Reportaje:

El silencio de Hernani

Las pintadas que ensucian las paredes del frontón de Hernani han sido siempre la crónica más fiable de la vida política de este pueblo. Sobre sus muros se han dictado con pintura penas capitales contra ertzainas y concejales y se ha exigido durante décadas sin perder el aliento la libertad de los presos de ETA. A mediados de los noventa se animó desde aquí la violencia callejera. En 1998, en protesta por el cierre del periódico proetarra Egin, el frontón fue empapelado con páginas del diario; años después, tras la ilegalización de los partidos abertzales, consignas a brochazos pidieron a sus b...

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Las pintadas que ensucian las paredes del frontón de Hernani han sido siempre la crónica más fiable de la vida política de este pueblo. Sobre sus muros se han dictado con pintura penas capitales contra ertzainas y concejales y se ha exigido durante décadas sin perder el aliento la libertad de los presos de ETA. A mediados de los noventa se animó desde aquí la violencia callejera. En 1998, en protesta por el cierre del periódico proetarra Egin, el frontón fue empapelado con páginas del diario; años después, tras la ilegalización de los partidos abertzales, consignas a brochazos pidieron a sus bases el voto nulo en las elecciones y más tarde el rechazo a las extradiciones de etarras desde Francia y la excarcelación de Iñaki de Juana. Hoy, sin embargo, la pintada que más destaca, la que aún nadie ha borrado, refleja, más que odio, amargura: "1936-2006: 40 años de dictadura y 30 de propina". Es el mejor resumen del callejón sin salida en el que viven los habitantes de Hernani, perdidos en su laberinto de victimismo y desconfianza.

Una pintada de Hernani indica amargura: "1936-2006, 40 años de dictadura y 30 de propina"
En Hernani no existe un cultura de la paz. Ni de pluralismo. Ni libertad de expresión
HB ha obtenido siempre aquí sus mejores resultados, entre 4.000 y 5.000 votos por consulta
Es una plaza fuerte para ETA, el pueblo más grande que gobiernan

Están atrapados. Aquí nunca estalló la paz. En este territorio, clavado entre el mar y las montañas, que no es rural ni urbano, último bastión de la pureza nacionalista, capital abertzale, laboratorio de todos los experimentos de la violencia etarra, se han ido encadenando en la memoria colectiva de los vecinos las guerras carlistas, la Guerra Civil y los fusilamientos en la Cuesta de la Muerte; la lucha obrera, el pistolerismo del Batallón Vasco Español, el terrorismo de ETA y la represión policial; el matonismo contra los políticos ajenos al microcosmos abertzale y, por último, la kale borroka. Los niños han sido educados en ese conflicto interminable. Algunos dieron el salto a ETA. Algunos eran hijos de etarras. Nadie ha escapado. Y si alguno lo ha logrado, calla. "Hay dos ciudades paralelas, la de ellos y la de nosotros", confiesa una vecina del pueblo. "Dos ciudades que no se mezclan; el centro, para ellos. Con sus pintadas y sus consignas. Y tú en tu barrio sin abrir la boca. Y en fiestas, te vas. Que se lo queden ellos".

En Hernani no existe una cultura de la paz. Ni de pluralismo. Ni libertad de expresión. La guerra no ha acabado. Ni dentro de las propias familias. Muchas tienen presos en las cárceles; muchas tienen víctimas; muchas tienen presos y víctimas. Hay hermanos que no se hablan. Nadie sabe cómo se hace la paz. Qué pasos hay que seguir. Cómo se dialoga. Nunca lo han hecho. Nunca se han sentado juntos. Pero todos saben que es imprescindible la paz. Que hay que dar el paso. Buscar lo que les une. Todos menos unos pocos. Cada vez menos.

