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Reportaje:Fútbol | Las dificultades de los inmigrantes

Un 'indio' en la selección

Silva, miembro de la 'delantera de seda' del Atlético, jugó el Mundial de Brasil 50 con España

"Su niño va a ser un buen futbolista allá en la Península". Sembakutige Patamendis recibía con agrado los comentarios de los clientes sobre la carrera deportiva de su hijo Alfonsito en su tienda de la canaria calle de Triana. Hacía veintitantos años que había llegado a las islas procedente del antiguo Ceilán para abrir un negocio aprovechando las posibilidades que ofrecía el puerto franco. El imperativo legal de la época le obligó a castellanizar su nombre, pasándose a llamar Tomás Silva. Y gracias al cambio, su hijo, Alfonso Silva, canario como su tocayo del Valencia nuevo en el conjunto nacional, acabó jugando en el Atlético de Madrid y en la selección española.

Don Tomás recibía todos los meses un giro postal del Atlético con los honorarios de su hijo. Corría 1946 y el joven había firmado por el club colchonero. "Quedábamos en Princesa, 51, un grupo de unos once jugadores. De allí bajábamos andando al estadio Metropolitano para entrenarnos. En aquel tiempo ninguno del equipo tenía coche. Yo me quedaba horas tras la sesión practicando con las botas de taco para cogerles el toque, pues estaba acostumbrado a las de chasis para los campos de tierra canarios".

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Silva, según los cronistas del momento, era un jugador imprevisible. Dotado de gran técnica, jugó de medio volante y de delantero formando parte de la denominada delantera de seda con Juncosa, Vidal, Campos y Escudero. En once temporadas con el Atlético conquistó dos Ligas consecutivas. "Jamás olvidaré aquel partido en Sevilla. El árbitro anuló un gol a los sevillistas que les habría dado el título. Nos proclamamos campeones. La gente estaba enfurecida. Salimos de la ciudad protegidos por la policía. En Madrid, nuestros aficionados nos subieron en coches descapotables. Me bajé enseguida y me fui caminando a casa. Nunca me han gustado las celebraciones. Siempre me pongo en la piel del perdedor. Las dos veces que ganamos hice lo mismo: no fui a festejar. Yo nunca he tenido rivales, sólo compañeros".

"Siempre he jugado para divertirme", cuenta. "Para mí las reglas del fútbol son un compendio de los diez mandamientos. Amar al prójimo como a tí mismo, no matar, no engañar; si te dan en una mejilla, poner la otra... Jamás me ha llamado la atención ni un árbitro ni un compañero rival", añade.

"Helenio Herrera, nuestro entrenador, ése gran psicólogo, me decía siempre: 'Alfonsito, tú, en táctica, no eres muy bueno. Juega como sabes. Con él conquistamos los dos campeonatos".

De Benito Díaz, el que había sido su entrenador durante el Mundial de Brasil, en 1950, Silva recuerda que, en la temporada del 53, con el Atlético, "a los viajes en autocar venía acompañándolo su señora. Es que estaba mayor". "Me decía siempre: 'Tú, Alfonsito, que eres buen chaval, siéntate junto a mi mujer y le das conversación".

Del Mundial disputado en Brasil sonríe cuando narra cómo cada noche se pasaba por las habitaciones Rafa, el utilero, y mojaba las sábanas y el pijama con alcohol alcanforado. Una manera bastante particular de bajar a los jugadores la temperatura que la líbido les subía. Silva sólo jugó un partido. El técnico le había prometido que iba a disputar todos los encuentros, pero sólo jugó el último, contra los suecos, un equipo por entonces amateur que se había tomado el torneo como unas vacaciones, pues "se pasaban las horas bebiendo cervezas y bronceándose al sol".

Casado con una alemana y ya retirado, Silva estuvo entrenando cinco años al Konstanz (Alemania), ciudad en la que vive, aunque pasa largas temporadas en Canarias. Finalizado ese periodo, cruzó el Bodensee para dirigir al equipo suizo Kreuzling. Cuando hacía la prueba para acreditarse como entrenador en Suiza, el examinador le preguntó: "¿Usted es Alfonso Silva? Yo he jugado contra usted un partido en Madrid con la selección. ¡Qué repaso nos dieron [6-3]!". A usted ya lo he examinado yo en el terreno de juego". Le dieron el permiso para entrenar en Suiza sin hacer la prueba.

Silva no ha pisado el estadio Calderón. Se quedó en el Metropolitano. "A ver si un día me llevas a Madrid, Alfonso, que no lo conozco", le dice Freya, su esposa. "Habrá que ir", le contesta él.

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