Templos, cuevas, un pueblo museo... Diez rincones inesperados en España

Explorar el pecio del ‘Sirio’ en aguas del Cabo de Palos, visitar la artística villa malagueña de Genalguacil o navegar en kayak por uno de los ríos subterráneos más largos de Europa. Grandes experiencias viajeras sin ir muy lejos

Vista de la villa de Genalguacil, en la serranía de Málaga.Gary John Norman (Getty Images)

Desde una iglesia dedicada al skate en el Principado de Asturias o una pequeña Atapuerca alternativa en Galicia hasta uno de los ríos subterráneos navegables más largos de Europa o unos paisajes casi alpinos en medio de Soria… estas son algunas de las sorpresas y parajes inéditos que aguardan a quienes viajan por España con los ojos bien abiertos.

La típica escena de los turistas flotando sobre las aguas saladas del mar Muerto podríamos enco...

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Desde una iglesia dedicada al skate en el Principado de Asturias o una pequeña Atapuerca alternativa en Galicia hasta uno de los ríos subterráneos navegables más largos de Europa o unos paisajes casi alpinos en medio de Soria… estas son algunas de las sorpresas y parajes inéditos que aguardan a quienes viajan por España con los ojos bien abiertos.

1. Valle Salado de Añana (Álava, País Vasco)

La típica escena de los turistas flotando sobre las aguas saladas del mar Muerto podríamos encontrarla en un paraje muy cerca de Vitoria-Gasteiz, a unos 30 kilómetros, en el Valle Salado de Añana. Este pequeño mar Muerto vasco tiene una salinidad de 200 gramos por litro, algo más baja que la del mar de referencia (350 gramos por litro), pero su densidad es muy similar. Las salinas de Añana se han explotado desde hace más de 7.000 años: los iberos obtenían la sal calentando la salmuera en ollas de cerámica, pero los romanos perfeccionaron su extracción construyendo las primeras eras con arcilla apisonada. Y así las encontramos hoy.

Más información en España inédita (GeoPlaneta) y en lonelyplanet.es.

Vista de las salinas de Añana, en la provincia de Álava. Alamy Stock Photo

Hoy se pueden visitar (desde 2017 son patrimonio agrícola mundial), pasear por sus sendas y seguir los canales de madera que distribuyen el agua salada de los manantiales. También es posible ejercer de salineros por un día; descubrir especies únicas como la Artemia parthenogenetica, un crustáceo diminuto que tiñe de rosa las superficies blancas de las salinas y que ha facilitado el ingreso del valle salado en la lista Ramsar de humedales de importancia mundial; participar en una cata de sales, o disfrutar de los beneficios terapéuticos de su spa salino.

La casa rural Madera y Sal, en Salinas de Añana, alquila apartamentos a grupos durante todo el año.

2. La iglesia Skate de Llanera (Asturias)

El skate nació en California en la década de los cincuenta del pasado siglo cuando un grupo de surfistas intentaron trasladar su deporte favorito a tierra. En España llegó a finales de los sesenta, pero no se popularizó hasta los ochenta. Desde entonces no han parado de construirse y adaptarse espacios para su práctica, aunque ninguno tan original como la iglesia Skate, o Kaos Temple, de Llanera, entre Oviedo y Gijón. La iniciativa fue de un joven empresario de la capital del Principado de Asturias que en 2007 adquirió esta iglesia desacralizada, y abandonada durante décadas, y junto a un colectivo de aficionados se dedicaron a repararla y montar una primera pista de skateboard.

Pista de skate del Kaos Temple de Llanera (Asturias), ubicado en una antigua iglesia desacralizada. CESAR MANSO (AFP via Getty Images)

La segunda parte del proyecto tuvo como protagonista al pintor, escultor y diseñador Okuda San Miguel (nombre artístico de Óscar San Miguel), antiguo grafitero reconvertido en artista polifacético de éxito. En 2014 decidió pintar los muros interiores y bóvedas de la iglesia, gracias a una campaña de micromecenazgo. El resultado es realmente sorprendente: el exterior es el de un templo convencional, pero el interior es un espacio lleno de vida y de color desde el suelo al techo, con una sorprendente bóveda pintada con figuras humanas y animales que emergen de figuras geométricas. Lo más llamativo es la propia pista de skate, que se extiende por toda la nave. Eso sí, actualmente está cerrada por rehabilitación.