En Hernani se vive bien. Apenas hay paro, se construye sin pausa y cuenta con una pujante mediana empresa que ha sustituido a los colosos metalúrgicos del desarrollismo, cuya decadencia provocó en el pueblo una marea de malestar social en los ochenta. Se ha hecho mucho en urbanismo. Y por fin se respeta el medio ambiente, siempre amenazado por las industrias químicas. Hoy, Hernani es más limpio y habitable. En su desarrollo se ha invertido mucho dinero público: vasco, español y europeo. Sus 18.800 habitantes cuentan con un completo mundo asociativo, buenos servicios sociales y un espectacular entorno natural a lo largo de la muga con Navarra. Sus sidrerías se llenan los fines de semana con miles de visitantes de todo el País Vasco. Es la moda. Se ha logrado que toda la población estudiantil sea escolarizada en euskera. La Ertzaintza no pisa el centro. La bandera española no ondea en ningún balcón. Y la inmigración exterior no es un problema, no llega al 4%. Pero en Hernani, donde 4.187 sufragios (el 47% de los votos) fueron el pasado 27 de mayo a parar a las arcas de Acción Nacionalista Vasca (ANV), hay un problema que enturbia todo lo demás: no se puede hablar de política en voz alta. No se puede condenar la violencia. No se puede criticar a ETA. No se puede disentir. Los tres concejales del PSE y la del PP viven rodeados de escoltas y jamás pisan el casco viejo. "Se irán a potear a la periferia", describe un vecino. "Además, la del PP no sabe ni dónde está la calle Mayor; ésa no es de aquí", dice otro.

¿Por qué es Hernani la capital del mundo abertzale? ¿Por qué la mayoría de sus votos siguen siendo para los violentos? Nadie esgrime una explicación razonable. Hernani no es un cerrado enclave rural como Oiartzun o un pueblo puramente industrial como Pasajes, dos de los feudos de ETA en los que desde el 27-M también gobierna ANV. Los más sesudos de Hernani hablan de la fusión en este territorio durante el franquismo del nacionalismo rural en estado puro y la izquierda radical aportada por la inmigración que llegó de Andalucía y Extremadura para trabajar en la siderurgia. Todo adobado con las razias de la extrema derecha y la presión policial. "La lucha contra la Guardia Civil unía mucho. Todos los portales estaban abiertos y los fugitivos desaparecían por los patios que comunicaban unas casas con otras", recuerda un viejo sindicalista.

De ese magma nacionalista-radical, y de la sobreadaptación de los hijos de los inmigrantes al hábitat vasco (lo guay era ser de Jarrai) surgiría una importante cantera de ETA y una fiel observancia abertzale que obtendría bajo las siglas HB siempre los mejores resultados. Entre 4.000 y 5.000 votos por consulta electoral. Un voto militante y militar. Y si la abuela no se podía mover, se la llevaba en volandas hasta la urna. Y si Patxi no aparecía por el colegio electoral para votar por los suyos, se le llamaba a casa. "Y terminabas yendo; y una vez que estabas allí, no ibas a votar al PSE; votabas HB". Un movimiento en principio político que se haría poco a poco con el control, vía opa hostil, de cualquier nueva iniciativa social, musical o juvenil que surgiera en el horizonte del pueblo. Nada se les escapaba. Y se fue tejiendo la red. Que nadie osó romper.

Durante 30 años, en Hernani todos han mirado hacia otro lado. Ante la violencia y la exclusión. Unos por miedo, otros por convicción. "No, a los niños no se les ha adoctrinado en las ikastolas; todo ha sido más sencillo. En la clase de tus hijos había compañeros que tenían a sus padres y hermanos y primos en la cárcel y les enviaban cartas y pulseritas que compartían con todos los chavales y les tocaba a todos. Ninguno se quedaba fuera. Por pena y solidaridad, los chavales se iban metiendo en ese mundo. Los profesores no les animaban a militar en Jarrai (las juventudes de HB), pero tampoco condenaron nunca los atentados en clase. Ha sido un silencio cómplice. Cuando moría un etarra, había huelga; nunca cuando moría un guardia civil. En las ikastolas se ha llegado al punto de defender los derechos humanos y las causas solidarias en todo el mundo; la ecología, la igualdad de sexos, la integración de los inmigrantes y el matrimonio homosexual, y no condenar nunca la violencia de ETA; si el que asesinaba un vasco no era lo mismo que si el que asesinaba era un moro".

