Entrevista:WILLIAM MCDONOUGH

Arquitectura con conciencia

William McDonough fue elegido como "héroe del año" por la revista 'Time' en 1999 y es el autor de "la Biblia de la sostenibilidad". Su mensaje y objetivo: reciclar y devolver al terreno lo que se le quita.

Antes de estudiar en la Escuela de Arquitectura de Yale, en Estados Unidos, William McDonough (Tokio, 1954) vivió en Hong Kong, una ciudad de seis millones de habitantes encerrados en 100 kilómetros cuadrados. Allí, reciclar era lo habitual. Nada se tiraba, todo se reutilizaba. "Y todo se comía: cualquier reptil, cualquier roedor era considerado proteína porque los suelos estaban limpios de sustancias químicas. El ratón en sí no es mejor ni peor que el pollo, lo que es distinto es lo que come", asegura. Cuando, con 13 años, llegó a Estados Unidos le chocó comprobar la cantidad de basura que ge...

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Antes de estudiar en la Escuela de Arquitectura de Yale, en Estados Unidos, William McDonough (Tokio, 1954) vivió en Hong Kong, una ciudad de seis millones de habitantes encerrados en 100 kilómetros cuadrados. Allí, reciclar era lo habitual. Nada se tiraba, todo se reutilizaba. "Y todo se comía: cualquier reptil, cualquier roedor era considerado proteína porque los suelos estaban limpios de sustancias químicas. El ratón en sí no es mejor ni peor que el pollo, lo que es distinto es lo que come", asegura. Cuando, con 13 años, llegó a Estados Unidos le chocó comprobar la cantidad de basura que generaba esa sociedad. Pero conoció otro contraste: su abuelo era leñador y vivía de manera casi autosuficiente en los bosques cercanos a Alaska. Convivir con él le hizo pensar. Incluso en el paraíso del consumo que es Estados Unidos se podía vivir de otra manera. Ya desde la Universidad, McDonough se planteó cómo construir un mundo mejor. El idealismo de los setenta estaba en el aire, es cierto, pero él se define como un positivista: "La realidad me interesa mucho más que cualquier teoría". Su manera de afrontar el despilfarro y el descuido al que está sometido el medio ambiente es directa, fáctica, material. Era todavía un estudiante cuando levantó su primera casa autoabastecida de energía solar. Hoy, sus trabajos como arquitecto contienen las respuestas a las preguntas que se hizo en la Universidad. Sus construcciones devuelven al terreno lo que le quitan: son sostenibles. La empresa Ford le encargó su primer gran edificio 100% reciclable. Ahora, en su estudio trabajan 38 personas: "12 químicos, 3 ingenieros, 21 arquitectos y 2 poetas", apunta. En 2002 firmó un libro, Cradle to cradle (De cuna a cuna), que se ha convertido en la Biblia de la sostenibilidad. Su mensaje es que se puede llegar a reciclar el 100% de los materiales. Cuando la revista Time lo eligió héroe del año, el Gobierno chino le llamó para que diseñara Huangbaiyu, una ciudad de dos millones de habitantes. Y ahora, el grupo inmobiliario Habitat cuenta con él para que aplique sus principios sostenibles a un edificio de oficinas en Barcelona.

¿Cómo se siente defendiendo algo, las emisiones cero, que el Gobierno de su país no respalda?

Le sorprendería saber cuánta gente comparte nuestro pensamiento y cuánta cree que lo que decimos es puro sentido común. Incluso nuestros gobernantes piensan así. No lo comparten públicamente porque no es su única preocupación. Un político es un equilibrista. Para desvelar una preocupación debe estar seguro de que ésta no le proporciona otro problema. Lo importante es que la humanidad, los seres humanos, se conciencien de que, si seguimos así, nos cargamos el planeta.

¿Cree que, sin ley que nos obligue, los ciudadanos vamos a elegir una vida más sostenible?

