Cartas al director

Apología del terrorismo

Resido en España desde hace casi veinte años, país al que llegué desde una cárcel argentina en la que tuve que habitar durante 26 meses, sin ninguna acusación concreta, ni juicio ni nada parecido. En ese tiempo aprendí a vivir en libertad, a participar con ilusión en un sistema democrático incipiente, a ser más tolerante, a perdonar, pero no olvidar, a los verdugos que me convirtieron en víctima del acontecimiento más tenebroso de mi pasado; a creer que la justicia es más justa en los países donde la democracia es protagonista frente a cualquier forma de intolerancia, ya sea de extrema derecha...

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Resido en España desde hace casi veinte años, país al que llegué desde una cárcel argentina en la que tuve que habitar durante 26 meses, sin ninguna acusación concreta, ni juicio ni nada parecido. En ese tiempo aprendí a vivir en libertad, a participar con ilusión en un sistema democrático incipiente, a ser más tolerante, a perdonar, pero no olvidar, a los verdugos que me convirtieron en víctima del acontecimiento más tenebroso de mi pasado; a creer que la justicia es más justa en los países donde la democracia es protagonista frente a cualquier forma de intolerancia, ya sea de extrema derecha o de extrema izquierda, igual da; a agradecer por los aires de libertad en los que mi única hija ha ido creciendo.También me comprometí con este país, al que quiero en lo más profundo de mi corazón, nacionalizándome por convencimiento y participando, de muchas maneras y en la medida de mis posibilidades, en esta fantástica

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etapa de crecimiento y desarrollo que ha supuesto la transición política posterior a la nefasta -como lo son todas- dictadura franquista.

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Hoy, no obstante, y casi con la misma y negativa emoción que me produjo el intento de golpe de Estado del 23-F, empiezo a sentir que esa seguridad de valores y jurídica en la que me creía inmerso comienza a resquebrajarse. Las repugnantes opiniones pro golpistas -porque si uno, desde un sistema democrático, argumenta de la misma manera que un militar y/o civil golpista, asesino y violador de todos los derechos humanos imaginables, se convierte, al menos, en cómplice de ese trágico accionar- del fiscal jefe Fungairiño en referencia a las dictaduras chilena y argentina me han hecho encender la luz roja.

Los argumentos del señor Fungairiño constituyen, al menos, una alarmante apología del golpismo. Afirmar y dar por buena la actuación de los militares, amparándose en que "la entonces presidenta argentina, Estela de Perón, encargó a los militares que acabaran con el terrorismo en este país, pero luego causaron 30.000 muertes más", es un auténtico escupitajo en el rostro de todas las víctimas y de los demócratas, ya sean chilenos, argentinos o españoles.

En aquel entonces, amnésico Fungairiño, la señora de Perón gobernaba, mal o bien, según los dictados de la Constitución argentina, en la que la palabra acabar jamás podía confundirse con asesinatos, secuestros, "desapariciones", torturas de todo tipo, ejecuciones sumarias, secuestro y robo de niños, violaciones de hijos en presencia de padres y viceversa, etcétera.

Lo realmente trágico es que hoy, como ayer lo hicieran aquellos militares, parece confundir tanto la realidad como la concepción semántica de las palabras. Lo que ocurre es que esa, confusión ha costado decenas de miles de víctimas, de las que parece hoy olvidarse.-

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