Obras y más obras: un planeta en (re)construcción
El G-20 dedica el 4,6% de su PIB a infraestructuras energéticas, de movilidad y telecomunicaciones
El futuro está hecho de ladrillo. Pero también de hierro, hormigón, aluminio y cable, mucho cable. El planeta acelera su transformación y pone al día sus infraestructuras, principalmente aquellas relacionadas con la movilidad, las telecomunicaciones y la energía, elementos fundamentales que permitirán construir un nuevo mundo: uno más sostenible, más digital y, sobre todo, resistente a los caprichos de las grandes potencias energéticas. “Estamos viviendo un renacimiento global del gasto en in...
El futuro está hecho de ladrillo. Pero también de hierro, hormigón, aluminio y cable, mucho cable. El planeta acelera su transformación y pone al día sus infraestructuras, principalmente aquellas relacionadas con la movilidad, las telecomunicaciones y la energía, elementos fundamentales que permitirán construir un nuevo mundo: uno más sostenible, más digital y, sobre todo, resistente a los caprichos de las grandes potencias energéticas. “Estamos viviendo un renacimiento global del gasto en infraestructuras”, afirma Werner Richli, gestor de fondos del banco Credit Suisse. Proyectos y dinero no faltan. Los gobiernos de los países integrantes del G-20 ya han destinado, en el último año, más de 3,2 billones de dólares a distintos programas, lo que equivale al 4,6% del producto interior bruto (PIB) de todas esas naciones en conjunto, según el Global Infrastructure Hub. Tres han sido los protagonistas: Estados Unidos, la Unión Europea y China.
“Todo el mundo ha cambiado sus prioridades y ha presentado planes de gasto a largo plazo en un esfuerzo por impulsar y sostener la recuperación posterior a la pandemia”, resalta Steve Brice, estratega jefe de inversiones de Standard Chartered Wealth. Esta firma financiera pronostica que el gasto combinado en infraestructura en EE UU, China y Europa, durante la próxima década, será monumental: de 4,9 billones de dólares a 6 billones. La primera economía del mundo aprobó el año pasado una inversión de 1,2 billones de dólares para construir un país más resistente, una economía sostenible y eliminar las emisiones de carbono de la red eléctrica para 2035. En Europa, el plan NextGenerationEU ha destinado 750.000 millones de euros en ese mismo sentido. China, por su parte, ha metido el acelerador en 102 grandes proyectos de su plan de desarrollo 2021-2025, y prepara un nuevo paquete de gasto que, según las estimaciones realizadas por Bloomberg, podría llegar a los 2,3 billones de dólares.
Una buena parte del dinero chino irá al transporte, a obras relacionadas con el agua y la infraestructura digital. Porque si de infraestructura se trata, el gigante asiático ya lo tiene casi todo: más del doble de trenes de alta velocidad que el resto del planeta, así como la red de autopistas más larga del mundo. Solo alrededor del 30% de los proyectos nuevos corresponderá a infraestructura tradicional (carreteras y ferrocarriles). Más de la mitad de los fondos están orientados a apoyar las industrias manufactureras y de servicios. Aún tiene que completar la cobertura de su red 5G. Su objetivo es instalar más de 600.000 antenas al cierre de este año, ampliando la red móvil de alta velocidad del país a dos millones de unidades operativas. “Todas las ciudades, así como el 87% de todos los centros rurales, tienen cobertura 5G, lo que coloca a China a la cabeza del mundo”, dijo a principios de año Tian Yulong, portavoz del Ministerio de Industria y Tecnología de la Información chino. “El país también tiene muchos proyectos planificados para conectar ciudades en todas las provincias. Para lograr una reducción de las emisiones de carbono necesita, de igual forma, construir más generadores solares y eólicos”, afirma Iris Pang, economista jefa para China de ING.
