Tribuna:TABUCCHI Y EL AÑO LORCA

Diecinueve de agosto

Tienes que imaginarte una noche como ésta. Con la misma luna. Bueno, la misma no, porque varía de una noche a otra, pero tú no lo notas porque eres un payo, o mejor, un gajo, como se dice aquí, pero mírala, mírala bien, ¿la ves? Nosotros, ese real amarillo que está en el cielo y que nos mira para ser mirado es como si lo lleváramos en el bolsillo, lo conocemos desde que vagamos por esta península, lo que quiere decir desde los tiempos del antiguamente, cuando tú, por supuesto, aún no habías nacido, y ni siquiera mis bisabuelos. ¿Ves la parte de debajo, a la izquierda? Hay una sombra. A ti te p...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Tienes que imaginarte una noche como ésta. Con la misma luna. Bueno, la misma no, porque varía de una noche a otra, pero tú no lo notas porque eres un payo, o mejor, un gajo, como se dice aquí, pero mírala, mírala bien, ¿la ves? Nosotros, ese real amarillo que está en el cielo y que nos mira para ser mirado es como si lo lleváramos en el bolsillo, lo conocemos desde que vagamos por esta península, lo que quiere decir desde los tiempos del antiguamente, cuando tú, por supuesto, aún no habías nacido, y ni siquiera mis bisabuelos. ¿Ves la parte de debajo, a la izquierda? Hay una sombra. A ti te parecerá una pequeña nube, pero no lo es. Son las tinieblas que empiezan a devorarla. Y mañana será un pedacito más pequeña, y pasado mañana, dos pedacitos, y así, poco a poco, y después será una hoz, como les gusta a nuestros hermanos los que viven en oriente, y después desaparecerá en la noche. Tú seguro que no te has fijado, porque vives en la ciudad, y en la ciudad no se mira la luna. Nosotros la miramos desde hace mucho tiempo, incluso más que tu poeta portugués, el que te he oído recitar esta noche, cuando aquí no había nadie, sólo llanuras solitarias. Y nosotros con los caballos. Y cuando la luna empezaba a deshincharse, como esta noche, a las jacas se les pasaba el celo y se les doblaba la espalda, ya habían recibido a los sementales y para ellas era ya el tiempo de la preñez, y la hembra preñada medita acerca de la vida. Meditar, meditar, pero ¿a qué sirve? A ti, ¿te sirve de algo? A mí, sí, tal vez, quién sabe. Pero la luna era así, aquella noche, como una sombra. Entonces yo era un hombre fuerte, con todos mis sentidos vivos, y hallé una mujer que se llamaba Consuelo. Y bailaba al ritmo de la siguiriya. Para ti no significará nada, pero es mucho, porque una actitud así se comprende sólo en una mujer de sentidos auténticos. Hay quien baila con la cabeza, ¿lo entiendes?, pero bailarinas como ésas no sirven para nada, es una emoción fría, para una mujer de verdad hace falta esta parte de aquí, de detrás, ¿lo entiendes?, hace falta un ritmo que tenga el corazón de plata y un puñal en la mano derecha y al que la luna recoja, como decía nuestro poeta. Te estaba hablando de la luna y me he perdido. Soy viejo, y por eso me pierdo. Mi patrona, como nosotros llamamos a nuestras mujeres, murió en el mil y algo. Y tú, gajo, ¿en qué mil estás? ¿Piensas que he bebido demasiado? He bebido más que tú y estoy más lúcido que tú. Tú crees que sólo vosotros sois los lúcidos, y en cambio los gitanos somos más lúcidos que vosotros. Cuchillos de plata, nos llamaba nuestro poeta. Pero, claro, hasta la plata se oxida, qué le vamos a hacer. Pero la Consuelo hizo así, olé, con las caderas, y este trasto de aquí, lo que tenemos los hombres y que en aquel tiempo estaba vivo, respondió. ¿Lo entiendes? Bastó con una mirada. Pero ¿tú crees en la mirada? Pues cree en ella, lo es todo. Si miras, eres el señor. Si no miras, eres un esclavo, porque te miran. Esto te lo dice el Manolo.Aquella noche era justo como ésta. ¿Tú no crees en la luna, payo? ¿Prefieres las palabras? Mira que las palabras mueren y, en cambio, la luna es eterna. Aquella noche era así, tendente al rojo. Ya había pasado los veinte años y no me había casado. Para nosotros los gitanos, es tarde casarse después de los veinte años. Yo llevaba una guitarra, el cuchillo lo llevaba él, el Paco. No llames a tus amigos para escuchar estas cosas, no se las contaré, te las cuento a ti porque en la fiesta te he visto bailar con una mujer de mi raza y tú la mirabas como se debe, y eso es importante. Si miras, eres el señor, ¿me entiendes? ¿Que ella va vestida de negro y lleva falda larga? No importa, si tu mirada atraviesa el vestido, puedes comprender la siguiriya, y ésa es una mirada que me gusta. Porque aquella noche yo también tenía tu mirada. ¿Sabes cuántas telas llevan bajo la falda las auténticas gitanas? No te lo digo, pero están repletas de encajes. Las tejían en las cuevas donde yo nací, cerca de Granada.

