Las sirenas de Jeju

Un grupo de mujeres de la isla surcoreana mantiene a su comunidad desde el siglo XIV con la recogida de marisco, una tradición que se extingue, declarada Patrimonio Inmaterial de la Unesco

Las mujeres descienden en torno a 10 metros para sacar los productos más valiosos, en Jeju.

El olor a brea impregna el caucho y las fosas nasales. La bahía de Seongsan amanece tranquila. Los restaurantes destapan las peceras, algunos excursionistas recargan cantimploras y las haenyeo tienden al sol su cosecha. Fardos verdosos de algas se amontonan en las aceras. Poco a poco van deshilachándose para ser colgadas en las barandillas. Entremedias se cuela de vez en cuando un crustáceo, que inmediatamente pasa a la tina de los mariscos. Haenyeo es el nombre original de las buceadoras que extraen el marisco, conocidas también como Las sirenas de Jeju. Cumplen ancestralmente con esta rutina en cualquier parte costera de esta isla surcoreana, situada al sur de la península y en pleno mar de Japón.

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Vuelven de las rocas. Lugar al que, metafóricamente, pertenecen. Salen cada mañana a buscar estos productos a pulmón, sin bombonas ni monitorización alguna. Un neopreno de llanta y unas gafas sin tubo son su único equipo. Y hablamos de un país donde hasta para pasear por los parques se conjunta el último modelo de trekking. "Nos internamos antes de que salga el sol, para separar el material y que esté listo desde primera hora", trata de explicar con palabras y gestos una de ellas frente a un cubículo que hace de almacén. Gracias a esta actividad alimentan a la comunidad y mantienen viva una tradición en una zona del mundo que reniega de las tradiciones. “Me metí por necesidad. No había mucho que comer y había que buscarse la vida”, narra Kim Ok Ja, de 79 años, en un vídeo sobre las últimas sirenas de Jeju. “Llevo desde los 13 años y entonces sólo se metían en el agua mujeres”, rememora.

“Son el corazón y la cabeza de Jeju”, cuenta Seo Myongsook en Jeju City, capital de esta isla de 605.000 habitantes. Es la autora del libro Respira (como lo traduciría ella del surcoreano), en esta historia sobre el pasado y el futuro de sus paisanas, las sirenas. “Enseñan a las familias, congregan al pueblo”, advierte. El papel que desempeñan, por lo que han adquirido tanta notoriedad y por lo que su rutina fue declarada en 2016 Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, resulta clave en la provincia desde el siglo XIV. “Algunas dejaban la escuela a los 15 años y empezaban a pescar”, continúa esta escritora de 60 años.

Las denominadas ‘sirenas de jeju’ aprovechan las barandillas que bajan a la playa para tender las algas.A. G. P.

“Ahora Corea es muy rico, pero antes era pobre. Y ellas compartían todo lo que ganaban”, arguye ante el vuelco que ha pegado esta nación asiática: en tan solo cuatro décadas, su Producto Interior Bruto (PIB) ha pasado a ser uno de los más altos de la región, solo por detrás de China y Japón, con cerca de 1.236.000 millones de euros al año. Encima se calcula que subirá a un ritmo en torno al 3% en 2018 -tal y como prevé el Banco Mundial- y el salario mínimo se sitúa en torno a los 514 euros.

Ningún dato económico ha frenado su actividad. Hay que coger el marisco, sacarlo en redes, limpiarlo y venderlo. La inmersión se lleva a cabo de madrugada, para que a primera hora, en esa salida del sol entre neblina, esté el género en las lonjas. O, ahora, en la cámara de los restaurantes, que muestran todo tipo de pescado para capricho de los clientes. “Es muy peligroso por la fuerza del mar y el viento. Empiezan desde muy pequeñas, a los siete u ocho años, y se tienen que acostumbrar al dolor de oídos y de cabeza”, continúa la autora.

