47º FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

Gracia Querejeta crea una cumbre de 'amor loco'

La cineasta española compone con sus cinco portentosas actrices un audaz, bellísimo y emocionante melodrama

La inagotable metáfora del amor loco, que los poetas surrealistas heredaron de la pasión romántica y elevaron a signo de supremo poder transgresor de la libertad, sigue dando frutos. Uno de ellos apareció ayer aquí. Su título suena a tópico de bolero melodramático, Cuando vuelvas a mi lado, y probablemente es lo que suena.Los melodramas nobles, y éste es uno de ellos, se construyen con materiales de derribo, con escombros del sentimentalismo popular, y, su nombre lo dice, son melo, música, es decir, artificios artísticos supeditados a las leyes de la armonía. De ahí que su discurso sea equilib...

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La inagotable metáfora del amor loco, que los poetas surrealistas heredaron de la pasión romántica y elevaron a signo de supremo poder transgresor de la libertad, sigue dando frutos. Uno de ellos apareció ayer aquí. Su título suena a tópico de bolero melodramático, Cuando vuelvas a mi lado, y probablemente es lo que suena.Los melodramas nobles, y éste es uno de ellos, se construyen con materiales de derribo, con escombros del sentimentalismo popular, y, su nombre lo dice, son melo, música, es decir, artificios artísticos supeditados a las leyes de la armonía. De ahí que su discurso sea equilibrado y pudoroso hasta el susurro, incluso cuando cuentan dramones atronadores y desmelenados. Uno de estos truenos apacibles, delicada y enérgicamente dirigido por Gracia Querejeta, sonó ayer aquí, y probablemente es lo que suena.

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Los grandes melodramas, y en cabeza los de amor loco, son representaciones calenturientas de la vida familiar y tienen como escenario, o campo de batalla, las esquinas oscuras de las relaciones, mucho más intrincadas y menos angélicas de lo que parecen, entre padres e hijos. Esta materia argumental los convierte en aventuras, o desventuras, íntimas, sumergidas de paredes adentro. De ahí que haya que representarlos en forma de tragediones del mundo cotidiano, por lo que para ser convincentes requieren intérpretes excepcionales, capacitados para hacer suyos los actos y las palabras de lo desmesurado con la mesura y el tacto de quien hace caricias como puñetazos o dice gritos a media voz.

Meandros

Uno de estos repartos excepcionales, capaces de sostener en pie un genuino drama de amor loco, como el que vertebra Cuando vuelvas a mi lado, es el que forman las cinco actrices de esta película. Se llaman Marta Belaustegui, Adriana Ozores, Mercedes Sampietro, Julieta Serrano y Rosa Mariscal. Son las cinco esquinas de un guión tan exacto como una figura geométrica, cuyo centro es un hombre, Jorge Perugorría, que una vez hizo girar las vidas de estas mujeres alrededor suyo, las marcó y se fue, dejándolas como herencia el silencio. Hace falta el genio de la contención para ser Electra o Medea en voz baja, y estas inmensas actrices poseen ese genio. Su trabajo es asombroso; la graduación de las construcciones de sus personajes es tan precisa que no parece superable. Su paso por la pantalla deja un rastro de elegancia conmovedora, hasta el punto de que lo mejor de esta pequeña obra maestra comienza precisamente cuando acaba, y comenzamos a contarnos a nosotros mismos qué hay de misterio en tan diáfano relato o poema.

Gracia Querejeta realizó en 1991 Una estación de paso, su primer largometraje, e hizo en él una incursión lírica muy bonita dentro de paisajes de su infancia y adolescencia madrileñas; y cinco años después, en 1996, se metió con solvencia en los corrales ajenos de El último viaje de Robert Rylands, una buena película fría. Pero ahora se deja de tiernas nostalgias de aprendiza y de ejercicios de alta profesionalidad y entra de lleno, sin barreras protectoras, a cuerpo limpio, en un asunto suyo y de todos, universal, enésima derivación de los mitos milenarios de Electra y Edipo, no sujetos a la erosión del tiempo. Hace en Cuando vuelvas a mi lado por fin cine, además de bueno, adulto; de los que plantan cara y echan a andar sin muletas literarias, con armas del lenguaje estrictamente cinematográfico, a una de las cuestiones mayores de la existencia.

Su sereno y apasionado viaje al abrupto cruce de caminos surreal del amor loco, a la transgresión del poema trágico, tiene el empuje, el sentido de lo indirecto, la sencillez y la ejemplaridad moral de las obras maestras. Es cine muy complejo resuelto con el don de la simplicidad, con el trazo transparente y enérgico de un circunloquio paradójicamente rectilíneo. Ha aprendido Gracia Querejeta que en el gran cine la rectitud se mueve por los misteriosos meandros del rostro humano y en consecuencia ha hecho que su película sea de sus actrices antes que de ella misma.

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