3. Les Coves de Sant Josep (La Vall d’Uixó, Castellón)

El río subterráneo que atraviesa Les Coves de Sant Josep en La Vall d’Uixó (Castellón) es uno de los más largos de Europa, con más de tres kilómetros de longitud. La visita, de una duración aproximada de unos 40 minutos, incluye un tramo en barca de 800 metros y un recorrido a pie de 250 metros.

Río subterráneo de Les Coves de Sant Josep, en la Vall d'Uixó (Castellón).

La empresa Viunatura también organiza una actividad que combina la navegación en kayak con la espeleología en Les Coves de Sant Josep. Las travesías, en grupos reducidos y equipados con trajes de neopreno y material técnico, duran unas dos horas. La excursión también incluye un paseo a pie de 250 metros por una de las galerías secas.

El conjunto de cuevas que alberga este curso fluvial se formó durante el Triásico, hace unos 250 millones de años. Las excavaciones arqueológicas revelan que fue habitado desde el Paleolítico superior. Los romanos encauzaron su agua hasta la parte baja del valle, usándola para consumo y regadío y como fuerza motriz de molinos.

A La Vall d’Uixó se viaja también para conocer su patrimonio monumental, como el acueducto árabe, las iglesias del Santo Ángel y de la Ascensión y antiguos poblados iberos, algunos de los cuales se pueden visitar.

4. Pecio del ‘Sirio’ (Cartagena, Región de Murcia)

El Mediterráneo tiene también su propio Titanic: el pecio del vapor Sirio, un buque italiano de 4.126 toneladas que transportaba pasajeros desde Génova hasta Brasil y Argentina. El Sirio naufragó en las islas Hormigas, a unas tres millas de la costa de Cabo de Palos (Cartagena), el 4 de agosto de 1906, seis años antes de que se fuera a pique el legendario barco de la White Star Line. A bordo viajaba cerca de un millar de personas (sin incluir el pasaje ilegal que viajaba en la bodega), y fallecieron más de 400. Lo más curioso y trágico es que ese día de verano, a las cuatro de la tarde, había una completa visibilidad y calma absoluta en las cálidas aguas.

Faro del Cabo de Palos (Cartagena), en cuyas aguas naufragó el 4 de agosto de 1906 el vapor italiano 'Sirio'.Alamy Stock Photo

Cuando se hundió, el barco estaba muy cerca de la costa, pero la mayor parte del pasaje no sabía nadar y la confusión fue enorme. Cuando se anegaron los compartimentos de popa y explotaron las calderas, el capitán José Piccone y la mayoría de la tripulación ignoraron los mandamientos sagrados de la mar, se subieron en los botes salvavidas y abandonaron a los pasajeros a su suerte. Los pescadores de Cabo de Palos hicieron lo que pudieron, pero aún así la tragedia fue terrible. Entre los fallecidos había muchos emigrantes, y también algunas figuras de la época, como la famosa cantante de ópera Lola Milanés, que viajaba para hacer las Américas. Quien quiera conocer bien los detalles solo tiene que leer la magnífica novela de amor y aventuras Lo que esconden las olas (2015), de Emma Lira.

Hoy los restos del Sirio descansan en dos niveles de profundidad: la popa, a 40 metros y la proa, a unos 70 metros, lo que permite identificarlos con facilidad. Los buceadores expertos pueden acercarse a ellos, siempre que tengan la titulación necesaria. El Sirio se suma a otros 50 pecios en la zona, barcos como el Naranjito, y seis buques torpedeados durante la II Guerra Mundial, además de los restos romanos que durante siglos naufragaron en las costas de la antigua Cartago Nova (Cartagena), la isla de Escombreras o la Punta de Algas (La Manga). Todo ello, unido a la riqueza biológica de la reserva marina Cabo de Palos-Islas Hormigas, ha convertido este rincón de la costa murciana en una de las mecas del buceo del litoral mediterráneo.

5. Valle del Tera (Soria, Castilla y León)

El valle del Tera es conocido como la Suiza Soriana. Está en un rincón de la sierra de Cebollera, con suaves pendientes cubiertas por sauces, fresnos, robles y hayas por donde no hace mucho caminaban los pastores trashumantes en busca de pastos frescos para unas vacas que daban la leche con la que siempre se ha elaborado la famosa mantequilla de Soria. Un producto lácteo que cuenta con su propia ruta a 1.200 metros de altitud y un museo en el pueblo de Molinos de Razón.