Continúa otra madre de Hernani: "Era una secta. Les decían a los chicos que si sus padres no estaban en la onda del MLNV (Movimiento de Liberación Nacional Vasco), no les contaran nada de sus actividades. Les decían los periódicos que debían leer y las radios que debían escuchar. Luego, llegaba la iniciación. Mandaban a los chavales a comprar los botellines de Radical Fruit para hacer los cócteles, luego la gasolina... y ya estaban dentro. Y muchos padres eran los primeros que daban dinero a sus hijos para que se fueran a las manifestaciones en San Sebastián que terminaban con la quema de autobuses. Todos sabíamos quiénes eran los violentos; iban con la cara tapada con el pañuelo palestino, pero les conocías por las playeras; eran los amigos de tus hijos. Y no decías nada".

Un ertzaina destinado en Hernani recuerda aquellos años de fuego: "Todos sabíamos quiénes eran; los mismos, un día y otro. Siempre muy jóvenes, siempre los más jóvenes, con menos de 20 años. Pero cuando ibas a por ellos, te las tenías que ver con los padres y la gente mayor del pueblo. Y de pronto tenías 200 personas a por ti. Y no los ibas a pegar un tiro... Salías por patas de allí".

Demasiada gente miró para otro lado en Hernani cuando en una suerte de noche de los cristales rotos (como con la que se inició en 1938 el exterminio de los judíos en la Alemania nazi) se comenzó a perseguir a los concejales populares, socialistas y en menor medida nacionalistas; se asaltaron sus negocios y se les intentó linchar. Se insultó a sus hijos en el colegio y a sus mujeres por la calle. En Hernani miraron para otro lado concejales, padres y profesores; vecinos, curas y pacifistas; propietarios de bares y militantes de izquierda. Un antiguo concejal se arrepiente hoy amargamente de aquella actitud. "Mi error fue dejar de lado los atentados. Éramos gente progresista, preocupada por lo social, pero convivimos con una vulneración brutal de los derechos humanos más elementales sin mover un dedo.

-Usted luchó por la democracia contra el franquismo. ¿Cómo podía admitir la violencia contra sus compañeros de Ayuntamiento y sus familias?

-No les veías como personas, sino como representantes de un partido que no te daba ni agua y que dirigía la represión policial contra nuestro pueblo. Les veías machacados, te daban pena, pero troceabas la realidad. Era más lo que nos unía, la falta de libertad y los presos lejos de Euskal Herria, que lo que suponía la violencia. Pasabas.

Hernani es agradable si te olvidas dónde estás. Es un pueblo pacífico. Especialmente desde que ganó ANV: "Cuando gobiernan ellos, esto es un oasis. No van a tirar piedras contra su tejado. ETA mata, pero no es tonta", comenta un político de la oposición. Un pueblo donde se toman buenos pinchos y es fácil aparcar. Abarrotado de niños. Con pinceladas rurales en forma de huertas en pleno centro. El problema es que en cuanto pones un pie en la plaza de Zinkoenea y levantas la vista en dirección a la plaza de los Gudaris, sede del Ayuntamiento, la primera visión que obtienes, casi un puñetazo, es una perspectiva de las calles Nagusia y Kardaberaz cubiertas por una veintena de pancartas que muestran el rostro de los presos etarras del pueblo junto a esta frase: "No estamos todos. Los necesitamos en casa". A partir de esa visión, ya no puedes olvidar dónde estás. En los bellos balcones del centro, junto a los geranios que riegan las ancianitas, aparecen grandes fotografías en blanco y negro de los etarras de Hernani. Hay pintadas a favor de ETA en las fachadas, las esculturas de los parques, los bancos públicos y los árboles; en los soportales del Ayuntamiento, una pancarta pide la libertad para Arnaldo Otegui; pintura roja y amarilla reventada sobre la sede socialista y pegatinas de ANV en las papeleras; brillantes huchas rojas y verdes que recaudan dinero para los presos encadenadas al grifo de la cerveza de los bares. Los jóvenes pasean consignas políticas en sus camisetas. Y el rock radikal atruena muy de mañana. Estamos en un parque temático de la izquierda abertzale que se extiende a lo largo y ancho del casco viejo. En el preciso instante en que un grupo de niños comienza a jugar en la plaza Berri con negras pistolas de juguete perfectamente reproducidas, uno tiene que hacer un esfuerzo para convencerse de que en cualquier otro lugar de España, otros niños de la misma edad estarán jugando a la misma hora con las mismas pistolas que las de los niños de Hernani. ¿O no?

