Todo termina (y comienza) en el Cock: 100 años de la coctelería más legendaria de Madrid

Si hay un sitio en el que pueda presentarse Carolina de Mónaco y que nadie le haga especial caso, es aquí. El bar detrás de la Gran Vía es desde hace un siglo punto de reunión de artistas y entendidos

Javier Rufo, barman y encargado de camareros del Bar Cock, prepara un cóctel tras la barra. Gianfranco Tripodo

Uno de los deberes de toda princesa es saber delegar. Sucede que Carolina de Mónaco se encontraba una noche del pasado otoño en Madrid, por la inauguración en el centro de arte La Casa Encendida de una exposición de la artista Christine Sun Kim, organizada por la Fundación Prince Pierre de Mónaco, que ella preside. Tras el acto, aún tenía cuerpo para una salida nocturna, y la elección de lugar quedó en manos del comisario de la muestra, Cristiano Raimondi. Una doble casualidad quiso entonces que Rai...

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Uno de los deberes de toda princesa es saber delegar. Sucede que Carolina de Mónaco se encontraba una noche del pasado otoño en Madrid, por la inauguración en el centro de arte La Casa Encendida de una exposición de la artista Christine Sun Kim, organizada por la Fundación Prince Pierre de Mónaco, que ella preside. Tras el acto, aún tenía cuerpo para una salida nocturna, y la elección de lugar quedó en manos del comisario de la muestra, Cristiano Raimondi. Una doble casualidad quiso entonces que Raimondi hubiese probado la noche anterior un fabuloso Dry Martini en una coctelería del barrio de Chueca. Y que en esa misma inauguración se encontrase Teresa Nieto, una de las socias de aquel bar, el Cock.

De izquierda a derecha, Teresa Nieto, Patricia Ferrer y José Astiárraga, cabezas visibles del Cock, sentados en el privado del local.Gianfranco Tripodo

—Cristiano me dijo que aquellos Dry Martini le habían encantado y que quería volver. Así que llamé al bar para asegurarme de que quedara reservada una buena mesa, y allí fueron todos cuando acabó la cena.

—¿Y qué pasó aquella noche?

—Los pusimos al lado de la puerta, frente a la vidriera. Estaban Carolina, Cristiano, Christine y algunos amigos. Se tomaron sus cócteles, lo pasaron bien y nadie les molestó. Más detalles no puedo dar.

Si hay en Madrid un sitio en el que pueda presentarse Carolina de Mónaco y que nadie le haga especial caso, ni se cuente qué hizo y con quién, ese es el Cock. Ubicado en la calle de la Reina, una paralela a la Gran Vía madrileña, desde fuera permanece ajeno al bullicio de esta gran avenida. Este es uno de sus puntos fuertes, en opinión del periodista y cineasta Javier Rioyo, que ahora prepara un documental sobre la historia del Madrid del último siglo a través de este cóctel-bar: “El Cock ha sido siempre y ante todo un lugar discreto. Está en una calle trasera. Nació como un sitio especial, y con el tiempo fue singularizándose cada vez más”.

El fotógrafo Alberto García-Alix, cliente habitual y de largo recorrido del Cock. Gianfranco Tripodo

Porque hace unos 100 años que el Cock inició su primera vida. Lo abrió el empresario bilbaíno Emilio Saracho Momeñe como una réplica de los clubes nocturnos que había visitado en sus viajes a Londres, sitios con cierta voluntad de elegancia donde eran forzosas las vidrieras coloridas, la chimenea de mármol, los empanelados y los detalles de ebanistería y de latón. No consta la fecha exacta de su apertura, pero Rioyo apunta a “1923, puede que 1924″, un periodo histórico en el que las tensiones entre tradicionalismo y modernidad se hacían especialmente patentes en España. Y por Madrid comenzaba a extenderse una corriente hedonista que recogía los ecos de la alegre Europa de entreguerras. “El Cock fue el primer bar moderno de la ciudad, como los que se llevaban en Inglaterra o en América. No era ni una taberna ni una botillería, ni tampoco el bar de un hotel. Ha seguido abierto desde entonces, y siempre ha representado lo que pasó en la ciudad, sobre todo sus momentos de modernización y apertura. Y su poco de golfería”, apunta Rioyo.

La galerista Victoria Solano y Ana Leal, diseñadora gráfica y profesora, frente a la chimenea de madera del local.Gianfranco Tripodo

Saracho lo bautizó Cock por el vocablo cocktail, quizá sin ser consciente de que por obra de la polisemia en el idioma inglés la palabra no solo designa al animal que nosotros llamamos gallo, sino también al miembro viril: detalle que hoy sigue chocando a muchos visitantes internacionales, como a George Clooney, que al parecer en su visita pensó, divertido, que su entorno trataba de llevarlo a un local gay.