Y en esas está. China, el mayor emisor de gases de efecto invernadero, se ha comprometido a aumentar su capacidad eólica y solar hasta los 1.200 gigavatios (GW) para 2030, que supone el doble de la instalación actual. El gigante de Asia, que también es el mayor productor de carbón del planeta, quiere que el 33% de su energía provenga de renovables. Hoy, el porcentaje es del 28,8%. China está siempre en la palestra en todas las quinielas renovables. Compite con EE UU y la India en la instalación de fotovoltaica y con Europa en eólica y eólica marina, que avanza a toda vela en el Viejo Continente. Tras la crisis energética —desatada en 2021 y que se ha agravado con la invasión rusa de Ucrania—, Alemania, Bélgica, Países Bajos y Dinamarca se han unido para forjar una planta de al menos 150 GW (con capacidad de alimentar a 230 millones de hogares europeos) de capacidad eólica marina en el mar del Norte para 2050.
La necesidad de buscar nuevas fuentes de energía se ha convertido en una prioridad. La Comisión Europea ha puesto sobre la mesa, recientemente, un plan dotado con 210.000 millones de euros para que Europa termine con su dependencia de los combustibles fósiles rusos en 2027. La Comisión se ha marcado como objetivo la instalación de unos 300 GW de energía eólica en el mar para 2050, frente a los aproximadamente 16 GW actualmente instalados. Además, quiere más techos solares en edificios públicos y comerciales, y unos 10 millones de toneladas de hidrógeno de fuentes renovables producido en el continente para 2030.
Privilegio español
El aluvión de recursos para renovables también está llegando a España, que tiene una posición privilegiada: es el octavo país del planeta en capacidad total de energía renovable y se sitúa a la cabeza en energía fotovoltaica (la que más crece en el territorio) y eólica. Los inversores siguen apostando por el mercado español en renovables y mantienen al país como la novena economía más importante para hacer negocios, según el último Informe Recai 59 (Renewable Energy Country Attractiveness Index), de EY, que analiza 40 mercados. El análisis evalúa la capacidad de atracción de los países en relación con las inversiones y la suficiencia para desplegar infraestructuras. Estados Unidos y China están a la cabeza en este informe. El avance en las renovables en España ha hecho mella: el año pasado representaron casi el 50% de su generación eléctrica. “La sostenibilidad parece ser el hilo conductor de las nuevas infraestructuras”, afirma Jens Zimmermann, analista sénior de renta variable en Credit Suisse. Pero una vez que la Comisión Europea ha clasificado a la energía nuclear y al gas natural como combustibles de transición, las inversiones en estos dos campos también se abrirán paso, advierte Zimmermann.
“El hecho de que la UE califique la energía nuclear y el gas natural como combustibles de transición tendrá implicaciones globales para las nuevas inversiones en ambas fuentes de energía”, destaca el analista. El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) ha revisado al alza sus proyecciones relativas al posible aumento de la capacidad nuclear para la generación de electricidad en los próximos decenios por primera vez desde hace 10 años, cuando tuvo lugar el accidente de Fukushima Daiichi. Según el nuevo pronóstico, la capacidad mundial de generación nuclear se duplicará, pasando de los 393 GW del año pasado a 792 gigavatios para 2050. Alrededor de 30 países están considerando apostar nuevamente por las plantas de energía nuclear para generar electricidad, según el OIEA. En Asia, unos 34 reactores están en construcción y unos 15 en Europa. La mayor parte de la capacidad se agregará en China, ya que se espera que el país apruebe entre seis y ocho nuevos reactores al año en el marco de su XIV Plan Quinquenal (2021-2025). Pekín quiere unos 150 nuevos reactores convencionales en los próximos 15 años, más de lo que el resto del mundo ha construido en los últimos 35 años. El plan puede costarle hasta 440.000 millones de dólares, según Bloomberg, y, de lograrlo, el país superará a EE UU, a mediados de esta década, como el mayor generador de energía nuclear del mundo.
