Radiografía de los “Miyakers”: la tribu urbana que solo viste de Issey Miyake
Conceptual y pragmático, Miyake se ganó una de las hinchadas más acérrimas de la historia de la moda. Los suyos nunca han sido clientes, sino creyentes, en especial entre las esferas del arte y la cultura, en las que vestir las creaciones del desaparecido genio japonés ha devenido seña de identidad. Reunimos a cinco de sus seguidores españoles más devotos.
Cuenta la leyenda urbana indumentaria que en el starter pack de quien quiere lucir con propiedad en territorio artístico-cultural no puede faltar un issey miyake. Un mito del estilo/vestir intelectual que se da especialmente por sentado en galerías, ferias, bienales y saraos de arte contemporáneo, tanto que ha devenido uniformador cliché de esa élite que lidia en los elevados ámbitos de la creación y las ideas. “¿Por qué es Issey Miyake sujeto de exposición en un...
Cuenta la leyenda urbana indumentaria que en el starter pack de quien quiere lucir con propiedad en territorio artístico-cultural no puede faltar un issey miyake. Un mito del estilo/vestir intelectual que se da especialmente por sentado en galerías, ferias, bienales y saraos de arte contemporáneo, tanto que ha devenido uniformador cliché de esa élite que lidia en los elevados ámbitos de la creación y las ideas. “¿Por qué es Issey Miyake sujeto de exposición en un museo? ¿Por qué ha sido el primer diseñador de moda en alcanzar la portada de la revista Artforum? ¿Por qué sus prendas son las preferidas de tantas figuras prominentes de las artes?”, inquiría ya en 1998 el crítico estadounidense Herbert Muschamp en aquella reseña para The New York Times a propósito de la muestra Issey Miyake Making Things en la parisiense Fundación Cartier. No, no hay respuesta segura para la última pregunta, la del millón en este caso, que el propio interesado tampoco tuvo nunca a bien considerar. “Creo que su gran desafío fue diseñar simple y llanamente para todo el mundo, ropa que cualquiera puede llevar en su día a día, como los vaqueros o la camiseta”, le concedía a este periodista Midori Kitamura, presidenta del Miyake Design Studio y mano derecha del genio nipón durante cuatro largas décadas, cuando inauguró la exposición The Work of Miyake Issey en el Centro Nacional de Arte de Tokio, en 2016. Y concluía: “Issey Miyake quiere hacer buenos productos, no moda. Y es el impacto de esos productos en la vida cotidiana de quienes los llevan lo que, al final, hará historia”.
Que a seis meses vista de la desaparición del creador (nacido en Hiroshima en 1938, fallecido en Tokio a principios de agosto de 2022) su legado siga revisándose en los mismos términos de fetichismo dice mucho del profundo alcance de la conexión entre un miyake y aquellos que han hecho voto de vestirlo. Las crónicas al respecto han proliferado desde entonces, jaleando de manera recurrente a tan fieles devotos. La arquitecta Zaha Hadid, por ejemplo, que comenzó a envolverse en sus volúmenes en los primeros ochenta. El midas de la informática Steve Jobs y sus jerséis de lo que aquí llamamos cuello Perkins, que lucía como identitaria segunda piel (el fundador de Apple le pidió uno a título personal y le envió un centenar. Al morir Jobs en 2011, Miyake retiró el modelo del mercado). La cantante Grace Jones, la mejor valedora de sus piezas de talante genuinamente escultórico, tanto que a sus 74 años continúa saliendo al escenario con los bustieres de fibra de vidrio y resina de poliéster de la serie Plastic Body (otoño-invierno 1980) que atesora. “No soy compradora por naturaleza. Llevo la ropa hasta que se cae a pedazos, porque es la que amo. Y me gusta pensar en cómo puedo cambiar lo que me pongo en función de cómo lo uso. Quizá por eso soy incondicional de Miyake”, escribía la insobornable crítica de moda Suzy Menkes en 2019. Normal que la galerista Nerea Fernández no hable de clientes, sino de creyentes.
La presidenta de la asociación Arte Madrid y codirectora del espacio expositivo NF/Nieves Fernández ríe cuando admite que ella misma cumple el estereotipo: “Soy bastante de manual, sobre todo por lo de vestir de negro”. Que en su armario abunde la etiqueta del japonés no extrañará, claro: “La moda me interesa en sentido conceptual. Mi relación con diseñadores como Rei Kawakubo [Comme des Garçons], Martin Margiela o Issey Miyake es casi como la que puedes establecer con un artista plástico al que admiras, porque son creadores que han planteado cuestiones conceptualmente muy valientes. No me importan los logos, sino lo que se mueve en el cruce de disciplinas”. Tampoco la que podría ser una conclusión plausible respecto a la alargada sombra indumentaria de Miyake en los territorios del arte, que aventura así: “Parte de una fascinación por su propuesta, estética e intelectual, que resulta pragmática. Es la realidad del uso: sin problema de tallas, fácil de lavar, no necesita plancha… Cuando estás colgando una pieza en el stand de una feria y al rato tienes que ir a una cena o coger un avión, la funcionalidad se valora mucho. Por otro lado, te atraen más quienes trabajan desde las ideas. Te apetece comprar las prendas de aquellos creadores que te interesan por su manera de pensar, igual que lo harías con un artista”.