Van a hacer falta leyes y concienciación. Mucha gente deja de fumar cuando le dicen que o lo hace o se muere. Otros nunca dejarían de hacerlo. O cambiamos o el mundo se muere. La manera más rápida de cambiarlo no es ni la concienciación ni las multas ni la política: son los negocios. La internacionalización de los mercados está cambiando la faz de la Tierra.

¿Y cómo afecta eso a la sostenibilidad del planeta?

Positivamente. La ley hará que las empresas internacionales sean cada vez más sostenibles. Ya hay normas, pero habrá muchas más. No hay otra solución. O nos hacemos más limpios o desaparecemos. Con todo, en todos los campos: la industria, la educación, las ciudades, lo importante es dar el primer paso. Y creo que el primer gran paso lo están dando las empresas internacionales. Las leyes limpias, las restricciones ecológicas varían en cada país. Una empresa que opera en cien países ha de cumplir con las normas de esos cien países. La suma de normas puede salvarnos, aunque no exista un protocolo internacional común.

¿La sostenibilidad de nuestra forma de vida depende de las grandes empresas? ¿Se puede hacer algo individualmente?

La sostenibilidad es como la política: sólo puede medirse a nivel local. Empieza con el individuo y continúa con la familia. En ese nivel el problema radica en que nuestras elecciones son malas porque no tenemos posibilidad de elegir. En términos ecológicos la elección que tenemos es: quiere que le disparemos o que lo colguemos. Así es imposible ser sostenible. Si todos los detergentes del supermercado contaminan, ¿qué es lo que podemos elegir? Lo que la gente puede hacer es ser exigente con los fabricantes. El problema es que ser exigente cuesta dinero. Lo más barato es aceptar lo que te dan. Pero si un fabricante se lanza a hacer productos no contaminantes deberíamos apoyarlo como podamos. Los individuos no tienen la fuerza de una empresa a no ser que se unan. En ese sentido soy optimista: Internet une.

¿Cómo se puede educar a la población para lograr una ciudadanía sostenible?

Las leyes son importantes, pero antes de imponer una ley los Parlamentos deben asegurarse de que esa ley puede obedecerse. Por ejemplo, si la ley que obliga a abrocharse el cinturón en el interior del coche no es precedida por una ley que obligue a los fabricantes de coches a instalar cinturones de seguridad, esa ley no podrá obedecerse. Uno de los problemas de la energía solar es que puede generar conflictos con la arquitectura antigua. ¿Cómo se instala un panel solar en el tejado de una vivienda con varios siglos? La cultura y las nuevas tecnologías no son muy compatibles.

¿Cómo las haría usted compatibles?

Con nuevas ideas. Podríamos instalar grandes placas colectoras de energía solar en espacios desangelados, como en bloques de aparcamiento, en las autopistas, en los techos de las fábricas, en los de las marquesinas de las paradas de autobús. Hay muchos lugares que forman parte de la infraestructura de una ciudad. Podrían aprovecharse mejor sin molestar a nadie y sin dañar el patrimonio histórico. Y hay otra cuestión. Las placas solares absorben el sol. Si sabes dónde no quieres tener sol, ese es un buen lugar para ponerlas. Lograrías dos resultados: obtendrías sombra y acumularías energía solar, utilizando un solo instrumento. Con las placas en los tejados no se puede obtener agua caliente para muchos vecinos. Si las placas son mayores, la energía acumulada sería mucha más. Las ciudades podrían ofrecer esa opción: instale sus placas colectoras en la azotea de su edificio o compre la energía solar de las placas de la ciudad. Compare costes y efectos y elija.

¿Nos matará el sol antes de que seamos capaces de aprovechar mejor su energía?

No. Los humanos siempre nos hemos relacionado con la naturaleza. La pregunta no es si debemos seguir haciéndolo, sino cómo lo hacemos desde nuestra cultura y posibilidades hoy. Los humanos siempre han pensado en sus hijos y esa motivación nos impulsa a hacer las cosas lo mejor posible. Si aprovechamos la energía solar, podremos emplear el gas y el petróleo para producir plásticos y productos farmacéuticos. Quemarlos es estúpido.

