Javier Marías y ‘El País Semanal’: el pulso del presente, en 939 columnas
La política, el fútbol o la lengua castellana han sido algunas de las temáticas preferidas de Javier Marías a lo largo de los más de 19 años en los que ha publicado cada domingo
Sus columnas siempre han tenido una gran repercusión. No han dejado nunca indiferente. En ellas ha puesto el dedo en cuestiones que consideraba esencial abordar. “Mi paciencia es escasísima ante la tontuna”, advirtió el escritor en una ocasión. Ha sido su particular visión del presente, diseccionado argumento a argumento. “Me consta que a bastantes lectores les parezco un cascarrabias, y de eso no me voy a defender”, dijo Javier Marías en una de sus columnas. Y añadió: “También sé que a otros los ‘consuelo’ o ‘reconforto’ con mis palabras, y que agradecen ver impreso lo que ellos piensan y —me...
Sus columnas siempre han tenido una gran repercusión. No han dejado nunca indiferente. En ellas ha puesto el dedo en cuestiones que consideraba esencial abordar. “Mi paciencia es escasísima ante la tontuna”, advirtió el escritor en una ocasión. Ha sido su particular visión del presente, diseccionado argumento a argumento. “Me consta que a bastantes lectores les parezco un cascarrabias, y de eso no me voy a defender”, dijo Javier Marías en una de sus columnas. Y añadió: “También sé que a otros los ‘consuelo’ o ‘reconforto’ con mis palabras, y que agradecen ver impreso lo que ellos piensan y —me cuentan— no se atreven a expresar ni entre sus amistades, por temor a ser rechazados si lo hacen”.
Comenzó a escribir en El País Semanal en febrero de 2003. “Cuando ocupé este rincón, aún gobernaba Aznar, y hube de dedicar muchas columnas a la infame guerra de Irak, en la que nos involucró ese Presidente megalómano”, recordó años después en Que no se libre nadie. Con su última entrega, El más verdadero amor al arte, un homenaje a la gran labor de los traductores, ha sumado 939 entregas de La zona fantasma, su columna de cada domingo.
Siempre tuvo la costumbre de numerar sus textos y cuando llegó a la entrega 900, en noviembre de 2021, dudó si hacer balance o esperar a la cifra redonda de las 1.000 columnas. “Como para alcanzarla faltarían unos dos años más, e ignoro si voy a durar ese tiempo sin moverme ni en el mundo me decido a ‘celebrar’ estas 900″, escribió en Aún lejos de mil. “Admito que con frecuencia me siento a la máquina preguntándome de qué puedo hablar ya, porque debo de haber dado mi personal opinión sobre casi todo (no la tendría sobre el volcán de La Palma ni sobre la renovación del poder judicial, al ser profano en esas materias y no ser vulcanólogo ni jurista). Por desgracia o por suerte, vivimos en una época particularmente enloquecida e idiota, en la que abundan los disparates, las pésimas decisiones (Trump, Bolsonaro, el Brexit), los ataques a la libertad y las injusticias (bueno, las dos últimas cosas han existido siempre), y me veo a menudo impelido a señalarlos, procurando razonar y argumentar por qué me lo parecen”, explicó.
Sin duda, cada lector tendrá su selección particular de artículos en la memoria. En los últimos tiempos, desde esta tribuna ha denunciado la creciente falta de razonamiento en la sociedad (“y si uno se encuentra de pronto en un mundo en el que tener razón no importa, ¿qué nos queda?”; Cuando razonar resulta ofensivo); ha puesto el foco en lo que ha definido como el “cinismo insólito” de políticos y medios (“de verdad, no sé cómo nadie se puede escandalizar ni sorprender del uso que se da a la infinidad de datos que, desde hace ya un par de décadas, la mayoría brindamos gustosamente por doquier. Así que lo lamento, pero no me cabe sino insistir: ¿son ustedes tontos, o qué?”; Lo tonto agota), y ha buscado las claves de lo que una vez denominó “la aberrante confusión entre logro y privilegio”. Ha llamado la atención sobre la americanización de España (La mirada sucia) y la falta de libertad de expresión (“no digamos de debate”) en foros públicos (Congreso o guardería) y ha reunido las actitudes “idiotas” de la sociedad actual, por ejemplo, de quienes no usaban mascarillas durante la pandemia (Mascarillas e idiotas cabales).
Ha escrito a lo largo de los años mucho sobre la lengua española, y ha denunciado, por ejemplo, la multiplicación de los anglicismos y las frases hechas en castellano (Desprecio de la propia lengua). Dudaba de que la supervivencia de las obras más allá de los autores literarios fuera algo positivo (“Han logrado convertir la posteridad y la supervivencia de las obras de arte en lo peor que a sus autores les pueda suceder. Aunque ellos no se vayan a enterar. Pero se está más a salvo sepultado por el olvido”; Perrerías póstumas). Y a veces se ha dado el gusto de escribir de fútbol, por ejemplo, de la última victoria del Madrid en la Copa de Europa (Historia para los nietos) o de las ocurrencias de los dirigentes nacionales e internacionales de este deporte (Casi todos contra el fútbol). Y también de su ciudad, Madrid (La capital maldita).