Hernani es agradable si olvidas por un momento dónde estás. Si haces el ejercicio mental de no dejarte atemorizar por los símbolos. Pero cuando llega Mari Luz Anglada, la única concejal del Partido Popular, a la cita en la plaza del Ayuntamiento, rodeada de escoltas, el tiempo parece congelarse. Anglada se cruza frente al Ayuntamiento con las concejalas de otros partidos que ni la miran; en realidad, nadie la mira; la entrevista transcurre en el banco de un triste parquecito que apesta al vino rancio de la fiesta de la noche anterior.

Mari Luz Anglada tiene 52 años, es ama de casa, vive en San Sebastián y antes fue edil de Lezo, otra plaza fuerte de HB en Guipúzcoa. Anglada, que ha obtenido 468 sufragios en Hernani, no conoce ni a uno solo de sus votantes. Ni uno solo. "Nadie se acerca a mí en la calle; varias veces he intentado encontrarme con ellos para darles las gracias y que me cuenten sus problemas; pero nadie habla conmigo. Tienen miedo. Mis votantes son invisibles".

-¿Para qué está aquí? ¿Qué la mueve a jugarse la vida en Hernani?

-Un sentido profundo de que aquí hace falta una representación del PP. Esto es España. Hay gente que nos vota. Aunque sólo sean 468. Y se lo debemos. Nunca nos iremos.

Hace 11 años, viví una semana en Hernani mientras realizaba un reportaje para EL PAÍS. Eran los peores años de la kale borroka. Todas las semanas se desarrollaba en el centro del pueblo una batalla campal entre ertzainas y jóvenes radicales. Un combate cuyo objetivo era retar al Estado, abrasar a los policías, amedrentar a los sospechosos y "socializar el sufrimiento", según la estrategia de ETA. Había mucho miedo. Un miedo físico, tangible, inmediato; al cóctel molotov o la paliza. A que te insultaran por la calle. Asaltaran tu negocio. Quemaran tu coche. A ver tu apellido en el centro de una diana. Gesto por la Paz nunca pudo trabajar aquí. El lazo azul era impensable. Los concejales del PSOE fueron humillados hasta límites insospechados. No se libró de la violencia ni el entonces alcalde, José Antonio Rekondo, de Eusko Alkartasuna, al que se intentó linchar varias veces. Las miradas estaban impregnadas de odio y desconfianza. Hubo gente que abandonó el pueblo. Pero en aquel lejano 1996, muchos vecinos y todos los políticos hablaron con este periodista. Muchos sin rostros ni apellidos. En hoteles del extrarradio. Pero hablaron. Hoy, 11 años después, el silencio en Hernani es absoluto.

Hernani no es aquella que fue; se ha relajado. La violencia ha perdido músculo tras las treguas de ETA. Y por la ilegalización de una larga lista de organizaciones ligadas al universo etarra que tenía colonizado el pueblo. Hoy, la juventud está más desmovilizada, "menos comprometidos con las siglas. Antes era una religión", define Txus Congil, creador de Askagintza, una ong de ayuda a los drogodependientes y antiguo concejal de HB en San Sebastián. La gasolina ya no es el principal aliciente de los revoltosos durante el fin de semana; algunos la han sustituido con speed o cocaína. Hoy es raro que te destrocen el coche. Incluso algunos susurran desde el bando abertzale: "Estamos llegando al final del proceso". Y, sin embargo, los vecinos hablan menos que nunca. Hay un silencio espeso. Que envuelve todo. "Estamos muy quemados".

