Un gato envuelto en poemas
El pintor José Noriega lanza la editorial especializada El Gato Gris en Valladolid
Velliza es un pequeño pueblo de la meseta castellana, donde duermen apenas 50 habitantes. Uno de los componentes del grupo folk Celtas Cortos procede de aquí, por eso una de las plazas de la villa vallisoletana ha sido bautizada con el nombre de la formación musical. Pero caminando por las calles del pueblo no se escucha música, no se oye un susurro. La verdad es que cuesta imaginar que pueda residir alguien que tenga el pensamiento más allá de las labores del campo, el parto de una vaca o la atención a un mentidero que quita y pone honras en el pueblo. Pero sí. Tras los muros de un molino restaurado viven José Noriega y Rosa, su mujer.
Pintor de fama y mérito, José se lanzó en 1992 a una aventura: levantar de la nada El Gato Gris. Curioso nombre para una editora especializada en poesía. Tan curioso como el formato de sus obras: papel de trapo, loneta de algodón, seda, planchas de acero... Creadores como el arquitecto Enric Miralles, el pintor paisajista Joan Hernández Pijuán o el artista plástico Albert Ràfols-Casamada firmaron sus particulares miradas sobre obras de poetas tan diversos como José Ángel Valente, Joan Brossa, Leopoldo María Panero o Ana Rosetti. Cuando unos y otros han completado su trabajo, la pieza acaba en el pequeño taller de José, quien, con una minuciosidad que solo unas manos hábiles saben aplicar, serigrafía o graba el texto.
En el estudio del artista hay una ausencia casi total de lienzos blancos y una repetida presencia de telas estampadas. "Pinto encima de este material porque no quiero hacer pintura pura. Trato de simbolizar que la vida se construye sobre un producto social ya admitido. No existe la pureza, todo se ha vuelto, afortunadamente, híbrido, y esa es mi mirada". Y de esa concepción y de la preexistencia de un taller de grabados nació la editorial. "Primero grabé. Después quise compartir mi trabajo haciendo libros para otra gente", asegura el emprendedor.
"Muchas editoriales de poesía", continúa, "las montan los propios poetas, para así poder sacar su obra. Publican un número, luego otro y al tercero ya no tienen dinero para seguir. Nosotros teníamos la maquinaria y la seguridad de que íbamos a tener continuidad. Solo había que comprar el papel y darle ideas a la máquina para empezar. Desde un primer momento tuve claro que yo no quería ser el ilustrador. Uno no debe creerse tan bueno como para estropear la obra de los demás". Aun así, lo hizo con el primer trabajo que sacó la editorial: "Entonces hablamos con un poeta excepcional, Francisco Pino. Le pedimos un poema, nos lo mandó y decidimos editarlo en seda y grabar una sirena para ese libro".
Aquel libro marcó el territorio con la idea de ir haciendo una suerte de colección de manuscritos. "Son libros muy cuidados, que requieren mucho tiempo y trabajo. Editamos dos al año, cuando podemos. La colección comienza a llamar la atención y, poco a poco, las ventas han alcanzando los cien ejemplares".
La conversación termina y en una esquina de la habitación un gato gris, cómodamente recostado sobre un sillón diseño de Le Corbusier, ronronea bajo la cálida luz otoñal de Castilla. Él es el verdadero protagonista de una curiosa editorial, El Gato Gris, una firma con proyectos de futuro.
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