Tribuna:DESAPARECE EL GRAN HISTORIADOR DEL CASTELLANO

El caballero puntual

'Puntual' se ha dicho siempre en castellano del 'pronto, diligente, exacto en hacer las cosas', y también de todo lo 'conforme, conveniente, adecuado'. Hoy, sin embargo, se usa con más frecuencia en el sentido reciente (y dudosamente castizo) de 'concreto, relativo al detalle, preciso'. Una y otra acepción se aplicaban de maravilla a la persona y la obra de Lapesa.

Al arrimo de una figura de la talla gigantesca de Menéndez Pidal, don Rafael se había formado en el rigor de la filología más austera, y de esa escuela inolvidable le quedó el hábito intelectual de no abordar nunca las grande...

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'Puntual' se ha dicho siempre en castellano del 'pronto, diligente, exacto en hacer las cosas', y también de todo lo 'conforme, conveniente, adecuado'. Hoy, sin embargo, se usa con más frecuencia en el sentido reciente (y dudosamente castizo) de 'concreto, relativo al detalle, preciso'. Una y otra acepción se aplicaban de maravilla a la persona y la obra de Lapesa.

Al arrimo de una figura de la talla gigantesca de Menéndez Pidal, don Rafael se había formado en el rigor de la filología más austera, y de esa escuela inolvidable le quedó el hábito intelectual de no abordar nunca las grandes cuestiones lingüísticas y literarias sino partiendo de un análisis extremadamente atento de los pormenores. De la clásica Historia de la lengua española a la admirable recopilación de ensayos sobre La lengua española en la época contemporánea, las mejores páginas de Lapesa conjugan tan uniforme como perspicazmente la exactitud de la noticia y el dato menudo con la amplitud y la pertinencia de la interpretación global.

Una monografía como la que dedicó a la apócope de la vocal en español antiguo, por ejemplo, sigue siendo no sólo un trabajo fundamental para el lingüista, sino también un modelo de método para el historiador e incluso una lectura fascinante para el lego curioso. Los testimonios sobre la inmigración franca en la península Ibérica o sobre la estratificación de pobladores, estamentos y culturas se engarzan ahí con la observación de las más sutiles particularidades fonéticas o paleográficas, para trazar un panorama de una hondura y una relevancia deslumbrantes.

El rigor del filólogo daba también en Lapesa frutos difícilmente superables cuando se extendía al dominio de la crítica literaria. Pocas veces se siente la tranquilidad de caminar con un guía tan seguro como cuando se recorre con don Rafael La trayectoria poética de Garcilaso o La obra literaria del marqués de Santillana. Nada hay en esos libros de impresionismo o fácil arrebato personal: cada juicio de conjunto, cada generalización, se apoyan siempre en un minucioso desentrañamiento de los textos y en una lúcida explicación de los procesos creativos.

Todos los rasgos implícitos en esos modos de estudiar y escribir bien pueden reunirse bajo la etiqueta de 'puntualidad'. En un día tan triste como hoy serán muchos quienes recuerden a Lapesa como maestro y como discípulo. Maestro, en la clase y fuera de ella, de muchas generaciones de lingüistas e investigadores de la literatura; discípulo de Menéndez Pidal y, especialmente por ahí, heredero y albacea de la mejor escuela de la filología española. Pero a mí me complace también recordar a don Rafael como profesor, y aun como profesor de instituto. Porque esa puntualidad se me antoja virtud singularmente propia de quien, con un inmenso saber a sus espaldas, pone, no obstante, el acento en ahondarlo y ampliarlo no para su disfrute individual, sino, primero, para beneficio de unos alumnos cercanos y, en última instancia, para provecho de la comunidad. España, pues, debe hoy llevar luto por don Rafael Lapesa.

Francisco Rico es académico.

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