Todo el Mediterráneo (y más) concentrado en Malta
Cultura cercana y a la vez única, arquitectura, naturaleza pura, acción, calma y sorpresa. Todo al alcance en un pequeño gran archipiélago a escala humana. El otoño invita a algo más que una escapada
“Hay otros mundos, pero están en este”, decía una publicidad de los noventa. Hay muchos mediterráneos, pero están en estas tres pequeñas islas ⎯Malta, Gozo y Comino⎯ en el medio de todas las rutas.
Si Malta no fuese fruto de la geología, parecería el diseño de una agencia de viajes. Es como un parque temático del mundo mediterráneo, casi todas las grandes culturas han dejado esencia, incluida la española. Pero su historia añade ingredientes que hacen única su mezcla. Sobre todo la presencia durante siglos de tres civilizaciones a veces contrapuestas: el mundo musulmán, los caballeros templarios y la colonización británica.
¿Dónde si no un idioma heredero del árabe y el italiano convive con el inglés? Seguramente sea el país más original ⎯y asequible⎯ donde perfeccionar la lengua de Shakespeare. Lo mismo le sucede a una gastronomía con gusto magrebí, italiano, autóctono y algo de anglosajón. Por ejemplo, la ftira, una especie de pizza rellena, el hobz biz-zejt de pan maltés con tomate, aceitunas y atún, los pastizzis rellenos de requesón y guisante, o algunos postres a base de piñones.
Sueños de aventurero
Si las esencias se concentran en tarros pequeños, no existe un lugar así de denso y diverso a la vez que accesible. Permite ese viejo azar aventurero de explorar sin perderse Malta. Si se visita España y el viajero se concentra en el turismo de playa, obvia su interior. Si acude a Italia y se concentra en el turismo arquitectónico, se pierde su naturaleza. Pero en Malta, aunque se dé prioridad a una joya, es imposible no cruzarse con todas las demás.
Eso se capta desde las cotas altas con vistas panorámicas sobre las islas. Como los jardines Upper Barrakka de La Valletta ⎯capital patrimonio de la Humanidad⎯ desde donde se otea otro trío de ciudades-monumento con nombres literarios: Senglea, Vittoriosa y Cospicua. Estos cogollos urbanos se dejan deambular entre calles empedradas, edificios de piedra caliza tostada al atardecer, balcones coloridos, plazas recoletas y de repente el trajín de alguna calle comercial como Republic Street o arquitecturas imponentes: desde los baluartes militares a templos como la catedral de San Juan, palacios como el del Gran Maestre o el Gran Inquisidor reconvertidos en el Parlamento o museos de arte y arqueología. Aquí, allá, iconos inesperados, uno de los teatros más antiguos de Europa o el romántico y ajardinado hotel Phoenicia. ¿Son las 11:59 o las 15:59? En un minuto las tradicionales salvas de cañonazos recordarán que Malta fue, es, un castillo en el mar.
La serie ‘Juego de Tronos’ convirtió a Malta en Desembarco del Rey, y también desembarcaron aquí los equipos de rodaje de las películas ‘Troya’, ‘Gladiator’, ‘Munich’ o ‘Vicky el Vikingo’
Rincones ‘en serie’
Enlaza un rosario de pueblos y ciudades para película. Por ejemplo, la amurallada Mdina, con su silencio, sus tartas de chocolate y su puerta de madera de 900 años en una sacristía de la catedral. De hecho, una ruta original podría ser la de cine/series. Juego de Tronos convirtió a Malta en Desembarco del Rey, y también desembarcaron aquí los equipos de rodaje de las películas Troya, Gladiator, Munich o Vicky el Vikingo. En otro itinerario reciente, este cruce de rumbos conecta el Camino Maltés con el Camino de Santiago de Compostela a través de un náufrago notable, el apóstol San Pablo.
El otoño invita a una más que sugerente visita. Las islas encadenan sin pausa patrimonio cultural y patrimonio de paisaje. Las ciudades y caminos de interior son hitos hacia postales en forma de bahías como Ramla y su playa de arena roja, hacia acantilados por doquier como murallas geológicas, los de Dingli o los de Mellieha por ejemplo, cerca de la sorprendente villa Popeye ⎯otro resto de un plató de cine⎯ o el pueblo de Xemxija con sus cruces talladas por siglos de peregrinos.
El todo en uno incluye una naturaleza pura. La rocosa isla de Comino, santuario de aves y calma, prohíbe la circulación de vehículos salvo a un puñado de locales, y hay que caminar hasta su mítica Laguna Azul en un remanso de aguas marinas. Y por supuesto la reserva de Is-Simar, cuyas 30 hectáreas protegen la biodiversidad de especies autóctonas, junto con el botánico y centro de conservación de Ta ’Qali.
¿Qué necesita un marino, un mercante, una armada? Bahías. ¿Qué necesitan los piratas que a veces se refugiaban en las islas? Grutas, incluso cuevas. En Malta abundan. Las de Ghar Dalam y sus fósiles prehistóricos. Las elevadas de Tal Mixta con su panorámica sobre el mar turquesa. Las seis cavernas Blue Grotto entre farallones, cerca de templos con más de cinco milenios y algunos megalitos que superan las 50 toneladas.
¿Qué necesita el explorador al que no basta la tierra firme? Los paisajes submarinos de arrecifes, cavidades, grietas, cañones y arcos tallados por las corrientes y el viento. Las mecas del buceo jalonan la costa, en la reserva natural de Fungus Rock, con acceso restringido, en Cueva del Coral o en Blue Hole, por decir algunas. Ha dispuesto incluso pecios aptos para buceadores recreativos como el destructor HMS Maori, hundido en la II Guerra Mundial frente a La Valletta.
Decíamos personalidad. Una cultura cercana, pero a la vez genuina. Donde lo mismo es posible encontrarse una cabina telefónica londinense que una fiesta popular como el loco carnaval de Nadur, un molino de viento templario o una fortaleza roja, la de Sant’ Agata, que parece emitir su propia luz con el ocaso. Viajar para creer a Malta.