La política y los políticos han inspirado algunas de sus columnas más contundentes. “Lo mismo que critiqué a Aznar, Acebes, Esperanza Aguirre, Iglesias o Rajoy, critico ahora a Ayuso, Sánchez, Casado, Almeida o Colau”, escribió en 2021. A incursiones recientes en este ámbito pertenecen piezas como Profundamente de derechas y muy de derechas I y II, El incomprensible cinismo de Podemos o El incomprensible cinismo del PSOE. Diseccionó el procès (Cuando uno ya no sabe por qué) y puso en duda la vigencia de los conceptos de izquierda y derecha denunciando la vuelta a un totalitarismo que le recordaba el franquismo (Espíritu totalitario en versión grotesca), época de la historia española que ha recordado a menudo advirtiendo sobre las sombras que aún proyecta en nuestro tiempo (Inmortal idilio). En 2021, ante las elecciones autonómicas de Madrid, explicó por qué se planteaba por primera vez en su vida no votar (“mi conciencia se opone a depositar en la urna la papeleta de ningún contendiente”; Arrepentimiento simultáneo). Tampoco han quedado fuera de su lupa las sociedades y los políticos de otros países, como recientemente Putin (“es un megalómano sin temor al ridículo con tal de dar imagen de hombre fuerte de acción”; Putin conjeturado) o, anteriormente, Trump (Dos días de noviembre en Nueva York).
Ha opinado sobre asuntos polémicos como la traducción de la poeta afroamericana Gorman al holandés (“imaginen el veto a la inversa: un joven poeta blanco va a ser traducido por una mujer negra y madura”; Los versos de mírame y no me toques) y se ha cuestionado incluso qué es sexismo (Usurpador del Defensor). Pero también ha encontrado espacio para columnas más personales, en las que ha abordado, por ejemplo, el legado de su padre, Julián Marías (Día y noche, noche y día); su relación con su asistente Aurora Martín, que trabajó para él 27 años (Aurora); la amistad (“demasiadas veces no sabemos por qué se desvanece una amistad”; Las amistades desaparecidas) o su madre, a la que recordó cuando sus amigas sufrían al ver partir a sus hijos de casa (Siempre muy pocos). Tampoco han faltado los homenajes tras la muerte de amigos y personas que admiró, como Antonio Gasset (Lamento por la muerte de Gasset) o Paco Gento (Gento a distancia).
Y en un registro completamente nuevo para esta columna, inició en los últimos meses una serie de relatos de ficción, cuyo final queda en el aire: los cuentos del profesor Pírfano, que llegó a su entrega número 6, los del Señor Cotta, que tuvo cinco entregas, y las de Catherine del Biombo, que también finalizó con la entrega número 5.
Cada dos años, la editorial Alfaguara ha reunido en un tomo sus columnas publicadas en El País Semanal. La última entrega, publicada en febrero de 2022, llevaba, como siempre, el titular de uno de sus textos semanales: ¿Será buena persona el cocinero?
El País Semanal despide uno de sus columnistas con más años en sus páginas. Y se queda sin un ritual que marcaba cada lunes el inicio de la semana: la recepción de sus columnas, compuestas en su máquina de escribir, una Olympia Carrera de luxe, con las últimas correcciones y puntualizaciones hechas a mano sobre el papel. “Basta con hablar del presente en pretérito indefinido o imperfecto, como si ya hubiera pasado y fuera historia, para ver con más nitidez nuestras imbecilidades, nuestra irracionalidad y nuestras abrumadoras contradicciones”, escribió.
Dejó claro que no quería que se publicaran las cartas que hubiera podido intercambiar de manera personal en vida (”no es que yo no quiera que se publique mi correspondencia con él [un editor]. Es que no deseo que se publique ninguna, de momento al menos, y mientras esté en mi mano autorizarlo o impedirlo. Y esas cartas no tendrían el menor interés para mis lectores, a los cuales, si algo, les importarán solo mis libros”; Los calzoncillos de Conan Doyle).
Y cuando murieron Almudena Grandes y Verónica Forqué, escribió una columna en la que dio pistas sobre cómo le gustaría que se hablara de él cuando falleciera: “Creo que si estas mujeres hubieran sido enemigas personales mías, no habría pronunciado una palabra; y si hubieran sido amigas mías, habría escrito mi entristecido obituario y luego habría sido discreto, pasase lo que pasara. Todavía no alcanzo a aceptar que ninguna muerte se trate como un número más de la farsa en la que andamos inmersos. Claro que ya lo he dicho: estaré muy anticuado”, apuntó en Tristeza sobre tristezas para añadir: “La muerte creo que debería invitar al silencio, al menos mientras permanezca reciente”.