Cuando las siglas no son todo: la fórmula secreta de los alcaldes más votados
¿Qué se necesita para ser un buen alcalde? ¿Qué cualidad aprecian sus votantes? ¿Por qué ganan las elecciones? Hemos recorrido España para entrevistar a ocho alcaldes que ya llevan más de dos mandatos en el poder. Son los políticos de la calle, aquellos que no necesitan de las encuestas para saber qué piensan sus vecinos sobre su gestión. Se lo dicen a la cara, cada día
Hace unos días, una señora de La Línea de la Concepción se acercó a Juan Franco y le dijo con cierto enfado:
—Alcalde, el otro día su hijo le dio una patada al mío.
—Y qué quiere que yo le haga, si es defensa central…
Es viernes. Son las dos de la tarde y hace un calor considerable en la plaza de toros de La Línea de la Concepción, un municipio gaditano de 63.000 habitantes situado a la sombra del peñón de Gibraltar, a una hora en co...
Hace unos días, una señora de La Línea de la Concepción se acercó a Juan Franco y le dijo con cierto enfado:
—Alcalde, el otro día su hijo le dio una patada al mío.
—Y qué quiere que yo le haga, si es defensa central…
Es viernes. Son las dos de la tarde y hace un calor considerable en la plaza de toros de La Línea de la Concepción, un municipio gaditano de 63.000 habitantes situado a la sombra del peñón de Gibraltar, a una hora en coche de Marbella y a un paseo en barco de las costas de Marruecos. Un lujo o un polvorín, según se mire. “Yo soy el alcalde de dos ciudades”, explica, “una de ellas es una ciudad normal, con unas ratios de desempleo y de formación normales; y luego hay otra parte, que puede ser un 3% de la población, que vive en una realidad paralela, en un Matrix donde el sistema de valores está completamente distorsionado. Y, claro, de abuelos narcos y de padres narcos salen niños narcos”.
—Y con ese panorama, ¿cómo se le ocurre a un grupo de amigos sin una adscripción política común presentarse a las municipales en 2015, gobernar por los pelos y, cuatro años después, borrar del mapa a la oposición?
—Pues yo te lo voy a contar, pero primero déjame que te enseñe lo bonita que nos ha quedado la plaza de toros.
Este viaje que empieza un viernes en La Línea terminará el próximo en Santa Coloma de Gramenet. Se trata de visitar a cuatro alcaldes y cuatro alcaldesas; unos jóvenes y otros con larga experiencia, de partidos distintos y de ciudades con problemas diversos, pero con una característica común: desde hace al menos dos mandatos han conseguido ganarse la confianza de sus vecinos más allá de las siglas o de la ideología de cada cual. Son, valga la expresión, los políticos de la gente, una parte mínima pero muy representativa de los 6.363 alcaldes (78,26%) y las 1.768 alcaldesas (21,74%) que gobiernan los 8.131 ayuntamientos españoles. La desproporción entre hombres y mujeres es considerable, pero nada que ver con la situación en la primera legislatura democrática. En las elecciones de 1979, las alcaldesas solo llegaban al 1% y la cifra de concejalas era del 3% —ahora las mujeres ya ocupan el 40,82% de las concejalías—. Es la evolución de un país que ya se prepara para las elecciones municipales del 28 de mayo y que Luis Partida Brunete, de 76 años, ha presenciado sentado en el mismo sillón, el de alcalde del municipio madrileño de Villanueva de la Cañada.
—Todo lo bueno que usted verá aquí lo he hecho yo.
—Y lo malo, ¿no?
