Fue ver esta imagen y venirme a la memoria el pasaje de la Odisea en el que Circe convierte en cerdos a los hombres de Ulises. ¿Serán hombres o cerdos esas bestias sucias y amontonadas, sin otra cosa que hacer, pobres, que revolcarse en sus propios excrementos a lo largo de esa especie de domingo por la tarde infinito que sin duda se vive en las macrogranjas? El profesor con el que traduje en mi juventud el poema de Homero sol...
Fue ver esta imagen y venirme a la memoria el pasaje de la Odisea en el que Circe convierte en cerdos a los hombres de Ulises. ¿Serán hombres o cerdos esas bestias sucias y amontonadas, sin otra cosa que hacer, pobres, que revolcarse en sus propios excrementos a lo largo de esa especie de domingo por la tarde infinito que sin duda se vive en las macrogranjas? El profesor con el que traduje en mi juventud el poema de Homero solía detenerse en este pasaje. Se preguntaba si nosotros, sus alumnos y él mismo, no seríamos cerdos convertidos en hombres. ¿Por qué no? Si era posible una cosa, sería posible la contraria. Nos invitaba a pensar en esa posibilidad y a realizar un breve trabajo sobre ella.
—¿Cómo sabría el jamón de un cerdo que antes hubiese sido hombre? —le pregunté yo.
—¿Cómo sería el pensamiento de un hombre que antes hubiese sido cerdo? —respondió él.
Quiso el azar (o la necesidad) que en la página del periódico anterior a aquella en la que apareció esta fotografía viniese la noticia del primer trasplante de un corazón de cerdo a un ser humano. Para evitar el rechazo del órgano, el cerdo había sido humanizado previamente con técnicas de manipulación genética que en el momento de escribir estas líneas siguen funcionando, pues el receptor se encuentra perfectamente bien, aunque para seguir vivo ha tenido que animalizarse un poco. Tanto el cerdo donante como su legatario son en cierto modo quimeras en el sentido clásico de la palabra. Si Circe levantara la cabeza, cambiaría sus brebajes mágicos por las técnicas de edición genética CRISPR, que dan más juego.