A la memoria de Ruy Cinatti, poeta de Portugal y de Timor, que durante su vida se negó a elegir entre oriente y occidente, que hizo que yo conociera la capilla de Janas y que escribió estos versos: «Söao de todos os tempos as mintiras / as verdades menos» («Las mentiras pertenecen a cualquier tiempo / las verdades, no tanto»)

Pero ¿dónde me había quedado? Ah, sí, te estaba hablando de la luna. Y sentía una gran languidez. Aquí, en la ingle, donde somos hombres. Yo llevaba la guitarra en bandolera. Me gustaría encontrar un policía, dijo el Paco enseñándome el cuchillo. Y yo una muchacha, dije tocándome abajo. Y así salimos de la cueva. Paco se había puesto aceite en el pelo, mucho aceite de oliva, del de los olivares de Granada. Yo, sólo dos gotas de esencia de limón que las mujeres destilaban en las cuevas. Salimos y parecía una noche como cualquier otra. Pero no lo era. Carajo, ¿no me crees? Vete a mear, será mejor. El Paco caminaba, y yo detrás. ¿Por qué? Porque teníamos una cita, pero nosotros no lo sabíamos. Lo sabía la luna.

Así que nos pusimos en marcha. He oído decir que esta noche llega él, el poeta que habla de nosotros, es amigo mío, dijo el Paco, más tarde iremos a su casa y le tocaremos una siguiriya bajo la ventana, yo canto y tú me acompañas. El camino era blanco, y la luna delante. Hay una fiesta en el pueblo, contesté yo, tu amigo esta noche me da igual, quiero ver muchachas, me han dicho que hay una gitana que baila bien y que tiene los pómulos marcados. Luna, luna, luna, canturreaba entre tanto el Paco, que era un estribillo que le había enseñado el poeta y que había que cantar con la guitarra. Había venido a vernos algunas noches de verano y llevaba su guitarra. Tenía los dedos delicados y blancos. Acariciaba las cuerdas y decía algunas palabras, y sus ojos estaban perdidos, lejanos, ojos negros, grandes. Y tenía lunares oscuros en aquel rostro blanco. Nuestras mujeres nos leen en los lunares el destino, como con las cartas, porque son signos de la sangre. Por ejemplo, un lunar aquí, ¿ves?, quiere decir desgracia; un lunar aquí, en cambio, quiere decir fortuna, depende. Y miraba al Paco con sus ojos tristes. Porque, ¿tú sabes cómo era él? Era como era. ¿Tú respetas la naturaleza? Debes respetarla, porque la naturaleza lo es todo. Es ella la que ha hecho que tú estés aquí ahora, y que yo esté aquí, y que estemos hablando. Y todo aquello que ves a nuestro alrededor, mira el horizonte, lo ancho que es, ahí está la pineta y la capilla de Janas, y después las llanuras delante de nosotros, y más adelante, los acantilados de Ericeira, y después el océano. Y todo eso es por voluntad suya, de la naturaleza, como la luna que ves entre los pinos.

Aquella noche, yo seguí aquella luna con el Paco. Él delante y yo detrás. No había mulo para nosotros. Y así llegamos a la aldea. La plaza estaba iluminada por luces en globos de papel y ella estaba bailando con las castañuelas. Y nos miramos. Y fue enseguida, ¿comprendes?, payo, enseguida. Paco se puso a tocar la guitarra y canturreaba un estribillo: «el jambo se camela rumandiñar». Es una manera de decir antigua, en nuestra lengua, significa que el hombre se quiere casar. Y yo quería. Pero no llevármela al cañaveral, porque eso no está bien. La Consuelo fue a ver a su madre, que estaba de guardia. ¿Dices que por eso no me la llevé al cañaveral? Ja, ja, pues podría ser, su madre era una vieja gitana avinagrada.

