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Estaremos en la red y podremos ser jaqueados. Por eso, los neurocientíficos piden que se instituyan nuevos derechos
Le acabo de pedir al ChatGPT que me facilite un tema para un artículo en el dominical de un diario español, y la inteligencia artificial ha contestado con celeridad ejemplar que “el artículo se centra en la importancia de los pequeños placeres en la vida diaria. A pesar de la presión constante para alcanzar logros y metas grandes, es esencial no olvidar los pequeños momentos de felicidad y alegría que se encuentran en ...
Le acabo de pedir al ChatGPT que me facilite un tema para un artículo en el dominical de un diario español, y la inteligencia artificial ha contestado con celeridad ejemplar que “el artículo se centra en la importancia de los pequeños placeres en la vida diaria. A pesar de la presión constante para alcanzar logros y metas grandes, es esencial no olvidar los pequeños momentos de felicidad y alegría que se encuentran en el día a día”. Casi me hubiera enternecido la bonhomía de la máquina si no fuera porque me he sentido un poco paranoica: cáspita, aunque formulada de una manera tediosa y tópica, la idea podría estar dentro del tono cotidiano y voluntarioso de algunos de mis textos. Como si la maldita IA me espiara.
Pero creo que es simple coincidencia, que la clave está en haber dicho que era un dominical y que los humanos nos repetimos mucho en lo que queremos leer en los días de asueto. Es lista la máquina, sí, aunque tampoco tanto. Anda el mundo revolucionado con el ChatGPT y con la inteligencia artificial, y hacemos bien en prestarle atención, aunque me parece que la gente tiende a creer que las cosas van mucho más deprisa de lo que van, y que nuestro robot aspirador va a liderar una sangrienta revuelta de los electrodomésticos contra nosotros en menos de lo que canta un gallo. Y no. El resumen que le pedí a la IA continuaba varios párrafos más, tediosos y repetitivos. En este texto, como en otros que he probado, se nota lo artificial. Aunque es cierto que el uso mundial del ChatGPT irá refinando los resultados.
Pero por ahora le falta flexibilidad y vuelo, por eso sólo engaña en aquellos textos que pueden ser plúmbeos sin llamar la atención, como, por ejemplo, los trabajos académicos. Sí, el mundo universitario va a tener dificultades para verificar las autorías. Pero ni siquiera eso es nuevo. En 1996, Andrew Bulhak creó un programa llamado Generador de Posmodernismo capaz de escribir textos supuestamente eruditos. En febrero de 2002 lo colgó en internet y ahí sigue. Cada vez que entras en www.elsewhere.org/pomo se crea un nuevo artículo deliciosamente pedante e incomprensible. Yo acabo de encontrarme con uno titulado (está en inglés, lo he traducido) “Teoría dialéctica poscapitalista en las obras de Madonna”. Empieza así: “La narratividad forma parte de la economía del lenguaje’, afirma Baudrillard. Si la teoría de la dialéctica poscapitalista está en lo cierto, tenemos que elegir entre narrativa subtextual y nacionalismo material”. El generador es una broma y una aguda crítica a la vacuidad intelectual, pero hay otras herramientas, como el SCIgen, creado en 2005 en el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), que genera investigaciones científicas falsas de forma automática. La intención era utilizarlo como denuncia de la falta de control académico, pero terminó siendo usado por un puñado de científicos para crear investigaciones fraudulentas que causaron escándalos en algún congreso internacional en China. O sea, que esto de la IA viene de muy largo.
“Un cerebro humano tiene tantos nodos o conexiones como tres veces todo el internet de la Tierra”, dijo en 2022 el eminente neurocientífico español Rafael Yuste, impulsor de BRAIN, el proyecto de EE UU para mapear nuestro cerebro y diseñar herramientas que lo consigan. BRAIN, que se lanzó en 2013 y terminará en 2026, con un coste de 6.000 millones de dólares, no ha ido todo lo bien que se esperaba; los avances están siendo bastante más lentos justamente por la fabulosa complejidad del cerebro humano. Pero la puerta está ahí, abriéndose, y la pasaremos antes o después. A mí lo que de verdad me turba e interesa no es que el robot aspirador se independice, sino que nuestra mente sea implementada por la IA. Conectaremos nuestros cerebros a los ordenadores, con chips internos o con simples electrodos en una diadema. Estaremos en la red y podremos ser jaqueados o manipulados. Por eso, los más importantes neurocientíficos del mundo, Rafael Yuste incluido, están pidiendo que se instituyan estos nuevos derechos: derecho a que nadie entre en nuestro cerebro sin consentimiento; derecho a conservar la propia personalidad; derecho al libre albedrío; derecho a protegerse ante determinados sesgos cognitivos. En este 2023 se cumplen 75 años de la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU. Los científicos piensan que sería un buen momento para incluir los neuroderechos.