Junto a la refinada decoración, Saracho consideró que la calidad de los cócteles debía ser otro elemento irrenunciable, así que al frente de este apartado contrató a un joven Pedro Chicote, quien unos años después se independizaría para abrir su propia coctelería, ya bajo su nombre. En el espacio contiguo, con entrada por la Gran Vía. De hecho, en los años cuarenta Chicote acabaría comprando el Cock para ampliar su mítico bar con un reservado trasero que albergara ocasiones y clientes especiales, en un momento —los primeros años del franquismo— en el que la exhibición de virtudes públicas exigía una práctica de los vicios lo más privada posible.

Cóctel Dry MartiniGianfranco Tripodo

Casi 40 años después de aquello, Patricia Ferrer, Pachi, una de las socias del restaurante El Amparo, estaba realizando un curso de coctelería en Chicote y descubrió aquella trasera convertida en un lugar en decadencia, que acogía un reducido grupo de clientes habituales, con la decoración aún magnífica pero deteriorada y el piso inferior lleno de muebles arrumbados. Aquel parecía el lugar perfecto para abrir un bar antiguo y novísimo al mismo tiempo, uno que pudieran valorar los más modernos de la fase final de la Movida, ya convertidos en una clase social influyente, pero también otros segmentos de gustos más clásicos. Y habló con un grupo de amigos para unir fuerzas: se sumaron al proyecto Antonio Fernández de Castro, Joaquín Santos-Suárez, Fernando Valero, José Astiárraga y Teresa Nieto. Hoy son los dos últimos, junto con la propia Pachi, los socios que permanecen al frente. Cuenta Pachi: “Querían venderlo todo junto, Chicote y el Cock. Pero la parte delantera no nos interesaba. Afortunadamente, al cabo de un tiempo apareció un comprador para ella y nosotros pudimos quedarnos con la trasera”.

—¿Y costó mucho ponerlo al día?

—¡Fue como restaurar una catedral! Nos llevó unos seis meses arreglarlo todo. Las boiseries, las columnas. Las vidrieras, que las restauró el único profesional especializado que quedaba en Madrid. Las mesas y las sillas, que estaban medio despedazadas en el almacén. Y los sofás, que eran de escay, pero los llevamos a tapizar de cuero verde. Cuando al fin lo abrimos, en 1985, no nos fiábamos mucho del éxito, porque entonces la calle de la Reina era un desastre.

Aitor Vidal, Dani Herrera y Milo Hammid (de izquierda a derecha), nuevas generaciones de clientes del Cock. Gianfranco Tripodo

Un callejón oscuro y poco recomendable en el límite del barrio de Chueca, que por entonces se consideraba una especie de ciudad sin ley tomada por gentes de mal vivir. Pero esto solo añadía un exótico perfume de lumpen que favoreció su éxito instantáneo. El decorador Pascua Ortega, que había sido jefe de Pachi en otro templo madrileño de la modernidad caviar, el restaurante Bogui, lo expresa así: “Desde el principio, el Cock fue nuestra casa”.

Y ese “nuestra”, el adjetivo posesivo, da la clave. El sentimiento de pertenencia que se generó en un variado grupo humano fue la base de todo su éxito. Los modernos y la farándula lo abrazaron con entusiasmo cuando la imagen de marca de la Movida ya se había afianzado y cotizaba al alza. La aristocracia y la burguesía de distintos orígenes y credos políticos, encantada de soltarse la melena junto a ellos, también se subió al tren en marcha. Pero, sobre todo, se convirtió en un punto de referencia para el mundo del arte, hasta el punto de considerarse una especie de sede oficiosa de la feria Arco, cuya primera edición había tenido lugar en 1982. “Este ha sido siempre el backstage de Arco”, define la galerista Victoria Solano. “Aquí se tejen complicidades y se cierran los acuerdos iniciados en la feria. Por eso hay que estar”.