¿Usted qué propone?

Lo que deberíamos hacer es coger los carbohidratos que están en el Sol y en la superficie de la Tierra en una relación fotosintética. De ahí se obtiene biología. Y eso es crecimiento y vida. Tenemos el Sol, que nos da vida, y la Tierra, que no la tiene. Y por eso Darwin hablaba de los diversos lugares para la evolución de la vida. La cuestión es que cuando hayamos cubierto la superficie de la Tierra con materiales inertes se acabará la vida. Por eso yo defiendo la construcción de edificios cuyas fachadas sean fotosintéticas, es decir, estén vivas y por eso generen vida. Como arquitecto, no me interesa llenar el planeta de una costra de superficies muertas. Por eso mi diseño es ecológico. Un ser vivo se caracteriza por tres cuestiones: crece, genera energía para su existencia y tiene un sistema de sustancias químicas seguro para su metabolismo. En la mayoría de los diseños actuales, el crecimiento está considerado como algo negativo, consumen energía proveniente de fuentes que destruyen el planeta y las sustancias químicas que emplean resultan venenosas. El diseño hoy es algo muerto. Ha llegado el momento de convertirlo en algo vivo.

¿Qué le hace pensar, como ha afirmado varias veces, que la ecología es un problema de diseño?

El problema con el diseño contemporáneo es que no toma en consideración los sistemas ecológicos. Eso es un problema fundamental. Es como si la Constitución americana no contemplara la felicidad o la libertad. La vida es, en sí misma, ecológica. El diseño que no es ecológico, que no está pensado con una inteligencia ecológica, que no está relacionado con lo que significa e implica estar vivo, es una locura.

¿Qué se puede hacer para conectar el diseño a la vida?

Simplemente seguir las leyes de la naturaleza. Si nos fijamos en los descubrimientos científicos del siglo pasado; si analizamos la teoría de la relatividad, por ejemplo, sólo desde el punto de vista matemático poco podremos hacer. Pero si piensas que la superficie del planeta nació de masa inorgánica y si piensas que tenemos 5.000 veces más sol del que necesitamos para que nuestro sistema funcione, te das cuenta de que utilizando ese sol que desperdiciamos podríamos solucionar nuestros problemas energéticos.

Cuente algún horror desconocido que resulte de descuidar el medio ambiente

Una de las pesadillas más terribles y desconocidas es lo que está ocurriendo en el fondo de los océanos. Hace años que estamos perdiendo peces y especies de peces. Parece que eso no nos preocupa. Pero ahora, además, en el océano Pacífico hay una zona de baja presión que se ha convertido en un retrete atascado. Hoy en día hay allí seis veces más plástico que plancton. Eso es casi imposible de recuperar. La mayoría de la gente cree que los problemas medioambientales están lejanos. Que son una mala herencia para nuestros hijos. Pero los problemas medioambientales los estamos empezando a sufrir ya con las sequías y con las trombas de agua, con los maremotos y con las olas de calor.

Concretamente, ¿qué hace a sus edificios sostenibles?

El edificio Ecourban que construyo en Barcelona, por ejemplo, estará cubierto de placas solares y generará una parte muy importante de la energía que consuma, pero eso sólo es una cuestión menor. No es sostenible el que más energía genera, sino el que reemplaza la que utiliza. En un edificio es tan importante saber de dónde sale la arcilla de los ladrillos como de dónde sale la energía con la que se fabricaron los ladrillos.

¿Y de dónde salen los materiales que emplea en sus edificios?

Lo sostenible es emplear materiales que duren, maderas de bosques reforestados, pinturas que no deterioren el medio ambiente, materiales seguros. Otra necesidad es que los edificios ecológicos y sostenibles digan la verdad. El mundo de la construcción está plagado de misterios, comisiones e intereses. Para que la arquitectura sostenible se extienda hay que decir la verdad: desde de dónde salen los materiales hasta cuánto cuestan. Sólo diciendo la verdad lograremos convencer. Está claro que es un terreno difícil. Alguien puede dejar de ganar mucho dinero. Pero es la única manera de salvar el planeta. Tenemos que elegir.