A lo largo de su historia, las haenyeo han pasado de ser unas 12.000 a menos de un centenar, según calcula Myongsoon. La apatía de los contemporáneos y la merma de familias que aún residen en estos lares han erosionado este acervo cultural y social. Las mujeres que quedan llegan a sumar 92 años y su cuerpo ya no aguanta el esfuerzo del buceo. “Entrenan todos los días”, cuenta la autora. “Es una buena tradición que enseña la fuerza y la independencia de las mujeres y la forma de vida comunitaria para la economía y la sociedad. Creo que, a pesar de todo, sobrevivirá: hace cinco años estaba en peligro, pero en los últimos meses parece que ha habido un nuevo impulso. Vienen hasta de la capital. Es algo muy típico y duro, pero por debajo hay un mundo muy rico”, señala, dibujando una gran sonrisa.

No les hacen falta palabras para comunicarse,  cuando están sumergidas se intercambian silbidos

Desde luego, esta costumbre tan arraigada congrega a muchos de los visitantes que desembarcan en este pedazo de tierra volcánica, también protegida por la Unesco como Reserva de la Biosfera. Al abrigo del pico Ilchungbong, con un cráter espectacular, varias de estas sirenas disponen moluscos en bandejas. Su precio depende de lo que incluyan y se seleccionan para cocinar en los fogones del bar contiguo. Crudo, al vapor o la parrilla: como desee el comensal. El precio depende del contenido: entre 30.000 won (unos 23 euros) hasta 100.000 (en torno a 80), según haya calamares, babosas, caracoles o especies de más valor. Aguardan a la bajada de turistas y sucumben a sus partidas de dinero cuando, dos veces al día, representan con un pase su labor.

“Todo el mundo dice que están por toda la costa, pero donde de verdad se las ve es en la calle, vendiendo”, comenta Uni Lee, profesora de inglés que ha vuelto a su lugar de nacimiento para rodearlo a pie, simulando una especie de Camino de Santiago (cuyo original completó hace un par de años). “Las algas son a 5.000 won (unos tres euros)”, indica mientras dos buceadoras abren con soltura todo tipo de conchas. Una de ellas roza los 70 años. Otra, los 82. "Llevamos 40 años trabajando", indica una de ellas que prefiere no dar su nombre ni responder a preguntas. Su trabajo, después de colgar las boyas y el traje, consiste en servir el marisco. Lo hacen de forma mecánica, en silencio. No les hacen falta palabras para comunicarse, como cuando están sumergidas, que se intercambian silbidos.

Un gorro de goma, unas gafas ovaladas, unos pesos, un pincho y unas aletas son los únicos acompañantes de las mujeres, que bajan desde el siglo XIV sin bombonas.A. G. P.

Unos pesos abrochados a la cintura, unas gafas ovaladas y unas aletas les permiten descender más de 10 metros. “Bajan con muy poco equipo, así que tienen muy limitado lo que pueden coger”, explica Jung Eunhae, artista local que duda de su futuro: “Van por grupos y es todo para todas. Es una sociedad muy cerrada y a la que se le rinde un respeto especialmente alto”, añade. “Hay escuelas que dan clases para turistas o para surcoreanos, pero integrarse lleva tiempo”, agrega quien intentó, sin éxito, formar parte de ellas “por curiosidad”.

"Empiezan desde muy pequeñas, a los siete u ocho años, y se tienen que acostumbrar al dolor de oídos y de cabeza”, dice la autora de un libro sobre la tradición

“Están todas relacionadas. Y hay un par de hombres. Son muy importantes para Jeju. A lo mejor no económicamente pero sí como madres de nuestra tierra. Representan el compromiso y el cuidado. Hay mucha preocupación por que desaparezcan, pero ni el Ayuntamiento ni el Gobierno pueden hacer nada: es algo que sale de dentro de su comunidad. Y no sé si sería bueno que se visibilizara mucho o no”, resume. Quizás viendo cómo, después de un alba apacible, las horas llenan los paseos de gente y vacían los frigoríficos o las barandillas, desprovistas ya del pelaje con el que las haenyeo las cubren cada mañana. Y cómo el olor a alga se confunde a estas alturas con el que expelen las ollas.

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