8 fotosNueve libros de esta semanaLa visión de Kissinger, las cartas de Kafka a Malena, un procaz Irvine Welsh o la vuelta de Jesús Castro, en las críticas de Babelia 19 feb 2016 - 00:03CETWhatsappFacebookTwitterBlueskyLinkedinCopiar enlace"No sabemos su nombre, pero es imposible olvidar al personaje que Eduardo Mendoza nos dio a conocer en El misterio de la cripta embrujada (1979) y El laberinto de las aceitunas (1982): un maleante estrafalario y pendenciero que, a fuerza de verse involucrado en algunas historias rocambolescas, se hace detective. Va siempre a su aire, y tiene como método “echarle cara y paciencia a los asuntos”. Años más tarde reaparecía en La aventura del tocador de señoras (2001), y volvíamos a encontrarlo en El enredo de la bolsa y la vida (2012), novela ambientada en la reciente crisis económica de nuestro país. Ya un tanto cambiado, el detective regentaba entonces una peluquería de señoras que al final traspasaba a los dueños de un vecino bazar chino. Estos abrirán allí un restaurante y le darán empleo, confiándole pequeños encargos. En esta situación lo vemos al inicio de El secreto de la modelo extraviada, la nueva novela de Eduardo Mendoza. Anda afanado en el desempeño de un encargo, cuando de repente un incidente callejero le lleva a recordar un caso en el que estuvo involucrado 20 años antes". Por ANA RODRÍGUEZ FISCHERSEIX BARRAL"Adda Ravnkilde era una muchacha danesa, de la provincia de Jutlandia, que se trasladó a Copenhague para formarse como maestra. Allí conoció al famoso crítico Georg Brandes, a cuyas clases asistía y al que entregó un primer manuscrito que aquel acogió con simpatía y le instó a corregir defectos y seguir escribiendo. Poco después, Adda le entregó un nuevo manuscrito, este que comentamos. Brandes estaba muy ocupado y cuando por fin pudo leerlo, admirarlo y hablar con ella, la joven se había suicidado. Tenía 21 años. Adda le había comentado en un encuentro anterior: “Dichoso usted que ha logrado las dos cosas que siempre he deseado, vivir en un lugar con una vista hermosa y rodearse de seres inteligentes”. Por J. M. GUELBENZUALBA"Javier Aparicio Maydeu, profesor de literatura en la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, y crítico de Babelia, analiza en La imaginación en la jaula, el fenómeno de Internet en relación con la creatividad. Se trata de una obra muy exigente con el lector, de prosa densa y frases largas, de extranjerismos, de notas exhaustivas a pie de página que a menudo ocupan más espacio que el texto principal. Eso no impide hallar muchas ideas interesantes, como la expuesta en el capítulo 10: la facilidad de dar a conocer hoy en día la creación (mediante autoediciones, difusión por redes sociales…, la hipercomunicabilidad en definitiva) ha hecho que disminuyan la práctica de la autocrítica y la búsqueda honrada de la autenticidad y la originalidad. Eso desacredita cualquier auctoritas y hasta extingue “cualquier vestigio de la necesidad de una escala de valores”. Por ÁLEX GRIJELMOCÁTEDRA"Es un secreto a voces que Mariano Peyrou (1971) posee una de las escrituras más personales y sorprendentes del panorama actual. Su nuevo libro, Niños enamorados, está más cerca de las ondulaciones perceptuales de Estudio de lo visible (2007) que de la implosión imaginativa de Temperatura voz (2010), dos obras que le permitieron escapar del infierno de las jóvenes promesas para ingresar en el limbo de las no tan jóvenes evidencias. El discurso de Peyrou se complace en las rupturas lógicas y psicológicas, en el juego de las ambigüedades y en el placer de lo discontinuo. Así, el sujeto reflexivo y reflejo de Niños enamorados se va desvelando en composiciones extensas pero fragmentarias, cuyo fraseo recuerda a las desviaciones imprevistas del free jazz". Por LUIS BAGUÉ QUÍLEZPRE-TEXTOS"Un espacio evocador (Isla Negra) con poeta incluido (Pablo Neruda) en el periodo de tránsito de una mujer (Delia de Carril) a otra mujer (Matilde