Dragonas
En el Derecho Internacional no existe un supuesto de persecución basado en el sexo para pedir asilo. | Columna de Rosa Montero.
Qué pronto lo olvidamos todo. ¿Dónde está nuestra preocupación por las afganas? Entiéndeme: sé que la angustia que sentiste cuando los talibanes arrasaron era real (también la mía). Luego pasan las semanas, las noticias se amontonan, el estremecimiento pierde filo, el horror se almacena en algún lugar de la trastienda mental y ya no horroriza. Nuestros cerebros y nuestros corazones se agitan fácilmente, pero son inconstantes y perezosos (también los míos). Apenas han transcurrido...
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Qué pronto lo olvidamos todo. ¿Dónde está nuestra preocupación por las afganas? Entiéndeme: sé que la angustia que sentiste cuando los talibanes arrasaron era real (también la mía). Luego pasan las semanas, las noticias se amontonan, el estremecimiento pierde filo, el horror se almacena en algún lugar de la trastienda mental y ya no horroriza. Nuestros cerebros y nuestros corazones se agitan fácilmente, pero son inconstantes y perezosos (también los míos). Apenas han transcurrido cuatro meses y ya no pensamos en Afganistán.
Hace algunos días vi en Twitter el vídeo de la lapidación de una mujer por los talibanes. Bueno, no lo vi, apenas me asomé: era demasiado atroz, insoportable. Fue grabado en 2021 y en Afganistán. Ya no está en las redes: lo retiró la misma persona que lo había colgado, Noor Ammar Lamarty, por miedo a que despertara un interés morboso. Noor nació en Tánger y a los 18 años se vino a España a estudiar Derecho. Ahora tiene 23; trabaja por una perspectiva feminista del Derecho, es periodista especializada en temas de mujeres y ha fundado la revista jurídico-social WomenByWomen. Es una hacedora de futuros, una guerrera en la frontera del mundo árabe, la avanzadilla de las nuevas generaciones que están heredando la Tierra.
En colaboración con un despacho legal español, Noor estuvo pidiendo solicitudes de evacuación para juezas y fiscales afganas en riesgo de muerte. Algunas habían encarcelado a talibanes y ahora tenían que cambiar clandestinamente de domicilio cada dos o tres días. Una había perdido a todos sus colaboradores. Los habían asesinado a todos salvo a ella, que había logrado permanecer escondida (pero ¿por cuánto tiempo?). Mientras gestionaba estas ayudas, Noor cayó en la cuenta de que había muchas más mujeres afganas aún en peor situación, como las periodistas y las artistas, por ejemplo, que salieron públicamente sin velo en los medios de comunicación y cuyos rostros son conocidos. Están en gravísimo peligro. Hay que sacarlas de ese infierno.
El problema (y el escándalo) es que en el Derecho Internacional no existe un supuesto de persecución basado en el sexo para pedir asilo. Se puede solicitar por raza, religión, nacionalidad o pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas. Hay alguna directriz que habla de persecución por motivos de género, pero resulta ambigua y no es vinculante. Puro papel mojado. De manera que, para poder sacar a las mujeres de Afganistán que son perseguidas sólo por el hecho de querer controlar sus propias vidas, hay que recurrir a alambicadas artimañas legales, como sostener que su ambición de ser igual de libres que los hombres es una opinión política, en vez de un problema sangrante y esencial de derechos humanos, o como argumentar que estas mujeres pertenecen a un grupo social (que más de la mitad de la población mundial constituya un grupo social tiene bemoles). Todo este disparate legal tiene un origen: el rutinario sexismo, el desdén hacia las mujeres, la consideración de que somos seres secundarios. Porque además reconocer la persecución por sexo no implica que automáticamente todas las mujeres de un país puedan reclamar asilo, sino aquellas en riesgo por haberse significado. No sé cómo lo consentimos, maldita sea. Como he dicho antes, somos más de la mitad de la humanidad: ocupemos nuestro lugar, abramos la boca y reclamemos a voz en grito nuestros derechos.
Los asilos no se tramitan en Afganistán, así que primero necesitan conseguir un salvoconducto para poder ir a Pakistán; pero, incluso si logran ese papel, no pueden hacer el viaje solas, porque los talibanes lo prohíben; para poder salir a la calle necesitan ir acompañadas por su guardián legal: el marido, si lo tienen, o, si no, el padre o un hermano. Así que por cada salvoconducto difícilmente conseguido hay que desperdiciar otro, que podría salvar a una mujer, para dárselo al varón que la acompaña. Y esto sólo las lleva a la ratonera paquistaní de Islamabad, en donde las mujeres languidecen en penosas condiciones durante meses a la espera de un asilo que sólo se concede a cuentagotas y, como he dicho, sin reconocer la clamorosa causa que lo origina, la discriminación por sexo. No podemos permitirnos olvidar la indefensión descomunal de las afganas. Hermanas dragonas, abramos la boca y escupamos fuego.