República Dominicana, donde el azul Caribe se encapricha del verde
En la meca del relax más icónica del planeta caben también la cima más elevada de la región, la ciudad más fresca, bosques ‘nubosos’ en los que dar largas caminatas y curiosas especies en peligro de extinción. Definitivamente, las chanclas pueden (y deben) hacer sitio en el equipaje a las botas, el chubasquero y la aventura
Cuando el viajero piensa en República Dominicana, la primera imagen que le viene a la cabeza es la de una playa de documental. Asociar este país caribeño con aguas de color turquesa, largos arenales de color talco y palmeras derramadas hasta la orilla es algo prácticamente instantáneo. Tampoco resulta difícil fantasear con sus islas y cayos, sinónimo de unas vacaciones de ensueño, o verse entre los contagiosos ritmos de la bachata y el merengue con una copa de ron de altísima calidad en la mano. Mucho menos frecuente es que, en el catálogo de ese imaginario colectivo, se dibujen montañas y paisajes más teñidos de verde que de azul. Sin embargo, de norte a sur, República Dominicana se encuentra flanqueada por cinco cadenas montañosas que surten de agua dulce a todo el territorio nacional y sirven de parapeto a las grandes tormentas.
De todas ellas, la más imponente es la Cordillera Central, donde se alzan los picos más altos del Caribe. Con unos 190 kilómetros de longitud, se extiende por el centro del país, desde la frontera con Haití hasta Constanza, Jarabacoa y la región central. Precisamente estas dos poblaciones, junto con La Vega, conocida por su famoso carnaval, son los tres destinos más recurrentes de toda la Cordillera Central.
Jarabacoa, ecoturismo en su máxima expresión
Tierra de fuentes de agua. Ese es el significado de Jarabacoa, nombre con el que los taínos (habitantes precolombinos) bautizaron a este pintoresco pueblo de montaña ubicado a 529 metros de altitud. Convertido en el centro del turismo ecológico, es el destino predilecto para una escapada entre los habitantes de Santiago y Santo Domingo, que acuden en busca de suaves temperaturas y paisajes verdes repletos de ríos, montañas y bosques de pino.
Muchos de los visitantes llegan a esta parte del país, a la que se puede acceder fácilmente a través de modernas autopistas, con el objetivo de coronar el punto más alto del Caribe: el Pico Duarte, de 3.087 metros. De esta impresionante montaña (muchas cimas de los Pirineos no alcanzan esa altitud), dentro de los parques nacionales Armando Bermúdez y José Carmen Ramírez, nace el Yaque del Norte, el río más largo de República Dominicana, que fluye alegre en el corazón de la región del Cibao. Este y los otros seis ríos que nacen aquí, convierten Jarabacoa en una región muy atractiva para la práctica de deportes acuáticos y de aventura: rapel en el Salto Baiguate, escalada en el Salto de Jimenoa, natación en los parques La Cortina y La Confluencia (repletos de sugerentes piscinas naturales), rafting, barranquismo o rutas en bicicleta de montaña por los pueblos de La Ciénaga y Manabao.
Pero si hay una actividad que forme parte de la cultura de Jarabacoa, esa es, sin duda, la ecuestre. Los paseos a caballo constituyen una actividad poco menos que obligatoria. No existe mejor opción para conocer a fondo estos verdes pueblos de montaña, envueltos en aroma a cilantro y tayota, con sus casas pintorescas y las vacas pastando. Asturias en el Caribe, pero con cafetales y con las márgenes de los ríos pobladas de árboles de mango.
Jarabacoa, que cuenta con una variedad de alojamientos encantadores, desde ranchos ribereños y ecolodges hasta lujosas villas de vacaciones en las montañas, es también cuna del café. El más celebrado de la región se elabora en la fábrica de Monte Alto, visitable para los enamorados de esta bebida estimulante. En cuanto a la gastronomía, nada más típico para reponer fuerzas que degustar un buen filete en las parrillas instaladas a orillas de la carretera.
