Diseño, nostalgia y diversión en las mesas de Navidad de Irene Luna, Eduardo Sourrouille y Sonia Navarro y FOD
Con mucha plasticidad y puesta en escena, visitamos las casas de estos artistas. Cada una de ellas con una estética navideña muy personal
Hubo bastante revuelo aquellas Navidades de 2019 en Londres, cuando la fachada de la Tate Britain, un aparatoso espécimen de arquitectura neoclásica, amaneció cubierto de pancartas hechas jirones y ristras de luces enredadas. Sobre su escalinata, retales y columnas rotas. Como si el museo hubiera sido objeto del más cruel vandalismo, o allí mismo acabara de disolverse por la fuerza una manifestación masiva. O tal como si se hubiera desarrollado algún tipo de apocalipsis. En realidad, se trataba de una intervención de la artista visual Anne Hardy (Reino Unido, 1970), elegida para acometer el ll...
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Hubo bastante revuelo aquellas Navidades de 2019 en Londres, cuando la fachada de la Tate Britain, un aparatoso espécimen de arquitectura neoclásica, amaneció cubierto de pancartas hechas jirones y ristras de luces enredadas. Sobre su escalinata, retales y columnas rotas. Como si el museo hubiera sido objeto del más cruel vandalismo, o allí mismo acabara de disolverse por la fuerza una manifestación masiva. O tal como si se hubiera desarrollado algún tipo de apocalipsis. En realidad, se trataba de una intervención de la artista visual Anne Hardy (Reino Unido, 1970), elegida para acometer el llamado Tate Britain Winter Commission (encargo invernal de la Tate Britain), por el que cada año, por estas fechas prenavideñas, un creador debe reimaginar la decoración de estos días aplicada a los edificios más representativos. Mucha gente juzgó que aquello fue demasiado reimaginar: ¿Desde cuándo una festividad religiosa que impone la obligatoriedad de la armonía y los buenos sentimientos se ha convertido en la ocasión para invocar cuestiones como la emergencia climática o los conflictos sociales? ¿A quién se le ocurre proponer unas Navidades así de tétricas?
Evidentemente, a una artista. Si bien la decoración navideña ha mostrado una insólita resistencia a los cambios de modas —con la tríada nacimiento, árbol de Navidad y Papá Noel/Santa Claus como elementos más o menos irrenunciables—, hay que confiar en la habilidad visionaria de los creadores plásticos para ofrecer nuevas alternativas, otros caminos. Y para vencer prejuicios. La propia palabra decorar no tiene buena prensa en el ámbito artístico, por remitir a un ejercicio superficial y poco reflexivo: un artista tildado de “decorativo” se ubicaría en la parte más baja del escalafón. Sin embargo, grandes artistas se han apropiado del término para llevarlo a su terreno, en una tradición que en el siglo XX renovó Picasso con sus extraordinarias cerámicas. Y que hoy continúa, aunque nunca sea igual.
Irene Luna (Madrid, 30 años) no asocia la festividad con sus orígenes sacros, por lo que se permite cierta autonomía creativa cuando adereza su casa, un pequeño apartamento en un barrio madrileño. “Mi decoración navideña no es realmente navideña, o no de un modo tradicional”, explica. “Apela a algo más personal que, sin embargo, me lleva a una nostalgia que sí es muy propia de la Navidad. Una nostalgia enfocada desde un prisma positivo, porque a todo el mundo le remueve la Navidad, pero a mí me gusta verla como una forma de conectar con los momentos pasados que fueron felices”.
Aunque no proviene de una familia religiosa, recuerda que de niña todos disfrutaban decorando la casa, y momentos como montar el belén eran para ella un ejercicio básicamente lúdico: “Jugaba con ese belén como si fuera una casa de muñecas gigante”. Esa querencia por los objetos y las miniaturas se ha mantenido para proyectarse a su práctica artística, unas fotografías y esculturas en las que lo objetual y los juegos de escalas son fundamentales. “Trabajo mucho con los objetos para cargarlos de significado como práctica artística, pero también personal”, explica. “Todos los objetos que tengo aquí son accesos directos a personas o recuerdos, así que aprovecho la Navidad para practicarlo con más intensidad”.
La fatalidad quiso que apenas una hora después de terminar la sesión de fotos para este reportaje recibió la noticia de que su abuela había fallecido. “De modo que, mientras yo estaba decorando la casa, ella se estaba yendo”, dice. Un fanal lleno de frutas, que en su casa reemplaza al abeto navideño, salió de las mismísimas manos de su abuela, así que contemplarlo le da la ocasión de conectar con ella. Esa vena nostálgica la lleva a colgar los mismos adornos de frutas que tenían sus padres, y a colocar lazos y velas, como también hacían ellos. En aquel momento tales rituales no tenían especial peso para ella, pero con el tiempo ha entendido su importancia: “El otro día leí una cita de Virginia Woolf que dice que el pasado es hermoso porque nunca comprendemos una emoción hasta más tarde, por lo que solo tenemos emociones completas sobre el pasado. Me pareció absolutamente verdad. Una emoción nunca la digieres al cien por cien en el momento, sino que empiezas a hacerlo después”.