Se ha pasado del miedo a la incertidumbre. Nadie sabe qué pasará mañana. Si aún hay alguna salida. Si hay posibilidades de diálogo entre el Estado y ETA. Si habrá pronto un atentado. Y contra qué o quién irá dirigido. Las certezas políticas de otros tiempos se han volatilizado. Las verdades absolutas se tambalean. Y más entre los mayores de 30 años. Los que protagonizaron la violencia callejera. Que pasean hoy por el pueblo con los mismos atuendos de sus tiempos de jarraitxus, aros en las orejas, camisetas y botas de montaña, dentro del estilo peterpanesco que domina el universo abertzale de no hacerse nunca adultos. Sin embargo, ya no es lo mismo: ahora los ves empujando un carrito de niño. Y pensando en la hipoteca. Un ertzaina destinado hace 15 años en el pueblo recuerda su encuentro en la ferretería con un viejo conocido de la kale borroka: "Él no sabía quién era yo, pero yo sabía quién era él; había sido uno de los más radicales del pueblo. Y ahí estaba, tan simpático, con su chaval, hecho un burgués. Y yo pensaba: '¡Con lo cabrón que era; mírale, si parece un santo!'. Todos hemos cambiado".

Han aprendido a vivir sin violencia estos años. Y temen que ahora todo se venga abajo. Los abertzales que apuestan en voz baja (muy baja) por la vía política están convencidos de que una acción violenta del Primo de Zumosol, como aquí caricaturizan a ETA, se podría volver sobre sus posibilidades políticas de futuro. Son conscientes de que si la organización terrorista hubiera roto la tregua antes de las elecciones municipales en vez de unos días después, ANV habría perdido muchos votos en Hernani. "La foto de un concejal en un charco de sangre es lo peor que nos podría ocurrir. La lucha armada tiene muy mala imagen en una Europa de libertades y bienestar. En estos diez años han pasado muchas cosas, la cooperación policial internacional, los atentados del 11-S y el 11-M, la paz en Irlanda (a propósito, el Sinn Féin se ha convertido en el segundo partido del Ulster sin pegar un tiro). Un asesinato sería un desastre. Éste es el último conflicto violento en la UE, y a estas alturas es muy difícil de entender, pero nadie te dice que esto sea razonable. Y aguanta gracias a un plus ideológico fabricado de sentimientos. De símbolos: presos, sangre y represión. Y todavía es muy fácil arañar con esas cosas el corazón de la gente; hay que arrebatarles el victimismo", confiesa un viejo ex concejal.

Mientras, los militantes de todos los demás partidos políticos, incluidos los nacionalistas, temen ser de nuevo el objetivo de la violencia etarra. Regresar al pasado. A aquellos días. No saben si podrían soportar una nueva ola de violencia y sospecha. Especialmente los socialistas, los que más han aguantado, y que tenían esperanzas de alcanzar un resultado que les permitiera gobernar en Hernani. Obtuvieron los 1.400 votos de costumbre. En algunos barrios, como el bucólico Ereñozu, a orillas del Urumea, donde, según cuenta un líder social del pueblo, "el que no tiene un familiar preso ha colaborado con la banda"; donde en 1997 un ertzaina recibió una paliza de muerte delante de 200 personas sin que nadie se inmutara, ANV obtuvo 228 votos; el PSE, 4. Hay cosas en este pueblo que nunca cambian.

"Habéis venido a mover el avispero". Es la reflexión que nos hizo un político de izquierdas nada más llegar a su pueblo a comienzos de este mes de julio. Concluían las fiestas de San Juan, y tres de los mejores aizkolaris de la provincia, Ángel Arróspide, Donato Larretxea y Arria V, se batían en el frontón cortando troncos. El padre de Arria V, es de suponer que Arria IV, afilaba con amor el hacha de su hijo hasta convertir su filo en una delgadísima hoja de plata. El presentador animaba en euskera. Ni una palabra en castellano. Entre el público, hombres mayores de pocas palabras. Unos metros más allá, en el paseo de los Tilos, en la terraza del Zintzarri, jóvenes fumando porros. Como hace una década. Y las primeras miradas de desconfianza hacia los dos desconocidos. En el bar Garín, el nuevo feudo de la juventud abertzale tras la clausura sucesiva de dos herriko tabernas, un par de veinteañeros radicales nos saludan con cinismo. Es una advertencia. Saben que estamos aquí.

