayúsculas, con una cuidada caligrafía que, en ocasiones, ensayaba antes de escribir la versión definitiva.Sofía Moro

Otra de las relaciones personales más insólitas que deja traslucir el Archivo Chillida es la que sostuvo con la poeta Clara Janés. Veinte años transcurrieron desde que el escultor y la escritora —a quienes unía la obsesión por la cuestión del límite y el espacio— empezaron a hablar sobre la posibilidad de un libro a dos manos. La indetenible quietud. En torno a Eduardo Chillida (Ediciones Siruela) vio finalmente la luz en 1998 y fue presentado en el Museo Reina Sofía. Entre medias, dos décadas de cartas, encuentros, conversaciones y requerimientos.

Pero pocas correas de transmisión afectivas tan intensas como la que se establecía entre Chillida y Joan Miró. “Eran muy muy cercanos”, recuerda Ignacio Chillida. “Miró era como un niño, lo fue siempre, hasta su muerte, y eso, claro, se trasluce en su obra. Solía escribir a mi padre para pedirle opinión sobre tal o cual obra que hubiese hecho, para pedirle opinión sobre asuntos políticos, para cualquier cosa… Mucha gente no lo sabe, pero mi padre, cuando prohibieron instalar Lugar de encuentros III (popularmente conocida como La sirena varada) en el paseo de la Castellana de Madrid, le regaló la escultura a Joan Miró, y la colocaron en la entrada de la Fundación Miró de Barcelona. Estuvo allí como dos años, y cuando al fin dieron el permiso, Miró, sin que mi padre se atreviera a pedírselo, la devolvió. O sea, que en realidad Joan Miró regaló La sirena varada a la ciudad de Madrid”.

El escultor y su esposa, Pilar Belzunce, en varias de las fotografías que guarda el Archivo Chillida.Sofía MoroMoro

Mireia Massagué, directora del Museo Chillida-Leku, considera que la profunda inquietud intelectual de Eduardo Chillida reflejada en todos estos documentos del archivo influyó directamente en su obra: “Esa inquietud le fue abriendo muchas puertas, como la posibilidad de ir a París, primero, y la de conocer a los que serían sus galeristas, los Maeght, y a tantos grandes artistas, después. Era alguien que se hacía preguntas incesantemente, que leía muchísimo y que se interesaba por todo, pero además era una persona superintuitiva que —como muchos grandes artistas— se dejaba llevar por una pulsión interna, siguiendo un camino que sabe que va a encontrar. Y lo encuentra. Eso es la intuición”.

Pero no solo de arte y pensamiento vive el Archivo Chillida, ni solo de alabastro, hormigón, madera y hierro vivió su protagonista. Su compromiso ético y estético se alargó a veces a lo que él interpretaba como compromiso ciudadano. Y así, surgen varias cartas con el trasfondo de espinosas cuestiones materializadas en tres misivas, una de ellas dirigida en mayo de 1977 al entonces rey Juan Carlos: “Los presos políticos vascos que aún quedan en la cárcel son considerados por una gran mayoría de nuestro pueblo como hombres que han luchado contra una opresión intolerable ejercida por el Estado […] Creo que sería de gran importancia que V. M. pudiera ver con ojos de vasco el problema de la amnistía total”. Dos décadas más tarde, en 1996, Chillida se dirige a ETA pidiendo la liberación del empresario José María Aldaya, secuestrado por los terroristas durante casi un año: “Demostrarnos que sois capaces de hacer una buena acción. Soltar a Aldaia y colaborar para buscar la paz para todos”. El año siguiente, 1997, escribe de nuevo a la banda criminal para reclamar la liberación de Miguel Ángel Blanco: “Vuestra actitud está dañando a este pueblo y a cualquier hombre bien nacido. Soltar a Miguel Ángel y que entre todos seamos capaces de arreglar en paz y diálogo todos los problemas”. Chillida fue miembro de la primera comisión gestora proamnistía, hasta diciembre de 1977, y diseñó el logotipo de la organización. Posteriormente, declararía no haber estado nunca de acuerdo con ETA y calificó de “locura” su actividad terrorista en tiempos de democracia. En 1994, en el transcurso de un encuentro con su hija Susana recogido en el libro Eduardo Chillida. Conversaciones, le diría lo siguiente: “He hecho cosas que después se ha demostrado que no eran lo que yo pensaba. He apoyado movimientos de los que después me he tenido que retirar”.

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