Si bien los escasos metros cuadrados de su casa limitan sus posibilidades, ella afirma hacer de la necesidad virtud, tirando de creatividad y empleando pequeños adornos y detalles que disemina aquí y allá para generar un ambiente acogedor, como los de aquellas Navidades de su infancia.
Por el contrario, el artista vasco Eduardo Sourrouille (Basauri, Bizkaia, 53 años) dispone de inmensos espacios en un loft industrial, ubicado en un polígono a unos ocho kilómetros de Bilbao, que es al mismo tiempo su vivienda y su estudio profesional. Un interior brutalista de hormigón dividido en dos pisos (el superior para la zona de estar y el área de trabajo, y el inferior convertido en dormitorio y vestidor) que acoge una escenografía cambiante donde nunca queda claro qué espacios se dedican al arte y cuáles a la vida. Lo mismo ocurre en la obra del propio Eduardo Sourrouille, que, como estos días puede apreciarse en la exposición Varietés de la Sala Rekalde, en Bilbao, teje un entramado de relaciones personales donde los afectos, la familia y la identidad se escenifican en un abigarrado teatro lleno de referencias personales.
“La escenografía y los objetos los uso tanto en mi obra como en mi vida”, resume Sourrouille. “No concibo una separación entre ambas, al tener estudio y casa también unidos. También me gusta recolectar cosas, y prefiero llamarlo así que hablar de coleccionar”. Prueba de ello es la mesa abarrotada de piezas de cerámica con forma de animales, frutas y verduras que sustituye al belén navideño, y que cada año suma más ejemplares gracias a sus visitas a los mercadillos del sur de Francia. El resultado es, más que un bodegón, una wunderkammer (un gabinete de curiosidades) llena de humor. “Siempre me sorprende la inventiva de estas cerámicas: un cisne que es una sopera, fuentes que son hojas, mazorcas-saleros… Todo esto, como los marcos de madera o los zapatitos minúsculos que me pongo en los dedos para las fotos, forma parte de mi vida y mi trabajo. Y su puesta en escena la practico tanto para hacer una foto como para decorar mi casa”.
En esa misma línea, interviene una vieja reproducción de atrezo de una armadura medieval añadiéndole luces y “habitándola” con una máscara de Papá Noel, con lo que de golpe se convierte en una presencia navideña. “No vamos a luchar contra la Navidad”, apunta. “Es un jaleo, pero yo me apunto. Por supuesto, también es una disculpa para unirnos con los amigos y la familia y celebrar. Celebrar lo que sea siempre está bien”, afirma Eduardo. Por eso también se permite algunos guiños a elementos decorativos más tradicionales: “Unas velas, algunas luces, y sobre todo el acebo: acebo de bola roja, una tradición que me transmitió mi padre, que lo recogía del monte cuando yo era pequeño. De hecho, como mis hermanos me han designado para realizar la decoración navideña en la casa de mi padre, donde nos reunimos para las celebraciones, encauzo allí la pulsión decorativa más convencional. Y luego en mi casa prefiero poner cosas más peculiares”.
Por su parte, Sonia Navarro (Puerto Lumbreras, Murcia, 48 años) y FOD (Puerto Lumbreras, 50 años), artistas con prácticas separadas pero unidos sentimentalmente, conciben la época navideña como una sucesión de encuentros en los que son esenciales las invitaciones a comidas y cenas en su piso del centro de Madrid. Así que la mesa de comedor se convierte en el centro de sus Navidades en este ático recién reformado donde gran parte del mobiliario ha sido diseñado y construido a medida por el propio FOD. Desde diferentes enfoques, ambos utilizan las artes decorativas como un recurso técnico y expresivo más. En el caso de Sonia Navarro, con especial atención a la artesanía textil. La obra por la que acaba de obtener el prestigioso premio de pintura BMW en su edición de 2023, traza paralelismos entre los planos urbanos con los patrones de costura. Y las propias servilletas que utiliza en su mesa de Navidad son una creación suya. “¿Son navideñas?”, se pregunta. “Pues no lo sé, lo que sí sé es que son de Sonia Navarro, y si puedo tener unas servilletas mías, para qué voy a comprarlas”. El rincón del comedor está arropado por obras de arte, obtenidas a través de compras, regalos o intercambios, lo que incluye trabajos de Leal, Elena Asins, Miguel Ángel Campano o Nico Munuera.
Todo contribuye a generar ambiente más allá de las estrictas fechas navideñas: “Para nosotros es importante que todos los días sean especiales. Venimos de estar trabajando muchas horas en el estudio, y al volver para la cena ponemos la mesa, el mantel, el sobreplato, el plato, la copa. Todo. Es una manera muy bonita de compartir, porque cuando compartes siempre es mejor. Pero incluso si estoy yo sola hago lo mismo”. En su caso, unas bolas de cristal transparente son el motivo navideño más clásico que integra en la decoración. Aunque, si se tercia, no dudará en volver a utilizarlas en las cenas que convoque el próximo verano.
Poco hay en su caso de las desesperanzadas Navidades que proponía Anne Hardy para la Tate Britain. Pero Sonia Navarro tiene claro que, por deformación profesional, todos los artistas tienden a evitar los lugares comunes, también en estos días: “Al final, tenemos una cabeza más abierta al mundo. Los convencionalismos no nos van”.