Llega el Paco y me hace un gesto con la cabeza. Basta, a él la velada no le ha ido bien. ¿Qué quieres, Paco, un aguardiente? ¿No? ¿Estás acharado? Y él tirándome de la chaqueta. Salimos de la plaza, lejos de la gente. Conozco un sitio donde hacen salchichas a la brasa, dice el Paco, el dueño se llama Aguirre. Fuimos allí. Estaba fuera del pueblo, hacia el barranco. Allí había un precipicio, como una cantera, pero por debajo estaba verde porque había un arroyo. Comimos salchichas en la choza de Aguirre, y el Paco las regó con aguardiente. Y me parecía acharado, ¿sabes, payo?, cuando te entran ganas de estar no se sabe dónde, y todo lo ves negro, es como una pena, pero hay rabia también. ¿Qué te pasa, Paco?, tranquilo. Siento la luna, dice el Paco, ¿no ves cómo está? Así que dejamos la choza y nos sentamos a fumar al borde del cañaveral, delante del torrente. Él tocó algunos acordes con la guitarra, pero las cuerdas no respondían, era una noche húmeda. Después se oyó ruido de motores, y de pronto aparecieron dos haces de luz en la noche. Se estaba acercando un coche negro y detrás venía un furgón militar. Los hombres bajaron. Eran los militares, se pusieron en fila dándonos la espalda y empuñaron los mosquetones. Del coche negro bajaron dos hombres. Uno era un oficialillo esmirriado. Parecía nervioso y llevaba una pistola en la mano. Dio un par de empujones al hombre que había bajado con él, un hombre alto, con el pelo negro, que se tambaleó con los brazos hacia adelante. Cayó y volvió a levantarse. Llevaba una chaqueta blanca que bajo los faros del automóvil le hacían parecer un fantasma. Poeta de los rojos, le gritó el oficialillo, arrodíllate y reza a la Virgen con los versos cristianos del soldado. El hombre de la chaqueta blanca le escupió a la cara. Reinaba un gran silencio. Se oyó un susurro, era el viento que soplaba en el cañaveral. ¿Quieres un poco más de vino? A éste aquí en Portugal lo llaman clarete, y en efecto, ¿no ves lo claro que es?, con éste no te emborrachas, meas y ya está. Pero ¿quién es ese que te ha traído aquí a vernos? Tiene el pelo negro como nosotros, pero es un poco amarillo, parece un chino. Y además, ¿por qué habla con una gitana nuestra en nuestra lengua? ¿Quién se la ha enseñado?, ¿por qué la sabe? Si ya no la hablan ni siquiera mis nietos, ya sólo hablan la tuya. El Paco me coge de un brazo. Es él, me susurra al oído, nuestro amigo. Y me aprieta fuerte el brazo. Qué silencio había. Hasta el cañaveral había dejado de susurrar. Clac, hicieron las balas al entrar en los cargadores de los soldados. Apuntaron los mosquetones, y después, los disparos. Los soldados subieron al furgón y se marcharon. Sólo quedó el coche negro al final de la pared de piedra y el oficialillo que daba vueltas en torno al muerto, apuntándole con la pistola, bajo los faros. Lo tocó con un pie, como se hace con los animales para ver si de verdad están muertos. Carajo, vaya si lo estaba. Y después encendió un cigarrillo y se acercó al cañaveral, quizá para mear. Silbaba. Y entonces el Paco, que estaba agazapado delante de mí entre las cañas, se balanceó sobre las rodillas como quien se prepara para dar un salto. Llevaba en la mano el cuchillo. Brincó como un gato que aferra a un ratón, y el tenientecillo ni siquiera llegó a darse cuenta, seguía mirando la noche sobre el cañaveral y ya tenía dos cuchilladas en la barriga. Las guitarras han empezado a sonar, ¿las oyes? La fiesta ha terminado, los gitanos han dejado la alegría en los acordeones. Ahora es el momento de pensar, por eso empiezan las guitarras. Si quieres, puedes quedarte a escucharlas toda la noche, es la nostalgia de mis gitanos, que hoy han venido hasta aquí, en Janas, para que bendigan a sus caballos. Y así pensamos en el tiempo pasado, cuando vagabundeábamos desde Andalucía hasta el Alentejo o Extremadura, detrás de la luna. Para nosotros, la geografía es diferente a la tuya, payo; sin embargo, la luna de esa noche que te ha contado el Manolo era la misma de esta noche. Era el 19 de agosto de cuando el Manolo tenía 20 años. Hoy es 10, San Lorenzo. Por tanto, echando cuentas, sucedió dentro de nueve días.

Traducción de Carlos Gimpert. Este relato fue leído como inauguración del Congreso Internacional Federico García Lorca, Clásico Moderno, en la Universidad de Granada, el 25 de mayo de 1998.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En