Tribuna:

Un arte frágil y apenas valorado

Dos ideas se me vienen a la cabeza antes que otras cualquiera al pensar en un libro como el que Víctor Nieto ha dedicado a la historia de la vidriera española. Por una parte, no hay duda de que se trata de un trabajo que se extiende a lo largo de toda su amplia actividad como estudioso de las formas artísticas. Se trata de una culminación, de un final de algo. Era obligado que en un momento adquiriera su forma definitiva, lo que durante tiempo se tradujo en análisis parciales, en búsquedas nuevas, en reunión de multitud de documentos dispersos, en dudas y, a veces, en la imposibilidad manifies...

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Dos ideas se me vienen a la cabeza antes que otras cualquiera al pensar en un libro como el que Víctor Nieto ha dedicado a la historia de la vidriera española. Por una parte, no hay duda de que se trata de un trabajo que se extiende a lo largo de toda su amplia actividad como estudioso de las formas artísticas. Se trata de una culminación, de un final de algo. Era obligado que en un momento adquiriera su forma definitiva, lo que durante tiempo se tradujo en análisis parciales, en búsquedas nuevas, en reunión de multitud de documentos dispersos, en dudas y, a veces, en la imposibilidad manifiesta de resolver problemas insolubles. En segundo lugar, el tema estaba lleno de dificultades. Apenas unos cuantos habían dedicado sus afanes a tratar un mundo que durante tanto tiempo tuvo una importancia capital en la configuración de los espacios arquitectónicos, en su transmutación interna. Hablamos de un arte frágil, que desaparece o se degrada con facilidad. Además, llevado al terreno de lo hispano, de un capítulo apenas valorado, cuando multitud de análisis ponían de manifiesto el enorme interés de este tema en lo francés, inglés o alemán. No hace mucho que se ha publicado un destacado libro de conjunto sobre la vidriera europea medieval. En él se dedica un amplio espacio a Francia, Inglaterra, el Imperio, Italia, incluso existe un epígrafe que se ocupa de los países escandinavos, pero de lo español nada, salvo una breve mención insignificante pero inexcusable. Es claro que nuestra vidriera no alcanza en número de piezas, en calidad o importancia a lo francés, por ejemplo, pero aún existe un corpus suficientemente notable para que nadie prescinda de él. Y aquí se pone de manifiesto. Igual que se destaca el hecho de que, con esta técnica, más conocida por su empleo en el edificio gótico, se han obtenido notables resultados en el modernismo e incluso ha sido recuperada por el arte de la vanguardia.Por fin, entiendo que es totalmente necesario recordar que vivimos en una época donde la especialización se impone no sólo en el terreno de las llamadas ciencias experimentales, sino también en el campo de las humanidades. Aquí esto nos está llevando a situaciones absurdas, porque hay quien dedica su vida a parcelas tan minúsculas del saber que lo que hace sólo acaba interesando a un grupo reducido de personas disperso por Europa y América que trabajan sobre lo mismo mientras el resto de los mortales o bien se muestra indiferente porque no se trata de su "especialidad", o bien siente que lo que se le cuenta le es ajeno, por preciso, local o alejado de sus intereses. Realizar una historia de la vidriera española supone saltar por encima de estas barreras en el tiempo y en el espacio. Casi me atrevería a ejercer de augur vaticinando que nos encontramos ante la primera historia de la vidriera española amplia y rigurosa y la última escrita por una sola persona.

Joaquín Yarza Luaces es catedrático de Historia del Arte de la Autónoma de Barcelona.

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