—Claro, tenga en cuenta que llevo siendo alcalde 44 años. Han sido 11 mandatos y ahora voy a hacer el duodécimo…
—En el caso de que lo elijan…
—Espero que sí, porque el trabajo lo he hecho, los deberes están ahí y la buena nota se refleja en las urnas. No hay que olvidar que, en 1979, había aquí un funcionario y 1.016 habitantes, ahora tenemos 240 funcionarios, 25.000 habitantes de derecho y en torno a 40.000 de hecho, en su mayoría universitarios. Lo que vea aquí es el reflejo de nuestra forma de actuar a lo largo de estos años. Villanueva de la Cañada fue prácticamente destruida durante la Guerra Civil. Tuvo que ser reconstruida por la Dirección General de Regiones Devastadas…
No hay más que echar un vistazo a los resultados de las últimas elecciones municipales en Villanueva y compararlos con los de las generales para comprobar que Luis Partida, que gobierna bajo las siglas del PP pero que empezó militando en la Unión de Centro Democrático (UCD) de Adolfo Suárez, tiene el perfil de esos alcaldes transversales, capaces de romper la inercia partidista e incluso ideológica de los votantes. Partida obtuvo en 2019 un total de 13 concejales, frente a 4 de Ciudadanos, 2 de Vox y otros 2 del PSOE. El 52% de sus vecinos le votaron a él, mientras que en las generales su partido, el PP, solo obtuvo un apoyo del 34%. En números redondos, el alcalde logró, además de los de su partido, 1.800 votos de Vox, 400 de Ciudadanos, 700 del PSOE y casi 400 de Podemos…
—Qué barbaridad, alcalde. ¿Y eso cómo se hace?
—Trabajo, ilusión, ganas y vocación de servicio. Puedes fracasar en un proyecto, pero la gente va a decir que al menos lo intentaste. La gente valora la sinceridad. Yo no me ando con rodeos. Ah, y otra cosa.
—Dígame.
—En la política municipal no se puede mentir. Tú tienes que decir lo que vas a hacer, y si no lo haces, explicar por qué.
En eso consiste este viaje. En preguntar a estos alcaldes y alcaldesas —entre los que se encuentran algunos de los más votados de España— cuál fue su receta para que sus vecinos apostaran por ellos y, sobre todo, para que mantuvieran su confianza elección tras elección. Casi todas las entrevistas se hicieron paseando, mientras los alcaldes presumían de sus logros —uno ha combatido con escaleras mecánicas las acusadas pendientes de su ciudad, otro está restaurando los edificios históricos, aquella ha recuperado un gran paseo junto al río…—, atendían alguna reclamación de los vecinos —unos árboles mal talados en Zamora, una farola que falta en una esquina arrasada por el volcán de La Palma…— o saludaban a aquella señora casi centenaria que hacía tiempo que no veían —”hombre, Paquita, ¿qué tal está?, mire, estos son periodistas de EL PAÍS, pero buena gente”, le aclaró Luis Partida a una de las vecinas más antiguas de Villanueva de la Cañada—. En general, un paseo amable en el mes de abril desde Canarias a Cataluña y desde Valencia a Galicia en el que apenas vimos una nube y el alcalde de La Línea casi se achicharra mientras posaba para las fotos en los tendidos altos de la recién restaurada plaza de toros.
—Desde aquí se ve el Peñón. Es como un cíclope. Siempre te está mirando. No hay manera de esconderse.
Juan Franco tiene 47 años, es funcionario municipal en excedencia, licenciado en Derecho e Historia, un espíritu de liderazgo que ya traía de fábrica —con 16 años entrenaba a un equipo de chavales y convenció a sus padres para llevárselos a jugar un torneo de fútbol a Málaga— y esa habilidad que tienen en Cádiz para atrapar al interlocutor. Antes de preguntarle cuál fue su secreto para que los vecinos de una ciudad acostumbrada al desencanto lo votaran casi por unanimidad, merece la pena escuchar cómo decidió meterse en política. Lo hace sentado en una terraza, con su segundo, Juan Macías.
—La situación era tan terrible que los ciudadanos corrientes solo teníamos dos opciones: o que se arreglara la situación o salir pitando de La Línea. El deterioro de los servicios públicos era brutal, hasta el punto de que, en la legislatura 2011-2015, se llegaron a acumular 11 nóminas municipales pendientes de pago. Un día, aquel grupo de amigos que nos conocíamos desde los 12 años nos volvimos a reunir para jugar un partido de fútbol. Y mientras calentábamos, alguien dijo: “En este equipo de aficionados hay gente más preparada que en el equipo de gobierno de la ciudad”. Ahí surgió la idea. Si lo miramos desde la distancia, nos damos cuenta de que en aquel momento estábamos calentando el alcalde, el primer teniente de alcalde, el concejal de Urbanismo del futuro gobierno de la ciudad, el ideólogo del proyecto...
