Combustión programada
Hay expectación y numerosos creyentes en la religión del verdadero funk han acudido desde puntos lejanos de la Península. Galapajazz 2001, el festival de jazz de Galapagar, ofrece el primer concierto de George Clinton en España en muchos años. Disculpen: quizás 'concierto' no sea la palabra adecuada. Veinticuatro músicos, cantantes, rappers, bailarines van apareciendo y trenzan temas intensos, sin apenas paradas. Nada de uniformes: cada uno va ataviado a su capricho y hace un poco de todo.
El saxofonista Greg Thomas puede tocar teclados o cantar scat a lo Billy Stewart. El histórico Garry Starchild Shider, sus atributos cubiertos únicamente por una toalla anudada como pañal, toca guitarra rítmica pero también usa su voz de falsete. Algunos de los técnicos, hirsutos freaks blancos, agarran el micrófono o la guitarra. Excepto la sacrificada sección de ritmo, todos los funkateros deambulan por el escenario, pelean por el espacio, bromean con el público, se marchan tranquilamente a los camerinos, vuelven sin prisas. La antítesis del concepto estadounidense de espectáculo envasado al vacío.
GEORGE CLINTON
George Clinton & P-Funk All Stars. Velódromo de Galapagar (Madrid), 6 de julio. 2.500 pesetas.
En realidad, el caos es sólo aparente. Esta abigarrada macrobanda está perfectamente engrasada, pero su música brota con gozosa espontaneidad, con la fuerza de lo inevitable, sin la arrogancia exhibicionista de las propuestas de, digamos, Frank Zappa. En ese sentido, los P-Funk All Stars exhiben una libertad que no es tan fácil de encontrar en big bands jazzísticas de similar tonelaje. El magma resultante contiene bastantes músicas diferentes: grandes cantidades de funk, pero también soul, gospel y abundante rock. ¿Rock? Sí, aquí se desgranan más solos de guitarra estridente que en un show de Steve Vai. Rock a lo Funkadelic, acercándose al heavy metal, pero capaz de recuperar un clásico de los cincuenta, Whole lotta of shakin' goin' on, con un George Clinton que se desgañita.
Clinton, 61 sonrientes añitos, es recibido con la reverencia debida. Con un hábito de Merlín egipcio, se dedica esencialmente a bendecir al personal y a dirigir la orquesta con movimientos corporales. Ésta es una banda proteica, que lo mismo puede presentar a siete personas cantando que coloca en primera fila a sus tres implacables metales. También se aprecia que, a pesar de toda su efervescencia conceptual, Clinton no ha sido afortunado a la hora de crear estribillos memorables: One nation under a groove, Give up the funk (tear the roof off the sucker) y poco más. Pero se invoca a James Brown, bendito salvaje, y la fiesta vuelve a subir.
A pesar del frío, es una genuina fiesta. Un banquete de talento y sorpresas: los solos de mandolina eléctrica de Eric McFadden, la vocecita a lo Macy Gray de Belita Woods, los eróticos frotamientos de Carlos Sir Nose McMurray con las deleitadas espectadoras que lleva al escenario. Luce una inmensa luna cuando Clinton se despide, con disculpas. Han sido tres horas y cuarto, pero resulta que al día siguiente deben levantarse a las siete de la mañana, para seguir rumbo a Túnez. Aquellas tierras también necesitan su lema: 'Libera tu mente y tu culo seguirá el mismo camino'. Amén.
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