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Crítica:CLÁSICA | CRÍTICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Historicismo musical

Tras una brillante retahíla de nombres especializados en la interpretación historicista (Harnoncourt, René Jacobs, Kuijken, Trevor Pinnock, etc), la actuación de La Stagione Frankfurt ha supuesto una cierta vuelta a la realidad. Ni el Oratorio de Pascua (Bach) ni el Concierto para tres trompetas y dos oboes (Telemann) quedarán para el recuerdo. En la Sinfonía inicial del primero la cuerda resultó tapada por los vientos, mientras que, por el contrario, en el Adagio se comió a la flauta solista. Le faltó tensión a la orquesta en todos los números que no fueran explícitamente enérgicos y hubo cierta monotonía interpretativa en la dirección de Schneider. El Concierto de Telemann tampoco pasó de ser una lectura correcta, y en la Intrada y el Vivace, la afinación y el ajuste de las trompetas hizo que se cuestionara de nuevo la excelencia de los instrumentos originales. Los oboes, sin embargo, sonaron bien.

La Stagione Frankfurt

Michael Schneider, director. Claudia Schubert, Maya Boog, Markus Schäfer y Gotthold Schwarz, solistas. Obras de J. S. Bach y Telemann. Palau de la Música. Valencia, 19 de Abril.

Y es que, en muchos casos, la polémica sobre el uso de instrumentos antiguos debería reformularse, porque no se trata tanto de instrumentos como de instrumentistas. Cuando se tocan con el mismo nivel que se exige para los instrumentos modernos, no se provoca el rechazo del oyente. Asegurado eso, el tema del color puede ya, con razón, centrar el interés de todos.

El Oratorio de la Ascensión puso el listón más alto que en las otras dos obras, a pesar de contar con los mismos intérpretes. Cabría destacar la preciosa aria de la contralto -Ach, bleibe doch- , donde Claudia Schubert (que ya había hecho en Valencia la Misa en Si menor de Bach) consiguió seducir con su voz a la agrupación que la acompañaba. Surgió de ahí una intensa compenetración entre el canto y los instrumentos, que les hizo llegar al mismo sitio por caminos diferentes: quizás sea esa la misión del contrapunto, aunque muchas veces la dinámica de choque y confluencia se quede sólo en la cáscara. En esta ocasión, sin embargo, se produjo una fusión tan íntima como convincente. Tampoco se quedó corto Gotthold Schwartz, a quien el público del Palau también había escuchado antes, en una Pasión dirigida por Herreweghe. Posiblemente sea la suya la voz más completa de todas las que se oyeron. Cumplieron bien tenor y soprano, así como el coro, que, incluyendo a los solistas, contaba sólo con ocho voces. Aún así, consiguió llenar el espacio sonoro de forma bien tangible y cohesionada.

Igual que sucede con los instrumentos modernos, los resultados pueden ser variopintos incluso en una misma sesión. Y es que los condicionantes de una interpretación van mucho más allá del parámetro meramente historicista. Por suerte, la generalización de ese enfoque no ha desembocado en un todo vale, como pareció durante un tiempo. En el siglo XXI, a los intérpretes de época debe exigírseles ya lo mismo que a todos: dar la nota exacta, ajustarse con el grupo y saber decir las cosas. Es a partir de ahí cuando cobra sentido la investigación y la eliminación de lo espúreo.

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