Urrutia), con el tenue trasfondo de los malos poemas de Los versos del capitán, todo ello visto con los ojos curiosos y ávidos de una chica de 12 años, muy dotada para la rememoración de los olores, hija de la sirvienta de la casa. María Fasce (Buenos Aires, 1969) se sirve de una prosa precavida, que sugiere más que dice, donde todo cede al registro, dentro o alrededor de la casa, de las entradas y salidas de esos personajes que, de no tener nombres prestigiados, apenas pasarían de figurantes. Por debajo, como una intriga de melodrama, por fortuna no estridente, un secreto familiar que la chica ignora y le será revelado tras la muerte de la madre. Se trata de una novela de sensibilidad y, por tanto, de construcción de una personalidad marcada por un misterio que, al despejarse, demanda una confesión que también es un desagravio de la madre humillada y leal". Por FRANCISCO SOLANOALIANZA EDITORIAL"Debemos a Ortega y Gasset una de las mejores defensas del romanticismo. “El romanticismo fue el libertador de la fauna emotiva viviente en nosotros”, escribió. “Merced a esta consagración del sentimiento, hay, por ejemplo, en la literatura desde 1800 dos calidades deliciosas que antes faltaron siempre: color y temperatura”. Alberto Santamaría recupera este texto para preguntarse por las políticas de lo sensible que aparecen a finales del siglo XVIII y que, más allá de sus manifestaciones artísticas memorables, recorren la estética moderna hasta hoy. La comprensión romántica de la literatura como un proceso de autoexpresión a menudo es malentendida como una especie de egocentrismo sensiblero. La vida me sienta mal, en cambio, parte del reconocimiento de un descubrimiento esencial del romanticismo: la exploración de la realidad sólo es posible gracias a la potencia expresiva de nuestra subjetividad. Nuestra sensibilidad inyecta sentido en un mundo yermo que así se vuelve comprensible. El envés de este hallazgo romántico es que la experiencia artística se ve abocada a preguntarse por sus condiciones de posibilidad. La carencia de un armazón objetivo que le dé legitimidad arroja la literatura romántica a una ironía y una fragmentación que cuartea los diques de la Ilustración". Por CÉSAR RENDUELESEL DESVELO"Hablar de cualquier parida parece fácil, pero no lo es. Lo común es que lo hablado acabe siendo un latazo, un cliché horrendo o un galimatías atroz. Asimismo, una o dos veces cada siglo aparece un piernas capaz de hacer divertido cualquier tema: buganvillas, rock japonés, lacrosse o tetinas de biberón. Julio Camba era así, sin duda. En una pluviosa isla vecina viven también varios de esos: Guy Browning (un hombre que hace que las llaves de casa o el ascensor se tornen temas mondantes, explosivos e históricos a la vez, como un cruce imposible entre Top Secret, el tratado de Versalles y “You really got me”) o mi héroe, Charlie Brooker, un fulano que me hizo leer un libro entero sobre videojuegos. Llorando de risa". Por KIKO AMATPEPITAS DE CALABAZA"Crimen de guerra, crimen contra la humanidad y genocidio son tres figuras jurídicas que usamos indistintamente para calificar grandes crímenes, por ejemplo Auschwitz, pero que no son intercambiables. El Tribunal de Núremberg condenó a los dirigentes nazis por crímenes de guerra, pero no por perpetrar un genocidio. A los jueces les desconcertaba este neologismo, genocidio, que acababa de entrar en escena de la mano de un jurista lituano, el judío Raphaël Lemkin, que venía huyendo de la persecución nazi. Había visto con sus propios ojos que el proyecto nazi de destrucción de los judíos europeos era algo distinto al crimen de guerra porque iba contra no beligerantes y tenía el claro propósito de destrucción de todo un pueblo. Se parecía al asesinato en masa de los armenios en Turquía, y él no quería que el crimen nazi corriera la misma suerte que el turco porque, como decía Hitler, “¿quién habla hoy del exterminio armenio?”. Todo estaba olvidado". Por REYES MATEC. E. P.