¿Quién quiere vivir en una megaurbe icónica? Por el derecho a (decidir) la ciudad

La pandemia de la covid-19 ha sido un baño de humildad para las grandes urbes globales, llenas de edificios emblema y epicentro de la toma de decisiones. Embarcadas en una competencia por pertenecer a este G20 de las metrópolis, hace años que dejaron de lado a sus ciudadanos

Un trabajador de la construcción pasa por delante de un cartel promocional del nuevo barrio neoyorkino de Hudson Yards. |Getty

Con la pandemia del coronavirus muchas de las características de la ciudad global, la ciudad hiperconectada, se han cortado en seco: los flujos de turismo, de inversión, de información, de personas han dejado de fluir. Es como si las grandes ciudades hubieran recibido una cura de humildad. Grandes eventos se han cancelado, se han cerrado todo tipo de centros culturales y buena parte de la vida social y laboral se h...

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Con la pandemia del coronavirus muchas de las características de la ciudad global, la ciudad hiperconectada, se han cortado en seco: los flujos de turismo, de inversión, de información, de personas han dejado de fluir. Es como si las grandes ciudades hubieran recibido una cura de humildad. Grandes eventos se han cancelado, se han cerrado todo tipo de centros culturales y buena parte de la vida social y laboral se ha trasladado a la red. Los indicadores medioambientales han mejorado en muchos lugares e incluso, en ciertas urbes, los animales salvajes han decidido acercarse de forma más descarada al espacio que le habíamos arrebatado a la naturaleza: ahora sin ruido y sin coches.

Existe el peligro de que el virus, y las medidas de distanciamiento que impone la prevención contra la covid-19, haga mella en lo que hace que las ciudades sean ciudades. Pero, ¿qué hace a una ciudad? Hay quien propone, como la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, la "ciudad de los 15 minutos" –el modelo que describió Carlos Moreno, urbanista director de la cátedra de Emprendimiento, Innovación y Territorio del IAE de París–, donde se reduzca la movilidad porque todo lo que necesitemos está a menos de un cuarto de hora a pie.

El Manifiesto por la reorganización de la ciudad tras la covid-19, escrito por el teórico Massimo Paolini y enfocado en Barcelona, propone una ciudad desmercantilizada, renaturalizada, en la senda del decrecimiento económico. Es precisamente una de las ideas sobre las que trabaja el Instituto Mutante de Matadero de Madrid, que su última iniciativa, Cli-Fi TV Series, se apoya en la "retirada sostenible", del científico y ambientalista James Lovelock, quien defiende que el crecimiento sostenible es un oxímoron.

La noria que Begoña Villacís anunció el pasado marzo que quería instalar en Madrid.

"Esta pandemia deja en evidencia, una vez más, la fragilidad de los modelos urbanos basados mayoritariamente en el turismo", escribe el colectivo de arquitectos-urbanistas Paisaje Transversal, que sugiere diversificar las ciudades, acercar la producción, repensar la movilidad, fortalecer los servicios públicos y mejorar los espacios que todos compartimos. "La crisis del coronavirus ha puesto en evidencia las grandes debilidades de nuestras ciudades, de nuestro sistema económico, social, cultural. Si la ciudad normal, desigual e insostenible, no funcionaba, aprovechemos este punto de inflexión para transformarla", opinan.

Hasta el 11 de marzo, cuando la OMS declaró el brote de covid-19 pandemia global, las grandes urbes del planeta se habían embarcado en un acelerón al ritmo de la globalización y las transformaciones del turbocapitalismo. Y en una competencia por aquellos flujos ahora contenidos; por ganar visibilidad y un estatus en un mercado global de ciudades, muchas veces utilizando reclamos culturales, edificios icónicos y grandes eventos de toda índole, tratando de crear marcas propias a través de la disciplina de city branding, con técnicas cercanas al marketing. La última intentona en España para entrar en este mercado global fue la idea de Begoña Villacís de instalar en Madrid la noria gigante que había rechazado Valencia.

Los lugares donde se decide lo que pasa en el mundo

Los procesos de urbanización cada vez son más veloces y potentes (sobre todo en Asia, donde crecen enormes ciudades, plagadas de rascacielos, cuyo nombre ni nos suena, excepto Wuhan, de 11 millones de habitantes). En el año 2050, según datos de Naciones Unidas, el 70% de la población mundial vivirá en ciudades, y estas serán cada vez más grandes, llegando a formarse megaurbes con problemas emergentes de abastecimiento, urbanismo informal, epidemias, migración, desigualdad o gobernanza.

Vista de los rascacielos de oficinas de la City de Londres. |Getty

Las ciudades desbordan sus límites, pero no solo en el plano físico. Las ciudades globales, según la tipología popularizada por la socióloga Saskia Sassen (Premio Príncipe de Asturias 2013), son nodos de una red mundial donde lo que importan son los flujos. Son estas urbes donde se encuentran los centros de decisión, las grandes bolsas y las sedes de las empresas multinacionales más importantes. Los lugares desde donde se decide lo que pasa en el mundo, en un territorio mucho más grande que la propia ciudad y su hinterland (área de influencia).

