Tribuna:'LA REPÚBLICA DE MAQUIAVELO'

Dr. Jeckyll y Mr. Hide en Florencia

La reciente publicación del libro de Rafael del Águila y Sandra Chaparro, una obra fundamental sobre Maquiavelo, da pie al autor de este artículo para realizar una reflexión sobre el pensador florentino

Maquiavelo es uno de esos autores que nunca dejan de sorprender. No ya sólo por su siempre renovada actualidad; también por la inmensa cantidad de matices que cabe encontrar en su obra. Lo más sobresaliente de este fascinante personaje puede que sea, sin embargo, la curiosa contradicción que muestra entre sus dos almas. Por un lado, la de probo patriota italiano que sueña con instituciones republicanas y un importante protagonismo del pueblo en el Gobierno, y, por otro, la más demoniaca, la del frío analista del poder, amoral y despiadado en su juicio de la política como la glorificación de la...

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Maquiavelo es uno de esos autores que nunca dejan de sorprender. No ya sólo por su siempre renovada actualidad; también por la inmensa cantidad de matices que cabe encontrar en su obra. Lo más sobresaliente de este fascinante personaje puede que sea, sin embargo, la curiosa contradicción que muestra entre sus dos almas. Por un lado, la de probo patriota italiano que sueña con instituciones republicanas y un importante protagonismo del pueblo en el Gobierno, y, por otro, la más demoniaca, la del frío analista del poder, amoral y despiadado en su juicio de la política como la glorificación de la victoria y la fuerza.

Esta contradicción ha permitido que las más recientes interpretaciones sobre su obra oscilen siempre a favor de una u otra de estas dimensiones aparentemente antagónicas. Rafael del Águila y Sandra Chaparro, autores de La república de Maquiavelo (Tecnos), sin duda el mejor libro que ha aparecido recientemente sobre Maquiavelo (y no sólo en España), no se dan, sin embargo, por satisfechos con tener que optar entre ellas y aspiran a algo más. Para ello cogen al "diablo florentino" por los cuernos, lo echan en el diván y lo analizan con una meticulosidad pasmosa. A él y a todos cuantos desde el Renacimiento se dedicaron a interpretarle. La gran diferencia con otros libros se encuentra en que no sólo ponen el foco sobre aquello que decía Maquiavelo, o lo que otros dicen que decía Maquiavelo, sino sobre aquello que era el objeto fundamental de la observación maquiaveliana. Es decir, sobre la política. Ya sea la más contextualizada en el Renacimiento o la que sigue imperando entre nosotros. Brota así un completo ejercicio de limpieza conceptual de todas las categorías con las que el florentino trataba de atrapar las bondades y los males de la política, las circunstancias en las que las fue elaborando y las dificultades con las que nos encontramos cuando aspiramos a su reconciliación. Y, sobre todo, su importancia para acceder al ser del poder y la política, marcados por la dialéctica entre libertad y control, emancipación y sometimiento, consenso y conflicto, moral y política. Puede que la principal tesis maquiaveliana sea la que afirma que estas contradicciones no se someten a una fácil reconciliación en la práctica, que la acción nos enfrenta de forma inexorable a las decisiones trágicas. Y que la pretendida armonía que el discurso moral pretende imponer sobre la realidad no siempre es factible en un mundo en el que el mal no puede ser erradicado.

Lo que Maquiavelo nos desvela de la política es que debería ser la sede del 'vivere civile e libero'

Lo que Maquiavelo nos desvela de la política es que debería ser la sede del vivere civile e libero, que permita que se garanticen las libertades personales a los ciudadanos y se preserve su capacidad de elegir. Pero esta forma de vida no es posible sin grandes disonancias entre nuestros principios y las consecuencias de su aplicación. Su propuesta, lo que le convierte en un "realista político", es que el punto de partida de lo político debe ser un "consecuencialismo prudencial", el saber atender a los efectos de la decisión en cada uno de los contextos, no que las acciones morales siempre producen buenos efectos políticos. Como dicen los autores, "no tenemos forma de asegurarnos un límite universal y eterno para nuestras formas de acción política".

Esto no significa que haya una indiferencia absoluta hacia los medios empleados para asegurar el bien común. Siempre hay un límite a su tolerabilidad política. La a veces inevitable elección del mal menor remite a la virtú del sujeto de la acción política y a los condicionamientos del contexto institucional y legal en el que siempre ha de operar. A la postre, a falta de auténticos constreñimientos objetivos, hemos de ser nosotros quienes "trazamos la línea de lo intolerable". Y si el fin maquiaveliano es la búsqueda de las condiciones que permitan la vida en libertad, los medios no pueden ser de tal naturaleza que erosionen o destruyan el objetivo deseado. No podemos dejar de convivir con un siempre presente Mr. Hide, pero nunca a costa de destruir a Dr. Jeckyll.

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