Columna

Detrás de los milicianos

Robert Capa era un hombre joven, aventurero, que se implicaba en los conflictos que cubría con su cámara Leica. En la guerra de España alcanzó su madurez profesional. Técnicamente ya era bueno, muy bueno. Pero no lo era desde el punto de vista profesional hasta que la guerra dejó de ser un teatro y se le presentó como una tragedia.

La batalla del Segre, en el verano-otoño de 1938, fue, junto con su viaje a China para cubrir la invasión japonesa, el momento en que su labor se llenó de decencia y serenidad. Atrás quedó el torpe, pero muy eficaz para su carrera, montaje de Lopera, con el m...

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Robert Capa era un hombre joven, aventurero, que se implicaba en los conflictos que cubría con su cámara Leica. En la guerra de España alcanzó su madurez profesional. Técnicamente ya era bueno, muy bueno. Pero no lo era desde el punto de vista profesional hasta que la guerra dejó de ser un teatro y se le presentó como una tragedia.

La batalla del Segre, en el verano-otoño de 1938, fue, junto con su viaje a China para cubrir la invasión japonesa, el momento en que su labor se llenó de decencia y serenidad. Atrás quedó el torpe, pero muy eficaz para su carrera, montaje de Lopera, con el miliciano tomado desde delante mientras caía, falsamente, víctima de las balas franquistas. Un montaje que sirvió hasta fechas muy recientes para darle fama universal. Un montaje que desarboló un periodista español, Ernest Alós.

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El Segre fue una larga sucesión de batallas que tuvieron un carácter secundario desde su concepción, como frente vivo que sostuviera el esfuerzo principal de la batalla del Ebro. Secundario sólo en eso, porque su envergadura y su coste en vidas fue enorme.

El día 5 de noviembre de 1938, Ernest Hemingway, Herbert Matthews y Capa cruzaron juntos en una barca hasta Mora de Ebro para entrevistar a Enrique Líster. El teniente coronel miliciano les despachó de nuevo a la otra orilla, porque la situación era dura. Los hombres cambiaron su itinerario. Unos, a Barcelona; otros, al Segre, donde otro jefe de milicias comunista, Etelvino Vega, comandaba una ofensiva sobre Lérida con el objetivo inmediato de liquidar la cabeza de puente franquista en Serós. Capa llegó allí y comenzó a disparar su cámara sobre los milicianos que atacaban. Lo hacía desde el punto de vista de la lógica y la verosimilitud: desde atrás.

El día 9 hizo una de las mejores fotos de su vida, la que muestra a un miliciano mientras revienta por la explosión de una bomba. Fue un acto fortuito que coincidiera la explosión con la activación de la cámara. Pero no se habría producido si no hubiera estado allí haciendo fotos sin parar el húngaro de la agencia Magnum.

Al día siguiente, el 10 de noviembre, Capa celebraba junto con Matthews, Hemingway y un escritor americano voluntario en las Brigadas Internacionales, Alvah Bessie, algún acontecimiento privado. Fue un ágape de lujo, en el hotel Majestic. Los periodistas habían estado una semana en el frente, y Capa iba a despachar sus fotos a la agencia, que las vendería a la revista americana Picture Post.

El día 3 de diciembre de 1938 se publicó la instantánea. El pie decía: "Mientras nuestro fotógrafo apretaba el obturador, un proyectil estallaba a veinte pasos de distancia y la tierra se estremecía con la explosión. Casi se puede oler la pólvora en esta foto". La revista no dudó en calificarle desde ese día como el mejor fotógrafo de guerra del mundo.

Se quedó con el título hasta su muerte.

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