"Decía Telesforo Monzón, el fundador de Herri Batasuna, que los trapos sucios hay que lavarlos en casa, y en Hernani esto lo llevamos a rajatabla", describe un viejo votante abertzale. Su dictamen sobre la ley del silencio que pesa sobre Hernani se completaría en los días siguientes con juicios como el de un empresario del PNV: "Donde vivimos, hablar sólo te puede traer problemas". Y de otros vecinos: "Tú te vas a Madrid y nosotros nos quedamos aquí". "Mejor que no habléis de esto". "El abertzale que quiera ser crítico con ETA no se lo va contar a EL PAÍS". "Habéis venido a este pueblo para manipular y tergiversar la realidad". "En estos años ha ido cicatrizando la profunda herida que había en este pueblo; pero ha cerrado en falso y, a poco que la toquéis, se va a poner a sangrar".

Unos por terror. Otros para no mostrar las fisuras y contradicciones del movimiento abertzale. Dentro de esa compleja ley del silencio, se han negado a hablar para este reportaje los pacifistas de Lokarri y los familiares de presos de Etxerat; el diario local Kronika y la Ertzaintza; Aralar, ANV e Izquierda Unida; el anterior alcalde de EA, José Antonio Rekondo, y la cabeza de lista de HB durante muchos años en este pueblo, Koro Etxeberría. La Iglesia y los empresarios. El PSE se lo pensó durante 15 días antes de expresar su negativa a un encuentro con los periodistas. La mayoría de los que han hablado han pedido que no se dé ninguna pista sobre su identidad; ni siquiera su sexo ni sus siglas. La misma alcaldesa de ANV, Marian Beitialarrangoitia, después de aceptar amablemente por teléfono una entrevista, dio la callada por respuesta. En la puerta del Ayuntamiento, tras una larga espera por parte de los periodistas, rechazó el encuentro sin perder la sonrisa: "No tengo tiempo y, además, no me gustó nada el reportaje que escribiste hace 11 años".

Unas horas más tarde, un militante abertzale nos confirmaba que el repentino silencio de Marian Beitialarrangoitia era debido a una consigna política: "El de alcaldesa es un cargo delegado por un colectivo, y ese colectivo ha decidido que no hable con EL PAÍS. Han decidido que os mováis por el pueblo sin acosaros; pero no os van a ayudar en vuestro trabajo. Tienen miedo de que la alcaldesa haga alguna declaración y que si hay un atentado se quede con el culo al aire. Que EL PAÍS pueda colaborar con este artículo a que se ilegalice ANV. Este momento no le gusta a nadie. Es de espera. Habéis llegado en el peor momento".

La izquierda abertzale de Hernani, la más pura, la más radical, la más castigada, el referente para todo el País Vasco, sufre de vértigo; presiente el fin. Y no sabe cómo actuar. Es el vértigo de vivir en la normalidad. "Sin los tiros, serían como Esquerra Republicana de Catalunya", dice un vecino. "Pero tienen que dejar los tiros. Muchos quieren. Pero los más jóvenes les dicen: 'O sea, que vosotros luchasteis y a nosotros nos toca agachar la cabeza; vosotros queríais sacar a los presos con las pistolas y ahora eso no vale'. Y esos jóvenes no quieren ser los vencidos. Volver con las manos vacías. Y tienen cautivos a los viejos del MLNV".

Cuentan en Hernani que el pasado invierno apareció una pintada abertzale que fue borrada de inmediato. Un corazón enlazando los nombres de Otegui y Zapatero. Lo relata un político de la izquierda: "Muchos de ellos han estado torciendo el morro en Hernani durante toda la negociación; decían: 'No, si a este paso, Zapatero le va a poner un pisito a Otegui en Madrid'; pero se han aguantado porque son muy disciplinados. Cuando la comandancia militar dice algo, se cumple. Y, además, eran los menos". Según distintas fuentes, las grietas en la izquierda abertzale son claras. Aunque nunca salgan a la luz. La ruptura de la tregua ha sido un mazazo para todos. Un paso atrás. Una vuelta a las andadas.

-¿Y por qué nadie ha disentido?

-Por disciplina. Porque temen que las divisiones dentro del movimiento lo debiliten. Y porque Zapatero ha perdido aquí la batalla de la imagen. El responsable de que se rompa la tregua es ETA, pero aquí nadie le echa la culpa a ETA, al menos en voz alta. Se la echan a Zapatero por no haber acercado a los presos, como hizo Aznar en la anterior tregua. Sin embargo, los que votan ANV en este pueblo, aunque no se sientan españoles, aunque no condenen a ETA, no querían que se rompiera la tregua.