Algunos ayuntamientos españoles, como el de Barcelona, obligan a que los nuevos edificios calienten el 60% del agua caliente que consumen con la energía acumulada en los paneles solares. ¿Debe la sostenibilidad forzarse con la ley?

El Ayuntamiento está pidiéndole a sus nuevos edificios que sean económicamente inteligentes, aunque, en realidad, eso no ahorrará mucho dinero. Ayuda, y, a la larga, ahorrará dinero a sus ocupantes. En tres años empieza a ser rentable. Pero ese no es el principal objetivo. El principal objetivo es llegar a un diseño 100% sostenible. Muchas ciudades del mundo, algunos países incluso, como Israel o China, están aplicando ese tipo de leyes. El Ejército de Estados Unidos también lo hace.

¿Sostenible es compatible con rentable?

Es la única manera de que las cosas sean rentables. Si destrozamos el lugar en el que vivimos, ¿qué será rentable para nosotros? Eso, a largo plazo. A corto plazo, nuestro éxito, como arquitectos y urbanistas, obedece a que somos rentables. Si trabajas para empresas como Ford, no puedes proponerles rentabilidad a 10 años vista.

¿Cómo convenció a clientes tan poderosos para que construyeran fábricas y oficinas sostenibles?

Con datos. El mundo siempre ha vivido amenazado. Y forma parte de nuestra supervivencia desoír y oír esas amenazas. Hay que ignorar lo justo y prestar atención a lo que realmente la requiere y merece. Nosotros mismos nos inventamos a medida que vamos haciendo cosas. Creamos unos principios a partir de los que se pueden hacer las cosas de una manera menos destructiva. Nuestra obligación es ser rápidos. Las decisiones, en las empresas, sólo se toman si son eficaces y económicamente rentables. Ford nos preguntó si las cosas se podían hacer mejor. Les dijimos que se podía respetar más el medio ambiente. Nos pidieron que lo intentáramos. Y lo conseguimos.

¿Los edificios sostenibles pueden ser estéticamente sostenibles?

Esa es mi batalla como arquitecto. Juzgue usted misma.

¿Qué daño real hacen los coches al medio ambiente? Y ¿por qué no se penaliza?

No se puede prohibir el uso de ciertas prácticas de un día para otro. Se pueden hacer coches distintos, que corran menos, que tengan otras características. Si todos lo demandáramos, los fabricantes los harían. Al principio serían más caros. Luego, si persistiese la demanda, serían más económicos. Nosotros hemos diseñado un coche 100% reciclable y reciclado que no emplea para funcionar energía contaminante. Está hecho de plástico reciclable, preparado para regresar al suelo o a procesos industriales. Las ruedas están hechas con suelas de zapatos. Pueden volver al suelo, y, al destruirse, las partículas no son tan pequeñas como para poder entrar en nuestros pulmones. El coche está pegado y un baño de una sustancia lo despega. Funciona con energía solar que se concentra en baterías de hidrógeno. Un coche eléctrico puede ser rápido. Trabajo en China y allí están empezando a construir coches eléctricos. Si ellos lo deciden, ese será el futuro.

¿Qué hace en China?

Estoy diseñando Huangbaiyu, una ciudad de dos millones de habitantes en la que los edificios producen más energía de la que consumen. Nuestro plan es que la ciudad no altere el paisaje. Estudiamos la meteorología, los niveles de agua, la microbiología, la biología, la fauna, y luego aplicamos conocimientos antiguos de Vitrubio o del urbanismo de las ciudades coloniales españolas, casi le diría que pura lógica: queremos las brisas estivales, pero no queremos los vientos invernales. Queremos el sol invernal, pero se debe evitar el estival. Para conseguir eso hay que orientar bien la arquitectura. Y hay que construir calles abiertas en los dos extremos, que ventilen, que se abran a vistas. Eso sucede en Manhattan. Y también en Barcelona. Los huesos de una ciudad condicionan tanto la vida de sus habitantes como los edificios. En la ciudad que estamos diseñando en China todo está pensado: desde la circulación de vehículos alrededor del centro hasta el transporte colectivo. Todo se reciclará, incluso los desechos humanos para revenderlos como abono. Buena parte de los edificios será subterránea. Habrá jardines en las azoteas de los edificios para restaurar la flora y la fauna.