Constanza, la ciudad más fría del Caribe
Algunos la conocen como la Suiza del Caribe, por sus verdes y montañosos paisajes o por sus tímidas temperaturas. O quizás por ambas cosas. Ubicada a unos 1.200 metros sobre el nivel del mar, Constanza es la ciudad más alta de República Dominicana. Y también la más fría, ya no solo del país, sino de todo el Caribe. En esta región, y especialmente por la noche, las temperaturas descienden de manera notable, perdiendo los dos dígitos con facilidad y situándose incluso bajo cero en algunas ocasiones. Por ello, es habitual que los turistas se encuentren con chimeneas en las cabañas que sirven de alojamiento.
El paisaje de Constanza está marcado por extensos campos de verduras en los que se cultivan papas, repollo, maíz y zanahorias, entre otros productos. Rodeado por cuatro grandes parques nacionales, incluyendo dos reservas científicas, el centro geográfico de República Dominicana cuenta con una naturaleza más que generosa.
El Parque Nacional Valle Nuevo, la meseta más alta de la región, con una altitud media de 2.000 metros, alberga el nacimiento de los principales ríos que abastecen al país, senderos ideales para realizar caminatas en medio de bosques nubosos, pinos criollos y helechos, así como llanuras montañosas. Allí, los visitantes podrán avistar más de 70 especies de aves, incluyendo la golondrina dorada, en peligro de extinción, diferentes reptiles y anfibios y más de 500 especies de plantas. Además, en la Reserva Científica Ébano Verde se pueden ver más de 80 especies de orquídeas, ranas arbóreas gigantes y lagartijas.
Otro de los atractivos de la zona es la visita a las granjas donde elaboran mermeladas caseras de frutas, observar aves en el Parque Nacional Valle Nuevo, hacer senderismo en el Valle del Tetero, dar un paseo a caballo hasta el monumento Divino Niño de Constanza o llegar hasta la impresionante cascada de Aguas Blancas.
La Vega, un carnaval repleto de historia
Se ha hecho famosa por celebrar el carnaval más grande, antiguo y colorido del país, que tiene lugar todos los domingos de febrero desde el mediodía hasta las cinco de la tarde. La Vega también es un importante centro espiritual y lugar de peregrinación para los dominicanos, que visitan dos iglesias para adorar a la santa patrona de República Dominicana, Nuestra Señora de las Mercedes. Este fue el hogar de uno de los primeros asentamientos de oro de Colón en las Américas, en La Vega Vieja.
Durante los días de carnaval, más de medio millón de visitantes acuden a ver el colorido de los trajes y a escuchar los sonidos de los demonios traviesos, conocidos como Diablos cojuelos, con sus enormes máscaras y sus largos cuernos. Es tradición que esos personajes persigan a los espectadores cuando se cruzan en su camino. Pese a que los orígenes del carnaval Vegano datan del año 1520, cuando los residentes se disfrazaban como musulmanes y cristianos, no fue hasta el año 1947 cuando se convirtió en una verdadera tradición. Actualmente está considerado Patrimonio Folclórico de la Nación.
Los disfraces del carnaval de La Vega tienen características que los diferencian de los demás. Por ejemplo, sus caretas de expresión antropomorfa, que representan la cara del diablo con una mezcla de fealdad y belleza, de terror y bondad, de seriedad y tono burlesco. También destacan los disfraces del Diablo cojuelo, con un pantalón ancho ajustado a los tobillos, camisa ancha de amplias mangas y una faldilla con capuchón llamada galacha. Estas prendas están confeccionadas con telas brillantes y multicolores, luego adornadas con cientos de cascabeles que le aportan el característico sonido al disfraz.
Fuera de las fechas de celebración, el museo del Carnaval Vegano, ubicado en el edificio Don Zoilo –en pleno centro de la ciudad–, es un buen lugar para conocer la historia y la evolución de esta importante fiesta popular.
Más info: www.godominicanrepublic.com/es