¿Entonces, por qué han vuelto a votar abertzale tras el primer aviso del atentado en la T-4? La respuesta más generalizada, la que aportan cuatro viejos militantes de izquierdas -Jesús Uzkudun, dirigente de Comisiones Obreras en el pueblo; Niko Elizondo, centrado en el trabajo de integración con los inmigrantes; Txus Congil, dedicado al trabajo contra la droga, o Fernando Huici, que lideró el movimiento de objeción de conciencia contra la mili en Hernani-, es que ha sido un voto de rabia por la ilegalización de Batasuna en la anterior legislatura y la mitad de las listas de ANV en las últimas municipales. Y por los presos. "Aunque sea difícil de entender, votar ANV no es dar patente de corso a favor de la violencia; es un voto fiel, genético; en el que confluye un punk y una beata de misa diaria; los hijos de HB votan ANV; y es difícil que el que votó HB vote otra cosa. Sobre todo por los presos. Y ése es el símbolo que más pesa en este pueblo. El banderín de enganche. Nuestra última causa".

La gran duda entre todos los vecinos de Hernani es si ETA va a dejar gobernar a la alcaldesa de ANV de forma ligeramente independiente a sus dictados o si la van a manejar a golpe de silbato, como han hecho siempre, "porque en ese mundo no se aceptan disensiones, y Hernani es una plaza fuerte para ellos; el pueblo más grande en el que gobiernan; un símbolo que no se les puede escapar de las manos".

Todas las fuentes consultadas confirman que Marian Beitialarrangoitia, de 39 años, la alcaldesa de ANV, es un valor emergente dentro de la izquierda abertzale, muy lejos del áspero perfil habitual en los dirigentes batasunos. "No es una que pasaba por ahí y la han puesto para engañar al Ministerio del Interior. Y tiene un pico de oro, sobre todo en euskera. Nunca ha sido una mujer de aparato. Ha mantenido cierta independencia. Pero ahora es difícil que la dejen ir por libre". Nacida en Legazpia, Beitialarrangoitia comenzó a trabajar como periodista hace 18 años; llegó a ocupar la dirección de Egin Irratia, la emisora del universo abertzale. Después de su cierre judicial, en 1998, colaboró activamente en las hoy ilegalizadas Gestoras Pro Amnistía y los colectivos a favor de los presos. Y más tarde se convertiría en una de las voces más conocidas del País Vasco al dirigir el programa matinal de la radio pública vasca. Hoy, en círculos políticos se la contempla como "una cara amable del universo abertzale en el intento de administrar el Ayuntamiento de la forma más normal posible. De demostrar que ellos pueden gestionar la vida de los ciudadanos sin recurrir a la kale borroka. En ese sentido, Hernani vuelve a ser un banco de pruebas abertzale, pero esta vez en busca de la normalidad institucional".

Para que llegue ese día, el de la reconciliación en Hernani, aún sobran miedo y odio, y faltan pluralismo y libertad de expresión en estas calles. Los concejales del PSE y el PP viven escoltados, y la sombra de un atentado sobrevuela todo el pueblo. Y así no se puede vivir. Lo saben todos.

Diluvia en Hernani. A escasos cinco minutos del centro del pueblo, las gotas de lluvia se deslizan por las oxidadas esculturas de Eduardo Chillida clavadas en el inmenso y bellísimo caserío de Zabalaga. Chillida, un referente ético muy por encima de la contienda política, vivió y trabajó en Hernani, y quiso que su obra reposara para siempre aquí. En el Chillida Leku. En Hernani. En su entorno natural. Luis Chillida, su hijo, cuenta que, tras visitar el museo, siempre se pide a los turistas que escriban en un papel sus sentimientos. "Y la palabra que más se repite, que siempre se repite, es ¡paz! Y eso nos podría hacer pensar un poco en algo que decía siempre aita: "Una vida, cualquier vida, siempre es más importante que una bandera; que cualquier bandera".

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