Ucrania: el drama de ser vecino de Rusia
Ucrania llevaba ocho años viviendo en guerra, aunque ya no era noticia. La autora noruega Erika Fatland repasa las raíces de un conflicto que viene de lejos y que ahora ha escalado en todo su horror con la invasión de Putin. Las hambrunas de los pasados años treinta, la catástrofe de Chernóbil y el fin de la Unión Soviética son algunas de las tragedias de la historia de este país.
“Putin es como Hitler”, decía Pima, de 25 años, aquel joven con el gesto cansado que recorría el pasillo del hospital de Kiev. Tenía el rostro cubierto de heridas y sus ojos y su boca estaban desfigurados. Concluyó con un grito agónico: “¿Cómo puede un país en el siglo XXI apoderarse de otro sin más?”. Frases similares a las de Pina se han pronunciado muchas veces en estos últimos días, pero las que acabo de citar son de hace seis años...
“Putin es como Hitler”, decía Pima, de 25 años, aquel joven con el gesto cansado que recorría el pasillo del hospital de Kiev. Tenía el rostro cubierto de heridas y sus ojos y su boca estaban desfigurados. Concluyó con un grito agónico: “¿Cómo puede un país en el siglo XXI apoderarse de otro sin más?”. Frases similares a las de Pina se han pronunciado muchas veces en estos últimos días, pero las que acabo de citar son de hace seis años. Al mundo le ha impresionado la resistencia de los ucranios ante la invasión rusa. Pero resulta que tienen mucha experiencia, saben de lo que hablan: han vivido en guerra durante los últimos ocho años.
En 2016, todas y cada una de las habitaciones del hospital militar de Kiev estaban ocupadas por hombres como Pima. Personas corrientes que cuando estalló la guerra rompieron con sus vidas, dejaron de ser sencillos padres de familia, trabajadores en las fábricas de papel, sastres, profesores y se fueron al frente del Este para luchar por su país contra Rusia.
Ahora, seis años después, vuelven a luchar por sus familias, sus hogares y su libertad.
El déspota se quita la máscara
En 2016, hacía dos años que había guerra. Ya no era una novedad y los periodistas extranjeros dejaron de informar sobre ella. Ya no era noticia.
Pero sus huellas eran visibles en todas partes de Ucrania. Cortes de carreteras, columnas militares, fotografías de los caídos en las plazas de todas las ciudades. Más de 10.000 personas ya habían perdido la vida en los combates. Nada más cruzar la frontera de la república separatista de Donetsk, escuché a lo lejos disparos que sonaban como petardos. La guerra en Ucrania del Este nunca pasó a ser un conflicto enquistado como muchos analistas habían predicho; también yo. Siempre se mantuvo caliente, con escaramuzas constantes y esporádicas pérdidas de vidas, hasta que el mes pasado se inició la invasión de Putin, convirtiendo este territorio en un infierno a gran escala.
De nuevo guerra en Europa, se ha dicho en las últimas semanas. No, estos últimos años ya ha habido guerra en Europa, aunque Rusia nunca admitió su intervención en el conflicto de Ucrania del Este a pesar de la existencia de numerosas pruebas. Ahora el déspota del Kremlin se ha quitado la máscara. Quiere que demócratas ucranios amantes de la libertad vuelvan al redil.
“Ucrania no existe”
En la república separatista de Donetsk, en 2016, me topé con esa misma retórica una y otra vez.
“A ver, ¿qué es Ucrania realmente?”, me interrogó Linar, un soldado ruso que había acudido a la zona de guerra por iniciativa propia. “¡Exacto!”, respondió orgulloso antes de que yo pudiera abrir la boca. “No existe ninguna Ucrania. Aquí la gente dice que es ucrania, pero en realidad es rusa. Hay muchos dialectos rusos que son difíciles de entender”, añadió, “y el ucranio es simplemente uno de ellos”.
