Tribuna:

Ficción mortal

Si lo propio del novelista es la invención, la tribu nacionalista vasca sería una cantera de novelistas. El formidable trabajo que vienen realizando para inventarse un enemigo es, desde luego, un verdadero esfuerzo colectivo. No sólo es eso: también inventan un territorio imaginario que llaman Euskal Herria, que no es un nombre tan sonoro como Macondo o Yoknapatawpha, ni tiene la entidad literaria de estos últimos, pero que les sirve para andar por casa. Sin embargo, me permito señalar que la fantasía convertida en ficción tiene unas reglas de las que no cabe escapar en la medida que son esenc...

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Si lo propio del novelista es la invención, la tribu nacionalista vasca sería una cantera de novelistas. El formidable trabajo que vienen realizando para inventarse un enemigo es, desde luego, un verdadero esfuerzo colectivo. No sólo es eso: también inventan un territorio imaginario que llaman Euskal Herria, que no es un nombre tan sonoro como Macondo o Yoknapatawpha, ni tiene la entidad literaria de estos últimos, pero que les sirve para andar por casa. Sin embargo, me permito señalar que la fantasía convertida en ficción tiene unas reglas de las que no cabe escapar en la medida que son esenciales, es decir, que la constituyen como invención narrativa.Una de ellas es la del principio de verosimilitud. Ya se ha dicho suficientemente que verosímil no es lo mismo que verdadero, pero no es ocioso recordárselo a estos euskaldunes que tienen la infortunada costumbre de confundir la realidad con sus deseos; de hecho, tienden a creer que realidad y ficción son una misma cosa. En fin, como estamos hablando de invención, hablaremos de verosimilitud. Y es en este punto donde advierto una fisura en su construcción inventiva. Veamos: una característica necesaria del enemigo, que lo define necesariamente, no aparece en la narración que nos cuentan; a saber: que el enemigo ataca y causa bajas.

Por el contrario, en esta historia las bajas sólo las causa el que se dice invadido. ¿Cómo es posible esto? Pensemos en las escenas dramáticas: los que lloran la pérdida de la vida son siempre los del enemigo y nunca los atacados. Yo no he visto llorar a niños o adultos nacionalistas -y, más específicamente, abertzales- por la pérdida de los seres queridos; al contrario, van por ahí tan tranquilos y tan campantes. En cambio, a los niños y adultos del enemigo, a esos sí que los veo llorar de desesperación y dolor con frecuencia.

Tampoco veo sufrir a ningún nacionalista -y, más específicamente, abertzales-. Deben sufrir muy a escondidas, pero, en ese caso, ¿por qué están todo el santo día con lo del sufrimiento del pueblo vasco en la boca? En fin, como novelista debo decir que hay algo sustancial en su ficción que falla y no sería malo corregirlo en aras de la verosimilitud de la historia que pretenden contar.

Y no por nada, sino porque cada vez hay menos gente que se la cree,0

y así no se puede hacer triunfar una invención. La verosimilitud es inexcusable. Claro que quizá el despiste les venga del lío que tienen entre los conceptos de verdadero y verosímil. Por ejemplo: en su narración no cuentan que los terroristas matan, sino que matan de verdad y esto último pertenece al terreno de la realidad, no al de la ficción. ¿Conocemos a algún novelista que mate a sus posibles lectores con la intención de hacerles comprender de qué va la historia que les cuenta? Pues lo mismo es matar al enemigo cuando el enemigo es alguien que se está inventando uno. Es una pescadilla que se muerde la cola; o quizá lo que se muerde la cola es una pesadilla para el lector de esta historia inverosímil.

Total: que se inventan un enemigo que no mata, pero al que matan para poder considerarlo el enemigo. Y tampoco deja de ser extraordinario que si en la vida real los terroristas actúan siempre contra los Gobiernos, en este territorio de ficción los personajes-terroristas, creados por el colectivo de autores nacionalistas, contra quien actúan es contra la oposición. Otro fallo grueso de verosimilitud. Ver para creer.

Éste es un mundo de ignorancia y de confusión interesada. El territorio de Macondo es real porque es literario, no confunde literatura y vida; el de Euskal Herria es una permanente confusión entre vida y ficción. Es un mundo en el que la ignorancia empieza a valorarse porque la sabiduría escasea tanto por todas partes que algo hay que hacer para no disolverse en la nada. Como inventar cuentos que acaban siendo mortales, por ejemplo.

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