Cartas al director

Los justos

Tucumán es una pequeña provincia del norte de Argentina. Olvidada periferia dentro de la periferia. En los años setenta, la dictadura militar le asestó un mortal golpe a traición. Hoy faltan en sus calles sus mejores estudiantes, obreros, intelectuales, religiosos y maestros. El principal arquitecto de aquella barbarie fue el entonces gobernador, general Antonio Domingo Bussi.Al igual que su siniestro compañero de pillaje del otro lado de los Andes, Augusto Pinochet, Bussi pretendió, sin pudor alguno, lavar su pasado en las revueltas aguas de la joven democracia argentina. El coraje cívico de ...

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Tucumán es una pequeña provincia del norte de Argentina. Olvidada periferia dentro de la periferia. En los años setenta, la dictadura militar le asestó un mortal golpe a traición. Hoy faltan en sus calles sus mejores estudiantes, obreros, intelectuales, religiosos y maestros. El principal arquitecto de aquella barbarie fue el entonces gobernador, general Antonio Domingo Bussi.Al igual que su siniestro compañero de pillaje del otro lado de los Andes, Augusto Pinochet, Bussi pretendió, sin pudor alguno, lavar su pasado en las revueltas aguas de la joven democracia argentina. El coraje cívico de miles de hombres y mujeres, sin embargo, ha frustrado a ambos esa vieja y venal pretensión de impunidad que ya Shakespeare negó a Macbeth.

A Pinochet, negándole el escondrijo de un Senado hecho a medida, en el que había soñado atrincherarse para siempre.

A Bussi, el pasado miércoles 1 de diciembre, cuando la Cámara de Diputados argentina, casi por unanimidad, decidió impedir su incorporación al principal foro democrático del país y estudiar con detenimiento las decenas de causas que lo acusan, entre otras traperías, de desapariciones, fraudes y enriquecimiento ilícito.

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Ninguna de estas pequeñas pero imprescindibles victorias de la memoria en los rincones más recónditos sería posible sin el empeño de todas aquellas voces chilenas, argentinas, latinoamericanas, españolas y del resto del mundo que no han dejado de nombrar las señas de los forajidos ni siquiera en los momentos de mayor olvido oficial y desaliento.

Esos jóvenes, esos abogados, esos jueces, esos ciudadanos y ciudadanas de la calle intentan custodiar para las próximas generaciones el tiempo que les toca.

De su empecinamiento está hecha también la historia de

los justos, esos hombres y mujeres que, como decía Borges, a veces se ignoran y están salvando al mundo.- . .

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