LA IMAGEN PÚBLICA DEL PODER

Los presidentes, filón inagotable de Hollywood

Los norteamericanos analizan la relación con sus gobernantes a través de varias películas

En la Casa Blanca, en 1974, Richard Nixon se dispone a anunciar su dimisión. Antes se para ante un retrato de John F. kennedy y le dice: "Cuando te miran a ti, ven lo que quieren ser. Cuando me miran a mí, ven lo que son". Ésta es otra escena de la historia de Estados Unidos, retomada y retocada por Oliver Stone en su nueva película, Nixon. La frase suscita también la reflexión sobre cuál es la clave de la relación de los americanos con sus presidentes y cómo los retrata el cine. Hollywood presenta esta temporada a dos presidentes muy distintos pero creíbles como personajes: el Andrew S...

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En la Casa Blanca, en 1974, Richard Nixon se dispone a anunciar su dimisión. Antes se para ante un retrato de John F. kennedy y le dice: "Cuando te miran a ti, ven lo que quieren ser. Cuando me miran a mí, ven lo que son". Ésta es otra escena de la historia de Estados Unidos, retomada y retocada por Oliver Stone en su nueva película, Nixon. La frase suscita también la reflexión sobre cuál es la clave de la relación de los americanos con sus presidentes y cómo los retrata el cine. Hollywood presenta esta temporada a dos presidentes muy distintos pero creíbles como personajes: el Andrew Shepherd ficticio de The american president y el Richard Nixon real de Nixon. JUAN CAVESTANY Además de estas dos películas, los quioscos americanos ofrecen este mes una portada con Robert De Niro disfrazado como George Washington, el primer presidente americano. Es el segundo número de George, la revista de John Kennedy Jr. En el editorial de este número, el hijo del presidente que mejor entendió lo que políticos y actores tenían en común escribe: "La vida política es inherentemente dramática. (...) El cine y la política comparten la capacidad de inyectar una idea en la conciencia pública y enfocar la atención de millones de americanos en un mensaje". Evidentemente, las frases "no más impuestos", de George Bush, y "la vida es como una caja de chocolatinas", de Forrest Gump, tienen mucho en común: son fáciles de comprender y memorizar y caben en el ancho de una camiseta.

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Tommy Lee Jones fue a la universidad con Al Gore, Mary Steenburgen es amiga de Hillary Clinton, y Barbra Streisand cantó para el presidente. Hace unos años, incluso un actor se hizo presidente, y hoy Sonny Bono es congresista por California. Sigue siendo indiscutible que Hollywood y Washington son dos capitales paralelas, complementarias y fundamentales de la industria del entretenimiento, del mismo modo que la Casa Blanca es un escenario predilecto para los americanos, una atracción turística con tienda de postales, como los estudios Universal en Los Ángeles.

Modelo de conducta

No significa esto necesariamente que los americanos estén tan enamorados de Bob Dole como de Tom Hanks, pero sí esperan de cada uno cierto tipo de representación pública que sirva un poco de modelo de conducta y otro poco de entretenimiento.

La caída de Nixon en 1974, la desastrosa presidencia de Carter y luego los hostiles ochenta hacían necesario un lavado de cara para los ocupantes de la Casa Blanca. Rob Reiner, el director de The American President, ha dicho que existe tal desconfianza en Estados Unidos hacia la Administración pública que ya va siendo hora de restaurar la confianza en el contrato político con películas más amables y humanas (clintonianas, quizás) sobre la vida de Washington DC. "Mi película es un himno a la presidencia", declaró Reiner.

Nixon no es un trago tan fácil. Ante la disyuntiva de retratar al presidente como un monstruo o como un pelele, Stone ha optado por la vía aún más difícil de pintarle como un hombre. Un hombre, además, que no sabe reírse y al que todos los trajes le quedan mal. En cualquier caso, y cómo queda reflejado en la película, el debate televisado de Nixon y Kennedy en 1960 pasó a los anales de los medios de comunicación como el inicio definitivo de la política como espectáculo.

La tónica general de los presidentes, reales o ficticios, que han sido llevados al cine en Hollywood es que casi nunca han sido personajes tridimensionales creíbles. Es interesante comprobar cómo en la gran mayoría de los casos los presidentes que Hollywood se ha inventado han sido personajes secundarios con más defectos que: virtudes e interpretados por actores de reparto. Algunos de los ejemplos más recientes y evidentes los encontramos en filmes como El informe Pelícano o Peligro inminente. En ellas, Robert Culp y Donald Moffatt, respectivamente, son collages de presidentes reales sobre caras de actores que uno sabe que ha visto en mil películas sin recordar su nombre.

La primera película presidencial de la era de Clinton es la inocua pero correcta comedia Dave. Kevin Kline interpreta en ella a un presidente (no precisamente inspirado en Clinton) que se topa un buen día con un doble idéntico que acaba teniendo que sustituirle y mejorando su labor. Las comedias de enredo con jefes de Estado o del ejecutivo, suplantados por clones idénticos son por sí mismas un nutrido subgénero cinematográfico. Otro tipo de retrato intrascendente del presidente americano es el de películas de fantasía política o científica como Nueva York 1999, en la que Donald Pleasence es secuestrado por una banda de macarras del futuro; o los que aparecen en las películas de Superman.

Abraham Lincoln es el presidente más cinematográfico de la historia. Con 150 apariciones en total, incluyendo El joven Lincoln de 1939, en la que fue encarnado por Henry Fonda, su biografía fue la primera de un presidente que se llevó a la pantalla (por D. W. Griffith en 1930). Sólo en el año 1964, en plena guerra fría, se produjeron en Hollywood cinco películas con o sobre el jefe del Ejecutivo, y abarcaban una significativa variedad de visiones y enfoques. En un papel abrasador, fundamental para el género, Peter Sellers dio vida al presidente Merkin Muffley en Dr. Strangelove, de Kubrick. Henry Fonda volvió a ser presidente en Fail safe, un thriller de dimensión nuclear dirigido por Sidney Lumet. Siete días de mayo, de John Frankenheimer, era la historia de un golpe de Estado en Estados Unidos. En Besos para mi presidente era una mujer, Polly Bergen, la que dirigía la Casa Blanca, con Fred MacMurray en el papel de primer caballero. Ya en 1972, Hollywood se había adelantado a la eventualidad de tener un inquilino negro en la Casa Blanca. Colin Powell nunca llegó a ser candidato, pero James Earl Jones es un senador forzado a tomar la butaca del Despacho Oval en la no muy vista película El hombre.

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