El coronavirus, los caballos y el río

No creo que sea mucho pedir que las críticas a nuestros responsables sean prudentes, racionales y acotadas

La frase suele atribuirse a Abraham Lincoln, pero en realidad es un dicho popular que Lincoln recordaba de su infancia campesina: “Don’t swap horses in the middle of the stream”. Más o menos: “No hay que cambiar de caballos en medio del río”; o, en traducción más libre y con permiso de Ignacio de Loyola, “En tiempo de desolación nunca hacer mudanza”.

A mí me parece que ésta sería de por sí una razón suficiente para apoyar al Gobierno actual: hasta que acabe este tiempo de desolación, lo más sensato es no cambiar de dirigentes y respaldar sin reservas a los que hay; o, dicho de otro modo...

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La frase suele atribuirse a Abraham Lincoln, pero en realidad es un dicho popular que Lincoln recordaba de su infancia campesina: “Don’t swap horses in the middle of the stream”. Más o menos: “No hay que cambiar de caballos en medio del río”; o, en traducción más libre y con permiso de Ignacio de Loyola, “En tiempo de desolación nunca hacer mudanza”.

A mí me parece que ésta sería de por sí una razón suficiente para apoyar al Gobierno actual: hasta que acabe este tiempo de desolación, lo más sensato es no cambiar de dirigentes y respaldar sin reservas a los que hay; o, dicho de otro modo, mientras no hayamos cruzado el río embravecido de la crisis y no hayamos alcanzado la otra orilla, no veo forma de ser leal a este país sin ser leal a este Gobierno. Sin reservas no significa sin críticas: somos ciudadanos, no palmeros. Es evidente que el Gobierno ha cometido errores —como los han cometido todos los Gobiernos de un mundo que no estaba preparado para esta calamidad—, y que tendrá que rendir cuentas por ellos; es probable incluso que esos errores le cuesten las próximas elecciones (un Gobierno capaz de inmolarse para sacar de la mejor manera posible a su país de un aprieto como éste sería para mí un gran Gobierno). Dicho esto, no creo que sea mucho pedir que las críticas a nuestros responsables sean prudentes, racionales y acotadas, que se evite la sobreactuación y la bronca y que no consagremos nuestras mejores energías a hacer todavía más difícil el cruce del río, como si buscáramos que el carro naufrague y que nos ahoguemos todos. Asombrosamente, ése parece ser el propósito de la oposición. No me refiero a Vox o los secesionistas, gemelos univitelinos de los que nada bueno cabe esperar; tampoco a Ciudadanos, que al parecer intenta purgar ahora errores del pasado con un suplemento de responsabilidad; me refiero al PP, un partido con una larga experiencia de Gobierno. Y escribo “asombrosamente” porque, pese a que sabe muy bien lo que es gobernar, el PP confunde a conciencia el Gobierno con el país, cosa que, hasta donde alcanzo, ninguna oposición en Europa está haciendo; sin ir más lejos: Rui Rio, líder de la oposición conservadora en Portugal, ha llamado a no atacar ahora al Gobierno progresista de su país. Lo del PP es, como mínimo, un error colosal. Se dirá que, dado que en España el cinismo y la irresponsabilidad no son una exclusiva de la derecha, si el Gobierno actual hubiera estado en la oposición habría hecho lo mismo que el PP. No lo sabemos, por supuesto, pero la experiencia reciente indica que no es así. La última crisis importante que padecimos tuvo lugar en otoño de 2017, cuando un Gobierno catalán que ni siquiera contaba con el apoyo de la mitad de los votantes catalanes arremetió a la brava contra más de la otra mitad. En aquel momento, el Gobierno del PP cometió muchos errores, algunos de ellos gravísimos (el principal: dejarse arrebatar la bandera de la democracia por quienes estaban incurriendo en una flagrante agresión contra la democracia); pero el PSOE supo distinguir entre el Gobierno y el país y respaldó todas o casi todas las medidas que adoptó aquél, incluida alguna tan extrema como la aplicación del artículo 155. Es verdad que el PSOE no es todo el Gobierno actual y que, en aquellos meses aciagos, Podemos no obró como el PSOE; al contrario: convencido Pablo Iglesias de que aquella era la última oportunidad de acabar con eso que antes llamaba Régimen del 78 (una continuación por otros medios del Régimen por antonomasia: el franquismo), el líder de Podemos trató de unir fuerzas con los secesionistas para tumbar la misma democracia de la que, poco más de dos años después, era vicepresidente.

Fue una jugada inicua, pero no muy distinta de la que ahora intenta el PP. No es de extrañar que los líderes de ambos partidos enarbolen con tanta frecuencia la palabra patriotismo. Dan ganas de citar otra vez a Samuel Johnson, según el cual el patriotismo es el último refugio de los canallas; pero no lo haré. Me limitaré a pedir que se dejen de patriotismos, que arrimen el hombro y que nos ayuden a todos a cruzar cuanto antes el río.

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