Bosque y cascada en la sierra de Cebollera, a caballo entre Soria, Burgos y La Rioja. Alamy Stock Photo

También están aquí algunos de los mayores conjuntos glaciares de España, el de las lagunas de Cebollera, prolongación oriental de los Picos de Urbión. En torno a estos lagos alpinos se produce la berrea de los ciervos que retumban en los valles en otoño. El descubrimiento es completo si remontamos el curso del Tera para asomarnos a pueblos como Chavaler, perteneciente al municipio de Garray, con lavaderos de lana y una iglesia del siglo XVIII; Gallinero, o la finca Casa fuerte San Gregorio, del siglo XV. En Garagüeta crece uno de los acebales más importantes del sur de Europa, y a las afueras de Almarza, un bosque de robles centenarios.

6. Un museo habitado en Genalguacil (Málaga, Andalucía)

Arte contemporáneo y mundo rural se dan la mano en Genalguacil, y resulta curioso ver cómo este pueblo malagueño de poco más de 600 habitantes está lleno de esculturas, pinturas, fotografías, gatos de cerámica en los tejados, figuras humanas descansando sobre sus tapias o llamativos dragones que se asoman a las callejuelas estrechas y blancas.

Una instalación artística en el pueblo museo de Genalguacil (Málaga).Alamy Stock Photo

Genalguacil, en el valle malagueño del Genal, presume de ser el único pueblo museo habitado del mundo. Lo consigue gracias una iniciativa, los Encuentros de Arte, que desde hace dos décadas se lleva celebrando en la primera quincena de agosto (cada dos años). Artistas de todo el mundo llegan aquí, incluso con sus familias, para dejar una obra de arte original en sus calles. Por aquí han pasado centenares de artistas que además desarrollan conferencias y participan de las Noches al fresco, con proyecciones, conciertos o verbenas populares. Y eso sin olvidar el museo de arte contemporáneo Fernando Centeno López, que convive perfectamente con los edificios antiguos restaurados, como la iglesia de San Pedro de Verona, del siglo XVIII.

7. La Quinta de Selgas (Cudillero, Asturias)

Por toda Asturias hay muchas historias de indianos que invirtieron las fortunas ganadas en América en construir mansiones en pueblos, ciudades y aldeas. Pero la historia del palacio La Quinta de Selgas, a las afueras de Cudillero, es diferente. No se trata de indianos, sino de dos hermanos, Ezequiel y Fortunato Selgas, que amasaron una de las mayores fortunas del siglo XIX. Uno de ellos se dedicaba a las finanzas y el otro, a la historia, el arte y la arqueología. El resultado de esta combinación fue la reforma de la primitiva casa solariega El Pito, que convirtieron en una especie de Versalles en miniatura, concebido como un palacete tipo francés, con un pabellón de tapices de diseño italianizante y una casa para el servicio (el chalet) de reminiscencias suizas. Se comenzó a construir en 1883, y durante 12 años no escatimaron en recursos, añadiendo las colecciones de arte que hoy adornan las habitaciones.

Jardines del palacio La Quinta de Selgas, a las afueras de Cudillero (Asturias). Oliver Strewe (Getty Images)

El exterior fue completado con unos jardines proyectados por un jardinero formado en Versalles que ya había diseñado los jardines del palacio de Liria, en Madrid. Mezcló con acierto la tradición española y algunos elementos extranjeros que estaban de moda y así salieron tres jardines: uno francés, más geométrico; otro de estilo italiano, y otro inglés. Además, Selgas cuenta con un museo escolar, un invernadero de hierro y cristal y una galería. La Quinta se puede visitar en verano.

8. Cova Eirós, en Triacastela (Lugo, Galicia)

En todo el norte de la Península los más curiosos pueden encontrar multitud de yacimientos paleontológicos, pero pocos tan interesantes y completos como el de Cova Eirós, en Triacastela (Lugo), donde en 2009 se descubrieron 70 pinturas y grabados del Paleolítico, los primeros conocidos en Galicia. Entre las piezas halladas destaca un pequeño colgante hecho con el diente de un zorro que se habría tallado cuando un mar de nieve cubría los montes gallegos.