Las ideas de este estilo fueron el caldo de cultivo del conflicto en Rusia y en el este de Ucrania tras la revolución naranja, en 2004, pero se remiten históricamente a mucho tiempo atrás. Cuando los últimos cosacos libres fueron derrotados por la zarina Catalina la Grande en el siglo XVIII, se pasó oficialmente a nombrar a Ucrania como Malorossiya, la “Pequeña Rusia”. De igual forma, la lengua ucrania fue castigada por otros zares. Alejandro II, que también realizó una serie de reformas liberales, prohibió en 1864 el ucranio como una lengua propia para la enseñanza y la iglesia. Una década más tarde, la prohibición se amplió y abarcó a todas las publicaciones, excepto los documentos históricos, y se prolongó hasta la revolución de 1905.
Si cayéramos en la infantil retórica del dictador, debería ser al revés y se podría llamar a Rusia la “Pequeña Ucrania”. Por ejemplo, el término “Moscú” aparece por primera vez en unas crónicas datadas en 1147, y era por aquel entonces un pequeño pueblo de casas de madera. En ese mismo momento de la historia, el reino de Kiev, que abarcaba extensas zonas de la Rusia europea, ya había sido un reino poderoso durante 300 años.
Una historia típicamente europea
Naturalmente, no tiene sentido describir la actual geopolítica basándose en aquellas fronteras milenarias —o centenarias para el caso—, aunque haya sido una práctica generalizada en Europa. A lo largo de los siglos, diferentes partes de Ucrania han sido gobernadas, entre otros, por Polonia, el Gran Ducado de Lituania, Polonia-Lituania, los cosacos libres, el canato de Crimea, el Imperio Otomano, Austria-Hungría, el Imperio Ruso y la Unión Soviética. Además, el país ha sido invadido por mongoles, tártaros, suecos, alemanes y, en el mar Negro, por comerciantes del sur de Europa, que han tenido pequeños asentamientos comerciales. La ciudad portuaria de Odesa, por ejemplo, fue fundada por un contralmirante español-napolitano junto a un pequeño pueblo tártaro de nombre Jadsibey. La bautizó con el nombre de Odessos, una antigua colonia griega que había estado situada un poco más al sur. La larga historia de Ucrania es por lo tanto una historia típicamente europea.
Su historia también está estrechamente vinculada a su gran vecino del este. Igual que muchas de las antiguas repúblicas soviéticas, las fronteras actuales de Ucrania fueron establecidas en la época del sóviet, más concretamente después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la ciudad de Lviv y otros territorios occidentales fueron anexionados a la Unión Soviética. En 1954, Jruschov traspasó la península de Crimea a la República Soviética de Ucrania, posiblemente por razones prácticas, la península está unida por tierra a Ucrania, pero no a Rusia. De todas maneras, mientras existió la Unión Soviética la importancia de esas fronteras fue mínima.
La excursión a la dacha que cambió el mundo
Curiosamente, fueron los dos países que a Putin le interesa más tener bajo su control los que mandaron a la Unión Soviética a la papelera de la historia. El 24 de agosto de 1991, el Parlamento ucranio votó a favor de la independencia. El 1 de diciembre se celebró un referéndum para consolidar esa decisión. Contrariamente a lo que Gorbachov había calculado, una aplastante mayoría de la población ucrania votó a favor de ser independiente. Lo mismo ocurrió, y vale la pena remarcarlo, en las zonas de Donbás y Crimea, de mayoría rusa. Con ese referéndum se venía abajo el plan de Gorbachov de crear una federación formada por las antiguas repúblicas soviéticas, a excepción de las bálticas, que incluso él consideraba irremisiblemente perdidas.
El 7 de septiembre, como presidente de la entonces República Soviética de Rusia, Boris Yeltsin, junto a Stanislav Shushkévich, presidente de Bielorrusia, y Leonid Kravchuk, presidente ucranio, hicieron una excursión a una dacha en los bosques bielorrusos. El día siguiente difundieron un comunicado de prensa en el que anunciaban: “La Unión Soviética deja de existir como sujeto de derecho internacional y como realidad geopolítica”. Los 15 antiguos Estados soviéticos debían unirse en la Comunidad de Estados Independientes, una alianza libre, sin dirección central y con sede en Minsk, no en Moscú. La posición de Rusia como centro de poder ya era historia. En menos de un día, los tres líderes habían sellado el destino del Estado federal más grande del mundo.
