Tribuna:

Amén

Empieza a haber memoria escrita del exilio político latinoamericano de los años sesenta y setenta, hijo del holocausto de las izquierdas del Cono Sur, aquella limpieza étnica programada en el DCP (Departamento del Canibalismo Político) de la guerra fría. Llega a mis manos La huida del horror no fue olvido, de Silvina Inés Jensen, profesora de la Universidad de Bahía Blanca (Argentina), especialista en el estudio de 20 años de exilio argentino en Cataluña. Piedra a piedra, memoria sectorial a memoria sectorial, se va construyendo el edificio de la historia crítica; frente al tópico de qu...

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Empieza a haber memoria escrita del exilio político latinoamericano de los años sesenta y setenta, hijo del holocausto de las izquierdas del Cono Sur, aquella limpieza étnica programada en el DCP (Departamento del Canibalismo Político) de la guerra fría. Llega a mis manos La huida del horror no fue olvido, de Silvina Inés Jensen, profesora de la Universidad de Bahía Blanca (Argentina), especialista en el estudio de 20 años de exilio argentino en Cataluña. Piedra a piedra, memoria sectorial a memoria sectorial, se va construyendo el edificio de la historia crítica; frente al tópico de que la historia la escriben los vencedores, hay que contemplar la evidencia de que con el tiempo la reescriben los historiadores teniendo en cuenta la razón de los vencidos.El libro me llega en pleno alboroto por la medida de Garzón de perseguir internacionalmente a los matarifes argentinos, y otra vez el leguleyismo se ha echado a la calle, cuando no la filosofía de lo políticamente correcto, esa sarna yuppy que empieza a extenderse como una epidemia y que afecta en primer lugar a los ojos, que son las ventanas del espíritu. Otra vez salen los profesionales de la razón pragmática, apologetas indirectos de los genocidas, arguyendo que se trata de un puro acto testimonial o teatral porque los matarifes fueron juzgados o indultados. Que quedará en testimonio, ya lo sabemos, pero que los matarifes se sientan zarandeados por las miradas del mundo e incapacitados para tener algún día el nombre de una avenida, de un lago, de un páramo, de un glaciar.

Oswaldo Bayer, el historiador argentino insurgente por antonomasia, me decía que la toponimia de su país y el nomenclátor de las calles principales han sido nominados con los apellidos de genocidas psicópatas que blanquearon el país exterminando indígenas. No sólo fueron los españoles o los militares criollos, sino también los colonos de la posindependencia que matando al indio le expropiaban sin que el indio pudiera guardarles rencor. España está llena de toponimias y nomenclátors de asesinos autoindultados, y sólo la memoria histórica podrá afearles su conducta por los siglos de los siglos. Amén.

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