Hoy en día, alrededor de 440 reactores nucleares en todo el mundo proporcionan más de una cuarta parte de la energía al planeta. En febrero de este año, amén de la guerra en Ucrania, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, anunció la construcción de seis reactores nucleares de nueva generación y estudiará la posibilidad de erigir otros ocho en los próximos años. El viraje en la estrategia es profundo. Macron se había comprometido a reducir al 50% el porcentaje nuclear de la producción eléctrica nacional, actualmente por encima del 70%, que lo convierte en el mayor productor de energía atómica de Europa. Pero no es el único país que ve en esta tecnología una oportunidad. En julio pasado, el Gobierno británico autorizó la construcción de una nueva planta nuclear en el condado de Suffolk, al sureste de Gran Bretaña, con una inversión que ronda los 23.500 millones de euros. Por su parte, en EE UU, la Administración de Biden ha establecido un fondo de 6.000 millones de dólares para ayudar a los operadores de plantas a mantener sus reactores en funcionamiento. También ve en esta energía un futuro prominente. Gran parte de su investigación nuclear se centra en el desarrollo de pequeños reactores modulares (SMR) basados en sistemas de seguridad pasiva.
EE UU, a través de la Asamblea de la Energía Nuclear, ha dicho recientemente que se podrían sumar unos 90 gigavatios de energía nuclear, combinados, a la red para 2050. Ello se traduce en unos 300 nuevos reactores modulares pequeños (SMR), según Maria Korsnick, presidenta y directora ejecutiva del Instituto de Energía Nuclear de ese país. “Tenemos la innovación, tenemos la capacidad, tenemos el ingenio. No hay razón por la que no podamos llevar estos productos al mercado”. La capacidad de generación de electricidad nuclear de EE UU alcanzó un máximo de 102 gigavatios en 2012, cuando había 104 reactores nucleares en funcionamiento. Hoy, los 92 reactores operativos, con casi 95 gigavatios de capacidad, proporcionan el 19% de la electricidad. Más de 70 diseños de SMR se están desarrollando en el mundo, indica el OIEA. La energía nuclear vuelve a la palestra y pretende ser clave en la transición ecológica, pero sobre todo jugará un papel determinante en la crisis energética. “El 40% de las plantas de energía nuclear en funcionamiento [en el mundo] se construyeron como resultado de la última gran crisis energética”, dice Rafael Mariano Grossi, director general del OIEA, en un artículo de opinión publicado en la web del Foro Económico Mundial en mayo.
En esta historia, España se mantendrá al margen. El Gobierno sigue con sus planes de echar el cierre a los siete reactores, en cinco emplazamientos, entre 2027 y 2035, y así conseguir un sistema eléctrico 100% renovable. Alemania aún se lo está pensando. El motor económico de Europa decidió abandonar esta tecnología en 2011, tras el desastre de Fukushima. Las tres instalaciones nucleares que aún tiene en marcha deberían echar el cierre en diciembre, pero la decisión está en vilo a medida que aumenta la preocupación de que Rusia corte el suministro de gas. Las instalaciones nucleares de este país generan energía suficiente para calentar alrededor de siete millones de hogares, o para cubrir poco menos del 6% de las necesidades de electricidad del país. “Europa está entre la espada y la pared”, afirma Lars Nitter Havro, analista de la consultora Rystad. “Los países están dispuestos a priorizar la seguridad energética a corto plazo. Sin embargo, a más largo plazo, esperamos que la energía renovable se convierta en el elemento básico del sistema energético”, añade.
Mientras, los gobiernos europeos quieren amortiguar el golpe a medida que se acerca el invierno. Las alternativas viables al gas ruso son pocas. Las terminales de gas natural licuado (GNL) en el continente funcionan a plena capacidad, Noruega (el principal productor de combustibles fósiles en la zona) exporta todo lo que puede y las importaciones de Azerbaiyán y Argelia tienen un margen de mejora limitado.