¿De verdad van a levantar una ciudad así?

Sin duda. Están convencidos de que el planeta necesita un cambio. Deng Nan, la hija de Deng Xiaoping, y yo presidimos el centro para un desarrollo sostenible. Nos han dado un presupuesto amenazante: no podemos superar los 3.500 dólares por vivienda. Lo conseguiremos. Nosotros trabajamos nuestros proyectos exhaustivamente. Hasta que se convierten en realidades. Nos los creemos. Si uno no cree en lo que hace es imposible cambiar las cosas.

¿Cómo se implicó en tratar de salvar el planeta? ¿Cómo mantiene el entusiasmo en un asunto tan descorazonador?

Crecí en Hong Kong, una ciudad irrespirablemente densa. Seis millones de personas, 100 kilómetros cuadrados, cuatro horas de agua cada día alterno… La gente trabajaba la tierra con los mismos métodos que hace miles de años. Cuidaban las cosas. Nadie tiraba nada. Luego, con 13 años, llegué a Estados Unidos: la otra cara de la moneda: abundancia, despilfarro, desperdicio.

China ha cambiado mucho.

Mucho, pero quieren echar mano de su cultura milenaria. Fíjese en lo que comen: serpientes, lagartos. Todo lo que corre se considera proteína. ¿Sabe por qué? Porque cualquier roedor bien alimentado produce buena carne. Y en China el suelo no estaba envenenado con sustancias químicas. Cuando uno tira las cosas debe preguntarse dónde las está tirando. Porque si no tiene cuidado y tira y tira sin reciclar, está tirando la basura sobre las lechugas que se come y sobre el pienso que comen los pollos que se come.

¿Hasta cuándo vivió en China?

Hasta los 13 años. Mi padre tenía negocios en el Lejano Oeste. Yo nací en Tokio y, con seis años, llegué a Hong Kong. En Estados Unidos vi los dos mundos juntos. Por un lado, la sociedad despilfarraba. Por otro, mi abuelo, que era leñador, vivía en medio de un bosque en el Estado de Washington. Y hacía un tipo de vida bastante arcaico: guardando comida para el invierno.

¿Cuándo decidió involucrarse?

Cuando estudié arquitectura en Yale nos ponían como modelos los trabajos brutalistas de Le Corbusier o las obras de Mies van der Rohe. Yo pensaba en el sol. Mies se olvidaba de dónde estaba el sol. Y encerraba los materiales -mármoles, por ejemplo- pensados para exteriores. Aquello me parecía un desastre.

¿Qué le decían sus profesores?

Que lo que yo decía no tenía nada que ver con la arquitectura.

Con todo, su estudio diseñó la primera oficina ecológica en Estados Unidos.

Me costó siete años. Antes también fue pionero en construir la primera casa que se calentaba con energía solar en Irlanda. Nuestra economía sufre un grave problema: es adicta a la droga del petróleo y el petróleo se ha convertido en un bien escaso. Hay que dejarlo para construir plásticos y emplear nuevas fuentes de energía. Al carbón le pasó y fue sustituido.

¿Cuánto tenemos que cambiar para salvarnos?

Bastante. Hasta hace poco tiempo sólo sabíamos cómo comportarnos ecológicamente para ser menos malos. Pero ser menos malos no es ser buenos. Antes no existía una teoría unificada ni global. Con el libro Cradle to cradle tratamos de desarrollar una teoría para ser mejores. China ha adoptado esos principios para recuperar su país. Porque estaban edificando a destajo. Se estaban quedando sin suelo. Y si te quedas sin suelo te quedas sin comida, sin energía y, finalmente, te mueres.

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