"Desde los años setenta la actividad productiva se ha desplazado a países periféricos y la toma de decisiones, la estrategia, se ha concentrado en estos centros de poder", explica Cándida Gago, profesora del departamento de Geografía de la Universidad Complutense de Madrid. En algunos casos, las ciudades han tomado más relevancia en el panorama global que los estados.

Casa en venta por 6,1 millones de euros, en el barrio supergentrificado de Barnsbury, Londres. |Knight Frank

"En el momento en el que una ciudad empieza a ser internacionalizada, todos los movimientos de personas, de capital, de vuelos, se va a incrementar; esto va unido a la implantación de las sedes de las grandes empresas. Se genera un círculo virtuoso [en el plano meramente capitalista], una sinergia positiva que favorece la economía de esa ciudad. Se atrae conocimiento, se crean proyectos de investigación", dice Eva María Martín, profesora del departamento de Geografía de la UNED. "En el lado negativo, se produce desigualdad, la masificación de la urbe y la degradación del entorno".

'Fantasy city': la ciudad que se vende a todos menos a sus ciudadanos

Entrar en el mercado de las grandes urbes globales exige marketing. "Las ciudades cuidan mucho su narrativa, luego nosotros consumimos esas narrativas de ciudades", opina Gago; "a veces en la construcción de esa imagen los políticos no ven las necesidades de los ciudadanos".

Un obrero pasa por delante de un cartel promocional del nuevo barrio gentrificado de Nueva York, Hudson Yards. |Getty

Hasta los aeropuertos, como emblema internacional y primera impresión de la ciudad para muchos visitantes, son ahora "espectacularizados y teatrazalizados", encargados a arquitectos estrella y convertidos casi en centros comerciales, tal y como Gago y Roberto Díez Pisonero señalaron en una investigación. Fantasy city llamó el sociólogo John Hannigan a este tipo de ciudad, donde abundan el ocio, el plástico y el neón.

Un ejemplo del esfuerzo por crear una marca es el caso de Madrid y su acaricida, aunque nunca lograda del todo, Marca Madrid: "Rompeolas de todas las Españas" o "poblachón manchego" han saltado de la literatura al acervo popular. Sin un edificio icónico como la Torre Eiffel o el Big Ben, a la Villa y Corte le cuesta encontrar su relato. ¿Acaso es necesario? ¿Son estas ciudades mejores lugares para vivir?

"Mediante este tipo de discursos, que distorsionan la realidad, parece que se trata de vender la imagen de las ciudades a grandes inversores y no a los propios ciudadanos", apunta Carlos García Vázquez, catedrático de Composición Arquitectónica de la Universidad de Sevilla: "No parece que todo esto tenga mucho que ver con el día a día de la gente".

En 2018, los vecinos de China Town (Nueva York) iniciaron una huelga de hambre para protestar contra el alcalde la ciudad, Bill de Blasio, por apoyar a Joseph Betesh, quien había comprado varios edificios en el barrio para convertirlos en apartamentos de lujo y había recolocado a sus vecinos en casas refugio. Los residentes ganaron la batalla y el propietario habilitó apartamentos para ellos en la parte trasera de los nuevos edificios. |Getty

Del 'apartheid' económico al derecho a la ciudad

Es un discurso maximalista, internacional, a gran escala; en mitad de esta enormidad es difícil ver dónde quedan los intereses de los vecinos. Así, han surgido movimientos sociales que reivindican el derecho a la ciudad. "Es mucho más que un derecho de acceso individual o colectivo a los recursos que esta almacena o protege; es un derecho a cambiar y reinventar la ciudad de acuerdo con nuestros deseos", escribe el geógrafo David Harvey en Ciudades rebeldes (Ed. Akal), recogiendo el concepto de derecho a la ciudad del filósofo Henry Lefebvre.

Se demanda más transparencia y participación en los gobiernos municipales, y han aparecido diferentes iniciativas de candidaturas municipalistas que, con mayor o menor fortuna, conglomeran movimientos sociales y vecinales más allá de los partidos tradicionales.

"Aunque no todas las ciudades mundiales son desiguales, en algunas se está creando una brecha entre los grandes ejecutivos y los trabajadores de los servicios básicos", dice Gago. Se da el caso en Nueva York, por ejemplo: en Manhattan es fácil ver cómo los trabajadores de altos salarios, mayoritariamente blancos, son servidos (camareros, limpiadoras, conductores, etc) por personas empobrecidas, racializadas, que viven lejos y tienen que hacer largos trayectos para llegar al trabajo. "Estas situaciones dependen mucho de las políticas que se hagan en las ciudades, no es algo inherente a su propia dinámica", señala la profesora, "es preciso armonizar el crecimiento económico con el equilibrio social". Para ello, opina la experta, es preciso que las políticas no se hagan de arriba hacia abajo, sino que se cuente con la participación ciudadana en la toma de decisiones.