Juan Franco y sus amigos de la infancia crearon un partido y lo bautizaron La Línea 100×100. En 2015 empataron con el PSOE a nueve concejales y dejaron al PP con cinco, a Izquierda Unida con uno y al Partido Andalucista con otro. Franco se propuso como alcalde de un gobierno de concentración, los partidos principales se quitaron de en medio y se coronó en precario. Los resultados de cuatro años después hablan por sí solos. La Línea 100×100 obtuvo en 2019 el 67,5% de los votos y 21 de los 25 concejales en disputa. El PSOE se tuvo que conformar con 3 y el PP con 1.
—¿Me da usted la receta?
—Una de las ideas principales fue: no hay que vender mucho, sino hacer mucho. La gente compra lo que haces, no compra lo que vendes. El secreto es hacer, hacer y hacer. Si te dedicas a vender no tienes tiempo de hacer. La segunda es que, como alcalde, me comunico con los ciudadanos directamente, por Facebook, por Instagram, quedo con ellos, me ven por la calle. La Línea no es una ciudad más insegura que Marbella o que Estepona, pero tiene peor fama. No rehúyo el problema: soy el primer alcalde que ha reconocido abiertamente que tenemos un problema con el narco, pero sigo andando por la calle, sin escolta, y cualquiera se puede acercar a hablar conmigo. Ya lo habéis visto.
La siguiente parada es en Quatretonda, un municipio de la provincia de Valencia en el que, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en enero de 2022 estaban empadronados 2.143 habitantes, tres menos que en enero de 2021 y un par de cientos menos que hace 10 años. Este dato, casi milimétrico, tiene tanta importancia en municipios pequeños que su alcaldesa, Aina Benavent, de la coalición Compromís, se sabe de memoria —y lo subraya con una indisimulada alegría— cuántos bebés han nacido en los últimos años: “En 2021, el año que nació mi hija, nacieron solo ocho chiquillos, pero el año pasado fueron 26. Y este año también se esperan bastantes, pero es algo extraordinario”.
Benavent, que tiene 35 años, es ingeniera agrónoma de formación y ahora trabaja de maestra, cuenta que, además del envejecimiento de la población, su otra gran preocupación como alcaldesa es la escasez de vivienda. “Habrá visto muchas casas vacías”, explica, “pero son de personas que no las quieren poner a la venta, ya sea por nostalgia o porque no tienen necesidad. El caso es que cualquiera de esas viviendas, la típica casa de pueblo de dos plantas y unos 200 metros cuadrados, cuesta a partir de los 150.000 euros y muchas de ellas están para tirarlas. Y eso está provocando que mucha gente, sobre todo jóvenes, se acabe marchando.
—¿Y si no fuera por el envejecimiento de la población y de lo difícil que les resulta a los jóvenes conseguir una vivienda?
—En Quatretonda se vive muy bien —presume con una sonrisa de felicidad— y creo que la clave para que los vecinos sigan confiando en mí es la cercanía. Aunque parezca mentira, hay muchos vecinos que vienen aquí a que los escuches. A unos les puedes ayudar, a otros no, pero al menos sienten que estás cerca de ellos, que tienen mi teléfono y que cualquiera puede tener el recurso de llamarme o de enviarme un mensaje y decirme: “Aina, esto no está bien”.
—¿Y qué le cuenta la gente?
—De todo. Hasta problemas personales o de pareja. Algunos no te conocen, pero confían en que les puedas ayudar. Para mí eso es lo más bonito de la política local.
De una alcaldesa joven a un veterano en la política. Francisco Guarido tiene 65 años, pertenece a Izquierda Unida y es el alcalde de Zamora. Es otro de esos regidores que consiguieron darle la vuelta al tablero electoral con la única carta de presentación de su trabajo, primero en la oposición y luego en el gobierno. De hecho, mientras IU bajaba en Castilla y León, Guarido fue creciendo en Zamora desde la primera vez que se presentó a la alcaldía. Fue en 1999, y entró por los pelos, con el 5,1% de los votos. En las elecciones municipales de 2015, el PP logró en Zamora 10 diputados; Izquierda Unida, 8, y el PSOE, 5. Guarido se erigió en alcalde con el apoyo de los socialistas y, cuatro años después, en 2019, los resultados dejaron claro que al candidato comunista lo votaron partidarios del PP e incluso de Vox. Guarido logró el 48% de los votos —más del doble que el PP—, se hizo con 14 concejales mientras los populares bajaban a 6 y los socialistas a 3.