Nerea, como sus hermanas Idoia y Edurne, descubrieron pronto la obra del japonés gracias a su madre, la veterana galerista y coleccionista Nieves Fernández, y ya no se lo pudieron quitar ni del cuerpo ni de la cabeza. “Empecé muy joven a ir con ella a las ferias internacionales, donde era habitual ver a muchas mujeres, e incluso algunos hombres, vistiéndolo. Además del arte, me sorprendía la elegancia de la gente”, recuerda Edurne. “Entonces en España no se vendía Issey Miyake, así que esos viajes eran una oportunidad para comprar sus prendas o, mejor, piezas, porque era un escultor de ropa”. Consultora y asesora de coleccionistas, Edurne terminaría dirigiendo la tienda contigua a la galería materna en la madrileña calle de Blanca de Navarra pionera en despachar la etiqueta por estos pagos, “un lienzo en blanco para la creación, para ir haciendo cosas”, explica a propósito de Making Things, nombre prestado de aquella muestra en la Fundación Cartier. “Siempre lo consideramos un proyecto idealista; como creyentes absolutas, el único leitmotiv era que nos encantaba. En ese sentido, la manera de vender una pieza de Miyake se asemeja a una de arte, porque te lo crees”.
Si NF/Nieves Fernández es desde hace casi medio siglo uno de los destinos inevitables para el arte contemporáneo en España, Making Things lo fue para el vestir de vanguardia durante algo más de dos décadas, extendiendo el alcance de la galería a la moda entre 1996 y 2019. “Al principio resultó complicado, porque la marca requiere proactividad. Aquí se la conocía por los perfumes, aún no se veía tanto en ferias. Nosotras inventábamos contenidos para darle difusión, como el boletín Making News, una newsletter en la que informábamos de las actividades de la tienda y las labores creativas y de investigación de Miyake. No éramos empresarias de moda, no se trataba de una aventura comercial, nuestra aproximación a la firma era la del arte”, cuenta Nerea, que alinea el trabajo del diseñador con la abstracción ingrávida de Morris Louis, las construcciones angulares de Robert Morris y la idea del arte como motor de cambio social de Malévich.
De tan magno corpus, la línea Pleats Please es la favorita de largo entre los agentes artísticos. El propio Miyake la colocaba por delante de sus otros productos: “De todas las numerosas prendas que he creado en estas cuatro décadas, las Pleats Please son sin duda las que considero más mías, mi contribución más valiosa al diseño”, dijo a propósito de una técnica que comenzó a desarrollar en 1988, inspirado por un pañuelo de seda doblado en cuatro y plegado al bies y la creencia de que “el estilo no debe quedar restringido a la profesión o a la edad”. Makiko Minagawa, responsable de investigación y diseño textil de la firma desde 1970, dio con la fórmula al decantarse por un tipo de punto de poliéster empleado en forrería, ligero y resistente, con la termoplasticidad idónea para aguantar las altas temperaturas del proceso de plisado. El resultado fue perfecto, un tableado flexible, sedoso, duradero, puesto a prueba por el Ballet de Fráncfort durante su gira japonesa, en 1991. “Los bailarines vinieron a mi estudio y, por pura diversión, los chicos se pusieron los trajes de las chicas. Hicieron caso omiso de mis instrucciones y empezaron a bailar con lo que les apeteció. Se movían con tan alegre abandono que los dejé hacer”, recordaba el diseñador en la monografía Pleats Please (Taschen, 2012).
“Para mí, el borrado de género que provoca Miyake, con esa especie de chilabas que cuelgan de los hombros dejando que el cuerpo respire, es fundamental. En el hombre, la silueta tiene una elegancia que, aun masculina, resulta muy suave”, concede Manuel Segade. El director del Centro de Arte Dos de Mayo de Móstoles (CA2M, Madrid) es otro miyaker de pro: “Lo uso mucho, tanto para trabajar como en ocasiones especiales. A veces, aún me dicen que si soy budista, o qué bien ser director de museo para poder ir de chándal… No todo el mundo lo comprende”. Él lo tuvo claro en cuanto descubrió Homme Plissé, la versión para hombre de Pleats Please lanzada en 2013 (la femenina original se comercializa desde 1993). “El mundo del arte tiene esta capacidad de poder romper con el canon, se espera que no vistamos de manera convencional. Por otro lado, yo ya tenía mis dudas con lo de ir trajeado. Como homosexual, el traje es lo que siempre me ha dejado fuera del marco, por lo que tiene de simbolismo heteropatriarcal, pero en Miyake encontré la solución, un filón que me permitía romper con las dinámicas tradicionales del traje gris marengo de caballero”, explica este experto en las prácticas estéticas que han influido en la construcción/sexualización del cuerpo desde el siglo XIX.
Antes de Miyake, Segade tiraba de las maxifaldas de Comme des Garçons como recurso, “una imagen que generaba quórum y no me dejaba fuera”. Hasta que le ganó la arquitectura del diseñador japonés como opción conceptual. “No es solo la comodidad, sus prendas generan, además, composiciones abiertas, que a veces desafían la lógica. El arte es muy receptivo a ese tipo de siluetas”, dice. Lo repetía siempre Miyake: “Trato de ofrecer respuestas a quienes se plantean interrogantes sobre su tiempo y cómo vivir en él”. Al final, la solución a la pregunta del crítico era así de sencilla.