En 2016, Nueva York fue escenario de varias protestas contra el plan de segregación de las personas con bajos recursos en zonas de inclusión y áreas asequibles. Los movimientos por el "derecho a la ciudad" exigen no solo el acceso a sus recursos, sino "el derecho a cambiar y reinventar la ciudad de acuerdo con nuestros deseos", como recoge el geógrafo David Harvey en 'Ciudades rebeldes' (Ed. Akal). |Getty

Las grandes urbes contemporáneas tienden a segregar a sus habitantes en función de su estatus socioeconómico y expulsan a los habitantes de ciertos barrios mediante los procesos de gentrificación, turistificación y otros tipos de especulación con el suelo. La propia Saskia Sassen señaló el carácter exclusivo y hostil de las ciudades globales.

Algunas, como Vancouver, Singapur, Londres o Nueva York, se están convirtiendo en refugio seguro para inversores que compran pisos y ni siquiera los habitan: al pasear por el centro de estas ciudades se ven edificios con apenas luces, y esta mercantilización de la vivienda, que se usa como instrumento financiero y no como bien social, provoca la subida de los precios, tal y como explican Madden y Marcuse en el libro En defensa de la vivienda (Capitán Swing). A este respecto cabe reseñar la aparición de sindicatos de inquilinos que pelean contra la subida de los alquileres y los desahucios, y que vienen a unirse a movimientos anteriores de defensa de la vivienda.

No solo procesos de gentrificación, sino incluso de supergentrificación, como han observado Tim Butler y Loretta Lee en el barrio londinense de Barnsbury, donde en una zona ya gentrificada llega una nueva clase alta, "muy conectada globalmente, en profesiones financiera o legal, principalmente a través de empresas cada vez más internacionalizadas de la City de Londres". El reto es integrar "todos los segmentos de una sociedad urbana progresivamente fracturada en una forma de comunidad política capaz de darle sentido, y controlar el narcisismo pretencioso de las grandes ciudades actuales", según escribió el geógrafo Allen Scott en un artículo publicado en el International Journal of Urban and Regional Research.

El impacto no solo es social, sino también ecológico. La contaminación provoca la muerte de siete millones de personas al año, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Las ciudades consumen el 78% de la energía mundial y producen más del 60% de las emisiones de gases de efecto invernadero, ocupando un espacio del 2% de la superficie de la Tierra, según informa Naciones Unidas.

Sidney, es segúnu Cándida Gago, profesora del departamento de Geografía de la Universidad Complutense de Madrid, un ejemplo de buena gestión medioambiental. |Getty

Entre las soluciones, algunas ya muy conocidas: las restricciones en el uso del coche (que, en algunos lugares como Madrid, ha sido objeto de fuerte controversia), el uso de energías renovables, la edificación eficiente y sostenible (los edificios suelen ser responsables de la mayor parte de las emisiones), la mejor gestión de residuos o la promoción del uso de transportes limpios como la bicicleta. "Hay ejemplos de buena gestión medioambiental entre las grandes ciudades internacionales: es el caso de Melbourne o Sidney", apunta Gago.

La oportunidad de la gentrificación

Al mismo tiempo que se desarrollan estos procesos, está sucediendo lo que el catedrático Carlos Vázquez denomina una "revolución silenciosa". "Paralelamente a los discursos globales se están generando otros de carácter local que conviven sin problema", explica el experto. Se caracterizan por iniciativas como los huertos urbanos, los bancos de tiempo, el trueque, el consumo de proximidad, el ecologismo, etcétera. Es un movimiento llevado a cabo por las llamadas clases creativas –muchas veces en los considerados barrios cool– y que, al estar en gran parte despolitizado, no se roza con las políticas neoliberales.

Melbourne, quizá menos icónica que Sidney, es otro ejemplo de buena gestión medioambiental según Gago. |Getty

Todo esto recuerda al fenómeno de la gentrificación que, aunque goza de pocas simpatías, para Vázquez puede ser una oportunidad: "Sobre la gentrificación suele haber un discurso de blanco o negro, pero lo cierto es que en sus primeras fases puede servir para revitalizar los barrios y recuperar lo comunitario. Se suele pensar que este es un proceso imparable que acaba llevando a la expulsión de los vecinos, pero yo creo que pueden desarrollarse políticas públicas para detener este fenómeno. Aunque es una lucha complicada".

Es difícil decir cómo será la ciudad poscovid, igual que es difícil decir cómo terminará esta pandemia, o si terminará. Pero muchos urbanistas, filósofos, sociólogos y otros pensadores coinciden en que esto supone una oportunidad para hacer una ciudad más atenta a los ciudadanos que la habitan y al entorno que la rodea.

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