Nuevos proyectos o algunos olvidados se han desempolvado ante la emergencia. “Solo en Europa se han identificado 22 proyectos de GNL que se han anunciado, propuesto o reactivado desde febrero de 2022 [cuando se inició la invasión rusa]”, dice Greig Aitken, analista de Global Energy Monitor. Algunos países también están invirtiendo en nuevas terminales para importar gas. El gigante italiano Eni, por ejemplo, anunció que desarrollará una planta de gas natural licuado en la República del Congo con una capacidad de tres millones de toneladas al año. Sin ir más lejos, en España, Enagás desembolsará más de 4.700 millones hasta 2030 para la construcción de tres nuevas interconexiones internacionales entre España y Francia, con Italia y con Portugal. “Estamos convencidos de que estas infraestructuras se van a realizar, porque Europa ha entendido que son necesarias para la autonomía energética y la descarbonización”, ha dicho recientemente a este periódico Arturo Gonzalo Aizpiri, el consejero delegado de la firma.
Una pieza fundamental
La infraestructura relacionada con la energía es, quizás, la pieza más importante en el puzle del nuevo mundo, porque dará sentido a la nueva modalidad (más electrificada) y dará vida a las nuevas tecnologías como el 5G, que avanza a un ritmo lento. El porcentaje de población cubierta por 5G en Europa casi se ha duplicado en 2021, alcanzando el 62% en comparación con el 30% del año anterior. Pero se va muy por detrás de otras economías como Corea del Sur, con una cobertura del 93,9%, o EE UU, con un 93,2%, según los datos de ETNO (European Telecommunications Network Operators), la asociación de los principales operadores europeos. La fragmentación del mercado continental (en donde operan unos 38, mientras que en Japón hay 4 o en EE UU 7), así como una excesiva regulación comunitaria, dificulta la capacidad de inversión, recalcan desde ETNO. En la última década, según un análisis de Axon, el sector europeo ha invertido unos 500.000 millones de euros en el desarrollo de sus redes. Pero aún se requiere de una inversión adicional para el despliegue de toda la red 5G y red fija con fibra óptica en Europa. Boston Consulting Group cifra en unos 300.000 millones de euros la cantidad a desembolsar en los próximos años.
En España quedan unos 10.000 millones de euros por invertir para disponer en todo el país de redes de nueva generación, según las estimaciones realizadas por Orange. Unos 7.000 corresponderían a inversiones para desplegar 5G, 2.000 millones para terminar de cubrir España con FTTH (fibra hasta el hogar) y unos 1.000 adicionales para completar el despliegue 4G. Del total, unos 4.000 millones serían difícilmente asumibles por las compañías del sector, con una facturación que se ha reducido una tercera parte en la última década, aunque el tráfico telefónico y de internet se haya multiplicado por 20. “Por tanto, necesitarían de ayudas públicas para ser viables”, reclaman fuentes de la empresa francesa.
Los operadores insisten en que parte de los recursos para extender las infraestructuras tendrían que venir de los grandes proveedores de contenido, aquellas empresas conocidas como Over The Top (OTT), que dominan el 56% del tráfico en la red y que son Meta (Facebook, Instagram, WhatsApp), Alphabet (Google Search, YouTube), Apple (iTunes, iCloud, AppStore), Amazon (AWS, Amazon Prime), Microsoft (MS Office, Xbox) y Netflix, según Axon. “Estos grandes generadores de tráfico deben pagar por un servicio por el que hasta ahora no han pagado: el de transporte del tráfico que generan en las redes de los operadores de telecomunicación hasta alcanzar las casas de los usuarios”, subraya Juan Montero, director de Políticas Públicas, Competencia y Regulación de Telefónica. El modelo actual y operativo, dice el experto, se creó en los años noventa, con un internet sin grandes empresas, y basado en páginas web. “El debate es si, 30 años más tarde, ese modelo sigue siendo el mejor para los usuarios, y para todo el ecosistema”, concluye.
Ciudades más sostenibles e inteligentes
Un coche conectado con (casi) todo. Pero no solo a la web, sino también al enchufe eléctrico. En los próximos 10 años, las grandes ciudades tendrán que adaptarse a la creciente demanda de vehículos eléctricos. Los analistas de Credit Suisse prevén que la tasa de penetración global de los vehículos eléctricos sea del 45% para 2030, un salto desde el 4,5% de 2020. Tan solo el año pasado, las ventas de coches eléctricos alcanzaron los 6,6 millones de unidades, más del triple que en 2019, de acuerdo con la Agencia Internacional de Energía. China (con 3,4 millones de unidades) y Europa (con 2,3 millones) se colocaron en las primeras posiciones. A finales de 2021 había unos 16,5 millones de estos coches.