Principios antes que vidas humanas
En su discurso anual de 2005 al Parlamento, Putin calificó la caída de la Unión Soviética como la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX. Ni mucho menos todos los ucranios comparten esta visión. El pueblo de Ucrania fue uno de los que pagaron un precio más alto por formar parte del experimento socialista.
La reforma de los planes quinquenales y la colectivización provocaron enormes sufrimientos a las zonas rurales de Ucrania. En 1932 se dio por terminado el primer plan quinquenal. Dado que el objetivo era mejorar la agricultura y aumentar la producción, se incrementaron las cuotas para los cinco años siguientes. Debido a diferentes razones, la cosecha de 1932 fue peor que las de los años anteriores. Los agricultores fueron obligados a entregar toda su producción. Y, aun así, no pudieron cumplir con las cuotas exigidas. El robo, aunque fuera de un puñado de grano, era castigado con la muerte. A pesar de que el líder político de Moscú recibía informes secretos que confirmaban la hambruna, decidieron aumentar todavía más las cuotas para el año 1933.
No existen cifras exactas acerca del número de personas que murieron de hambre en esos años, pero, en todo caso, los historiadores han estimado que fueron entre tres y cuatro millones. En Ucrania a dicha hambruna la llaman Holodomor, una abreviación de moryty holodom, que significa “matar de hambre a alguien”. Las autoridades ucranias consideran el Holodomor como un genocidio practicado contra el pueblo ucranio.
El 26 de abril de 1986 fue el día en que finalmente se le asestó el golpe de gracia a la Unión Soviética. Nadie alcanzó a comprenderlo entonces, ni en Moscú ni en Washington, ni tampoco en una pequeña localidad de Ucrania de la que casi nadie había oído hablar: Chernóbil. El Kremlin intentó ocultar la catástrofe, tal y como tenía por costumbre en aquellos tiempos, pero la radiactividad no conoce fronteras y dos días más tarde sonó la alarma en Suecia. Las autoridades ucranias estiman que tres millones de personas han sido víctimas de Chernóbil. Más de cuatro millones de ucranios y bielorrusos viven todavía en zonas afectadas por la lluvia radiactiva.
Y ahora, el mundo vuelve a contener el aliento mientras la artillería rusa, a propósito y a sabiendas, apunta a las centrales nucleares ucranias.
La pesadilla del Kremlin
Sin embargo, las palabras más incendiariamente famosas de Putin acerca de la caída de la Unión Soviética las lanzó en 2005. El momento no fue casual. El año anterior, los manifestantes ucranios habían ocupado la plaza Maidán de Kiev para protestar por el fraude electoral de las elecciones presidenciales. Finalmente, los manifestantes consiguieron su propósito: se celebró la repetición de la segunda vuelta de las elecciones y Víktor Yúschenko, líder de la revolución naranja, fue elegido presidente, mientras Víktor Yanukóvich tuvo que recoger sus bártulos y marcharse.
Desde la independencia de Ucrania ha resultado en ocasiones confuso seguir el curso de su política, que, a diferencia de la rusa, ha tomado un cariz cada vez más libre y democrático. Rusia ha tenido un solo presidente desde el cambio de siglo. De ellos, durante cuatro años, Putin ostentó el cargo de primer ministro, pero nadie dudó de quién movía los hilos. Ucrania ha tenido seis presidentes en ese mismo tiempo.
Durante la celebración en Sochi de los Juegos Olímpicos de Invierno en 2014, Putin decidió poner manos a la obra. El momento tampoco fue casual. Unos meses antes habían estallado protestas en Kiev: la población estaba indignada porque el presidente Víktor Yanukóvich (que fue destituido tras la revolución naranja, pero que ganó las elecciones en 2010) en el último instante no firmó el acuerdo de asociación con la UE planificado desde hacía tiempo. En su lugar optó por estrechar lazos económicos con Rusia mediante créditos millonarios e ingresar en la Unión Euroasiática, en la que Rusia ejerce un control total. Avanzado ya el mes de febrero la situación empeoró: la policía empezó a disparar a los manifestantes y más de 100 personas fueron asesinadas. El 22 de febrero de 2014, Yanukóvich huyó a Rusia. Dos días más tarde, mientras los líderes mundiales contemplaban la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Sochi, había manifestaciones prorrusas en Crimea.
