11 fotos

Dzaleka espera su turno

La saturación y la falta de perspectivas marcan el día a día de los habitantes del principal campo de refugiados de Malawi

Los datos de la saturación del campo son patentes: hay 24 pozos de agua para más de 25.000 personas, por lo que es habitual observar colas como la de la imagen para obtener líquido. El centro médico, diseñado para atender a unas 10.000 personas, también está sobrepasado. Y cada vez faltan más cosas. “La comida no llega, el centro médico no es adecuado, no tengo ni jabón para lavar la ropa y, con el frío que hace [en la presente época invernal las temperaturas bajan hasta los 8º] no tenemos mantas”, dice Francine, una madre soltera de 23 años de Burundi que lleva toda su vida en campos de refugiados. Este es el tercero por el que pasa. “En los otros sitios cubrían nuestras necesidades. Aquí la vida es muy difícil y nadie viene a ver cómo estamos”, se queja.Carlos Martínez
Un hombre recoge cartones del centro de distribución de Dzaleka tras un reparto de mantas y otro material. “Antes nos centrábamos en cubrir las necesidades más básicas”, explica Enid Ochieng, responsable de Acnur en Malawi. “Ahora, ni siquiera llegamos a eso”. Debido a las limitaciones presupuestarias, los recién llegados prácticamente no tienen con qué levantarse un techo y Acnur, que gestiona el recinto junto con el Gobierno malauí, tiene problemas hasta para darles lonas de plástico. “Los donantes llevan muchos años prestando ayuda aquí. Y hay otras crisis [incluso en el propio Malawi, por cuya frontera sur entran miles de mozambiqueños huyendo de la violencia] lo que hace que ahora mismo no sea tan fácil volver a vender Dzaleka al mundo”, apunta Kelvin S. Sentala, asistente de campo de Acnur.Carlos Martínez
Varias mujeres, con los elementos que acaban de recibir por parte de las agencias presentes en el campo, como el Programa Mundial de Alimentos (PMA). Los habitantes de este campo que no consiguen ser realojados en otros países (es decir, la gran mayoría) dependen casi exclusivamente de la asistencia humanitaria. El Gobierno de Malawi, abierto a la acogida pese a los graves problemas que afronta el país, no permite que los refugiados salgan del campo ni obtengan un empleo. Esto deja a muchos sin posibilidades de subsistir o generar sus propios ingresos. Algunos, como el somalí de 35 años Raheem, llevan aquí desde 1996 y ya no recuerdan cómo era fuera del campo. "Intento hacer cosas por mí mismo que me den algo de comer", cuenta el padre de una hija que nació hace dos años en Dzaleka. "No puedes estar siempre dependiendo de Acnur o de quien sea".Carlos Martínez
El tiempo (en algunos casos, décadas) que muchos llevan en Dzaleka y la necesidad de encontrar medios de subsistencia han dado lugar a la aparición de zonas de mercado dentro del recinto, a las que también acuden las poblaciones vecinas al campo. Muchos buscan intercambiar mercancías o conseguir algo de dinero a través de la actividad que se genera allí.Carlos Martínez
Una niña ante un improvisado puesto de comida en Dzaleka. Proveer de alimento a los habitantes del recinto es una prioridad que, de momento, solo está cubierta hasta agosto, según el Programa Mundial de Alimentos. De junio a diciembre del año pasado, las raciones —ya limitadas solo a los básicos: maíz, legumbres y aceite vegetal— tuvieron que reducirse a la mitad. “Esta es una historia casi olvidada, y no conseguimos más apoyo de los donantes”, insiste Mietek Maj, subdirector del PMA en Malawi. La falta de comida es la principal queja de los refugiados.Carlos Martínez
Los primeros en llegar a Dzaleka, a partir de 1994, encontraron edificios y refugios construidos sobre el terreno de esta antigua cárcel. Hoy, sin embargo, la mayoría tiene que construirse su propio techo. Y no es fácil porque no hay fondos ni facilidades. El terreno también comienza a ser escaso, dada la cantidad de gente que hay que alojar en algo más de 200 hectáreas. Al llegar, los refugiados son alojados varios días en un centro de tránsito mal equipado y absolutamente abarrotado antes de conseguir su propio espacio. En la imagen, construcción de un refugio con los ladrillos que se producen también en el propio campo.Carlos Martínez
El centro médico, diseñado para 10.000 personas, atiende a más de 60.000, contando con los habitantes de las comunidades vecinas. En la práctica, la pacífica coexistencia de solicitantes de asilo y refugiados con los malauís de poblaciones cercanas ha hecho que los primeros comiencen una integración real (aunque todavía no respaldada legalmente) en el país. La convivencia en el campo, a priorio complicada con diferencias étnicas, idiomáticas y religiosas, no es demasiado problemática. Todos han pasado por experiencias traumáticas y no quieren más problemas, explica el somalí Raheem, de 35 años. Lo que buscan en Dzaleka es seguridad.Carlos Martínez
Un joven trabaja en la construcción de un refugio en Dzaleka. Trabajar no solo es una necesidad de obtener medios para ganarse la vida, sino también una forma de recuperar la autoestima y la confianza en uno mismo. Por eso, y para limitar la dependencia de la cada vez más escasa ayuda, las agencias presentes en el campo suspiran por una flexibilización de la ley malauí que permita a los refugiados trabajar en el país. Aunque hubo un momento prometedor, de momento el cambio legal está estancado. El Gobierno ha decidido fundir en un solo proceso la reforma de esta normativa y la de las políticas de inmigración (como la recepción y tránsito de migrantes con destino a Sudáfrica) y otros temas, dejándola por ahora empantanada en el Parlamento.Carlos Martínez
Con un profesor por cada más de 80 alumnos, la escuela primaria gestionada por la organización jesuita JRS tiene que hacer turnos para atender a todos. Faltan aulas, medios y profesores, y el absentismo obligado por las circunstancias de la vida en el campo es uno de los problemas. Chicos como Dany, de 16 años, aún siguen en primaria, porque la vida no les ha permitido avanzar más rápido. A Dany le gustan el inglés, las matemáticas y la ciencia. Y sonríe al contar que ahora suele ser el primero de la clase y que le gustaría ir a la universidad del campo.Carlos Martínez
En Dzaleka también hay una escuela secundaria y otros servicios, como la formación de adultos. Los embarazos adolescentes son un problema para la asistencia a clase de las chicas de esa edad. Como casi todo aquí, los centros formativos atienden tanto a los habitantes del campo como a los malauís de las poblaciones vecinas, que también sufren necesidad en muchos ámbitos, pero al menos tienen libertad para trabajar.Carlos Martínez
La oferta educativa en Dzaleka se completa con una universidad 'online', en el que hasta 30 personas al año se matriculan en grados a través de internet de tres años avalados por universidades estadounidenses como la de Regis. Son cursos que les permitirán especializarse en ámbitos como la educación, los negocios o el trabajo social. También se oferta formación profesional y otros cursos. Es una opción para algunos de seguir preparándose para obtener un empleo en el futuro si finalmente hay un cambio legal, en la que, aparte de los realojos en otros países (cada vez más limitados o más enfocados en otras emergencias de otros lugares) parece ser la única vía para aliviar la situación en el campo malauí.Carlos Martínez