Acción positiva para una amenaza real

Frente a los anacrónicos negacionistas, el autor subraya los peligros actuales y futuros en forma de incendios devastadores, fusión del hielo antártico, huracanes y todo tipo de fenómenos extremos. Y propone, frente a actitudes de miedo y pesimismo, una “acción climática positiva” que será beneficiosa en lo sanitario, lo económico y lo social más allá de las fronteras. Los Acuerdos de París son, asegura, el punto de partida perfecto para la ofensiva

Martín Elfman

EL MOVIMIENTO NEOCONSERVADOR que promueve nacionalismos populistas incluye entre sus postulados un intento desesperado de devolver la cuestión climática a un debate ya superado entre negacionistas y científicos del clima. Se trata de una pataleta abocada al fracaso que, no ya la evidencia científica, sino el propio sistema climático se encarga de ridiculizar casi a diario.

En este año hemos sido testigos de récords de temperatura en casi todos los puntos del globo, fusión de hielo en el Ártico, fuegos devastadores y un arranque sonado de la temporada de huracanes en el Atlántico, entre otros fenómenos extremos que evidencian que los cambios anunciados desde hace décadas ya están aquí, con sus graves consecuencias.

Pero es que además ahora contamos con el Acuerdo de París, que fija objetivos claros de lucha contra el cambio junto a una hoja de ruta para lograrlos, lo que nos debería llevar a un prudente optimismo. Precisamente el optimismo es una actitud necesaria para resolver esta cuestión, a pesar de que escaseen las voces que nos hablen de los beneficios de la acción positiva contra el cambio climático.

Hasta ahora el debate se ha alimentado de pesimismo y negatividad: para unos, las grandes catástrofes a las que el cambio climático nos abocaba irremediablemente; para otros, la negación del mismo cambio por las grandes catástrofes que las acciones contra él traerían a la economía global. El mensaje machacón, quizás influido por el papel central de la culpa en la rígida moral cristiana protestante, es que deberíamos combatir el cambio climático para evitar arder para siempre en un merecido infierno. Es esta moral la que inspira los mensajes del movimiento por el clima de escolares de países desarrollados, como ejemplifica la preocupante declaración de intenciones leída por Greta Thunberg, la Dorothy Gale (*) —en versión malhumorada— del clima, en el Foro Económico Global de Davos: “Quiero que entréis en pánico y que sintáis el miedo que yo siento a diario”.

Lo último que necesitamos es, precisamente, “entrar en pánico”, pues sería garantía de estrellarnos en la gestión irreflexiva de la crisis climática. La culpa y el miedo llevan exactamente a la inacción y la negación, actitudes recogidas en nuestra expresión “de perdidos al río”. No es eso lo que necesitamos. La prioridad ahora ha de ser la aceleración firme y sostenida de la acción climática positiva y efectiva para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París en el escaso tiempo que nos queda para ello. Pero esa aceleración solo se puede alcanzar a través del impulso que aportan los muchos beneficios de la acción positiva contra el cambio.

La acción climática positiva es lo ética y moralmente correcto, porque somos ya plenamente conscientes de las transformaciones que están ocurriendo y las que están por venir, y de que los más vulnerables son, precisamente, los más desfavorecidos, los náufragos climáticos.

Porque es positivo para nuestra salud. Las emisiones derivadas de la quema de combustibles fósiles y el aumento de gases de efecto invernadero afectan negativamente a la salud pública y tienen una gran responsabilidad en la crisis de calidad del aire en ambientes urbanos que sufrimos a nivel global. Incluso una dieta climáticamente sostenible, que no requiere prescindir de alimento de origen animal, es una dieta más sana.

Porque el cambio de modelo energético promueve el desarrollo y despliegue de nuevas tecnologías que cambiarán el modelo de sociedad impulsando una revolución de una escala similar a la revolución industrial. El despliegue de energías renovables, coches eléctricos e híbridos, sistemas urbanos de movilidad sostenible, consolidación de sistemas de iluminación led y otros desarrollos que contribuyen a disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero está acelerándose a un ritmo que fomenta el optimismo.