—¿Cuál fue la clave de ese éxito a contracorriente?
—Creo que una parte del éxito la tuvo una revista que repartíamos en los buzones cada dos meses y en la que contábamos lo que íbamos haciendo, ya fuera cuando estábamos en la oposición o luego en el gobierno. 33.000 ejemplares con mucha información. Mucha pedagogía, ninguna foto nuestra, y multitud de estadísticas, de gráficos. Lo hacíamos con el dinero que poníamos los cargos públicos.
De paseo por Zamora, Guarido cuenta que es muy importante que el cargo público —ya sea en la alcaldía o en cualquier otro lugar— lo haga por una cuestión de valores, de militancia, de querer cambiar la ciudad… “Al estilo clásico”, resume. “Y para ello”, advierte, “no puedes tener ataduras de ningún tipo. Uno tiene que estar dispuesto a coger la maleta y marcharse en cualquier momento. Eso es muy importante para uno mismo y también para que la gente lo perciba así. Ninguna atadura económica, ni de sueldo, ni de prebendas…”.
—¿Usted sabe qué le valoran más sus votantes?
—Evidentemente aquí la gente no es comunista. Pero sí que nos reconoce muchísimo la dedicación plena que tenemos, la honradez —creo que la gente de derechas confía más en nosotros que en su propio partido—, y valora también una trayectoria. Piensan: “Estos tíos empezaron con Izquierda Unida, siguen con Izquierda Unida y, a pesar de la convulsión de Podemos y demás, siguen con Izquierda Unida. Esta gente es de fiar…”.
—¿Cuál es su mayor satisfacción?
—Comprobar que cuando se hacen cosas justas con decisión y sin grandes aspavientos, la gente las acepta. Aquí cambiamos los nombres de las calles sin ninguna resistencia, incluso el PP votó a favor de algunos cambios. Una de mis mayores satisfacciones quizás es que, gracias a nosotros, en Castilla y León se mira a los comunistas de otra manera.
En la ría de Vigo hay dos municipios, uno frente al otro, que son la noche y el día. Por el número de habitantes, por el color político de sus alcaldes y también por la forma de hacer política. Moaña no llega a los 20.000 habitantes, Vigo tiene 300.000. La alcaldesa de Moaña es del Bloque Nacionalista Galego (BNG), se llama Leticia Santos, tiene 37 años y de su gobierno destaca lo siguiente: “Una de las principales diferencias es que el Ayuntamiento está liderado por dos mujeres, la candidata socialista y yo. Eso no es habitual. Y las dos tenemos muy interiorizados valores que transmitimos al resto. La política feminista, la defensa de nuestra identidad como gallegos, nuestra lengua, nuestra cultura… Y también la cuestión medioambiental. Una de las primeras cosas que hicimos, y que nos han valorado mucho, es recuperar espacios para que la gente camine, sin la molestia constante de los coches…”. Al otro lado de la ría, el alcalde de Vigo, Abel Caballero, de 76 años y una larga carrera política en el PSOE (llegó a ser ministro de Transportes, Comunicaciones y Turismo con Felipe González), se ha convertido en un fenómeno que no necesita presentación.
—¡Eh, Abel, ¿te haces una foto con nosotros?
Dar un paseo con el alcalde es un espectáculo en sí. Unos estudiantes de bachillerato le piden que se haga una foto con ellos, desde una ventana de un piso alto le saludan a gritos; Caballero se deja querer y posa como una estrella. En su despacho, junto a un ventanal tras el que luce esplendorosa la ría, casi no hacen falta preguntas. Su discurso de éxito está avalado por unos resultados que nadie iguala. Es alcalde de Vigo desde 2007, pero si entonces consiguió 44.000 votos, nueve concejales y necesitó el apoyo del BNG para superar al PP y poder gobernar, ahora tiene 101.000 votos, el 67% del total, 20 de los 27 concejales de la corporación y sigue sumando. Su discurso puede parecer una loa a sí mismo, pero nadie como él se lo puede permitir.
—¿Y sería capaz de resumir cuál es la base de su éxito?
