Este es un mundo de alondras: por qué la vida es más fácil si eres de los que madruga

Un estudio científico identifica diferencias en las conexiones cerebrales de los madrugadores y de quienes se activan por las noches

Todo está en la testa. Literalmente. Y eso es un problema para quienes tienden a vivir la noche, las últimas personas en entregarse al sueño. Al menos, esa es la conclusión de un pequeño estudio científico que ha analizado las diferencias entre los cerebros de las personas que tiene biorritmos de búho, quienes se diría que no se despiertan hasta que llega la noche, y los de aquellas que a las diez de la mañana de un domingo han limpiado el cuarto de baño, han recogido el salón y ya tienen la aspiradora entre las manos.

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Todo está en la testa. Literalmente. Y eso es un problema para quienes tienden a vivir la noche, las últimas personas en entregarse al sueño. Al menos, esa es la conclusión de un pequeño estudio científico que ha analizado las diferencias entre los cerebros de las personas que tiene biorritmos de búho, quienes se diría que no se despiertan hasta que llega la noche, y los de aquellas que a las diez de la mañana de un domingo han limpiado el cuarto de baño, han recogido el salón y ya tienen la aspiradora entre las manos.

Para alcanzar esta conclusión, los científicos han hecho desfilar los cerebros de 38 voluntarios por un escáner de resonancia magnética, y han pedido a los amables conejillos de indias que completen distintas pruebas con las que medir diferentes funciones cognitivas. También han comprobado el grado de somnolencia de los voluntarios durante todo el día.

El resultado, que las personas más activas durante la noche tienen una menor conectividad entre distintas regiones del cerebro que aquellas que están al pie del cañón desde primera hora. Es un mal asunto para los búhos, que tienen que adecuarse a jornadas laborales que se extienden de las 9.00 a las 17 horas.

Según los resultados de las pruebas, que ayer vieron la luz en la revista Sleep, las personas con biorritmos adaptados a las horas nocturnas muestran una menor atención, tiempos de reacción más dilatados y niveles de somnolencia superiores de las 8 a las 20 horas. Los científicos no han podido demostrar que exista una relación causa efecto entre la conectividad cerebral y los resultados de las pruebas cognitivas, pero sus conclusiones confirman que vivimos en un mundo de alondras: aquellas personas con los cronotipos de búho tienen serias dificultades para compaginar su ritmo biológico con el ritmo social, el de los horarios laborales habituales.

Lo peor es que los resultados de las pruebas de los participantes clasificados como búhos fueron inferiores que las de las alondras por la mañana, pero no mucho mejores por la tarde. O sea, que quienes tienen un cronotipo que fomenta comenzar la actividad bien temprano tienen ventaja frente a quienes son más propensos a vivir más intensamente la noche. Y es que hay personas que no deberían madrugar nunca, y los jefes deberían entenderlo.

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