El interiorista Pascua Ortega, amigo del bar desde sus inicios. Gianfranco Tripodo

A principios de la década de 1990, el pintor Francis Bacon fue uno de los clientes más fieles. Cuenta Pachi que, cuando estaba en Madrid, él y su pareja, el español José Capelo, acudían cada tarde y bebían no menos de una botella de champán, para salir mientras comenzaba a afluir el grueso de la clientela. Un posavasos firmado por Bacon da constancia de su huella. Está colgado en el piso inferior, junto al guardarropa, en la llamada “galería”, que también alberga obra cedida por artistas como Ceesepe, Juan Hidalgo o Sigfrido Martín Begué. Hace tiempo que el fotógrafo Alberto García-Alix prometió que algún día también incorporaría una de sus instantáneas a esta exposición permanente. Aún no ha encontrado el momento de cumplir su promesa, aunque puede presumir de ser uno de los clientes más antiguos en activo: “Es que ya no quedan sitios con esta elegancia. Aquí siempre se ha bebido muy bien, y es buen punto de encuentro. A la gente que viene de fuera le impresiona mucho. Y luego está Pachi, todo un carácter: no pasaba ni una a ningún cliente”.

Cuando alguien se ponía pesado, fuera quien fuera, era Pachi la encargada de gestionar la situación. Ella sabía hacerlo con tanta autoridad como mano izquierda: “Yo les decía: ‘¿Por favor, te importa…?’. Porque, por muchas copas que haya bebido alguien, si le hablas bien, y le explicas que no puede subirse a un radiador, enseguida lo entiende”.

El pintor Miquel Barceló y la gestora artística Isabela Mora. Archivo Bar Cock

Y eso incluye hasta a la actriz Naomi Watts. Cuando en la fiesta del estreno de la película Lo imposible (2012), de Fernando Bayona, se empeñó en ponerse a bailar, Pachi le paró los pies sin miramientos. Entonces estaba terminantemente prohibido hacer tal cosa.

Pero los tiempos cambian, y su socia Teresa Nieto decidió que convenía darle un nuevo aire al local. La idea no era variar sus señas de identidad, sino apoyarse en ellas para asegurarse el recambio generacional. Nieto empezó a organizar exposiciones para mostrar el trabajo de artistas y diseñadores jóvenes. Para ello buscó complicidades como la de Ana Leal, diseñadora gráfica, profesora en la escuela de diseño Istituto Europeo di Design (IED) y agitadora social que hoy forma parte de la clientela fija. Leal entró aquí por primera vez por una fiesta de Arco: “Alguien me dijo entonces que Bacon venía todo el rato y flipé, porque no podía creer que existiera un sitio así. Con mi ex, Andrea, nos pusimos a hacer aquí unas fiestas que llamábamos National Affairs en fechas señaladas como el Orgullo LGTBI o Halloween que fueron increíbles”.

El pintor Francis Bacon, en su mesa habitual, en 1991. Archivo Bar Cock

Esas fiestas atrajeron a una nueva generación a la que pertenecen el estilista Aitor Vidal, el artista 3D Milo Hammid y el diseñador gráfico Dani Herrera, con edades entre los 25 y los 30 años, que también engrosan la nueva parroquia de fieles.

“Viene todo tipo de gente, de todas las edades y profesiones. Por eso es siempre tan divertido”, dice Herrera. “En cuanto me di cuenta de eso, ya lo vi con otros ojos”, añade Aitor Vidal. “Es que a mí me trajo en una cita mi primer novio y yo al principio no entendía bien dónde estaba”.

La galerista Juana de Aizpuru (segunda por la derecha), presencia histórica en el Cock, el día de la inauguración de la muestra de Kippenberger, Kosuth y Steinbach, en su galería, en 1991. Con ella, entre otros, Luis Claramunt, Mike Kelley, Juan Muñoz y Jiří Dokoupil.Archivo Bar Cock

“Es importante recordar la historia del Cock, porque sobre sobre ella bailamos ahora nosotros”, concluye Ana Leal. Historia viviente es la galerista Juana de Aizpuru, la creadora de Arco. Ella se convirtió en una de las primeras valedoras del Cock al comprender que la vida nocturna de Madrid suponía un reclamo con el que atraer a sus colegas de la escena artística internacional, a los que pedía que participaran en la feria. Así que, al terminar la jornada ferial, trasladaba la fiesta a la calle de la Reina. Sentada en el despacho de su galería, a unos minutos andando del bar, recuerda hoy aquellos tiempos:

—Ya apenas salgo, pero cuando lo hacía venía siempre con los artistas, los comisarios y galeristas de aquí y de fuera. Cuando íbamos al Cock siempre pasaba algo interesante.

—¿Qué era lo mejor?

—El momento de la entrada. Porque no dejaban pasar a todo el mundo, así que te sentías muy importante cada vez que el portero descorría la cortina tras la puerta, te miraba, y te decía: “Pase”. Entonces tú entrabas y te decías: “Sí, yo soy de la casa”.

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