Amor a primera vista

Madrid

Quedó inaugurada la temporada taurina con el sol tibio de la tarde de Valdemorillo. Y este pueblo madrileño abrió sus puertas a un público curtido en mil batallas, y a Luis Miguel Encabo, la más grande. Y era lugar de encuentro, de amor a primera vista: el que siente la afición por Esplá y Encabo. La ansiedad se mostraba en un cartel de complicidades.

A Encabo se le consintió demasiado con tanto triunfo, aunque realizó sendas faenas que fueron de menos a más. De muy despegado a dar pases de firma; de banderillear precipitado a entregarse en todos los tercios; de pasar de puntillas por el sitio verdadero a echarle mucho pundonor.

Todo había empezado mucho antes. En los tímidos primeros aplausos que recibió Esplá en su primer toro. Ahí comenzó la torería de este enamorado de la autenticidad que se propagó como espuma inflamada. A partir del ronroneo cariñoso, se entregó como un adolescente perdido en requiebros apasionados sin medida. Con acierto en las banderillas por los adentros; en la tanda de naturales que ligó y mandó a su segundo; en sus adornos llenos de aroma; en sus contrariedades con el peor lote de la tarde, que remontó con maestría y que no superó con la espada. Mostró sin tapujos su sangre caliente, el corazón entregado, pero no correspondido. Así, sin más. El público que le requería con caiditas de ojos se mostró frío con el ardiente torero.