Todos estos vehículos requerirán un importante desarrollo de la infraestructura de recarga en las grandes ciudades, en los hogares y los lugares públicos. Bloomberg New Energy Finance (BNEF) estima que de aquí a 2040 se necesitarán alrededor de 300 millones de estaciones de recarga en el mundo, principalmente para la recarga pública y en el hogar. En Europa se requieren hasta 6,8 millones de puntos de carga públicos para 2030, con el fin de alcanzar los objetivos de reducción de CO₂, de acuerdo con la Asociación Europea de Fabricantes de Automóviles (ACEA). Para ello es necesario instalar, a lo largo del territorio europeo, hasta 14.000 puntos de carga públicos por semana en lo que resta de esta década y una inversión de 280.000 millones de euros.
El reto es mayúsculo. Actualmente, según ACEA, existen unos 307.000 cargadores en Europa, pero son dos países los que tienen casi la mitad de ellos: Holanda (90.000) y Alemania (60.000). De hecho, solo los holandeses tienen tantos cargadores como 23 Estados miembros juntos. “Si bien algunos países están avanzando en lo que respecta al despliegue de infraestructura, la mayoría se está quedando atrás”, comenta Eric-Mark Huitema, director general de ACEA. España roza los 12.000, que son el triple de los que tenía hace tres años. “Se está notando una alta demanda en los puntos de recarga”, afirma Eduardo García, director de operaciones de Ibil, una firma que gestiona unos 500 puntos de carga pública en el país.
Pero esta es solo una pata de las nuevas infraestructuras sostenibles que se esperan en el futuro y que tendrán un impulso gracias a los fondos europeos, que contemplan cerca de 80.000 millones en transferencias no reembolsables, explica Concha Santos, presidenta de la Asociación Nacional de las Constructoras no Cotizadas (ANCI). El Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia que distribuye estos fondos sitúa a la construcción como uno de los seis sectores prioritarios, y desde la Confederación Nacional de la Construcción se calcula que 7 de cada 10 euros estarán relacionados directa o indirectamente con el sector.
“El plan de recuperación reconoce así el papel clave de las infraestructuras en cada una de las tres dimensiones del desarrollo sostenible: la economía, el medio ambiente y la sociedad. Con todo, mediante estas transferencias solo lograremos cubrir parte del déficit en inversiones acumulado desde la crisis de 2008″, resalta Santos. Para la Asociación de Empresas Constructoras y Concesionarias de Infraestructuras (Seopan), los fondos europeos no constituyen un plan de inversión pública y, por tanto, su impulso y contribución para promover las infraestructuras que el país necesita es muy moderado. De un total de 51.098 millones de euros de subvenciones consignadas en los Presupuestos del Estado para 2021 y 2022, apenas el 10,2%, 5.222 millones, es para infraestructuras públicas, mientras que, por ejemplo, en Italia, representa cerca del 50%, explica Julián Núñez, presidente del organismo gremial.
Según el último diagnóstico realizado por Seopan y la ingeniería Sener, las inversiones más urgentes detectadas en España para cumplir con los objetivos de la Agenda 2030 representan más de 243.000 millones de euros, que tendrían que ir a proyectos de depuración y tratamiento de residuos, infraestructuras de transporte público (cercanías y metro), a la red ferroviaria convencional y a estaciones de transporte intermodal para promover el transporte ferroviario de mercancías. “Estamos lejos de ver un bum en temas de infraestructura”, señala una fuente de una de las grandes constructoras del país que pide no ser citada. “Estamos en un momento en el que hay mucho dinero en la Bolsa. Vemos diversos proyectos, pero ninguno está siendo de efecto inmediato”.