—El trabajo de alcalde es un ejercicio de empatía. Y la empatía la consigues a través de la gestión, de que todo vaya bien, pero también de la relación directa, del diálogo, del pararte con todo el mundo, y de escuchar. Y, aunque no lo parezca, una alcaldía es un ejercicio permanente de humildad. Hay que atender mucho a lo que te digan. Todo el tiempo, todo el tiempo.
En este viaje que casi termina hemos conocido a alcaldes que prácticamente han construido calle a calle municipios destruidos por la guerra —el de Villanueva de la Cañada—, otros que tratan, con una fórmula nueva y arriesgada, sin el patrocinio de los grandes partidos políticos, refundar una ciudad acosada por las mil tentaciones del narcotráfico, el blanqueo y los paraísos fiscales —el de La Línea de la Concepción—; también a alcaldesas jóvenes —las de Quatretonda y Moaña—que ejercen de artesanas de la política, tratando a sus vecinos uno a uno, incorporando con naturalidad a la cotidianidad de las cosas los valores de la igualdad, el feminismo, el respeto por el medio ambiente. Hay alcaldes que, durante años, han buzoneado portal a portal la garantía de su honradez, hasta el punto de rescatar el viejo prestigio de los comunistas que, con sus renuncias, forjaron la Transición. Pero, a pesar de sus méritos innegables, ninguno de ellos —afortunadamente— tuvo que presenciar durante 89 largos días con sus noches de espanto la destrucción de su territorio. La alcaldesa de Los Llanos de Aridane, Noelia García Leal, de 50 años, militante del PP, vio cómo la lava del volcán sepultaba barrios enteros, el cementerio, las plataneras, viviendas de familias que se quedaron sin nada. A ella también le hemos preguntado lo que a todos —¿qué hace falta para ser un buen alcalde?—, pero casi no era necesario. La vimos luchar entonces, bajo la lluvia de ceniza y el rumor constante de la erupción, y la hemos vuelto a acompañar ahora durante toda una tarde visitando a los vecinos que intentan todavía rescatar algunas de sus casas medio sepultadas.
—Alcaldesa, ¿en qué se diferencia el trabajo de alcaldesa de cualquier otro cargo político?
—Lo primero es que aquí no se desconecta. Eres alcalde en tu despacho y también en la calle. Somos los autónomos de la política. No hay respiro. Y, por otra parte… Mira, yo he sido diputada regional y el otro día estuve en el Congreso de los Diputados explicándole a todos los portavoces qué necesita La Palma para seguir adelante, porque hay cosas que se prometieron y no llegan… Pero bueno, vi aquello… Y, por decirlo de alguna manera, aquí el postureo no tiene mucho recorrido, aquí te conocen desde el instituto. Por eso, ahora, cuando preparamos la campaña, pienso: qué vamos a decir que no hemos dicho o no hemos hecho ya.
La última cita es en Santa Coloma de Gramenet con Nuria Parlón, de 48 años, alcaldesa desde 2009 por el Partido de los Socialistas de Cataluña (PSC). Si la alcaldesa de Los Llanos tenía por delante reconstruir un territorio, Parlón —que goza ya de gran experiencia en la política— afronta un reto no menos difícil, el de seguir construyendo una casa común con mimbres muy diferentes: un 22% de los vecinos son personas mayores —en muchos casos trabajadores de otras regiones que emigraron con el sueño de volver y se fueron quedando— y otro 22% son de procedencia extranjera, que abarca 116 nacionalidades.
—¿Qué hace falta para manejar una ciudad así y arrasar elección tras elección?
—Hay que tener paciencia, te tiene que gustar escuchar a los vecinos, pero también una actitud de liderazgo, porque con escuchar o decir que sí no es suficiente. Hay que tomar decisiones sabiendo de antemano que no todo el mundo va a quedar contento. Hay que tener en cuenta además que esta es una ciudad de 120.000 habitantes pero que nos relacionamos como en un pueblo pequeñito, estamos todos muy juntos y hay una actividad política especialmente intensa. Todo el mundo te conoce y muchos tienen tu teléfono. No dejas de ser alcaldesa ni un segundo.
Hay una frase que nos hemos guardado para el final, pero que, de uno u otro modo, han pronunciado los ocho entrevistados.
—Lo fundamental para ser un buen alcalde es que te guste la gente.