Porque es bueno para la economía y el empleo. En un año nefasto para la Bolsa, las inversiones en sectores de nuevas energías y tecnologías ambientales están generando retornos de en torno al 20%. No en balde las Bolsas se conocen como mercados de futuros, y el futuro está en la acción climática positiva. Las grandes corporaciones han visto en los impactos de un cambio desbocado un riesgo para la estabilidad de sus inversiones y ahora consideran que la acción contra el cambio climático y, de manera más general, los objetivos de sostenibilidad de Naciones Unidas son buenos para sus expectativas de negocio. Los mercados apuestan claramente por la transición ecológica. La codicia es, en grado último, el motor más potente para buena parte de la sociedad, su “sueño americano”: el botón de encendido del emprendimiento. Mientras mejores sean las perspectivas de negocio en torno a tecnologías e inversiones que ayuden a mitigar el cambio climático, más rápidamente crecerá nuestra capacidad de alcanzar los objetivos del Acuerdo de París. De hecho, estoy convencido de que el crecimiento exponencial de nuestra capacidad de actuación climática positiva nos llevará a mejorar esos objetivos e incluso a poder deshacer parte de los daños climáticos a los que estamos ya abocados por las emisiones de gases de efecto invernadero acumuladas hasta ahora.

Resolver este problema pasa por mejorar la solidaridad global y la equidad y justicia social

Porque resolver este problema pasa inevitablemente por mejorar la solidaridad global y la equidad y justicia social más allá de fronteras jurisdiccionales. La acción climática positiva tiene una dimensión intrínsecamente global que se opone diametralmente a los postulados neoconservadores, lo que explica que estos encuentren su bestia negra en la lucha contra el cambio. El crecimiento económico impulsado por la acción climática positiva solo será sostenible si se acompaña de políticas de solidaridad y redistribución de beneficios.

Porque es fundamental para que los logros en la conservación y protección de los océanos no nos sean arrebatados. El despliegue de políticas de conservación de la fauna y ecosistemas, sostenibilidad de la pesca, mejora de la calidad del agua, control de la contaminación y restauración de hábitats está abriendo un nuevo horizonte en el que la recuperación de un océano saludable parece posible tras tocar fondo al inicio de este siglo. Desde mi perspectiva como investigador de los océanos, el cambio climático es la amenaza que podría dar al traste con los evidentes síntomas de recuperación de la vida de estos.

De hecho, un aumento de bosques, en tierra y en el mar (manglares, corales, praderas submarinas, marismas y bosques de algas), contribuiría a mitigar el cambio climático. Dado que el carbono es el principal material de la vida, la expansión de bosques marinos y terrestres retirará carbono en exceso de la atmósfera para construir organismos vivos, mitigando así el cambio. Es mucho más positivo transformar carbono atmosférico en bosques y ecosistemas que enterrarlo en simas geológicas, porque el carbón vivo retorna múltiples beneficios adicionales a la sociedad, como la provisión de alimento y agua a las sociedades más desfavorecidas.

Consideremos, desde nuestras diversas responsabilidades como ciudadanos, los beneficios de una acción positiva frente a la crisis del clima como guía para nuestra aportación y la que, como votantes, queremos que aporten nuestros Gobiernos. El “miedo” y el “pánico” dejémoslos para las salas de cine y limitemos los sentimientos de “culpa” a nuestro inevitable encuentro privado con la balanza tras las fiestas navideñas. 

(*) Dorothy Gale es una adolescente, personaje de ficción, protagonista de la película El Mago de Oz, interpretada a los 16 años por la actriz norteamericana Judy Garland. En el filme, Dorothy es arrastrada a un mundo ficticio por un tornado.

Carlos Duarte es catedrático de Ciencias Marinas de King Abdullah University of Science and Technology, Arabia Saudí, y secretario del jurado del Premio Fundación BBVA de Fronteras de la Ciencia en Cambio Climático.

 

EL PAÍS forma parte de Covering Climate Now, una iniciativa global de más de 220 medios de comunicación, enfocada a poner atención en la crisis climática.

Archivado En