El silencio culpable de la iglesia argentina

Discrepancias en la Conferencia Episcopal impiden un documento sobre el papel en la dictadura

Desaparecida la última dictadura militar, el sarcerdote Hernán Benitez, confesor de Eva Perón, denunció el silencio de la Iglesia católica argentina ante barbaridades que helaban el alma, su complicidad con el atropello de sus hijos, la impavidez, cuando eran ultimados sin proceso, sin eucaristía y sin los últimos sacramentos en la agonía. Eran tiempos en que el nuncio Pio Lagui jugaba al tenis con el almirante Emilio Massera. De todo esto hablaron los 80 obispos de la Conferencia Episcopal, pero fue imposible una autocrítica por que las discrepancias e intrasigencias son aún muy fuertes en l...

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Desaparecida la última dictadura militar, el sarcerdote Hernán Benitez, confesor de Eva Perón, denunció el silencio de la Iglesia católica argentina ante barbaridades que helaban el alma, su complicidad con el atropello de sus hijos, la impavidez, cuando eran ultimados sin proceso, sin eucaristía y sin los últimos sacramentos en la agonía. Eran tiempos en que el nuncio Pio Lagui jugaba al tenis con el almirante Emilio Massera. De todo esto hablaron los 80 obispos de la Conferencia Episcopal, pero fue imposible una autocrítica por que las discrepancias e intrasigencias son aún muy fuertes en la Curia, que reclama más tiempo para pedir perdón.El conservador arzobispo de Buenos Aires, Antonio Quarracino, reflexionaba en estas fechas navideñas sobre la expresión poética de las letras argentinas, el enorme caudal de la poesía religiosa, y sospechaba que ninguna literatura latinoamericanas posee tan rico patrimonio. Tan cierta es esa presunción como difícil encontrar en este continente iglesias con los problema de conciencia debatidos en la trascendental clausura de mediados de mes. Quarracino también asistió al retiro de San Miguel y aconsejó repartir culpas y mucha prudencia en revisar la memoria eclesial y en el mea culpa, postergado hasta abril, pero a la postre inevitable al ser una instrucción pontificía. "Podemos pedir perdón,pero la lglesia también tiene mucho que perdonar a quienes la agredieron y enlodaron'', advirtió el cardenal.

Mensaje al pueblo de Dios

En su Mensaje al Pueblo de Dios, la Conferencia subrayó: "Nos faltó, tiempo para plasmar nuestro pensamiento en un documento escrito ( ... ) Varios son los hechos que dan lugar a una interpretación plural, sobre las cuales debemos todavía trabajar". La lectura de los sucesos de los setenta y, concretamente, del aciago periodo comprendido entre 1976 y 1983, dividen aún a la jerarquía. Algunos de sus miembros amenazaron con renunciar ante el Papa de aprobarse el borrador de documento, severo con el comportamiento dé la Iglesia como institución. En ella hubo de todo: sacerdotes sacrificados en el potro, otros consolando a sus verdugos con citas bíblicas, obispos valientes y, los más, pecadores por omisión que recomendaban resignación cristiana a la feligresía en desgracia."¿Qué vienen a buscar a la Iglesia si ustedes son subversivos, si asesinaron, si trataron de destruir a la patria y la familia?", reprochó el nuncio al científico Gustavo Ponce de León cuando éste pidió la ayuda de la Santa Sede en la búsqueda de sus hijos secuestrados. Al menos 10.000 personas desaparecieron durante el régimen militar en el que monseñor Justo Laguna, obispo de Morón, actuó como enlace entre el episcopado y los generales sobre cuestiones humanitarias. Le tornaron el pelo y el obispo se arrepiente de no haber armado un escándalo aun a costa de su vida. Laguna anticipó su voto en contra si el documento preparado por la comisión preparatoria de la reunión de abril "es algo light".

Los obispos se pronunciaron contra la tortura "pero cuando vino el Papa [durante la dictadura] se dio la comunión a los torturadores. Yo personalmente tengo que pedir perdón al pueblo de Dios", declaró Miguel Hesayne, anterior obispo de Vidma. "Espero que recapaciten los que se niegan a la revisión debida".

Éstos culparon a la guerrilla, terrorista y atea de la eclosión represiva de 1976 y 1977, y consideraron improcedente o inoportuna una autocrítica pública; otros aludieron a la cultura de la violencia de aquéllos años, y otros invitaron a reflexionar sobre la ausencia de una pastoral. contra. la violencia fraticida. Todos condenaron las atrocidades castrenes sin coincidir en las propias. responsabilidades. Fue imposible la conciliación y se impuso el criterio de manifestarse en primavera.

El secretario general del episcopado, José Luis Mollaghan, evitó a la prensa después de indicar que los obispos salían de la casa de ejercicios María Auxiliadora enriquecidos. por un diálogo fraterno "que se caracterizó por la sinceridad de quienes buscan caminos serios de conversión". No pareció tan reconfortado Justo Laguna, quien confeso sentir "una gran frustración" y no entendió el nuevo retraso en la aprobación de un texto inculpatorio. "No voy a ponerme a hablar mal de mis hermanos, pero estoy muy triste y no entiendo nada", agregó.. Entre los promotores de una profunda revisión destacó el obispo de San Isidro, monseñor Jorge Casatetto, apoyado por 20 obispos. Eran minoría antes quienes alteraron el mensaje original del documento con matizaciones más cercanas al pensamiento del obispo catrense Adolfo Tortolo, pregonero en 1975 del movimiento purificador castrense establecido del año siguiente, que a las tesis de los sacerdotes caídos durante su salvaje consolidación.

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