Un prado en los alrededores de Triacastela (Lugo), cerca de donde se encuentran las pinturas rupestres de Cova Eirós. Alamy Stock Photo

Cova Eirós está en la ladera noroeste del monte Penedo, en la sierra de Oribio, un lugar tranquilo y apartado a 78 metros de altura perteneciente al municipio de Triacastela. Como ocurre en Altamira, la cueva original no está abierta al público, pero hay un centro de interpretación justo al lado, con diferentes espacios expositivos. Se encuentra muy cerca del albergue de peregrinos del Camino de Santiago.

9. El último templo masónico (Santa Cruz de Tenerife, Canarias)

Resulta muy emocionante encontrar en los viajes edificios curiosos que uno no esperaba, incluso cuando no están abiertos al turismo convencional. Es el caso del templo masónico de Santa Cruz de Tenerife, un original edificio que se alza en el número 25 de la calle de San Lucas, declarado Bien de Interés Cultural en noviembre de 2007.

Su grandiosidad y equilibrio arquitectónico han hecho que los expertos lo comparen con los mejores templos masónicos de Londres y Washington. Lo cierto es que el edificio ha pasado por muchas vicisitudes a lo largo de su historia, desde que se puso la primera piedra en 1904 para albergar a la Gran Logia de Canarias. En 1936 fue confiscado y sus archivos fueron enviados a Salamanca. Pasó a ser sede de Falange, luego escuela para pobres y, más tarde, depósito de la farmacia militar. Con la Transición su estado de conservación fue decayendo aún más y tuvo que ser clausurado, aunque ahora está en fase de recuperación.

No está abierto al público, aunque se organizan grupos para visitas guiadas con historiadores de arte. Aun sin entrar, se puede apreciar lo original de la construcción, con sus reminiscencias egipcias en la fachada y un frontón que en su tímpano representa un enorme ojo con rayos radiantes. No faltan las esfinges de guardia, en memoria del templo de Salomón, y en el interior se puede ver el pavimento ajedrezado y el salón de Tenidas donde, entre columnas y bajo un falso techo, se celebraban las ceremonias iniciáticas.

10. Catedral de Santa María de la Asunción de Coria (Cáceres, Extremadura)

El claustro de la catedral de Santa María de la Asunción de Coria, en la provincia de Cáceres, encierra una fascinante reliquia: el supuesto mantel utilizado por Jesús y los 12 apóstoles en la Última Cena. Allí está, con su ribete azul, como el que pintó el mismísimo Leonardo Da Vinci en su obra para el refectorio Santa Maria delle Grazie, en Milán. Se trata de una pieza de lino de 4,42 metros de largo y 92 centímetros de ancho, blanca por un lado y con sencillos adornos en azul por el otro, que se descubrió en el siglo XIV, aunque su origen no está demasiado claro. Podría haberlo traído Santa Elena, la madre del emperador Constantino, junto con el famoso lignum crucis que hay en el monasterio de Santo Toribio de Liébana. También podría haber llegado desde Francia tras la conquista de Coria por los cristianos en 1142, y hay quien asegura que podía haber sido un regalo de San Luis Rey de Francia al emperador Rodolfo de Habsburgo. En esto de las reliquias siempre hay confusión sobre los orígenes, pero lo importante es que su presencia, en este caso en Coria, dio lugar a una corriente de peregrinos para besar y tocar aquel trozo de tela.

Catedral de Santa María de la Asunción en Coria (Cáceres). Alamy Stock Photo

En el caso del mantel de la Última Cena, la tintura azul que decora sus bandas es índigo natural, colorante de uso común en la Antigüedad. Esto lleva a pensar que el mantel podría ser el mismo (o similar) al que Leonardo da Vinci pintó en su fresco, decorado de forma similar. Su tejido, sometido a varios análisis científicos, es de procedencia arábiga, coincidiendo las dimensiones del mantel casi idénticamente con las del lienzo que se conserva en Turín (la Sábana Santa), lo que parece indicar que ambos fueron usados conjuntamente en la Última Cena.

La excusa para verlo, en cualquier caso, es perfecta para visitar Coria, una de esas villas cacereñas con aires medievales a las que no les falta un detalle: catedral, castillo (el de los duques de Alba), unos restos de muralla romana y un casco histórico cargado de historia y arte.

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