Unas semanas después estalló la guerra en el este de Ucrania. Esa guerra continúa, pero ahora con Ucrania entera como escenario de los crímenes de guerra.
La frontera más peligrosa del mundo
Siempre ha sido peligroso ser vecino de Rusia. De sus 14 países vecinos solo uno no ha estado en guerra ni ha sido invadido por ella: Noruega. Mientras las grandes potencias europeas como el Reino Unido y Francia han tenido colonias en otros continentes, Rusia siempre se ha expandido ampliando sus fronteras. Cada zar se ha esforzado en dejar tras de sí un imperio más grande del que heredó. Todavía existen grupos rusos de orientación derechista que no perdonan a Alejandro II que hubiera vendido, forzado y por necesidad, Alaska a los estadounidenses en 1867. Todo aquel que una vez estuvo bajo el dominio de Rusia está en peligro constante de ser reconquistado.
Esto lo saben muy bien los países vecinos y sus gobernantes. Muchos de los antiguos Estados soviéticos actualmente son Estados autoritarios, sin democracia ni libertad de expresión, con presidentes que bailan nerviosos al son que toca el Kremlin. Sin embargo, los georgianos y los ucranios han ido orgullosos en dirección contraria, sin tener amigos poderosos ni alianzas militares a sus espaldas como las que se han procurado los países bálticos.
En 2014, Rusia había calculado que las ciudades de la región de Donbás caerían como castillos de naipes. “La gente de Mariupol y Kramatorsk anhelan ser liberados”, me dijo un conductor de tanques al que conocí en Donetsk. “Occidente está a punto de ser destruido por los homosexuales y los musulmanes, solo Rusia es fuerte”, añadió rimbombante.
Los “libertadores” respaldados por Rusia no fueron recibidos con júbilo, sino con balas de fusil. El Ejército ucranio estaba mal preparado para la guerra, pero el espíritu luchador no se podía postergar. Los separatistas tuvieron que conformarse con una pequeña parte de dos provincias contiguas a la frontera rusa en el este.
Lo que caracterizó ante todo a esas repúblicas separatistas en 2016 fue la ausencia de población: más de dos millones de personas ya habían huido de la guerra, la mayoría a otros lugares de Ucrania. No estaban dispuestas a ser “liberadas”, querían vivir en paz.
Ahora ya no existe ningún lugar seguro en Ucrania y millones de personas intentan desesperadamente huir del país. De nuevo cientos de miles han cogido las armas. Esta vez están más preparados.
¿Representará Ucrania la caída de Putin?
De nuevo los rusos han infravalorado a los ucranios. Uno se pregunta acerca del tipo de estrategas de que se rodea Putin.
En 2016, en la habitación contigua a la de Pima, en el hospital de Kiev (con el que se inicia este texto), Serguéi, de 31 años, estaba tumbado en la cama con la pierna enyesada hasta la ingle y colgando de una polea del techo. “La paz”, dijo, “depende de los políticos, no de los soldados. Nosotros solo resistimos. No decidimos nada”.
“La guerra es la continuación de la política por otros medios”, escribió el teórico militar alemán Carl von Clausewitz (1780-1831) en su tratado De la guerra. También expresó el oficial prusiano: “Si la guerra (…) está controlada por su objetivo político, el valor de dicho objetivo es el que debe decidir qué víctimas acarreará, tanto en términos de violencia bélica como su duración. Cuando los esfuerzos superan el valor del objetivo político, hay que renunciar al objetivo y alcanzar la paz”.
Sin embargo, si algo se aprende de los déspotas belicosos a lo largo de los siglos es que no se detienen por sí mismos, aunque sus objetivos políticos no sean alcanzables. Hay que detenerlos con todos los medios posibles. Preferiblemente desde dentro.
También Rusia tiene tradición en revoluciones.
Erika Fatland. Escritora, periodista y antropóloga social (Haugesund, Noruega, 1983), es autora, entre otros, de ‘La frontera’ (Tusquets), un viaje por los 14 países vecinos de Rusia que relata la historia de estas naciones.