Columna

El poder que cedes es poder que concedes

Al final, un simulacro de sentido común naturaliza lo que parecía intolerable: no nos hemos inmunizado contra ese otro virus, sino que lo hemos convertido en parte de nosotros

Un agente de la Policía Municipal pide a un conductor el justificante que le permite su salida de casa en un control policial de tráfico en Madrid. Jesús Hellín (Europa Press)

La pandemia permite que aceptemos una intervención del Estado en nuestras vidas que no habríamos tolerado en condiciones normales. Cumplimos las restricciones y hablamos de pasaportes biológicos, de geolocalización, de cooperación entre empresas y Gobiernos para seguir nuestros movimientos. A fin de cuentas, es por nuestro bien. Es comprensible, pero no está de más cierta cautela. El poder es invasivo y siempre asegura tener buenas intenciones: a veces hasta se lo cree. La autoridad en problemas busca cortinas de humo y chivos expiatorios. Se extiende: eso no aumenta su eficacia, pero le da ci...

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La pandemia permite que aceptemos una intervención del Estado en nuestras vidas que no habríamos tolerado en condiciones normales. Cumplimos las restricciones y hablamos de pasaportes biológicos, de geolocalización, de cooperación entre empresas y Gobiernos para seguir nuestros movimientos. A fin de cuentas, es por nuestro bien. Es comprensible, pero no está de más cierta cautela. El poder es invasivo y siempre asegura tener buenas intenciones: a veces hasta se lo cree. La autoridad en problemas busca cortinas de humo y chivos expiatorios. Se extiende: eso no aumenta su eficacia, pero le da cierta ilusión de control (y, con una alarma, también los ciudadanos suelen pedir más control).

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En una emergencia, la autoridad puede proseguir su lucha sectaria con argumentos más persuasivos e instrumentos más contundentes. La excepcionalidad facilita suspender mecanismos de fiscalización y profundizar en la degradación institucional: se paraliza la ley de transparencia, hay opacidad en las contrataciones. Discutimos sobre los bulos: un debate importante sobre información, libertad de expresión y transformación comunicativa se utiliza como maniobra de distracción con tintes iliberales. Un ministro firma una denuncia contra un partido por calumnias, injurias e incitación al odio hacia otro partido. El CIS, que ha dilapidado su prestigio, plantea posibilidades anticonstitucionales e introduce escenarios que impulsan la agenda del Gobierno. Se ha sancionado a gente por hacer cosas que no están prohibidas por la ley. El ministro del Interior ha anunciado la monitorización de las redes sociales para buscar discursos peligrosos y la investigación de un expresidente por saltarse el confinamiento. Según una directriz ministerial, los ciudadanos deben aceptar las denuncias por infringir las reglas del encierro con actitud resignada: “La mera inobservancia de las disposiciones del Gobierno” sería desobediencia. Entretanto, Pablo Iglesias propaga bulos en Twitter el martes, y el jueves pide medidas contra las fake news (de los otros) en televisión.

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El poder que cedes es poder que concedes, dice el politólogo John Keane, y el poder al que renuncias no se recupera con facilidad. Lo que se admite en una situación excepcional se convierte en una nueva normalidad. Al final, un simulacro de sentido común naturaliza lo que parecía intolerable: no nos hemos inmunizado contra ese otro virus, sino que lo hemos convertido en parte de nosotros. @gascondaniel

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