Revoluciones por minuto

Natacha Pisarenko (AP / LaPresse

Este hombre ha sustituido el lenguaje articulado por el ruido ensordecedor de una motosierra. Y le va bien. La cuchilla del aparato, si se fijan, imita la forma de una lengua de acero cuyo motor, en vez de funcionar a base de materia gris, marcha a gasoil. He ahí una forma de nihilismo frenético al que conducen inflaciones superiores al 100% y niveles de pobreza del 40%. Cuando el dinero de las nueve de la mañana vale menos de la mitad a las nueve de la noche, no está uno para sutileza...

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Este hombre ha sustituido el lenguaje articulado por el ruido ensordecedor de una motosierra. Y le va bien. La cuchilla del aparato, si se fijan, imita la forma de una lengua de acero cuyo motor, en vez de funcionar a base de materia gris, marcha a gasoil. He ahí una forma de nihilismo frenético al que conducen inflaciones superiores al 100% y niveles de pobreza del 40%. Cuando el dinero de las nueve de la mañana vale menos de la mitad a las nueve de la noche, no está uno para sutilezas retóricas, no está uno para que le den la chapa, está uno a las nueve de la noche lleno de un ruido y una furia tales que no se le ocurriría, para arreglar el mundo, tomar unas tijeras de podar rosales o formatear bonsáis. No está uno para matices. Y eso es lo que ha presentido el listo este de ­Milei, que lo primero que ha cortado con la sierra mecánica es el hilo que une a sus seguidores con el pensamiento racional. ¿Qué es eso, pues, de que uno no pueda vender un riñón para acabar el mes? ¿Qué es eso de que el Estado tenga que hacerse cargo de la educación o de la sanidad de los contribuyentes? ¿Qué es eso, incluso, de contribuir en la financiación de las obras públicas o la investigación científica?

Cuando a la sierra mecánica se le acaba el combustible y deja de funcionar en medio de un mitin, toma la palabra su dueño (lo de “tomar la palabra” es un decir) para competir con el ronquido infernal del aparato. Y lo consigue, lo logra, se le pone la cara al rojo vivo, como pueden ustedes apreciar, debido a que ruge a más revoluciones por minuto que la lengua de acero que blande a modo de bandera.

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